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Memoria histórica y presente

Fuentes: Rebelión

El lunes 28 de Septiembre asistimos en el Gran Teatro a la presentación de un documental sobre las personas asesinadas y desaparecidas en la guerra civil y la post-guerra en la provincia de Córdoba. Exponía las investigaciones del historiador Francisco Moreno sobre la represión franquista y las declaraciones de los familiares de las víctimas, que […]

El lunes 28 de Septiembre asistimos en el Gran Teatro a la presentación de un documental sobre las personas asesinadas y desaparecidas en la guerra civil y la post-guerra en la provincia de Córdoba. Exponía las investigaciones del historiador Francisco Moreno sobre la represión franquista y las declaraciones de los familiares de las víctimas, que aún hoy, pelean con la ayuda de asociaciones de la Memoria Histórica por recuperar los restos de sus seres queridos. Me impactó la entereza de estas personas, su persistencia en conocer los hechos y recuperar los restos, sin el menor atisbo de venganza, pero exigiendo con una gran dignidad justicia y reparación. Nos herían las imágenes de fusilamientos masivos, de las «sacas» generalizadas de cientos de personas que desaparecían en cárceles, cuentas o tapias de cementerios. Abrumaban los datos sobre los miles de casos y la narración de los hechos. Nos sobrecogía la crueldad de los asesinatos a sangre fría y el sometimiento de los familiares al miedo continuo, a las humillaciones diarias y a la obligación de olvidar no pudiendo ni contarlo a sus hijos; incluso obligándolos a renunciar a sus ideales y asumir públicamente los de los propios verdugos.

Mientras se sucedían las imágenes y las palabras de las personas entrevistadas (víctimas, estudiosos, asociaciones, defensores de Derechos Humanos…) en la cabeza del público que abarrotaba la sala rondaba un sentimiento de indignación y vergüenza: ¿Cómo es posible que 80 años después, con 40 años de democracia, este país no permita ni siquiera recuperar los resto a sus familiares? ¿Que un juez, como Baltasar Garzón, haya juzgado a genocidas de otros países, como Pinochet, y el mismo sea retirado de la judicatura por iniciar una investigación similar sobre el franquismo? ¿Que el gobierno se niegue a colaborar con la juez argentina que está instruyendo el caso e incumpla los requerimientos de organismos internacionales como la Unión Europea y la propia ONU? ¿Que seamos el único país democrático que no se plantea hacer justicia del segundo mayor genocidio en la historia de Europa, denostando a las víctimas que lo intentan y protegiendo la impunidad de los responsables?

Sólo cabe concluir que, desgraciadamente, aún no hemos hecho la transición real del franquismo a la democracia. Como decía el profesor Moreno: «sólo se podrá hablar de transición cuando la tiara, la gorra de plato y el bombín se descubran para reconocer a las víctimas». Ese genocidio fue fruto de un golpe de estado de poderes religiosos, militares y económicos, teniendo como ideología la Unidad de la Patria y el Nacionalcatolicismo. Hasta ahora ninguno de esos poderes ha pedido perdón. Y lo que es peor, vemos últimamente actuaciones preocupantes, expresiones de aquellos valores del golpismo:

– Proclamas inflamadas sobre la unidad de la Patria, un rosario de declaraciones de políticos en este sentido con motivo de las elecciones en Cataluña, amenazas veladas del ministro de defensa sobre la posibilidad de intervenir con el ejército; la manifestación pública de algún general en el mismo sentido, la homilía del arzobispo de Valencia, el señor Cañizares, trasladando los designios y la voluntad de Dios por la Unidad de España.

– El poder del capital sobre el Estado, con apellidos del franquismo en las grandes fortunas, con la corrupción salpicando a las familias políticas.

– Involución en la práctica hacia un «Estado Católico», incumpliendo a diario y reiteradamente el mandato constitucional de aconfesionalidad. Los ejemplos son muchos, graves y en aumento: la LOMCE, nueva ley de educación, plantea por primera vez la Religión como materia evaluable en todos los niveles educativos, compitiendo con Cultura Científica, y con más horas que muchas materias académicas; la reiterada presencia genuflexa en actos religiosos del Jefe del Estado, de Ministros, Alcaldes, presidentes de Autonomías; las rotativas de cargos públicos, como la ministra de Empleo, pidiendo en público y de manera oficial a la Virgen o al Patrón que solucione los problemas; la condecoración y nombramientos de alcaldes y alcaldesas de honor a vírgenes y santos en todo el territorio; la proliferación de procesiones, que reproducen el mismo cuadro del franquismo: autoridades religiosas, civiles y militares presidiendo, y la legión desfilando delante al ritmo del himno nacional. Y esto se defiende por «la tradición». Precisamente ese es el peligro, el origen y la naturaleza de esas manifestaciones, y manteniéndolas e incrementándolas se fomenta y perpetúa una historia, la de los vencedores, y sirve para ocultar la memoria de la historia real.

Como recordaba el juez Garzón: «el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla». Yo creo que el pueblo español tiene la suficiente madurez para recuperar la memoria revisando y analizando la historia, y espero que sepa trasladar al presente las lecciones de esa historia, para no ayudar por acción u omisión a que pueda repetirse.

José A. Naz Valverde. Miembro del colectivo Prometeo y de Córdoba Laica

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.