Fue a partir de octubre de 2014 cuando 256 médicos y enfermeros cubanos se desplazaron al África Occidental para combatir la epidemia del ébola. De la gravedad del brote por número de afectados y fallecidos da cuenta la tasa de letalidad, que rondó el 70%. El virus del ébola tuvo mucha prensa, tal vez porque […]
Fue a partir de octubre de 2014 cuando 256 médicos y enfermeros cubanos se desplazaron al África Occidental para combatir la epidemia del ébola. De la gravedad del brote por número de afectados y fallecidos da cuenta la tasa de letalidad, que rondó el 70%. El virus del ébola tuvo mucha prensa, tal vez porque fue la primera vez, además del SIDA, que una epidemia con origen en África excedía las fronteras del continente para llegar a Europa y Estados Unidos. De ahí que estallara un cierto pánico. Todo ello facilitó que se visibilizara, aunque tampoco en exceso, el trabajo sobre el terreno de los especialistas cubanos. La ayuda se produjo también en la batalla contra el cólera en Haití, después del terremoto de 2010. Se destaca generalmente como punto de partida la brigada de médicos cubanos que en 1963 se trasladó a Argelia. Entre 1960, cuando se desplazó un equipo para ayudar a las víctimas del terremoto de Valdivia (Chile), y diciembre de 2014, Cuba ha practicado la solidaridad médica en 109 países.
Esta larga tradición de apoyo a los damnificados por terremotos, huracanes, catástrofes y carencias sanitarias tiene eco en el libro «Zona roja. La experiencia cubana del ébola» (Ed. Abril), publicado por el periodista Enrique Ubieta (La Habana, 1958) en abril de 2016 y presentado por la Asociación Valenciana de Amistad con Cuba José Martí. El escritor y periodista acompañó en marzo-abril de 2015 a los doctores cubanos, sobre todo en Guinea Conakri. Junto al camarógrafo Tomasito «El Cangrejo» Oliveros y el periodista Yordanis Rodríguez (los dos de la televisión cubana), publicó reportajes sobre el día a día de la lucha contra el ébola en «Granma», «Juventud Rebelde» y «Trabajadores».
Uno de los factores que contribuyó a que se hiciera visible el trabajo solidario fue el anuncio -en diciembre de 2014- del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, rotas en 1961. Las declaraciones políticas acerca de la nueva etapa se realizaron mientras los facultativos se hallaban en Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakri. Dos editoriales publicados por «The New York Times» abonaron el terreno. El primero -«La fuga de cerebros en Cuba, cortesía de Estados Unidos», con fecha 16 de noviembre de 2014- daba cuenta de cómo el secretario de Estado John Kerry y la embajadora estadounidense ante Naciones Unidas, Samantha Power, elogiaban la contribución de médicos cubanos que atiendían a pacientes con ébola en África Occidental». En octubre del mismo año, «The New York Times» recordaba en otro editorial -«La impresionante contribución de Cuba en la lucha contra el ébola»- que la isla «ha enviado médicos y enfermeros a zonas de desastre durante décadas. Luego del huracán Katrina en 2005, el gobierno de La Habana ofreció enviar a equipos médicos para atender a heridos en Nueva Orleans. Líderes estadounidenses rechazaron este ofrecimiento».
Los 256 médicos y enfermeros -23 de ellos procedentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias- destacados por Cuba con el fin de combatir el ébola respondían a un llamamiento de Naciones Unidas, la OMS y los gobiernos de Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakri. «Se trata de países esquilmados, traicionados e inmensamente explotados», recuerda Enrique Ubieta. Desplazados a una distancia de más de 7.000 kilómetros, los galenos pertenecían al Contingente Internacional Especializado en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve, constituido en 2005 para socorrer a los vecinos de Nueva Orleans. En los tres países dañados por el ébola, los médicos cubanos permanecieron seis meses. Diariamente se tenían que calzar un traje especial y hermético, a la manera de un «cosmonauta», en medio de unas temperaturas que podían alcanzar los 50ºC y producirles mareos y deshidrataciones. Con la indumentaria no podían estar más de una hora, y una vez la llevaban puesta se tenían que adentrar en la llamada «zona roja» (área del hospital donde se hallaban los enfermos de ébola).
En la «zona roja» acompañaban a los enfermos. Lo que esencialmente podía hacer el especialista era compensar la deshidratación, la fiebre y otros síntomas que se iban presentando. Enrique Ubieta explica que, en esa relación con el paciente, «tenían que tocar heces, el sudor y bañar al enfermo… Hacer todo el trabajo sucio que requiere un ser humano incapacitado para estas acciones». Todos los líquidos corporales podían ser una fuente de contagio. Cuando los doctores abandonaban la «zona roja», el material sintético e impermeable se tenía que incinerar. Los médicos no podían siquiera rozar la parte exterior del traje, ya que la pieza entera salía contaminada por el ébola. Además la indumentaria se bañaba en un líquido de cloro muy potente que mataba al virus. Éste proceso reviste gran importancia y peligro. Durante el mismo, médicos y enfermeros de todo el mundo se han contagiado y enfermado. Entre los brigadistas cubanos, el doctor Félix Báez Sarría contrajo el virus en Sierra Leona, donde había atendido a pacientes autóctonos. Finalmente pudo salvar su vida.
El doctor Carlos Manuel Castro Baras, de 44 años, que estuvo en Guinea Conakri y antes de misión en Angola explica algunas claves para atacar la patología: «El ébola se vence con las acciones epidemiológicas en el terreno, con la población, cortando los contactos, identificando la cadena de transmisión, sensibilizando al pueblo. Yo diría que nosotros somos la derrota del sistema: cuando un paciente llega a un Centro de Tratamiento, es que no se pudo cortar la cadena de transmisión». En Sierra Leona y Guinea Conakri, ya actuaban brigadas médicas de Cuba antes de que estallara el ébola. ¿Qué relevancia tiene esta labor de cooperación? El embajador le contó al periodista lo que pensaba la ministra de Salud de Sierra Leona: «Ustedes llegan para darles felicidad a las familias; antes, cuando una mujer quedaba embarazada, se producía un momento de tensión y tristeza: habitualmente fallecía la madre o su hijo».
En el libro «Ébola y la mundialización epidémica» (Navarra, 2014), Miguel Ángel Adame Cerón aporta información del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo: entre 187 países, Liberia ocupa la posición 175; Guinea el 179 y Sierra Leona el 183. Según la misma fuente, Liberia presenta un porcentaje de pobreza extrema del 65%, Guinea del 55% y Sierra Leona del 53%. Hay, en consecuencia, una impotencia palmaria en los sistemas de salud de los tres países para combatir el ébola. Entre 2014 y 2016 podían haber muerto 15.000 personas por la epidemia en Liberia, Sierra Leona y Guinea (en agosto de 2015 la OMS cifraba en 11.352 el número de fallecidos). «Pero hay personas -matiza Enrique Ubieta- que no contabilizan en las estadísticas, ya que no fueron anotadas en registro alguno cuando nacieron, de hecho, murieron y nunca se supo de su existencia». Según las estimaciones de la OMS, en 2015 hubo 241 millones de casos de paludismo en el mundo, lo que supuso la muerte de 438.000 personas (el 89% de los casos y el 91% de las muertes se produjo en África). El autor de «Zona Roja» apunta el trágico doble rasero: «Estas muertes no importan porque no afectan a los norteamericanos y a los europeos». La importancia del ébola radicó en su capacidad de contagio y en que podía introducirse en otros países de la región y del mundo. «Eso sí causó pánico», apunta Ubieta. «En África la gente sale todos los días a la calle y se la juega a los dados de la muerte».
Una de las cuestiones que más llamó la atención del escritor -quien fundó y dirigió entre 2008 y 2016 la revista «La calle del medio» y actualmente es director de la revista teórica del Comité Central del Partido Comunista, «Cuba Socialista»- fue la capacidad de los pueblos africanos, étnicamente muy heterogéneos, para «encontrar espacios de felicidad dentro de situaciones tan terribles». Pudo ver a personas curadas del virus del ébola que salían del hospital cantando y riendo. Recuerda asimismo un «momento mágico». Estaban los enfermos con algunos médicos en la «zona roja», que permanecía aislada por una pequeña malla de apenas un metro de altura. Del otro lado se podía ver a médicos sin el traje de seguridad. De pronto un médico cubano puso música en el celular. Los enfermos que se encontraban algo mejor, e incluso tomaban el sol, rompieron a bailar. Y también los doctores cubanos. Eran experiencias que rompían las barreras. El hecho de que los médicos vistieran con ropa aparatosa llevaba a que el trato se pudiera deshumanizar. «El enfermo no sabe quién le está tratando, no le ve la cara». El autor de «La utopía rearmada» y «Venezuela rebelde. Solidaridad vs dinero» destaca que los médicos cubanos «trataron de introducir la camaradería» para acortar las distancias. «En ellos no existe sentido de clase».
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