Por más que sus padres, Luis Faustino y Dolores, trataron de sembrarle en el alma sentimientos nobles y aprecio por lo bello de lo simple y cotidiano, nunca hubo en él momentos de disfrute al contemplar, desde cualquier lugar, el beso fogoso del sol sobre las quietas aguas de la bahía de Cienfuegos, su ciudad […]
Por más que sus padres, Luis Faustino y Dolores, trataron de sembrarle en el alma sentimientos nobles y aprecio por lo bello de lo simple y cotidiano, nunca hubo en él momentos de disfrute al contemplar, desde cualquier lugar, el beso fogoso del sol sobre las quietas aguas de la bahía de Cienfuegos, su ciudad natal, más conocida como «La Perla del Sur».
Su temperamento colérico y vivaz, unido al carácter intranquilo que siempre le ha acompañado a lo largo de sus 82 años de vida, no halló apenas espacio para el amor y la bondad, para la solidaridad legítima para con los demás. Desde temprano mostró apego al insano ejercicio de lastimar y herir, de insultar y provocar al más débil e indefenso. Los méritos dudosos obtenidos tras una reyerta y el regodeo con el abuso mostraron, en más de una ocasión, su baja escala de valores y su potencial tendencia a la violencia. Travesuras rayanas en la tortura y asesinato de animales, provocaciones al más frágil, disfrute con el temor ajeno y bravuconerías a ultranza, fueron los más notables atributos que mostró, convertidos ante los que lo trataron solo en malos recuerdos sobre su imagen.
Ni los nobles jesuitas que fueron sus maestros, ni la educación primaria privilegiada de los Maristas, pudieron enderezarlo. Su falta de escrúpulos y su enorme afán de protagonismo, lo convirtieron en un ser falto de escrúpulos e indolente.
El año 1946 lo sorprendió trabajando en la destilería del antiguo ingenio azucarero San Agustín, ubicado en el municipio de Santa Isabel de las Lajas. Bravucón y busca pleitos, asustaba a sus coterráneos con un arma de fuego, siempre a la vista de todos como un mal presagio y fruto de su apego a la amenaza y a la total impunidad. Hacer sentir el miedo fue la mejor arma que encontró para esconder sus complejos y bajo nivel de socialización. Fue su mórbida pareja en horas de desenfreno y megalomaniaco transitar y de una juventud sin destino aparente.
Esa terca e insaciable búsqueda de reconocimiento, unida a una personalidad sociopática a la que daba rienda suelta mediante la violencia, fueron factores favorables para que el FBI y la CIA lo usaran, indistintamente, como informante y como ejecutor de sus operaciones. La carencia de empatía hacia el prójimo y el insano morbo al lastimar serían sus principales leiv motivs para ejecutar a guerrilleros y revolucionarios en la Venezuela de los 60 y 70, asumiendo el seudónimo del Comisario Basilio, así como planear atentados contra Fidel y otras simpatizantes con la Revolución Cubana. Matar, pues, fue su divisa, y a ella se entregó en cuerpo y alma.
LUIS POSADA CARRILES, PRIMEROS CONTACTOS CON EL FBI, A TRAVES DEL BRAC.
Sus visitas frecuentes, en los años 50, al Cienfuegos Yatch Club, privilegiado centro ubicado en Punta Gorda, nunca fueron para practicar deportes y el disfrute del sano esparcimiento. Fueron el sitio ideal para sobresalir, para venderse sin remilgos ante los hijos de los burgueses y terratenientes, para codearse con el asesino uniformado y el politiquero corrupto, con el lumpen desvalorizado y sobre vividor. En más de una oportunidad se le vio, haciendo del alarde su bandera, bravuconear su pertenencia al Buró de Represión a Actividades Anticomunistas (BRAC).
No tuvo el menor recato, pues, de pavonearse ante los demás de ser parte de ese aparato represivo, creado el 27 de noviembre de 1953, mediante decreto No. 1170, subordinado al Ministro de Gobernación. Allí encontró su horizonte venidero, oscuro y detestable. Desde allí, cooperó descaradamente en la persecución de miembros del Partido Socialista Popular y de otros grupos revolucionarios. Y fue precisamente el BRAC quien le abrió las puertas de sus nuevos amos, la CIA y el FBI, a los que se entregaría sin vacilar, en sucio maridaje que dura hasta nuestros días. El BRAC había sido el monstruo ideado por Batista, como forma aún anticipada del COINTELPRO (Counter Intelligence Program o Programa de Contrainteligencia), implantado por el FBI en los Estados Unidos, para investigar y reprimir a los comunistas norteamericanos. Aunque incluyeron otros grupos extremistas como Ku Klux Klan, los Weatherman y el Partido Nazi Americano, sus esfuerzos y prioridades siempre estuvieron dirigidas se contra los comunistas, los Panteras Negras y los grupos no violentos pro derechos civiles como la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano de Martin Luther King. Sin dudas, el BRAC fue uno de los instrumentos del McCarthistismo del FBI, establecido en Cuba por el tirano, funcionando luego bajo la anuencia de Clark Anderson, ex jefe del FBI en Cuba, para complacer a sus amos del Norte. Contó para ello con Mariano Faget, jefe del BRAC, asesino de Pelayo Cuervo en el Country Club habanero. También incluyó Batista en el BRAC a Martín Díaz Tamayo, represor connotado, cuyas manos estaban ensangrentadas por los asaltantes al cuartel Moncada, capturados y, posteriormente, asesinados de manera brutal y repudiable. Por supuesto, Díaz Tamayo, en estrecha alianza con el jefe del Buró de Investigaciones (BI), el coronel Orlando Piedra, y del agente CIA acreditado en México, John Mac Maples Spiritto, no perdonó a los moncadistas y a su jefe, Fidel Castro. Durante los preparativos de la expedición a Cuba, fueron espiados, perseguidos e, incluso, padecieron intentonas de asesinatos organizadas por la CIA, el FBI, el BRAC y el BI. Incluso, cuando Fidel logró llegar a la Sierra Maestra e iniciar un considerable movimiento rebelde, el FBI, en unión del BRAC y del BI, organizó el conocido plan de asesinato contra el líder del M-26 de Julio por parte del agente federal Allen Robert Nye, el que llegó a las serranías orientales el 24 de diciembre de 1958, cerca de Santa Rita, actual provincia de Granma, con ese criminal propósito. Juzgado posteriormente, abril de 1959, fue sancionado y luego, por voluntad política de Cuba, expulsado del país.
El BRAC acogió a Posada desde muy temprano, atraído él por aquella denominación de «anticomunista» que no aparecía en otros órganos represivos como el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el Buró de Investigaciones (BI), el Servicio de Inteligencia Regional (SIR), la Policía Nacional, la Policía Secreta y la Policía Judicial, Tribunales de Urgencia y otras bandas de asesinos de tipo paramilitar. Allí conocería a otras personas de su misma calaña como Bernard «Macho» Barker, Virgilio R. González y Eugenio R. Martínez (Musculito), con los que participaría mucho después, sin imaginarlo, bajo la sombra de la CIA, en la guerra sucia contra aquellos cubanos revolucionarios que desplazaron del poder a sus socios de la burguesía.
Para los años 50, cuando los años caían sobre él advirtiéndole del adiós a su descontrolada adolescencia, Posada Carriles laboró en una empresa nombrada CEFI y no cesaba de mostrar su abierta oposición al clamor ciudadano por cambiar la realidad política del país. En esta hora de definiciones y tránsitos difíciles, de esperanzas nacientes y sueños redimidos, Posada Carriles negó al porvenir y prefirió al pasado. Con la triunfante Revolución anunciando cambios incalculables, se trasladó en 1959 a la Habana, temeroso y frustrado, huyendo de su ciudad natal ante el peligro de ser vinculado con los torturadores y batistianos de cuya amistad se pavoneó en más de una ocasión. Fue éste su primer temor y su primer gran descalabro, la puesta en duda de los valores que había defendido hasta el momento y el anuncio de que en Cuba no habría espacio para gentes como él. Así se marcho, en silencio y discreto, de Cienfuegos. Estaba claro que ese adiós sería el definitivo y no volvería nunca más a ver a su ciudad natal, a la que le temió alguna vez. Se fue, es cierto, pero no se llevó a Cienfuegos en el corazón. Se la arrancó de un solo tajo y para ella solo guardó odio y animadversión, tal como lo hizo con su propia Patria. Tal vez esa sea la razón por la que nunca se le escuchó hablar de ella con nostalgia, ni la guardó en algún lugar del alma como lo hacen los hombres buenos ante el desarraigo y el exilio alguna vez.
En su odio permanente participarían con él otros cienfuegueros de nacimiento como los hermanos Lora Hernández y Enrique Basas, quienes promovieron oscuras y dañinas correrías con tal de herir a los suyos, a los que se quedaron allí, conviviendo con la vida y construyendo un hermoso porvenir.
Ya en la Habana, la contrarrevolución le abrió sus puertas y le cifró sus esperanzas. Contactó sin remilgos con los contrarrevolucionarios recién salidos de Cuba, así como los que todavía quedaban en la Isla, y con ellos conspiró, tejió crímenes y propuso tenebrosas acciones. Se regodeó con mal disimulada alegría por las acciones de aquellos que trataban de vengarse de los cubanos atacando embajadas y representaciones de la Isla en el exterior, asesinar milicianos y maestros. Ante la guerra terrorista impuesta contra ella, la Revolución, sin embargo, continuó su paso seguro hacia el porvenir.
LUIS POSADA CARRILES: INFORMANTE DEL FBI Y TERRORISTA SIN TRABAS.
Ya en la Habana, Posada Carriles comenzó a laborar en 1960 en la empresa norteamericana Firestone, donde pudo establecer vínculos con oficiales de los servicios secretos norteamericanos como David Atlee Phillips y David Sánchez Morales, uno de los principales operativos de la CIA en Cuba en esos momentos, así como mantener sus vínculos con el FBI. Su alianza con estos hombres marcaría su vida ulterior y daría inicio a oscuras y venideras relaciones con estos personajes, a quienes se vincularía como contrarrevolucionario y terrorista convirtiéndose para ellos en un soldado incondicional y duradero.
Posada, ávido por sobresalir y hacerse notar dentro de los opositores a la Revolución en 1960, trabó contactos con terroristas radicados en Miami, con los que coordinó el envío de armas para la contrarrevolución interna. Sin perder su apego a las balandronas habituales en él, en varias ocasiones alardeó de una supuesta fuga ante el G-2 cubano, cuando en uno de sus viajes entre Miami y La Habana fue detenido por éste y logró escabullirse de sus manos. Esta sospechosa historia no ha sido comprobada y puede quedar como una muestra más de su megalomanía.
Sus primeros contactos de la CIA permanecerán vigentes durante las décadas venideras como un compromiso incondicional entre ambos. El propio Atlee será unos de sus cabecillas operativos, primero como jefe de la «Operación 40» desde 1960 hasta 1973 y, luego, como Jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA en 1975. La Agencia será su eterna empleadora y recurrirá a él sin dilación en cualquier momento en que le sea necesario un gatillo alegre y sin escrúpulos. Mientras tanto, se mantuvo como informante del FBI.
Cuando cumplió 33 años de edad se asiló en la embajada argentina en la Habana bajo el pretexto de ser perseguido por el G-2. Abandonó su patria para siempre, cargado de resentimiento, el 25 de febrero de 1961, y se trasladó a Miami, vía Méjico. En la ciudad floridana se vinculó a grupos terroristas organizados por la CIA, integrando una célula denominada «Halcones Negros», perteneciente a la organización Unidad Revolucionaria. En esa etapa se destacó por su destreza y puntería, ejercitada en su juventud ante animales indefensos como una cotorra de sus vecinos, lo que le mereció el apodo de «El Cazador». Fue sospechosa su presencia en Dallas, Texas, unos años después, cuando fue asesinado el presidente John F, Kennedy, víctima de una conspiración urdida por la CIA, el crimen organizado y la mafia miamense. No es descartable, pues, que las ansias magnicidas hayan tenido sus oscuros inicios en noviembre de 1963, en la ciudad de Dallas, ya que Posada fue visto en una reunión efectuada en una casa de contactos de la CIA en la ciudad de Miami, en la que se encontraban Antonio Veciana, Lee Harvey Oswald, así como Ignacio y Guillermo Novo Sampoll; luego fue visto junto a otros terroristas de origen cubano, deambulando alrededor del lugar en el que se cometió el magnicidio.
Previo a estos hechos, su odio in crescendo hacia los cubanos de la Isla, amasado entre la impotencia y el desarraigo auto impuesto, lo llevaron a involucrarse a la frustrada invasión de Playa Girón. El 7 de marzo de 1961, según declaraciones de José Raúl de Varona, entonces jefe de la inteligencia de la Brigada 2506, fue enviado a la base de Retalhuleu, en Guatemala, sede de la fuerza invasora y a instancias del entonces jefe de la inteligencia Civil de la misma, Raúl Sanjenis, junto a un grupo de 53 individuos encabezados por Vicente León. Este grupo, cuyo indicativo era «Operación 40», poseía, como misión operativa y autónoma dentro de la fuerza invasora, operar en la retaguardia de la misma con el propósito de realizar labores de inteligencia y exterminio de las autoridades de las localidades capturadas por la fuerza mercenaria. Una rigurosa preparación en técnicas de tortura e interrogatorios, manejo de explosivos y otras, capacitó a Posada Carriles y a 36 de sus socios como oficiales operativos. Allí trabó amistad con otros como él, cargados de odio, como Félix Rodríguez Mendigutía (El Gato), Orlando Bosch Ávila, Dionisio Suárez, Antonio Veciana, José Basulto, Gaspar Jiménez Escobedo, Jorge Mas Canosa y muchos más. Eran los cachorros de la División de Asuntos Domésticos en la ampliamente conocida Estación JM/Wave, radicada en Miami, bajo la tutela directa de sus antiguos conocidos de la CIA David Atlee Phillips y su tocayo David Sánchez Morales, así como de Frank Sturgis y Howard Hunt, estos dos últimos posteriormente involucrados en el escándalo Watergate, durante la presidencia de Richard Nixon.
En ese año de 1963 también se le ubicó trabajando un corto período como miembro de la tripulación de uno de los buques madre de la CIA, nombrado Venus, desde donde participó en agresiones contra instalaciones cubanas y en asesinato de personas inocentes.
Dotado ya de amplios conocimientos en el arte de la guerra sucia, participó Posada Carriles como instructor en el campamento de insurgencia José Martí, ubicado en Polk City y perteneciente a la Junta Revolucionaria Cubana (JURE), de amplia historia en la guerra sucia contra Cuba y aupada por la CIA, a fines de 1963 y parte de 1964. Allí no tuvo reparo en enseñar a sus pupilos las más novedosas técnicas de tortura y subversión aprendidas de sus profesores de la CIA. Durante el transcurso de este período, Posada Carriles completó su entrenamiento en Fort Benning como oficial de las fuerzas armadas norteamericanas con la matrícula de identificación C 2 312 445, en marzo de 1964. Es en ese período, de acuerdo con documentos desclasificados en mayo del 2005, que Posada Carriles es atendido por la CIA para desarrollar actividades contra el territorio nacional cubano y subvertir el orden constitucional en otras naciones del continente, lo que no tardaría en hacer cuando en 1965 se unió a Manuel Artime, como integrante del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR). Durante esta etapa se trasladó a Nicaragua, desde donde realizó varias acciones terroristas contra Cuba.
No era útil tan solo en el constante arremeter contra Cuba. Podría, y así lo hizo, ser útil en cualquier lugar donde la Agencia operaba de manera solapada y encubierta. El 19 de abril de 1965 participó, dirigido por Roberto Alejos Arzú, dentro de Guatemala, en un intento para derrocar al gobierno de ese país. Detrás de esta operación subversiva estaba la mano de las ultraderechas norteamericana y guatemalteca, así como de su instrumento de inteligencia y sedición: la Central de Inteligencia de los Estados Unidos. De acuerdo con el Archivo del FBI No. 2-380, fechado en Miami, Fla., el 17 de mayo de 1065, donde se detalla su implicación en este caso, Posada se vinculó a Alejos Arzú, residente entonces en Miami, junto a un grupo de terroristas cubanos. Para esos planes contaban con un vasto arsenal de armas y explosivos. Posada y sus cómplices fueron protegidos nuevamente por la CIA y el FBI, siendo exculpados de cualquier cargo.
Unos meses después, en julio de 1965, se vio implicado en un plan desarrollado por la organización terrorista Representación Cubana en el Exilio (RECE) para efectuar un sabotaje contra un barco cubano en la República de México, específicamente en el puerto de Veracruz. Lo acompañaron en esta aventura Jorge Mas Canosa y Ramón Escarda Rubio. Planeando ser el ejecutor del hundimiento del barco, recibió 5 000 dólares para el operativo criminal. Según consta en el Archivo del FBI No. 105-8280 Miami, Florida, del 13 de julio de 1965, desclasificado el 16 de abril de 1998, «El 11 de junio de 1965, un exiliado cubano experto en demoliciones y el uso de explosivos, instruyó en estas técnicas a tres cubanos que estaban a punto de infiltrarse en La Habana, Cuba, bajo los auspicios de la Representación de Cuba en el Exilio (RECE).»
«El 2 de julio de 1965, el MM T-1 informó que un refugiado cubano asociado a los activistas cubanos en Miami, que había proporcionado información confiable en el pasado, había afirmado que el 25 de junio de 1965, Luis Posada Carriles había dicho que Jorge Más Canosa le había pagado 5 000 dólares para cubrir los gastos de una operación de demolición en México.»
«Posada dijo que planeaba colocar minas magnéticas en buques cubanos o soviéticos en el puerto de Veracruz, México, y que tenía 100 libras de explosivos C-4 y detonadores. Luis Posada dijo que estaba preparando ciertos documentos que probaran que él era puertorriqueño con el fin de obtener una visa de entrada en México.»
Sus antiguos vínculos con el FBI, evidencian que Posada haya mantenido permanentemente informado al Buró de sus actividades, en la condición de informante secreto del mismo dentro de grupos como la JURE, el RECE y el MRR. Estas sospechas se irán fortaleciendo con evidencias que aparecerán posteriormente, ya que siempre el FBI le exculpó y le tendió la mano a lo largo de su devenir como terrorista.
POSADA CARRILES y SU ALIANZA CON EL FBI EN DECADAS POSTERIORES.
Por encargo expreso de la CIA y la complacencia del Buró, Posada se encargó de participar en una diversidad de operaciones encubiertas en América Latina, que contemplaban el asesinato político, las desapariciones forzosas y torturas, la represión selectiva para provocar el descabezamiento de los movimientos revolucionarios y progresistas, así como la internacionalización del miedo y la violencia. Para cumplir sus fines, contó con las decenas de terroristas de origen cubano como él, como Orlando Bosch, Virgilio Paz, los hermanos Novo Sampoll, Gaspar Jiménez Escobedo, Dionisio Suárez y muchos otros.
Una parte considerable de nuestras naciones latinoamericanas padecieron en esa época un permanente desangramiento sin parangón en su historia, en la medida en que el poder castrense fue entronizándose en las naciones del continente: primero en Paraguay (1954); luego en Brasil (1964); y, posteriormente, en otras naciones del Cono Sur como Perú (1968), Uruguay (1972), Chile (1973), Argentina (1976) y Bolivia. Fue la macabra época de los generalatos, torturas y desapariciones, protagonizadas por hombres sin escrúpulos como Alfredo Stroessner, Rafael Videla, Augusto Pinochet, Hugo Banzer y el no menos cruel, aunque civil, José María Bordaberry. Fue tal la bochornosa dependencia y la sumisión a Washington, que varios gobiernos, en apariencia democráticos, optaron por recurrir al patrocinio militar para enfrentar los justos reclamos populares. Así sucedió en Uruguay, Guatemala, El Salvador y Honduras.
La ideología de los generales, influida notablemente por el fascismo y las doctrinas de la ultraderecha conservadora norteamericana, tenía el doble propósito de detener, por un lado, a la legítima lucha de los pueblos y, por otro, incrementar los niveles de dependencia al capital extranjero. Toda esta amalgama ideológica, sustentada por la doctrina de la Seguridad Nacional, descansó en la defensa a ultranza del desarrollo de un capitalismo dependiente al capital foráneo y de las estrategias de desarrollo diseñadas por teóricos norteamericanos, así como en la represión y estigmatización de quienes propusieran otras alternativas de progreso. El ejemplo cubano fue excomulgado, censurado y perseguido, así como aquellos que le defendían como alternativa más viable para sus países.
La Operación Cóndor fue la consumación de los planes norteamericanos para garantizarse un traspatio seguro en la región y representó la internacionalización del terror por parte de los militares latinoamericanos. Sin lugar a dudas, luego de haberse establecido en un encuentro realizado a fines de noviembre de 1975, durante una reunión en Santiago de Chile y bajo la anuencia directa de Pinochet, en la que participaron represores de Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, se crearon las condiciones organizativas, técnicas y financieras para llevar a cabo operaciones a gran escala, internacionalmente coordinadas, y encaminadas a reprimir de conjunto a las fuerzas progresistas de la región. Los argentinos, al igual que sus socios chilenos, paraguayos y uruguayos, desempeñaron un rol relevante en estos planes, apoyándose en una masa de más de un centenar de terroristas de origen cubano. La CIA, artífice de este plan criminal, colaboró con los militares sudamericanos en la confección de los listados de las potenciales víctimas. A la par, tanto ella, como el FBI, patrocinadores del terrorismo institucionalizado, supervisaron todo el andamiaje de muerte, torturas y persecuciones que arrebataron a nuestro continente centenares de víctimas.
El beneplácito de Washington ante el golpe de estado en Chile, el fortalecimiento de los órganos represivos como la DINA y la eliminación selectiva, hallaron eco en el propio Secretario de Estado norteamericano, cuando éste le expresó a Augusto Pinochet durante un encuentro que ambos sostuvieron en junio de 1976: «… en Estados Unidos simpatizamos con lo que usted está tratando de hacer aquí».
¿Qué papel desempeñó Posada Carriles en esta maquinaria de muerte internacionalizada por la CIA norteamericana y monitoreada por el FBI desde sus oficinas en las embajadas yanquis en América Latina?
Posada Carriles arribó a Venezuela a fines de 1966 y comenzó a laborar, por instrucciones de la CIA, en una Sección de Inteligencia y Servicios Especiales del MINREX de Venezuela. Un breve tiempo después, se trasladó a la DIGEPOL fungiendo como asesor. Cuando después ésta se convirtió en la DISIP, continuó sus labores en la misma hasta 1974. Siempre mantuvo informado al FBI sobre sus actividades, coordinando con los representantes del mismo en Venezuela sus actividades dentro del Plan Cóndor.
Es en este período que Luis Posada Carriles, auto nombrado como «el Comisario Basilio», desempeñó tareas represivas y de asesoramiento en torturas a sus partners venezolanos. La bella ciudad caraqueña le vio deambulando con sus frecuentes huéspedes provenientes de la Florida. Otras veces, acompañado de esbirros y torturadores, recorrió los barrios de Caracas, en persecución de revolucionarios y gente progresista. Muchas denuncias obran hoy en manos del actual gobierno de Venezuela sobre la participación de Posada Carriles en el asesinato y caza de luchadores de esa nación durante ese período, entre ellos Pancho Alegría, Noel Rodríguez, Ramón Antonio Álvarez, Rafael Botini Marín y muchos más.
Nunca actuó solo en sus correrías, pues para gente como él es necesario tener compañía para que se le aplauda y reconozca. Contó con un grupo de sus amigos de Miami, enviados unos por la CIA y otros seleccionados por él, y otros nacidos en Venezuela, como Ricardo Morales Navarrete, Nelsy Ignacio Castro Matos, Joaquín Chaffardet, Orlando García Vázquez, Rafael Rivas y Hermes Rojas. Este último lo acompañó luego a El Salvador donde se convirtió en uno de sus colaboradores más cercanos durante el gobierno de Napoleón Duarte.
Acostumbrado a sobresalir por cualquier medio, alcanzó un papel prominente dentro de la DISIP que le permitió realizar labores de apoyo dentro del Plan Cóndor, llevando a cabo una fuerte persecución de revolucionarios de otros países exiliados en Venezuela y continuar participando en los planes terroristas contra Cuba. Posada nunca abandonó sus vínculos con el crimen organizado en Estados Unidos, particularmente de la familia de Santos Trafficante, manteniéndose activo en operaciones de tráfico de armas y drogas, como la cocaína colombiana, garantizando el envío de la misma hacia EE UU, a través de Venezuela. Estas actividades delictivas las realizó con pleno conocimiento de sus jefes de la CIA y de la DISIP.
Desde su puesto en la DISIP sirvió como soporte a algunos planes de atentado contra Fidel Castro, como cuatro de ellos preparados por la CIA y el CORU en 1971, a raíz de la visita a Chile del líder cubano, invitado por el gobierno de la Unidad Popular. En estos planes magnicidas participó la CIA en las personas de David Atlee Phillips, Frank Sturgis, Joaquín Sanjenis, Ricardo Morales Navarrete, Gerry Hemmings, Orlando Bosch Ávila y Antonio Veciana. Posada garantizó la documentación de acreditación como camarógrafos de Venevisión a los criminales de origen cubano nombrados Marcos Rodríguez y Diego Medina, quienes asesinarían al dirigente cubano. La DINA pondría su granito de arena mediante el general de los carabineros chilenos José María Sepúlveda, quien facilitaría a los asesinos el acceso a una conferencia de prensa en que participaría Fidel. Otro de los planes alternativos contemplaba el lanzamiento de explosivos desde la terraza del aeropuerto de Lima, por parte de tres contrarrevolucionarios, entre los que se encontraban Eusebio Ojeda, ex capitán del Segundo Frente Nacional del Escambray.
El otro plan alterno, a realizarse en Ecuador, preveía el uso de un fusil de mira telescópica para asesinar a Fidel, disparándole desde un avión parqueado en una zona aledaña al suyo, perteneciente a los hermanos Guillermo y Roberto Verdaguer. El propio Luis Posada Carriles, en unión de Osiel González, dispararía contra el mandatario. Todos fracasaron por diversos motivos, fundamentalmente por el miedo de sus ejecutores a perder la vida en el intento.
Salió de la DISIP venezolana en 1974, un poco cansado de su relativa dependencia, y creó la Agencia de Investigaciones Industriales y Comerciales, pantalla de una estación operacional de la CIA, dirigida a implementar los asesinatos, secuestros y desapariciones de revolucionarios latinoamericanos acordados dentro de la Operación Cóndor. Otra vez se sintió directamente apoyado por sus jefes de la Agencia y estuvo dispuesto a mejorar su imagen dentro de ella.
IMPLICACION DE POSADA CARRILES EN ATENTADOS CONTRA OBJETIVOS CUBANOS EN EL EXTERIOR.
El paso de Posada Carriles a la AIIC, su Agencia de Investigaciones Industriales y Comerciales , no fue un hecho aislado ni fruto exclusivo de su voluntad personal. Ese año 1975 fue el punto de partida de la internacionalización del terror contra la Revolución Cubana y era necesario disponer de una pantalla operativa que les permitiera moverse con impunidad. Los lazos establecidos por Posada con la DISIP y el gobierno venezolano, asegurarían protección e impunidad. Mientras tanto, sus socios de correrías se mantenían cumplimentando las operaciones previstas por la Operación Cóndor. Prueba de ello lo representa el capítulo borinqueño del terrorismo contra simpatizantes hacia la Isla y otras personas progresistas de Puerto Rico.
Otro de los crímenes de esta mafia anticubana en Puerto Rico fue el asesinato del joven de Carlos Muñiz Varela en abril de 1979, cuya única culpa era reencontrarse con la Patria. En este abominable hecho, cometido a mansalva, participó un grupo de criminales autodenominado «Los Amigos de la Democracia», integrado por los ya fallecidos Julio Labatut Escarra, Waldo Pimental Amesto y José «Pepe» Canosa Rodríguez, así como Reynol Rodríguez González, José Dionisio Suárez Esquivel y Pedro Crispín Remón Rodríguez. Uno de estos tres último fue el ejecutor material del asesinato del joven integrante de la Brigada Antonio Maceo.
Con independencia del que el FBI en San Juan tuvo conocimiento con anterioridad sobre estos hechos, tal como lo corrobora la información de una de sus fuentes contenida en FBI – 105-22478, que recoge e identifica a Frank Castro y Reynol Rodríguez como involucrados en planes de asesinatos contra la familia Bras, nunca se tomó medida cautelar alguna contra los futuros comisores de estos delitos. La tolerancia de esta agencia federal norteamericana llegó al extremo de que, habiendo también dispuesto de informaciones sobre la existencia de un abundante arsenal de armas en manos de Frank Castro y Reynol Rodríguez, tampoco hizo nada al respecto.
Posada fundó entonces el CORU, es decir, la Coordinadora de Organizaciones Revolucionarias Unidas, junto a Orlando Bosch, Frank Castro, Roberto Carballo, Guillermo Novo Sampoll y otros, en junio de 1976. Reunidos en República Dominicana pusieron en claro sus pretensiones de internacionalizar el terror no solo contra objetivos cubanos dentro y fuera de la Isla, sino contra personalidades de la izquierda latinoamericana. Las montañas de Bonao fueron testigos exclusivos de esta conspiración. Allí planearon barbaridades tales como el asesinato de Orlando Letelier y Ronni Moffit, y el crimen de Barbados contra una aeronave cubana. No hubo preocupación por las víctimas en sus sádicos acuerdos y confabulaciones, solo un macabro regocijo por el daño a propinar.
Para regocijo de sus promotores, todos estos integrantes del CORU serían bendecidos por sus crímenes. Jamás pagaron enteramente sus culpas. Luis Posada Carriles, luego de ser detenido en Venezuela, logró escapar con la ayuda de la CIA y de la FNCA. El propio Jorge Mas Canosa desembolsó 26 000 dólares para propiciar su fuga. Por su parte, Dionisio Suárez y Virgilio Paz escaparon de la justicia norteamericana por su participación en el asesinato de Letelier y Ronni Moffit, ocurrido el 21 de septiembre de 1976 en la céntrica Massachusetts Avenue, en Washington. Capturados años después, fueron indultados por George W. Bush en el 2001, saliendo de su centro de detención con total impunidad. Otro de ellos, el propio Orlando Bosch Ávila, fue liberado en 1988 cuando el entonces embajador norteamericano en Caracas, Otto Reich presionó al gobierno venezolano, bajo la bendición de George Bush padre, entonces presidente de Estados Unidos.
La Agencia de Investigaciones Industriales y Comerciales, ubicada en la Avenida Libertador, piso Siete del Edificio Majestic, en Caracas, fue donde se planificaron, tanto el asesinato de Orlando Letelier, como varios atentados contra aeronaves cubanas y otros objetivos de la Isla en el exterior. En octubre de 1976, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, participaron en tres atentados contra representaciones e intereses cubanos en Panamá. Posada Carriles los reclutó a ambos y les ofreció pingües ganancias por su participación. Uno de los atentados ejecutado por Hernán Ricardo Lozano y a otro de sus cómplices, nombrado Oleg Guetón Rodríguez de la Sierra Tetriakoff, se realizó entre los días 16 y 18 de agosto de 19976, y consistió en la colocación de dos bombas en Panamá: una en las oficinas de de la aerolínea Cubana de Aviación en el aeropuerto de Tocumen y otra en las oficinas de la propia línea aérea en Ciudad Panamá.
La voladura de una aeronave de Cubana de Aviación el 6 de octubre de 1976, constituyó una de las más abominables acciones terroristas contra Cuba. En este hecho perecieron 73 personas, entre ellos 54 ciudadanos de origen cubano. Sus ejecutores fueron Freddy Lugo y Hernán Ricardo, asociados a Posada y a Bosch en acciones terroristas anteriores. Al día siguiente, 7 de octubre, fue detenido Luis Posada Carriles en compañía de su eterno socio de correrías Orlando Bosch Ávila.
Uno de los hechos en los que se muestra la tolerancia del FBI se manifestó durante el proceso seguido contra autores de la voladura de un avión civil cubano avión civil cubano en pleno vuelo el 6 de octubre de 1976 frente a las costas de Barbados.
Un documento secreto del FBI sacado a la luz pública corrobora que Orlando Bosch, como jefe de la organización terrorista Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), se reunió con Luis Posada Carriles y otros criminales en Caracas el 8 de septiembre de 1976 para definir los tipos de acciones que podrían organizar en territorio venezolano. De la misma manera, un informante del FBI en Venezuela, siempre de acuerdo con la revelada documentación, identificó a Bosch junto a Posada Carriles como los responsables del sabotaje contra el avión cubano, en el cual perecieron 73 personas incluido el equipo juvenil de esgrima de la isla.
Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Encuentro Internacional «Contra el terrorismo, por la verdad y la justicia». Palacio de las Convenciones, 2 de junio de 2005, denunció el conocimiento del FBI sobre el crimen de Barbados: «Los documentos mutilados, con tachaduras, incompletos, pero aun así reveladores de algunos detalles, los documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos, del Buró Federal de Investigaciones, de la Agencia Central de Inteligencia, del Departamento de Estado, prueban, más allá de cualquier duda, varias cosas: que ellos sabían que Orlando Bosch y Luis Posada Carriles iban a destruir un avión civil cubano en pleno vuelo, como dice así, con todas sus letras, este documento, hoy desclasificado, lo tenían tres meses antes de que ocurriera la barbarie de Barbados».
El agregado del FBI en Caracas, en esos momentos, estaba en contacto con el venezolano Hernán Ricardo Lozano, como confirma un informe confidencial de la agencia estadounidense del 9 de octubre de 1976. Lozano había hecho partícipe al FBI de su intención de realizar atentados contra la embajada cubana en Caracas. Por supuesto, el Buró no hizo nada para evitarlo.
Quien se imagine que aquel 6 de octubre de 1976 solamente se dañó, cuando se hizo explotar un avión DC- 8 en pleno vuelo, a sus 73 ocupantes, 57 de ellos cubanos, 11 guyaneses y cinco norcoreanos, se equivoca. El daño afectó a centenares de cubanos, norcoreanos y guyaneses cuyos familiares sufrieron con impotencia las irreparables pérdidas. Muchas fueron las víctimas de este crimen y algunos viven hoy con las heridas sin restañar.
Un informe del FBI, fechado en noviembre de 1976, confirma t la implicación de Luis Posada Carriles en el atentado contra el avión de Cubana de Aviación. «Algunos planes relativos al atentado con bomba contra un avión de Cubana se discutieron en un bar del hotel Anuco Hilton de Caracas, Venezuela. Frank Castro, Gustavo Castillo, Luis Posada Carriles y Morales Navarrete estaban presentes en la reunión». Los detalles finales del atentado contra el DC-8 se discutieron luego en el apartamento de Ricardo Morales Navarrete, en el hotel Anauco Hilton, con la presencia de de Posada Carriles y de Frank Castro. Allí se acordó que el Frente Nacional de Liberación de Cuba (FNLC), debía reivindicar el atentado.
Las maniobras realizadas por los cómplices de los terroristas, de gran influencia dentro de las esferas gobernantes de Venezuela, así como ocultos manejos de la CIA y otras instituciones del gobierno norteamericano, empezaron a manifestarse abiertamente cuando se llegó al colmo de que el propio fiscal militar solicitara la absolución de los detenidos en el Cuartel de San Carlos. Otro elemento de distracción fue la dilatación del juicio a Luis Posada Carriles y a Orlando Bosch, lo que tenía el objetivo de no dar un veredicto final que les arrojara por largo tiempo a la cárcel, mientras se tejían diversos planes para su liberación.
La prisión le atormentaba a Posada Carriles y éste fraguó incontables planes de fuga, buscando cómplices y reclamando a Miami dinero para sobornar a sus carceleros. El 8 de agosto de 1982, Posada Carriles logró fugarse de su prisión y tuvo éxito en introducirse en la embajada chilena en Venezuela. Sin embargo, fue recapturado y devuelto a prisión. Dos años después, el 4 de noviembre de 1984, fracasó nuevamente en otro intento de fuga.
Todo parecía indicar en ese entonces que la suerte de Luis Posada Carriles estaba echada y tendría que pagar por los crímenes cometidos. Sin embargo, la mano tenebrosa de sus cómplices fraguaba entre telones su fuga definitiva. Posada Carriles fue arrestado y juzgado en Venezuela. Pero mientras su juicio estaba en fase de apelación logró escapar de la cárcel el 18 de agosto de 1985 gracias a la complicidad de la extrema derecha cubana de Florida. Después se reunió con el teniente coronel Oliver North en El Salvador y se instaló en la base aérea de Ilopango, donde participó en la organización de la guerra terrorista contra el gobierno sandinista de Nicaragua, proporcionando armas a los «contras».
Un nuevo capítulo de impunidad y sórdidas confabulaciones se cerraba.
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