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Memorias de una corresponsal de guerra

Fuentes: La Jiribilla

En el aluvión audiovisual y digital de este momento, varía bastante la labor profesional de un periodista en función de corresponsal de guerra. En primer lugar porque las guerras comienzan a ser «clonadas», simbolizadas por los aviones sin pilotos, al parecer invulnerables -al menos hasta hace pocas semanas cuando fue derribado uno de ellos en […]

En el aluvión audiovisual y digital de este momento, varía bastante la labor profesional de un periodista en función de corresponsal de guerra. En primer lugar porque las guerras comienzan a ser «clonadas», simbolizadas por los aviones sin pilotos, al parecer invulnerables -al menos hasta hace pocas semanas cuando fue derribado uno de ellos en Irán y se deben saber cuáles son sus misterios. El ejemplo más cercano es la guerra de agresión del Complejo Militar Industrial de EE.UU. contra Libia y especialmente contra Gadaffi. En esta «contienda», quedó demostrado también cuán difícil fue reportar para los «corresponsales de guerra», lo subrayo porque fue una guerra sin acceso al campo de batalla.

La corresponsalía de guerra es una especialidad o modalidad del periodismo de todos los tiempos. Kelly anduvo con los mambises por los campos de Cuba, Matheus subió a la Sierra Maestra y verificó la existencia del Ejército Rebelde e hizo conocer la verdad al mundo de que Fidel estaba vivo. En ambos casos, y hasta hoy, los periodistas arriesgaban su vida pero sabían de dónde venía la acción enemiga, según el bando donde estuviese realizando su función. Ahora es diferente. Aunque siempre existió la intriga e incluso la mentira de parte del agresor, en la actualidad el periodista debe enfrentarse, en primer lugar, a una guerra mediática feroz y básicamente monopolizada.

Tengo dos experiencias básicas como corresponsal de guerra: en el primer caso era totalmente inconsciente de que realizaría esa función, pues me tomó por sorpresa, cuando acababa de graduarme y aún no trabajaba en ningún medio de prensa. Me refiero al asalto al cuartel Moncada el 26 de Julio de 1953, cuando sin experiencia alguna confundí en medio del carnaval los «cohetes chinos», o fuegos artificiales, con los tiros del combate. Pero aún así pude llegar con periodistas profesionales al lugar de los hechos. Ya había cesado el combate, mas pudimos conocer in situ lo ocurrido y las consecuencias inmediatas, o sea, los crímenes extrajudiciales que desde ese mismo día se produjeron hasta ver a dos combatientes: a Haydée y Melba, participar en una conferencia de prensa, donde el Jefe del Regimiento mintió sobre la procedencia de los revolucionarios y las armas que expusieron en la sala; pero los periodistas pudimos constatar y los gráficos fotografiar el testimonio de los crímenes, si bien la censura prohibió que se publicara otra versión del hecho que no fuera la oficial y la mía demoró casi cinco años en ser revelada parcialmente en la Sección En Cuba, de Bohemia, y totalmente después del triunfo de la Revolución.

Mi otra experiencia -totalmente consciente- y más contemporánea, cuyo «síndrome» todavía está vigente en el agresor: fue la guerra de Vietnam. Entre 1965 y 1975 trabajé -periódicamente- como corresponsal de guerra en el Sur (Nam Bo o la Conchinchina) y en el Norte, no menos de ocho veces en esa década. Aquella fue una guerra de agresión feroz, pero se veían los aviones de reconocimiento además de los F-105 y se detectaba rápidamente el ataque de los famosos B52; al menos en mi caso. Se veían los tanques de guerra y podía llegarse a las posiciones militares del FNL. En Vietnam hubo centenares de corresponsales de guerra extranjeros que también se sustituían periódicamente, y enviábamos por el Telex, o por la radio las crónicas o informaciones, sobre el frente agredido, en nuestro caso, o el agresor en el de otros.

Las agencias de noticias internacionales tenían a sus reporteros en el frente. Y todos podíamos ver o entrevistar en el Norte o en el Sur a los pilotos cuyos aviones eran derribados por el Frente de Liberación, los vietcong para los yanquis. Camarógrafos norteamericanos y vietnamitas, fundamentalmente, iban con sus tropas al frente de guerra que era todo un país. Ahí están las escenas tomadas en el delta del Mekong y los filmes que se realizaron a partir de ellos fueron vistos en el mundo entero.

Santiago Álvarez tomó todos los detalles de uno de los tantos días de bombardeo terribles a la capital vietnamita y lo plasmó en el Noticiero ICAIC con el titulo de Hanoi Martes 13. Cámaras de cine -enormes por cierto-, de fotorreporteros y hasta grabadoras se movían, aunque con no poca dificultad por los frentes de batalla.

Hoy, al parecer es más fácil, pues con solo un teléfono celular inteligente se puede cubrir un suceso, aunque no una guerra de frentes establecidos, porque, hay que tener en cuenta que ahora no se sabe dónde están los frentes, como se sabía en la Segunda Guerra Mundial antes de Vietnam. El primer ejemplo del uso de los medios digitales para cubrir un suceso bélico de manera efectiva en nuestro continente, fue el golpe de Estado en Honduras.

Desde mi experiencia lo que jamás puede faltar a un corresponsal de guerra es la visión personal y la memoria, porque en los frentes, aún los establecidos, como antes, se puede perder con la mayor facilidad del mundo un bolígrafo, una libreta, o estos mojarse -como en el Vietnam lluvioso y donde uno de los pasos para avanzar eran los ríos profundos. También allí estorbaban las grabadoras o estas se descomponían a causa de la humedad y dejaban de funcionar. Entonces lo que no puede faltar al periodista en general y, sobre todo, al corresponsal de guerra, son la memoria visual y el ejercicio constante de la memoria propiamente dicha, la que se guarda en el «disco duro» de la cabeza de cada quien. Esas memorias biológicas no deben faltar jamás para contar la historia en cualquier guerra, en el momento o después, incluso en la mediática. Para conservar esa memoria hay que descartar o luchar contra el asombro -pues en la guerra todo es asombrosamente duro-, para retener mejor el suceso dramático por más que nos conmueva.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2011/n554_12/554_29.html