El rostro de Leila Jaled formará parte, para siempre, de la memoria gráfica de los años 70. Con apenas 24 años, puso cara a la causa palestina de la forma más dramática y espectacular posible: secuestrando dos aviones comerciales con el objetivo de dar a conocer la tragedia de su pueblo y liberar presos del […]
El rostro de Leila Jaled formará parte, para siempre, de la memoria gráfica de los años 70. Con apenas 24 años, puso cara a la causa palestina de la forma más dramática y espectacular posible: secuestrando dos aviones comerciales con el objetivo de dar a conocer la tragedia de su pueblo y liberar presos del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP).
Su contundente acción y sus seductoras facciones, envueltas en la típica kefiya, el pañuelo tradicional, la convirtieron, para unos, en una heroína y, para otros, en una de las primeras «terroristas» de las que se tienen noticia.
Desde su domicilio en Amán, Leila, de 64 años, miembro del Comité Ejecutivo del FPLP y de la Unión de Mujeres Palestinas, rechaza este calificativo que considera politizado: «para parte del mundo, todos los árabes somos terroristas».
Lamenta también los errores que empañan la causa en la que milita desde los 15 años, aunque se niega a hablar de un fracaso. «Mientras haya gente que mantenga sus principios y transmita a las nuevas generaciones nuestra causa, mientras haya refugiados o mientras un solo niño lance una piedra contra un tanque israelí, los palestinos no habremos sido derrotados».
En esta entrevista con elmundo.es, Leila repasa su vida de militante por la causa palestina.
Pregunta.- ¿Cómo comenzó su militancia en el FPLP?
Respuesta.- «Antes de 1967 ya militaba en el Movimiento Nacional Arabe, cuyo objetivo era la liberación de Palestina y la unidad árabe. Durante la Guerra de los Seis Días, con la que Israel conquistó toda Palestina y parte de los países vecinos, daba clases en Kuwait. La guerra motivó que varios líderes del MNA fundaran el FPLP, enfocado en la liberación de Palestina. Y me integré inmediatamente. Por dos años me dediqué a reclutar simpatizantes en Kuwait y en 1969 vine a Jordania para entrenarme en un campo».
Era el principio de su vida como militante armada, que no abandonaría hasta 1982 para convertirse en líder política. Pasó tres meses en Amán aprendiendo a usar armas antes de ser «asignada a mi primera misión de secuestro».
P.- ¿Era la única mujer del campo?
R.- «En absoluto, había muchas mujeres porque en aquel entonces todos lo considerábamos nuestra obligación y nadie podía impedir que sus hijas, al menos, se entrenasen, aunque luego regresaran a sus trabajos. Pero muchas rechazábamos volver antes de completar alguna misión».
Ella fue una de las que más activamente se opuso a jugar un papel secundario, algo que nadie le pidió. «En las reglas internas del FPLP, hombres y mujeres somos completamente iguales, y eso se traducía en las acciones. Antes de mí, otra mujer había participado en un ataque terrestre en Zurich y otras lo habían hecho en los territorios ocupados. Eso era algo que apenas se sabía», de ahí que Leila fuera conocida como la primera guerrillera palestina.
«Fui asignada a la primera misión y, al cumplirla con éxito, un año después volvieron a encargarme otra: el secuestro de un avión de El Al (compañía israelí), uno de los tres secuestros simultáneos de 1969».
P.- ¿Cómo se llega a la decisión de adoptar el secuestro como táctica?
R.- «Queríamos tocar una campana que llevara al mundo a escucharnos. La comunidad internacional nos ayudaba como refugiados, necesitados de ayuda humanitaria, de comida, de alimentos. Nadie nos veía como un pueblo con una causa. Teníamos que hacer algo que llevase al mundo a preguntarse quiénes somos los palestinos, y también queríamos liberar a nuestros presos en manos de los israelíes. Esos fueron los objetivos a lograr».
Avión detonado
El primero de los secuestros tuvo, en agosto de 1969, como objetivo un avión de la TWA que cubría la ruta Roma-Atenas. Fue desviado a Damasco no sin antes sobrevolar Haifa, por deseo de Laila, que deseaba ver, aunque fuese a miles de pies de distancia, su ciudad.
Una vez en territorio sirio, la tripulación y el pasaje fueron evacuados antes de hacer explotar el avión. Nadie resultó herido, aunque parezca milagroso. Tras someterse a cirugía estética, un año después participó en su segundo secuestro, una acción simultánea en la que fueron capturados tres aviones, el 6 de septiembre de 1970.
Leila participó en la toma del vuelo de El Al procedente de Amsterdam. El otro secuestrador se enzarzó en un tiroteo con los agentes israelíes en el que ambos murieron. Leila no se atrevió a usar las dos granadas de mano que llevaba y fue detenida cuando tomaron tierra en Londres. Tras pasar menos de un mes en prisión, fue liberada como parte de un intercambio de prisioneros forzado por otro secuestro del FPLP.
P.- ¿Nunca le atormentó la idea de poner en peligro vidas de personas que nada tenían que ver con el conflicto palestino?
R.- «No, porque tenía respuestas a todos esos dilemas. Israel también usaba aviones civiles para transportar armas, y nuestro objetivo eran aviones norteamericanos, cuyo país apoya a Israel. En el vuelo (de la TWA) se suponía que viajaba Isaac Rabin, entonces embajador israelí en Estados Unidos, lo que lo convertía en un objetivo para nosotros. Sabíamos que la gente no estaba implicada, pero teníamos instrucciones estrictas de no herir a nadie, ni a los pasajeros, con quienes no tratábamos, ni con la tripulación. Y conseguimos este objetivo: en todos nuestros secuestros, que se produjeron entre 1968 y 1970, nadie salió herido. Por supuesto, y lo sé, la gente se aterrorizaba, pero no lo hacíamos porque nos gustase, sino porque nos sentíamos obligados a ello. Cuando conseguimos nuestros objetivos, en 1970, cesamos los secuestros. Era una táctica, no una estrategia a seguir. No pretendíamos obtener una respuesta de los secuestros, sino de la revolución que siguió a ellos».
Guerra civil libanesa
Para entonces, Leila Khaled ya formaba parte del Comité Central del FPLP, encargado de definir las tácticas y los objetivos del partido; ya nunca abandonaría su posición. «En 1976 decidimos parar todas las operaciones fuera de territorio palestino porque estábamos siendo atacados en el Líbano y no queríamos atraer la atención de la comunidad internacional fuera de Palestina».
Regresó al Líbano tras su liberación, ya que el monarca hachemí había expulsado a los militantes palestinos de Jordania durante el ‘Septiembre Negro’. Años después, en 1973, se enfrascó en otra lucha, esta vez contra el Ejército libanés que intervenía en los campos palestinos para abortar cualquier intento de rebelión. En 1974 fue nombrada miembro del Comité Ejecutivo de la Unión de Mujeres Palestinas, lo que duplicó su trabajo en los campos de refugiados.
Faltaba un año para que estallase la Guerra Civil libanesa, precisamente con un ataque contra un autobús palestino en Beirut.
«Me ví obligada a tomar de nuevo las armas y, con más razón, lo haría en 1982 cuando los israelíes invadieron el Líbano y me desplacé al sur para combatir contra ellos. Sólo lo dejé aquel año al quedar embarazada».
Encinta de su primer hijo, Bader, Leila abandonó el país de los cedros junto con el resto de militantes de la Organización para la Liberación de Palestina, que englobaba a todos los grupos y era liderada por Yasir Arafat. Con ello, se cumplía el acuerdo de cese al fuego de la ONU, que implicaba también la retirada israelí, algo que no hicieron.
Su destino sería, esta vez, Siria, donde se ocuparía de la responsabilidad política de educar a sus hijos hasta 1992, cuando regresó a Amán, desde donde hoy, observa, con pesar, cómo el conflicto israelopalestino ha derivado en una lucha fraticida.