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Miedo al debate en el acto de presentación del libro de Rafael Rojas

Fuentes: La Jiribilla

El viernes 19 de mayo tuvo lugar la presentación del libro de Rafael Rojas, último premio Anagrama de Ensayo. La presentación empezó tarde y terminó a las 20.45 en el círculo de Bellas Artes. Con extraña prisa desde la mesa dieron por terminado el acto con estas palabras: «A las nueve nos echan» y «muchas […]

El viernes 19 de mayo tuvo lugar la presentación del libro de Rafael Rojas, último premio Anagrama de Ensayo. La presentación empezó tarde y terminó a las 20.45 en el círculo de Bellas Artes. Con extraña prisa desde la mesa dieron por terminado el acto con estas palabras: «A las nueve nos echan» y «muchas gracias por asistir». Cualquier persona que haya ido a un debate en ese local y, desde luego, los cuatro miembros de la mesa, Jorge Herralde, Salvador Clotas, Antonio Elorza y Rafael Rojas, sabe que a menudo los actos se alargan hasta casi las diez. Pero ni siquiera ese cuarto de hora del que en teoría se disponía, se quiso utilizar para dar la voz al público.

Pese a las continuas apelaciones a palabras como tolerancia y libertad formuladas por Herralde, Clotas, Elorza y Rojas, no sólo hubo miedo al coloquio, a las preguntas, a los argumentos, sino que cuando alguien se levantó y dijo que quería hacer una pregunta, el público trató de impedirle terminar haciendo gala de su mala educación. No obstante, la persona que se había levantado terminó su pregunta, si bien Rafael Rojas no quiso contestarla y los miembros de la mesa se levantaron.

Del acto cabe reseñar, primero, algunos comentarios curiosos. Clotas y Elorza coincidieron en señalar el carácter «un poco enciclopédico y un poco laberíntico» del libro de Rojas. «La estructura permite presentarlo de una manera desordenada, como lo estoy haciendo yo», dijo Clotas. Y Elorza señaló las muchas dificultades propias del libro: «Todos estos extraños personajes que toman posiciones a veces incomprensibles para un lector español», y dijo que las dificultades sólo se solventarían incluyendo en el libro el artículo del autor titulado El regreso a las fuentes.

Sorprendentes resultaron las palabras de Elorza sobre los archivos en Cuba. Como es sabido en una columna publicada en El País, en abril de 2005, Elorza denunció: «la destrucción sistemática y la reclusión del material superviviente en infiernos» del material anterior a 1959 que había hecho la Biblioteca Nacional cubana José Martí. El año siguiente, en una breve carta al director sobre un asunto que nada tenía que ver, la traducción de un libro, Elorza «aprovechó» (así decía) para desmentir aquella columna, afirmando que había podido consultar sin dificultad los materiales que por lo visto nadie había destruido ni quemado en el infierno, y agradeciendo lo bien que le habían atendido siempre en la Biblioteca José Martí. Varios lectores de Elorza quedaron consternados en aquella ocasión por lo que tenía todo el aspecto de ser una práctica intelectual deshonesta: utilizar un artículo de opinión para dar un dato que se revelaba falso y mucho tiempo después desmentirlo en una carta al director que ni siquiera estaba dedicada a ese asunto, por lo que difícilmente los lectores que leyeron el artículo podrían llegar a leer la rectificación. Pues bien, ésta fue la versión que Elorza dio del asunto durante su intervención: «Cuando yo he protestado por esto -la destrucción de materiales por la biblioteca José Martí- lo que hizo Rosa Regás fue mandar una misiva a Eliades (Acosta, director de la biblioteca citada) para que cuando yo llegara a la Biblioteca José Martí a trabajar me echase una bronca». ¿Es la verdad lo que le preocupa a Elorza, o son las «broncas»?

También se refirió Elorza a la «actitud de extremada nobleza que une a Rafael con los mejores representantes del pensamiento democrático cubano de hoy, pienso por ejemplo en Raúl Rivero» y aludió a un diagnóstico que Rojas había hecho de la revolución hace una década y que a juicio de Elorza «sigue siendo válido», el diagnóstico era: «la revolución ha muerto».

En cuanto a Rafael Rojas, comenzó su intervención agradeciendo un premio que «seguramente no merezco» y se refirió a su libro como «este ensayo, demasiado extenso y a ratos farragoso como se ha dicho aquí». Insistió, con Elorza, en su «certidumbre de que la revolución ha concluido» y dijo: «el problema de Cuba no tiene que ver con la revolución que, a mi entender, culminó hace décadas ni con el comunismo que acabó en 1992; tiene que ver con el castrismo, un viejo artefacto de la guerra fría que ha desperdiciado lo mejor de la cultura revolucionaria y socialista». Por último habló de la revista Encuentro, a la que describió como «el proyecto intelectual más autónomo», y comentó: «no exagero si digo que en buena medida es también un premio a Encuentro, a su apuesta por un exilio crítico y a la vez tolerante».

Tras la intervención de Rojas, Herralde dio por concluido el acto. Sin embargo hubo alguien que expresó su deseo de hacer una pregunta, y se escuchó un «sí» por parte del editor de Anagrama. La pregunta tal vez parezca pertinente pues empezó refiriéndose a la declaración pública que había hecho Vicente Verdú, miembro del jurado que premió el libro de Rojas, acerca de que este le parecía «un tocho, una guía telefónica mala». El individuo que preguntaba dijo haber la entendido mejor después de las apreciaciones de los presentadores: «laberíntico, farragoso, desordenado, tramos que merecen un desarrollo importante pero no tan extenso» etcétera. Y a continuación, puesto que el propio Rojas había comentado que el premio lo era también a la revista Encuentro y la había calificado de proyecto autónomo, el individuo inquirió por los fondos que la revista recibe de la National Endowment for Democracy, según datos que aparecen en la página web de esta organización. Quiso saber si esos datos eran ciertos y si lo era la vinculación que el New York Times había establecido entre la NED y la CIA. Salvador Clotas respondió que eso no era, al parecer, una pregunta, y los componentes se levantaron de sus asientos mientras el público abandonaba la sala.

Resulta inevitable traer a colación la presentación del libro de Ignacio Ramonet, Fidel Castro, Biografía a dos voces, que tuvo lugar en la Casa de América días atrás. En ella, precedida por numerosos ataques al libro y a su autor, no hubo miedo a entregar la palabra al público, siendo éste, por cierto, bastante más abundante (un anfiteatro con capacidad para trescientas cincuenta personas lleno y con gente de pie frente a una sala con capacidad para cien personas que al final del acto llegó a tener unas setenta).

El acto de presentación de un libro es sobre todo un acto simbólico, pero si de símbolos se trata, parece que el símbolo del unas decenas de personas que eluden el debate es un tanto más moribundo que el símbolo vivo de un anfiteatro lleno y un moderador y un autor que no temen afrontar ningún debate.

Seguiremos informando