Son tiempos de revoluciones cercanas. Una civilización petrolera que toca a su fin nos convoca a buscar alternativas. Al igual que una sociedad consumista poco viable y muy insatisfactoria como destino humano. En el otro lado de la balanza (re)surgen lo próximo, el cuidado del territorio o el protagonismo ciudadano como referentes de nuevos cambios […]
Son tiempos de revoluciones cercanas. Una civilización petrolera que toca a su fin nos convoca a buscar alternativas. Al igual que una sociedad consumista poco viable y muy insatisfactoria como destino humano. En el otro lado de la balanza (re)surgen lo próximo, el cuidado del territorio o el protagonismo ciudadano como referentes de nuevos cambios sociales. Se levantan laboratorios al margen de recetas prefabricadas. Ojalá se confirmen los malos tiempos para el bipartidismo, las croquetas congeladas y los tomates sin sabor.
Son también otras revoluciones. Lo aventuraron aquellos zapatistas que se levantaron en 1994: mejor hablar de procesos de rebeldía que de revoluciones invernales. Es decir: más procesos horizontales que autoritarismos proyectados; más sociedad con autonomía (democracia radical) mientras se presiona para la apertura de las instituciones modernas (democracias participativas); y construir caminos que experimenten desde hoy dinámicas de emancipación, ya sea cómo nos organizamos para ejercer la política o para comer.
Por ello no es de extrañar que revisitemos nociones como el «mercado», para politizarlo, para hacerlo menos autoritario, más incluyente y sostenible. Los mercados alimentarios son un claro ejemplo. Frente al gran Negocio de la comida (Esther Vivas) buscamos cercanías territoriales y personales, de forma colectiva y cooperativa, para Producir alimentos y Reproducir comunidad (Daniel López). Los mercados globalizados, por el contrario, nos proponen concentrar las decisiones en 7 u 8 cadenas de distribución. Democratizando, eso sí, los riesgos de una alimentación que llenan nuestra sangre de un centenar de sustancias que envenenan a muchas personas en el medio plazo.
Estamos actualizando de forma práctica las contribuciones históricas de Karl Polanyi. En El Sustento del Hombre nos ilustraba cómo la institución «mercado» es vieja y muy plural, aunque ahora parezca un monopolio del capitalismo. Siguiendo la estela del ciclo de movilizaciones más reciente (protestas «antiglobalización», foros sociales, diferentes marchas contra la exclusión, 15M, etc.), se abren nuevos «mercados», precisamente en clave de protagonismo social. Actualmente, el número de personas organizadas en grupos de consumo directo y ecológico ascendería a unas 80.000 en este país. Nuevos «mercados sociales» (que incluyen alimentación y servicios) son construidos de la mano de la Economía Social y Solidaria para unir, de manera sostenible, territorio y consumo. Cooperativismo de cercanía que, a decir de Jordi Via, bien pudiera servir para iniciar un Adiós capitalismo; planes que podrían, en una ciudad como Barcelona, reclamar inmediatamente 30.000 nuevas ocupaciones laborales.
Pero el camino no es fácil. Las viejas prácticas se esfuerzan en «adaptarse» a estas revoluciones cercanas. Son ejemplos notorios las inversiones mediáticas que realizan las grandes cadenas de distribución para presentarse como defensoras de productos locales, mientras sus estanterías acumulan alimentos que recorrieron 4.000 kilómetros de media. Pero, además, producción local no equivale a sostenibilidad. No son sostenibles las relaciones que imponen precios, condiciones asfixiantes a productores locales y hacen desaparecer alternativas de comercialización (mercado tradicional, pequeño comercio, productores artesanales). No crean empleo (neto): desertifican las economías locales. En la misma línea, la apuesta por «mercados turísticos» o «mercados gourmet» (San Miguel en Madrid, la amenaza sobre La Boquería en Barcelona o La Corredera en Córdoba) son ejemplos de adaptación lampedusiana para que la máquina turística e inmobiliaria siga funcionando a su favor. Exigiendo previamente ingentes cantidades de dinero público para su posterior explotación privada, claro está.
Estamos de rebelión frente a los mercados, sí, pero, ¿en qué medida estas iniciativas suponen un avance en la construcción de circuitos cortos de comercialización, más sostenibles social y ambientalmente hablando? Propongo que evaluemos la rebeldía de los (nuevos) mercados de acuerdo a una sencilla gramática, la de las 3 Cs: Cooperación desde abajo (democratización), Cuidados frente a nuestras vulnerabilidades (ecosistemas, necesidades humanas) y que trabajen para la creación de Circuitos cortos alimentarios y energéticos (relocalización). 3C que serían sinónimo de una agroecología (política) en pos de una soberanía alimentaria.
Es evidente que Mercadona, por poner un ejemplo, suspende en cada una de las Cs propuestas. Por contraposición, a escala mundial se extienden los mercados de certificación directa y participativa, donde personas productoras, consumidoras y agentes que quieren acompañar este proceso trabajan para co-responsabilizrse sobre cómo producir, en qué condiciones y a qué precios.
Aquí en la península ya son notorios el empuje de ecomercados en ciudades y pueblos. O la valorización de la producción local en zonas en vías de extinción especulativa (el caso de la horta valenciana frente a los desmanes del PP es un claro ejemplo). Instituciones locales se ven empujadas a abordar el tema, hasta ahora tabú en este país, de las leyes de producción artesanal ante la presión de grupos más organizados de producción más tradicional o ecológica.
Es también tiempo de grises. Por ejemplo, aparecen estructuras que facilitan la creación de circuitos más cortos, pero cuyos criterios de decisión son externos, más verticales y que suponen una ganancia para quienes están más arriba de la pirámide. Sería el caso más reciente de la extensión de iniciativas más verticalizadas como La Colmena dice sí; o la conformación y extensión de nichos de consumo ecológicos de la mano de la pequeña distribución, donde productores cercanos y ecológicos comienzan a tener acceso. En ambos casos: ¿con qué capacidad de decisión?, ¿introducen prácticas más sostenibles en nuestra alimentación o es un marketing controlado por unas pocas manos?, ¿realmente transforman las estructuras de producción y distribución provocando una emergencia de iniciativas en 3C?
Finalmente, existe un potencial práctico en la conexión del renovado municipalismo con economías endógenas, como apuntábamos en el libro Territorios en Democracia (Icaria, 2015). Un papel logístico de los mercados centrales más volcado hacia lo eco y lo local avivaría la construcción de sistemas agroalimentarios más sostenibles. Junto a la creación de parques agrarios y de economía social y solidaria en las zonas periurbanas. El consumo social organizado por instituciones (ayuntamientos, escuelas, hospitales), por la propia ciudadanía (experiencias de compras colectivas en centros de trabajo o en los mercados sociales) o por tiendas amparadas en redes de productores ecológicos (FACPE en Andalucía) son iniciativas que, entre otras cosas, contribuirían a frenar la exportación de productos ecológicos (un 40% en este país).
Por su parte, las propias iniciativas tendrían que prosperar más allá del creciente virus de «islitas agroecológicas» que recorre el país. Habrán de articularse, respetando dinámicas territoriales, para construir mercados con autonomía con respecto a poderes institucionales y financieros. Evitando también las formas «cooperativas» que, situando el crecimiento económico como una fin de su actividad, acaban asimilando los patrones insostenibles de la sociedad de consumo (Eroski es un ejemplo). Enredar islas, pero sin transformarse en herramientas turbocapitalistas o en meras economías paliativas frente a la gran crisis. No perdamos, pues, las 3 Cs de vista en las construcciones de mercados (rebeldes) que están por venir. Nos va la vida en ello.
Fuente: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/MERCADOS-REBELDES-TURBOCAPITALISMO_6_453264682.html