Decía Marx que la historia humana es un progreso continuo, a pesar de que de «sus partos dolorosos» nacen, a veces, criaturas extrañas y deformes y que en otras ocasiones parezca que se está desandando el camino recorrido. Sólo un optimismo combativo puede impedir que nos derrumbemos ante el retroceso escandaloso en las conquistas sociales, […]
Decía Marx que la historia humana es un progreso continuo, a pesar de que de «sus partos dolorosos» nacen, a veces, criaturas extrañas y deformes y que en otras ocasiones parezca que se está desandando el camino recorrido. Sólo un optimismo combativo puede impedir que nos derrumbemos ante el retroceso escandaloso en las conquistas sociales, entre ellas, los derechos de la mujer. Que los mandatarios político-religiosos de El Salvador le negaran a una joven enferma y embarazada de un feto inviable el derecho a abortar para salvarse la vida (caso que incluso la mayoría de las religiones aprueban, por el sentido común), o que un jeque saudí pida a su auditorio que acosen sexualmente a las mujeres, ahuyentarlas así del espacio público e impedir que trabajen dignamente, son dos caras de la misma moneda del integrismo: mentes petrificadas de individuos misóginos, analfabetos y verdaderamente peligrosos.
El pisoteo de los derechos de la mujer es la más amplia, profunda y silenciada de todas las injusticias y discriminaciones que sufren los ser humanos, en los cuatro costados del planeta.
En el Egipto de Cleopatra, su primavera trastornada se agostó prematuramente para ellas, el día que oscuros grupos organizados decidieron acabar con la presencia de las mujeres en la Plaza de Tahrir, manoseándolas, violándolas a plena luz del día, aplicando la pedagogía del terror, con el fin de cohibir a miles de mujeres que se atrevieron irrumpir en el espacio público -feudo absoluto de los hombres-, coreando blasfemias como «justicia, pan e igualdad». «La Contra» que se hizo dueña de la rebelión, también transmitía un mensaje a los hombres que se había sublevado contra el sistema: ¡La fiesta se acabó. Regresad a vuestras casas! Así, quienes abortaron la revolución, arrancaron de cuajo aquel artículo de la Constitución de Mubarak que reclamaba la igualdad entre el hombre y la mujer, y eso a pesar de que no era más que papel mojado.
En Irán, las autoridades recurrieron a la Constitución de 1979 que reserva el cargo del presidente de la república a los varones, para excluir a las aspirantes a la presidencia. «En el Islam, la mujer por carecer de capacidad intelectual no puede ser dirigente ni legisladora», argumentaban, y eso a pesar de que cerca del 70% de los estudiantes universitarios, sobre todo en las carreras de ciencias y de medicina, son mujeres. Ignorancia, misoginia y confundir el concepto de la nación con la de comunidad religiosa. Nadie en el año 621 cuestionó la gestión del imperio persa por la soberana Purandokht Sasándia, ni tampoco la de las ministras que trabajaron por su país en la década de los 70 del siglo pasado. Datos que sugieren de lo erróneo que resulta juzgar a un pueblo por sus leyes o por el perfil de sus gobernantes. El objetivo de unas treinta mujeres en apuntarse en lista de candidatos, -a pesar de la prohibición-, es denunciar dicho Apartheid sexual y también impedir que se normalice esta ausencia de la mujer, en la psique de los ciudadanos.
En España, mientras la iglesia permanece como actor decisivo del escenario político (en la enseñanza, en los derechos de la mujer, etc.), el machismo ha acabado con el gran logro que fue la paridad en la alta política, lanzada por el gobierno del señor Rodríguez Zapatero. El índice de igualdad de género de 2012 revela que España ha caído del puesto 12 (sobre 135 países), de 2011 al número 26. Hecho que coincide con el regreso triunfante del concepto de la «esposa ignorante» que se ríe de la «mujer emancipada», auto-privada de los beneficios de ser tutelada por un hombre, no siempre decente.
¿Regreso a la era pregalileana?
Paralelo a la proliferación de esoterismo y exorcismo en las tierras de la Ilustración, millones de mujeres, en muchas partes del mundo, ocupan las calles, no para pedir más derechos sino para impedir que el medievo se resucite, o que Darwin sea expulsado de las aulas y se narre cómo han sido creadas ellas de la costilla del hombre, supeditación que justificaría su papel en el mundo: «Para que Adán no esté solo» (Biblia) o para que «le sirvan de quietud » al hombre (Corán).
¡Hay que ver con qué rapidez se pueden destruir las conquistas logradas tras siglos de lucha!
En Afganistán, antes de que la injerencia de las potencias extranjeras lo convirtiera en el símbolo de la brutalidad contra las mujeres, allá en 1981, cientos de mujeres estudiaban en la universidad, y una médico, la doctora Anahita Ratebzadeh, dirigía el Ministerio de Ciencias. Años en que otras mujeres como Benazir Bhutto en Pakistán, Indira Gandhi en la India, Golda Meir en Israel, Tansú Ciller en Turquía, Sirimavo Bandaranaike en Sri Lanka, representaban sus países sin que fuera noticia.
Hoy, de 193 países, sólo 17 tienen mujeres Jefe de Estado o de Gobierno. Europa, y gracias a los países nórdicos, encabeza la lista y le sigue África subsahariana. En la cola está el continente asiático, donde buena parte del tiempo y de los recursos de las familias y del Estado, en vez de invertirse en la felicidad de las personas, se desgasta en salvaguardar el honor del hombre ubicado en el cuerpo de la mujer.
Para garantizar el progreso social es imprescindible imponer cuotas en la inclusión de la mujer en los órganos del poder, concienciar a las mujeres y los hombres sobre la igualdad de derechos, y contar con organizaciones que aúnan fuerzas y canalicen las batallas dispersas.
Hoy, las cuatro activistas de las épocas pasadas han dejado su lugar a millones de mujeres que han aprendido cómo cuestionar el sistema, y aunque sus demandas no sean escuchadas, ni Dios podrá pararlas y devolverlas a los rincones de las cocinas. Es poco inteligente enfrentarse a quienes han perdido el miedo. «Si no nos dejan soñar, les robáremos el sueño», rezaba una canción.
Decía Lenin que la liberación de la mujer requiere un gran trabajo entre los hombres. Pues muchos no han conseguido tratar los traumas generados por la fisura producida en la estructura del patriarcado. Una de sus consecuencias es, sin duda, la violencia física que ejercen contra las que dejan de obedecerles.
¿Imaginan cómo sería el mundo el día que China, EEUU, Rusia, Arabia Saudí y el Vaticano fuesen liderados por mujeres y además progresistas?
Fuente: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/720/mujeres-de-todo-el-mundo-unios/