Sobre la identidad pretérita y futura y las construcciones a través del rechazo al otro desde España y Europa.
Muchas líneas se han escrito sobre el exilio y el autoexilio propio y ajeno, si bien todo exilio acaba por interpelarnos. El yo y el tú no son más que dos sumandos de un todo: el nosotros, tan sólido, tanto en cuanto seamos capaces de ser solidarios. Intentar aunar los exilios en la segunda década de la nueva centuria con los fantasmas que habitan en España puede resultar inverosímil, pero mantienen ciertos nexos comunes. Pasado y futuro se aúnan en lo que somos y queremos ser. El apoyo a los refugiados procedentes del continente africano, de Siria, Irak y otros países en conflicto bélico, es una parte medular de lo que es o debería ser la Europa del futuro, como lo es en España la necesaria reelaboración de una Ley de Memoria Histórica que nos permita mirar al pasado.
Cuando en Cuarto de la ESO se estudia literatura contemporánea, pocos referentes se hacen a la literatura del exilio. Una memoria literaria sepultada por el canon educativo, que se quedó sin lectores en España y que, en numerosos casos, sigue sin poder reencontrarse con ellos.
Algunos historiadores estiman que México acogió entre 20.000 y 25.000 refugiados españoles entre 1939 y 1942. Los derrotados del bando republicano, no solo perdieron la guerra, sino también sus hogares. Amenazados con la pena de muerte y la persecución, encontraron en el exilio la única salida. México acogió al mayor número de exiliados, quienes harían de aquel país su domicilio permanente. La memoria de este grupo se mantiene y circula mayormente en los relatos y anécdotas familiares y, en buena medida, se ha construido sobre una ilusión, una mitificación intelectualizada, porque el exilio nunca es un sueño grato.
En efecto, la memoria del exilio, ya sea en México o en otros países donde acabaron los derrotados por la guerra, puede que se haya magnificado ante el prestigio de los artistas, catedráticos y gente de importante peso intelectual. No todos los que salieron eran Ramón J. Sénder, Pedro Salinas, José Gaos o Luis Buñuel. En el caso de México, las oportunidades de desarrollo profesional que los exiliados encontraron no siempre fueron las esperadas, algo que no siempre tiende a subrayarse desde la historiografía, concentrada en el tema de las aportaciones desde la cultura y la ciencia. Sin embargo, hay muchos sin nombre, muchas intrahistorias que, como siempre, tienden a ser olvidadas. Salir, huir, escapar, dejar todo para ir a un lugar incierto. Desasosiego, angustia y rabia son los verdaderos compañeros de viaje del exiliado, el equipaje que, igual que lo arropa, lo desarropa. No me voy a extender aquí en los porqués de la necesidad de reconciliarnos con nuestra memoria, ni con la ilegitimidad e invalidez que da una fundación como la de Francisco Franco…, quien quiera ver, que vea. En España no hemos sabido hacer bien las cosas. Los tiempos de silencio que anunciara el título de la obra de Luis Martín Santos, allá en 1962, se impusieron como pacto en la transición. Frente al silencio, la memoria de muchos se fue retroalimentando, pasando de generación en generación. Hace poco se hizo un homenaje en Francia al último español superviviente del campo de concentración de Mauthausen, Juan Romero, evidenciando la deuda pendiente que aún tenemos con el exilio. La declaración de reparación y reconocimiento personal que se hizo sobre su figura en la lucha contra el franquismo y el fascismo en Europa no puede quedar aislada. La futura ley que salga del nuevo proyecto de ley de Memoria Democrática tiene muchos flecos a los que hacer frente. Muchas aristas quedaron fuera del esbozo de la anterior ley de Memoria Histórica. El texto, según parece, prevé la creación de fondos para reabrir fosas, un banco de ADN para las víctimas del franquismo y la “resignificación del Valle de los Caídos”. Asimismo, se espera que pueda ilegalizar asociaciones franquistas tales como la Fundación Francisco Franco. Sin embargo, queda un largo quehacer. Falta una reasignación de los campos de concentración que hubo por España y que historiadores como Javier Rodrigo tuvieron a bien rescatar del olvido. Falta una rememoración del autoexilio y del exilio, de todas aquellas intrahistorias que forman la identidad de tantas narraciones alejadas del discurso oficial. Muchas faltas, demasiadas. La ley de la memoria nació cojeando y ahora deambula en una perpetua demora que sigue resignificándonos. En el tintero queda la vuelta de esos autores a los que les vetaron sus lectores. Palabras que quizá puedan arroparnos, para dejar letras invisibles forjadas en la memoria de la identidad de nuevas generaciones.
Un relato, el del exilio, que como tal no sabe de fronteras y se expande por la Europa. Y es que, en esencia, al margen de todas las disquisiciones que se quieran entablar, la memoria de muchas personas sigue marcada por el hecho brutal del destierro, del exilio y el autoexilio. Pero la memoria no es un tiempo anterior, un indefinido, es un pretérito perfecto, un tiempo vinculado con el presente que actúa y se hace en él. Así, cuando algunos exiliados volvieron no reconocieron su país. Célebre es el caso de Francisco Ayala, quien tuvo que enfrentar la construcción mitificada de un país congelado en su memoria y el país con el que se reencontró a su vuelta. Toda memoria es frágil. La de España, como la de la Unión Europea también lo son.
Volviendo a la ESO, es en segundo y especialmente en tercero cuando los estudiantes se sumergen en esa teórica comunidad política que en 1999 recoge el Tratado de Amsterdam conforme a los principios de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos. No en balde en 2012 la UE ganó el Nobel de la Paz “por su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación, la democracia, y los derechos humanos en Europa”. Desgraciadamente nos quedamos sin saber qué habría pensado el célebre escritor granadino sobre una Europa a la que el fuego le recuerda momentáneamente los exiliados que, más que vivir, desviven en su interior. Mientras, podemos olvidarlos hasta que otro fuego nos recuerde la insolidaridad en la que se alzan las fronteras de la Unión Europeo o hacer algo al respecto. El tiempo, enemigo inexorable de la memoria, nos lo dirá. Porque de eso es, en el fondo, de lo que se trata todo esto, de volver los ojos atrás y convivir con nuestras memorias para poder forjar identidades que no rebosen del sabor amargo de la injusticia y rabia.
Ojalá la letra de los autores exiliados obviados por el canon literario de la ESO vuelva a encontrar lectores y relectores. Ojalá el homenaje realizado a Juan Romero no quede en un gracias por tu vida y acabe siendo el comienzo de un lo siento, un gracias por vuestras vidas y un reconocimiento al otro exiliado, ese que a día de hoy llega a nuestras fronteras. Ojalá en España y la Unión Europa se permita un reencuentro de identidades aunados en la reparación y la solidaridad, pretérita y futura. Quizá así lo que se estudia en la ESO dejará de ser un ojalá para pasar a ser algo real.
En cualquier caso, probablemente sean demasiados ojalá. Esperemos que todo esto no se quede simplemente en un deseo, ese que recoge los recovecos de esa palabra, extenuada y desgastada por su uso, pues en las líneas que la desdibujan se halla la verdadera identidad de muchos de nosotros.
José Antonio Mérida Donoso es doctor en filología, historiador y profesor.
Fuente: https://vientosur.info/memorias-y-desmemorias-en-llamas/