Señor Presidente: En realidad, no tenemos un solo motivo para celebrar los 60 años de las Naciones Unidas. El mundo caótico, desigual e inseguro en que hoy vivimos no es precisamente un homenaje a los que se reunieron el 26 de junio de 1945, en San Francisco, para fundar la Organización de Naciones Unidas. Desde […]
Señor Presidente:
En realidad, no tenemos un solo motivo para celebrar los 60 años de las Naciones Unidas. El mundo caótico, desigual e inseguro en que hoy vivimos no es precisamente un homenaje a los que se reunieron el 26 de junio de 1945, en San Francisco, para fundar la Organización de Naciones Unidas.
Desde que concluyó la Cumbre del Milenio, en el año 2000, hasta hoy han muerto de enfermedades prevenibles en el mundo más niños que todas las víctimas de la Segunda Guerra Mundial.
La agresión contra Irak se lanzó no sólo a pesar, sino en contra de la opinión de la comunidad internacional. Ello ocurrió sólo dos años y medio después de haber proclamado solemnemente en la Cumbre del Milenio que: «Estamos decididos a establecer una paz justa y duradera en todo el mundo, de conformidad con los propósitos y principios de la Carta». La Asamblea General ni siquiera pudo reunirse para discutirlo. El Consejo de Seguridad fue ignorado y asistió después a la humillación de aceptar dócilmente una guerra de rapiña a la que antes se habían opuesto la mayoría de sus miembros.
Hay una clara explicación para este estado de cosas: y es que el orden plasmado en la Carta obedecía a un mundo bipolar y a un balance de fuerzas que hoy no existen. «Nosotros, los pueblos» -como dice la Carta-, sufrimos un mundo unipolar, en el que una única superpotenciaimpone sus caprichos y sus egoístas intereses a las Naciones Unidas y a la comunidad internacional.
Por lo tanto, pretender que las Naciones Unidas funcionen de acuerdo con los principios y propósitos consagrados en la Carta es una quimera. No es posible. Y no lo será mientras los países del Tercer Mundo, la mayoría, no nos unamos y luchemos juntos por nuestros derechos.
Si el gobierno de Estados Unidos cumpliera con la resolución 1373, aprobada el 28 de septiembre del 2001 por el Consejo de Seguridad, y con los convenios internacionales en materia de terrorismo, extraditaría al terrorista Luis Posada Carriles a Venezuela y pondría en libertad a los cinco jóvenes luchadores antiterroristas cubanos, a los que mantiene desde hace 7 años sufriendo cruel e injusta prisión.
Si el gobierno de Estados Unidos le permitiera a las Naciones Unidas actuar según la Carta, el pueblo iraquí no habría sido invadido para robarle su petróleo, el pueblo palestino ejercería su soberanía en el territorio que le pertenece y Cuba no estaría todavía bloqueada. No habría tampoco mil millones de analfabetos ni 900 millones de hambrientos en el mundo.
Esto explica el fracaso de la Cumbre de la pasada semana, que se convocó para evaluar el cumplimiento de los modestos compromisos asumidos en las Metas de Desarrollo del Milenio y terminó siendo un lastimoso remedo de lo que debió ser un debate serio y comprometido con los graves problemas que hoy sufre la Humanidad. Fue una farsa completa. No interesaba a los poderosos. Sus intereses egoístas y hegemónicos son contrarios a la aspiración de un mundo más justo y mejor para todos.
Las escandalosas presiones y chantajes sobre los países miembros, después de que el Embajador de Estados Unidos blandiera el garrote y tratara de imponer 750 enmiendas, pasarán a la historia como la prueba más elocuente de que hay que construir un nuevo mundo y unas nuevas Naciones Unidas, con respeto y reconocimiento al derecho a la paz, la soberanía y el desarrollo para todos, sin guerras genocidas, ni bloqueos, ni injusticias. Las negociaciones finales, de las que fue excluida la mayor parte de los miembros de las Naciones Unidas, y el documento final aprobado, en el que se omiten temas vitales para nuestros pueblos, son un vívido testimonio de cuanto decimos.
Mientras llegue el momento en que ese nuevo mundo y esas nuevas Naciones Unidas sean posibles, «nosotros, los pueblos», seguiremos luchando y conquistaremos con nuestra resistencia, otra vez, los derechos que ahora nos son conculcados.
Los poderosos sólo hablan de intervenciones y guerras preventivas, de imponer leoninas condiciones, de las formas más eficaces de controlar a la ONU, a la vez que pretenden legitimar conceptos como la llamada «responsabilidad de proteger», que podrían emplearse un día para justificaragresiones contra nuestros países.
Digámoslo con todas sus letras: no existe hoy el derecho a la paz para los pequeños.
Los cubanos lo comprendemos bien y contamos con la solidaridad de los pueblos y con nuestros pechos unidos y nuestros fusiles, que no han sido empleados jamás sino para defender causas justas. Nuestros hermanos de África lo saben bien.
No somos pesimistas. Somos revolucionarios. No nos rendimos ni nos conformamos. Y lo decimos hoy, más seguros que nunca antes: «nosotros, los pueblos», venceremos.
Muchas Gracias