Entre los años 1968 y 1977 (aprobación de la Ley de Amnistía) se extendieron las movilizaciones antirrepresivas contra la dictadura franquista. En el ciclo de protestas populares los historiadores localizan dos hitos: las que alzaron la voz contra el «Proceso de Burgos» (1970) y las que se desplegaron frente a las últimas ejecuciones del franquismo […]
Entre los años 1968 y 1977 (aprobación de la Ley de Amnistía) se extendieron las movilizaciones antirrepresivas contra la dictadura franquista. En el ciclo de protestas populares los historiadores localizan dos hitos: las que alzaron la voz contra el «Proceso de Burgos» (1970) y las que se desplegaron frente a las últimas ejecuciones del franquismo (1975). Entre los dos mojones históricos, la dictadura ejecutó en marzo de 1974 mediante «garrote vil» a Salvador Puig Antich, militante anarquista del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL). El historiador Andreu Ginés, autor de la tesis doctoral y libro «La instauració del franquisme al País Valencià» (Universitat de València) ha analizado las movilizaciones durante el «tardofranquismo» en el ámbito de Països Catalans, dentro del Primer Congrés Nacional d’Història organizado por el Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans (SEPC).
El llamado «Proceso de Burgos», por el que un Tribunal Militar condenó a muerte a seis militantes de ETA en diciembre de 1970 (pena finalmente conmutada por la cadena perpetua), suscitó la respuesta popular en el País Vasco y Navarra en forma de huelgas y manifestaciones, a las que el Régimen respondió con el «estado de excepción». En el ámbito de los Països Catalans, destaca el manifiesto de 300 artistas e intelectuales que se encerraron en la Abadía de Montserrat. Reivindicaban básicamente libertades democráticas, amnistía y el derecho de autodeterminación. A pesar de la reacción estatal e internacional, «la oposiciòn antifranquista demostró una pasividad mucho mayor ante el caso de Puig Antich que en el Proceso de Burgos, o que en las últimas ejecuciones del franquismo en 1975 (tres miembros del FRAP y dos de ETA)». Por la muerte de Salvador Puig Antig no se han documentado grandes movilizaciones. La Vanguardia informaba de que 2.000 alumnos se desplazaban desde la Universidad Autónoma de Barcelona el 11 de febrero de 1974 para pedir su indulto.
Según Andreu Ginés, a partir de 1968 la oposición antifranquista «se atrevió cada vez más a salir a la calle, movida en parte por la espiral represión-reacción-represión». Las protestas se intensificaron durante la década de los 70, y singularmente tras la muerte de Carrero Blanco (diciembre de 1973), cuando la dictadura puso en evidencia su incapacidad para prolongarse. El historiador, militante de Endavant y miembro del consejo de redacción del periódico L’Accent, señala cuatro ámbitos de movilización en los Països Catalans: Obrero/sindical; estudiantil; antirrepresivo y por los derechos nacionales, aunque también llevaron a la plaza sus reivindicaciones los movimientos vecinal, feminista y ecologista.
Difícilmente se puede entender el alcance de las luchas obreras sin la formación de las comisiones obreras. Con origen en 1957 en las minas de La Camocha (Gijón), la primera reunión en los Països Catalans tiene lugar en la iglesia de Sant Medir de Barcelona (1964), a la que asistieron 300 personas de 60 empresas. «En poco tiempo las comisiones obreras se extendieron por todo el país, y constituyeron un punto de inflexión en la oposición al régimen», apunta Andreu Ginés. «El régimen pasó de una cierta tolerancia con las prácticas legalistas, a declarar las comisiones obreras subversivas y fuera de la ley en 1967», añade el historiador. La detención de la cúpula de Valencia en 1968 se saldó con 36 detenidos. A pesar de las «caídas», la estructura flexible de las comisiones obreras las convertía en vulnerables ante la policía, pero lograban reconstituirse con rapidez. Las luchas del movimiento obrero se fortalecen en 1970, disminuyen en intensidad los dos años siguientes y repuntan a partir de 1973.
En octubre de 1972 ocurre una huelga sin precedentes en la factoría de SEAT en la Zona Franca de Barcelona. La elección de detenidos en las protestas contra el «Proceso de Burgos» como delegados sindicales y la introducción de un nuevo turno de noche, concluyeron en la ocupación de la fábrica, la intervención de la policía armada y la muerte de un trabajador. En el País Valenciano destaca la huelga de los obreros de Alcoy en 1974 (300 fábricas pararon durante diez días en reclamo de aumentos salariales). Hubo paros asimismo en la Unión Naval de Levante, y en la factoría de Manises de Astilleros Españoles la policía desalojó a los obreros que se habían encerrado en las naves.
En 1975, 1.500 trabajadores de Sociedad Anónima Laboral de Transportes Urbanos de Valencia reivindicaron mejoras laborales en el pleno municipal. Además, 500 trabajadores de la empresa Sade (planta siderúrgica de Sagunto) fueron despedidos después de reunirse en una iglesia. Uno de los factores que explica la resistencia obrera en Baleares, a partir de 1975, es la crisis del turismo. Una de las jornadas más importantes de movilizaciones se produjo el 12 de noviembre de 1976; en febrero-marzo del año siguiente, 10.000 obreros de la construcción iniciaron una huelga que logró aumentos salariales. Andreu Ginés recoge un titular del periódico conservador valenciano Las Provincias que resume el contexto de 1976: «Cuarenta años después vuelven las huelgas y las tensiones laborales». La situación se mantuvo en 1977.
La influencia del movimiento estudiantil en el ámbito de Països Catalans se concentró en las dos ciudades que en los años 70 contaban con universidad: Barcelona y Valencia, donde se matriculaban estudiantes del conjunto del territorio. En 1966 se funda en Barcelona el Sindicat Democràtic d’Estudiants (SDEUB), que proclamaba su «Manifiesto para una universidad democrática». En Valencia tuvo lugar un año después la Primera Reunió Coordinadora i Preparatòria dels Sindicats Democràtics d’Estudiants. Adreu Ginés explica que la represión de este encuentro desencadenó la primera huelga general universitaria, secundada en casi todas las universidades del estado. Historiadores como Borja de Riquer han llegado a afirmar que tal vez fue éste «el momento en que el movimiento estudiantil demostró su mayor fuerza y capacidad de convocatoria». A partir de ese hito, el movimiento vivió un cierto repliegue, tanto a causa de la represión, como de la disgregación en diferentes facciones, especialmente con la proliferación de tendencias más «radicalizadas» que propugnaban una acción más violenta, provocativa y contestataria, explica Borja de Riquer.
Andreu Ginés pone el ejemplo del asalto al rectorado de la Universidad de Barcelona, en 1969, que hizo a las autoridades franquistas temer una réplica de mayo del 68. Tras la agresión al rector, los estudiantes lanzaron el busto de Franco por la ventana. El hecho más significativo en la Universidad de Valencia se produjo en 1972 en la Facultad de Medicina. Durante una asamblea en la que paritiparon 3.000 alumnos, la policía armada rodeó el edificio y cargó contra los estudiantes, hasta el punto de lanzar botes de humo en el Hospital Clínico. Un grupo de estudiantes no rehuyó el enfrentamiento, que se saldó con siete policías heridos (y un número mucho mayor de estudiantes). La movilización terminó con 67 estudiantes detenidos y la suspensión de las clases en todas las facultades.
Además, «la obsesión españolista y españolizadora del régimen fascista hizo de la defensa de la cultura propia y de los rasgos nacionales un elemento casi transversal al antifranquismo de las periferias», explica Andreu Ginés. «Una parte de la clase obrera de origen inmigrante asumió las reivindicaciones», agrega el historiador. Influyó la Nova Cançó, la gran cita del Congrés de Cultura Catalana (1975-1977), con la asistencia de 12.400 congresistas y una gran repercusión en la época. A partir de entonces, subraya el historiador, «el antifranquismo de los Països Catalans incorporaría la reivindicación de los estatutos de autonomía como uno de los ejes en torno a los cuales se constituiría un cierto consenso y unidad de acción». El año 1976 fue el de la gran explosión de las reivindicaicones nacionales, con la proliferación de manifestaciones por todo el territorio (el 12 de julio salieron a la calle 120.000 personas en Valencia bajo la consigna «Per la llibertat, per l’amnistia, per l’estatut d’autonomia»).
El once de septiembre (día nacional de Cataluña) se manifestaron más de 100.000 personas en Sant Boi (Barcelona). Al año siguient, más de un millón de personas se movilizaron en Barcelona con motivo de la «diada»; en Valencia, medio millón de manifestantes salieron a la calle el 9 de octubre. Ese mismo mes, más de 100.000 personas reciben a Tarradellas en Barcelona, en su regreso del exilio. También en las islas Baleares los actos públicos por la autonomía exhiben su fuerza. El 29 de octubre de 1977, unas 20.000 personas celebran en Palma de Mallorca la «Didada per l’Autonomia». «Las movilizaciones por la restitución del autogobierno fueron, sin duda, las grandes protagonistas de la última etapa del franquismo; en al reivindicación de Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia se encontraba a gusto el amplio espectro del antifranquismo», concluye Andreu Ginés.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.