No me extenderé mucho, pero me da la impresión de que José López ha personalizado demasiado el debate, además de desplazar el eje del mismo. Esto no es un debate al estilo «15 M sí versus 15 M no». Mucho menos sobre lo que yo propongo hacer para alcanzar el socialismo. Es un debate de […]
No me extenderé mucho, pero me da la impresión de que José López ha personalizado demasiado el debate, además de desplazar el eje del mismo. Esto no es un debate al estilo «15 M sí versus 15 M no». Mucho menos sobre lo que yo propongo hacer para alcanzar el socialismo. Es un debate de líneas dentro del 15 M, del que yo siempre he participado.
Sí, desde antes del propio 15 de mayo he formado parte, aunque críticamente, de esto. El 20 de mayo publiqué un artículo titulado 22-M: crónica de una abstención anunciada, en el que, tras criticar que IU nos tapara los carteles convocantes de la manifestación primigenia celebrada el 15 de mayo, pagados de nuestro bolsillo por una pequeña célula de compañeros de mi barrio, afirmaba: «Mi voto no será emitido el 22 de mayo, en esa farsa electoral, sino que fue emitido el 15 de mayo, en una manifestación de masas; y seguirá siendo emitido a modo de democracia directa, en las asambleas públicas que ya se están organizando en mi localidad».
Poco después, el 14 de junio, publiqué El sistema es antinosotros, centrado explícitamente en la crítica de los pros y contras del 15 M, donde escribí: «Hay que conectar este movimiento con las luchas, para darle continuidad. Hay que trasladar el poder a las comisiones (barriales, laborales y otras). Quienes esperen una revolución pura, que no albergue contradicciones y prejuicios en su interior, pueden esperar sentados hasta el día de su muerte. Las revueltas son gritos de desesperación. Nuestra tarea es darles coherencia».
Ya entonces decía yo lo siguiente: «Desde el principio, una considerable parte de los participantes en las acampadas, manifestaciones y asambleas han tenido como objetivo prioritario «des-economizar» el movimiento, es decir, impedir que en el mismo se hable una sola palabra acerca de economía (banca, vivienda, paro, presupuesto militar, etcétera), proponiendo que la lucha se centre en unas pocas reivindicaciones de marcado carácter institucional«. Y ese es el debate.
Decía, además, algo que tal vez conteste alguna de las preguntas que José López me lanza casi a modo de entrevista (¿realmente es lo más adecuado?): que el 15M ha demostrado que «las convocatorias tienen más éxito si privilegiamos menos el merchandising de las diferentes sectas de la izquierda y más la unidad en torno a una serie de objetivos básicos». Es un interesante debate que ahora José López saca, pero que ya traté yo hace cuatro meses.
Y es que José López hace un intento noble, que comparto, de refutar el dogmatismo antidialéctico de algunos presuntos marxistas. Lamento que su intento se haya cebado con mi persona, ya que en realidad deberíamos ser aliados en esto. En mi artículo Dogma y derecho, del 19 de enero, se leía: «Marx fue un gigante del pensamiento, pero ni su obra es una nueva Biblia que permita una única exégesis (fuera de la cual todo sería herejía), ni la cita de uno de sus libros llenos de polvo constituye por sí misma un argumento de nada. No es ya sólo que Marx pecara de eurocentrismo, sino que, para colmo, la propia Europa ha cambiado. Lo esencial, el núcleo de su esquema, no obstante, sigue vigente; y por eso vale la pena seguir leyendo libros llenos de polvo; pero los elementos con los que rellenar ese esquema debemos aportarlos nosotros. Nosotros crearemos nuestra propia vía al socialismo, en función de unas circunstancias sociales e históricas concretas y determinadas, cambiando, como proclamó Fidel Castro, todo aquello que deba ser cambiado. Porque la transformación de la sociedad no se alcanzará venerando nuevos dioses, sino negando la necesidad de ningún dios«.
Contestaba por casualidad entonces a algo que López ahora me pregunta acerca del concepto de «dictadura del proletariado», al señalar que algunos militantes «colocan sus conceptos-fetiche por encima (y desligados) de toda praxis» y «se lamentan únicamente de que, en el programa de dicho partido, no aparezca la expresión «dictadura del proletariado», como si estas palabras tuvieran el efecto de una especie de conjuro que, merced a alguna magia negra, generase automáticamente políticas adecuadas. Sin embargo, esta jerga no significaba lo mismo hace un siglo que ahora. En la actualidad, no hace otra cosa que aislarnos de los sectores populares, que (ellos sí) hablan el lenguaje del siglo XXI (y no del XIX).Nos hemos equivocado al continuar hablando de «democracia burguesa», porque, sencillamente, sería más ilustrativo aludir sólo a la segunda parte de la conocida ecuación de Lenin: la que habla de una «dictadura de los mercados». Es más, deberíamos hacer más énfasis (y, afortunadamente, comienza a ser así) en que lo que proponemos es la democracia. La democracia económica (en el sentido etimológico: que el pueblo sea el poseedor del poder económico de la sociedad), que es la única democracia posible y real».
Para José López sería deseable que todos los comunistas fuéramos el clásico zorrocotroco, para criticarnos mejor. ¿Por ser marxista soy un representante de la ortodoxia marxista? Es una descalificación fácil, pero lo dudo. Ya en Trotsky no existe, de enero de 2010, indicaba yo que «se trata, además, de saber identificar cuál es nuestro papel aquí y ahora, lo que supone una superación dialéctica, crítica y creativa del legado teórico de los clásicos del marxismo. Se trata, por último, de renunciar a la jerga, a todo ese caudal de terminología decimonónica que sólo consigue espantar y que jamás podrá encajar en el mundo subjetivo del ciudadano medio. Sólo así, y en el seno del movimiento obrero y de los movimientos sociales, podremos reconstruir unos hábitos de actuación política que dejen de dar la impresión de una disputa extraña, sectaria y marginal».
Decía también entonces: «como dijo Mariátegui, el socialismo latinoamericano no debe ser calco ni copia, sino creación heroica «. El europeo tampoco, añadiríamos nosotros. Hay que superar el eurocentrismo, el dogmatismo, la deshistorización, la pedagogía de la repetición, el sectarismo, la cita mecánica, la extrapolación de experiencias… Para ello, propongo leer a aquellos autores renovadores del marxismo, que practican un marxismo abierto, antidogmático, adaptado al mundo actual«, ya que «podemos diferir en muchas cosas; aprovechar otras; pero, al menos, estaremos creando, estaremos pensando nuestra propia realidad… en lugar de repetir fórmulas del pasado».
Sólo he puesto algunos ejemplos ilustrativos para contestar las preguntas de López. Pero creo que no tiene sentido centrarse en este asunto. Tampoco entraré en que, bien desarrollada, me parece interesante su propuesta para disputar la hegemonía ideológica a los medios de comunicación capitalistas (nada nuevo: Gramsci o Althusser ya trataron esto hace mucho), pero que, lamentablemente, la «división de poderes» de Montesquieu poco o nada tiene que ver con eso. De ahí la confusión. Creo que los conceptos no son neutros, y que hablar de división de poderes no ayuda a las masas a despertar de la pesadilla democrático-burguesa. Pero de eso hablaremos otro día.
Intentaré resumir: no, no creo en la ortodoxia. No, no creo en la sacralización de los viejos conceptos. No, por más que López me inquiera no aportaré recetas para llegar a la revolución, ya que me siento incapaz de hacerlo. ¿Qué propongo? Propongo al 15 M una táctica diferente a la que propone José López. Eso es todo. La táctica que propongo es ligar el 15 M al mundo del trabajo. Lo hago porque sólo así se le hace daño al poder.
Sí, las manifestaciones también han hecho cierto daño al poder. Por eso voy a todas. Por eso iré esta misma tarde a la que hemos convocado. Pero el sistema puede resistir las manifestaciones pacíficas indefinidamente. No puede, en cambio, resistir las huelgas indefinidamente, ya que eso debilita su capacidad para competir en el mercado capitalista.
¿Es compatible la lucha institucional con la lucha en la calle y los tajos? Por supuesto. Ni yo propongo olvidar la primera, ni López propone descartar la segunda. Lo que cada uno de nosotros propone son prioridades. ¿En qué debe centrarse el movimiento? Porque el 15 M no existe. Hay muchos 15 M’s. ¿Qué versión, qué ala del 15 M debemos fortalecer y fomentar? Ahí es donde diferimos José López y yo. Espero que sepamos canalizar las diferencias (para lo cual no ayudan ni el sensacionalista e insultante título de su artículo ni el recurso facilón a declararme oficialmente «dogmático»)
Para mí López está reforzando las posiciones del ala derecha del 15 M (que no es el ala derecha por proponer eso, sino por proponer sólo eso, por proponer que la cosa se quede ahí), además de establecer prioridades teleológicas, según las cuales la lucha política ha de anteceder a la económica. Yo opino que hay que combinar todas las formas de lucha, pero que en estas circunstancias proponer la reforma de la ley electoral no es ni suficiente ni prioriario ni movilizador para las masas que sufren los efectos de la crisis (aunque dicha reforma me parezca una buena medida).
Es López quien establece prioridades teleológicas y etapistas que nos invitan a olvidar o postergar reivindicaciones económicas que él califica de «imposibles» (el sistema nos hace creer que lo que era posible hace unos meses, antes del pensionazo o la reforma laboral, ahora es imposible) en pos de reformas institucionales que, para él, son prácticamente las únicas por las que hay que luchar en esta etapa, por ahora. Para mí, no podemos dejar pasar esta oportunidad de concienciar a la gente en que hay que parar la máquina aquí y ahora y hacerles daño (sólo eso, parar la máquina de la explotación social, les hace verdadero daño). No se confunda José López, porque el sindicalismo de clase, ese que se niega a caer en el «economicismo», ese que cuestiona y ataca (también) al poder político, sigue existiendo y dando sus frutos (a pesar de la terciarización de la economía y a despecho de los sindicatos del sistema, CC OO y UGT).
¿Participo en el 15 M? Sí. Estoy esperanzado y contento de que la gente al fin salga a la calle y proteste. ¿Pero soy crítico con el 15 M? Sí, también. Una cosa no quita la otra. No me da miedo decirlo y que algunos pasen a considerarme el enemigo, precisamente porque estoy contra el dogma, la ortodoxia, la reverencia y la falta de crítica. También contra los dogmas y la ortodoxia del 15 M. Estoy indignado, por ejemplo, con el hecho de que muchos indignados no denuncien decididamente las acciones del imperialismo español en países como Libia o Afganistán y las atrocidades que cometen «nuestros» Estados en la periferia. Me indigna la indignación selectiva de ciertos indignados. Indignado con los indignados. Metaindignado.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.