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Más sobre D’Hondt y las culpas

Fuentes: Rebelión

Rebelión publicó el día 29 de marzo un artículo -«¡Échale la culpa a D’Hondt!«- que debería merecer nuestra atención. Bien escrito, mejor argumentado, excelentemente documentado. Una delicia. Y con una tesis poliética que creo razonable: «se puede pedir el cambio de sistema electoral, pero hay que elegir el momento con un poco de dignidad». También […]

Rebelión publicó el día 29 de marzo un artículo -«¡Échale la culpa a D’Hondt!«- que debería merecer nuestra atención. Bien escrito, mejor argumentado, excelentemente documentado. Una delicia. Y con una tesis poliética que creo razonable: «se puede pedir el cambio de sistema electoral, pero hay que elegir el momento con un poco de dignidad». También aquí, probablemente, hemos errado con escasa oportunidad y con mucho oportunismo. Mea culpa.

Además, el artículo está escrito con sentido (anglosajón + castizo temperado) del humor. El chiste sobre el 3% y Elvis es de obligado recuerdo. No tanto la analítica ocurrencia del 3,8% y las personas que creen que en Marte hay hombrecillos verdes que puede provocar irritación en almas sensibles, sin resto positivo visible.

Por lo demás, además de la correcta información sobre la ponderación del sistema ideado por d’Hondt (a quien nadie que yo recuerde ha atribuido recientemente las culpas de la situación), es fácil coincidir con muchas de las posiciones en él defendidas. Sin embargo, vale la pena señalar algunas discrepancias o la necesidad de algunas aclaraciones complementaras. Estas por ejemplo:

En opinión del autor no es realmente cierto que el sistema de circunscripciones español penalice tanto a Izquierda Unida, al menos si se cree que la territorialidad debe verse representada.

No está claro, no está suficientemente claro en mi opinión, lo que el autor entiende por «territorialidad». Acaso se refiera a las nacionalidades históricas o a zonas poco pobladas del territorio español pero, en opinión, es algo extraño este paso de su argumentación que intenta aclarar el concepto: «si en un territorio se piensa diferente que en el resto, esa diferencia se ha de reflejar en el parlamento, pese a que su peso en la totalidad del Estado sea necesariamente pequeño». ¿Qué querrá decir exactamente eso de que en un territorio se piense diferente que en el resto? ¿Que determinados problemas sólo afectan a esos ciudadanos y que sólo ellos o parte de ellos son sensible a estas cuestiones y que, por tanto, el sistema de representación debe cuidar especialmente sus voces e inquietudes? Si éste es el caso, habría que decir que sí, que de acuerdo, que es justo y democrático, pero no parece que de ello se infiera la corrección de que el PNV, pongamos un caso que el anónimo autor cita, haya obtenido el triple de escaños que IU con un tercio de sus votos, aunque sea cierto que se haya presentado en tres circunscripciones (¿tres o cuatro?) y ésta, sin duda, sea una diferencia, aunque no tiene por qué ser una «gran» diferencia si bien pueda serlo desde el punto de vista del interlocutor inglés del autor del artículo. Por lo demás, aunque es secundario en la discusión, IU no ha obtenido, como afirma el autor, un resultado homogéneo en todas ellas, hasta alcanzar una media del 3,8%.

Tampoco sigo bien este otro plano de la argumentación. El autor parece señalar una inconsistencia entre la defensa de la modificación del carácter territorial de la representación y los estatutos de IU que priman la territorialidad en la elección del Consejo Político Federal. Puede defenderse tal posición, no es mi caso, y no caer, creo, en ninguna inconsistencia. Una cosa, puede decirse, es la representación ciudadana en el Parlamento y otra distinta, aunque tenga alguna similitud, es cómo una organización política se organiza para recoger en su seno voces minoritarias, discrepantes o poco oídas. Sea como sea, aún admitiendo que haya aquí inconsistencia el punto nodal, como siempre, está en el matiz: ¿cómo primamos, cómo cuantificamos de forma adecuada esa arista del poliedro que estamos dispuestos a atender?

Al autor no le parece mal que el sistema electoral actual se pierdan muchos votos, que los restos se tiran a la basura. ¿Por qué? Porque, señala, si los restos se tiran a la basura todos los votos son importantes pero ninguno lo es en particular, «al menos no lo suficiente como para que se puedan comprar -como ocurriría de otra manera-» ¿Y por qué? ¿Y por qué pudiera ocurrir de la otra manera y no ocurre de esta? Es obvio que todo el mundo podemos dar ejemplos de «compra» clientelares de votos en las circunstancias actuales.

El problema, insiste el autor, viene cuando sólo tienes «restos». Claro, ese es precisamente el problema que se está discutiendo, que esos restos, numerosos en el caso de Izquierda Unida, no cuentan para nada en ningún caso, por lo que esas voces minoritarias en tal o cual circunscripción se pierden siempre, no cuentan, y, por tanto, y en contra de los deseos manifestados por el autor respecto a las voces, sentimientos y territorios minoritarios, nunca alcanzan representación. No son nunca oídas. Sus inquietudes, sus demandas, sus intereses, van a parar al archivo de los votos (parcialmente) inútiles.

Por lo demás, no está claro que fuera sólo por el asunto del «voto útil» por lo que el PCE pactó el Decreto Ley del 77, germen fundamental de nuestro sistema electoral. Puede ser, admitámoslo, que lo hiciera pensando en quedarse con todos los votos a la izquierda del PSOE, un ámbito electoral que en 1977, como señala nuestro anónimo autor, era más complejo de lo que el sistema electoral reflejó, pero también es cierto, como han confesado algunos de los diseñadores del decreto de 1977, que tal norma se elaboró para dificultar al máximo la representación institucional del PCE y partidos afines y no tan afines, es decir, de todo lo que no fuese derecha española o nacionalista periférica o socialdemocracia entregada. La diferencia entre porcentaje de votos y número de diputados, en el caso de IU y en el caso de otras fuerzas, siempre ha sido manifiesta, aunque casi nunca tan llamativa como en este última contienda.

El autor señala que parece ser que en España hay entre un 10 y un 15% de personas que se sitúan políticamente a la izquierda del PSOE, con porcentajes mayores en algunos temas. Esa consideración de sociología política supone, según el autor, «que si Izquierda Unida hiciera propuestas coherentes y atractivas, tuviera una actividad política relevante e integradora e hiciera un discurso electoral inteligente podría llegar a obtener (…) al menos un 15% de esos sufragios». Desconozco el origen y la veracidad de esos porcentajes pero desgraciadamente esto no es así, no ha sido nunca así desde hace mucho tiempo. Izquierda Unida puede hacer todo lo que el autor señala, incluso más cosas y con mayor racionalidad y coherencia, y de ahí no se infiere necesariamente que pudiera obtener el resultado señalado y tampoco está claro que, adquiriéndolo, tuviese la representación que el autor apunta, ya que eso depende, una vez más, de la distribución de los apoyos, de la forma en que haya obtenido ese deseable porcentaje de votos. Estaría bien, por otra parte, yo se lo agradecería, que el autor indicara qué significa tener una actividad política coherente e integradora, qué significa hacer un discurso electoral inteligente y qué propuestas coherentes y atractivas debería hacer IU para que su voz sonara con aceptación y armonía y fuera oída por las gentes.

Si hablamos en serio, añade nuestro autor anónimo, el hecho de que la izquierda sólo pueda legitimar el sistema en las democracias bendecidas por la OTAN y el FMI no es una cuestión electoral. Es obvio, no puede haber duda de ello. Pero no es obvio, como señala a continuación, que el sistema electoral actual, sin modificaciones, pueda ser un magnífico aliado para una izquierda que tuviera algo de fuerza. La izquierda puede adquirir mayor fuerza a través de senderos diversos, sin que ello resulte hoy por hoy un camino de rosas, pero, sin duda, su mayor presencia institucional puede ayudarle aunque, lo diré las veces que sea necesario, esa no sea la cuestión decisiva sino más bien efecto o reflejo de su influencia social, de su trabajo capilar, paciente, inteligente, sin sectarismos, en la, digámoslo de forma inexacta, sociedad civil.

Es cierto, por lo demás, que deberíamos centrarnos en la esencia del problema (es perfecto esta reivindicación de ese término hoy en desuso) y aceptar sin excusas que Izquierda Unida ha obtenido un escaso porcentaje de los votos emitidos. El adjetivo «patético» usado por el autor creo que sobra e incluso puede ser leído y sentido de forma hiriente sin beneficio alguno para nadie. Tiene razón nuevamente nuestro anónimo autor cuando advierte de un posible error de IU: centrar la actividad política en un asunto nuclear: la reforma de la ley electoral y no pactar con nadie que no esté por esa labor. De acuerdo, tiene razón, hay que más cuidadosos. Nadie puede sostener que nada importen la educación, la sanidad o el trabajo en condiciones y que lo fundamental, el núcleo duro del sendero político transitado, sea cambiar la ley electoral y conseguir grupo parlamentario con los beneficios económicos anexos. No es eso, no es eso, desde luego. Pero también es cierto que el combate por una reforma electoral que sea más justa es parte del combate por una concepción de la democracia menos controlada y aceptable para el sistema del mercado desbocado sin controles y esto sí que es parte del programa político de Izquierda Unida y esto sí que también puede interesar -y es parte de su interés- a la ciudadanía y a sus sectores menos favorecidos, lo que antes llamábamos, sin miedo a las palabras, clases trabajadoras.