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Guatemala

Mujeres del maíz

Fuentes: Agencia Informativa Latinoamericana

Cuando el gallo canta en la aldea Maczul, Doña Santos tiene listo el fogón de leña donde prepara sus tortillas. Es una mujer del maíz, al que le sabe todos sus secretos y reverencia cada día. Moler y cocer el maíz, preparar los frijoles, cuidar los niños, forman parte de una cotidianeidad que refleja el […]

Cuando el gallo canta en la aldea Maczul, Doña Santos tiene listo el fogón de leña donde prepara sus tortillas. Es una mujer del maíz, al que le sabe todos sus secretos y reverencia cada día. Moler y cocer el maíz, preparar los frijoles, cuidar los niños, forman parte de una cotidianeidad que refleja el estoicismo maya. Es un trabajo fatigoso, en condiciones precarias, pero lo realizan sin una queja, quizás porque no tienen tiempo para ello.

Según la tradición ancestral, las mujeres son las responsables de elaborar las tortillas de maíz. Desde niñas es lo primero que aprenden, además de mantener el fogón: la mayoría de las veces, tres piedras con leña en la esquina de la casa-habitación. Se exponen al humo impertinente, que enrojece los ojos y envenena los pulmones, pero sólo así tienen en la mesa el sustento básico que llena los estómagos del marido y los numerosos hijos. Ellos comen primero; si sobra, se sentará entonces a la mesa.

Pero antes de degustar el tradicional plato, las «Doñas» han entregado al maíz gran parte de su tiempo y esfuerzo. La operación se repite según los alimentos diarios que tome la familia y crece en los días festivos, donde elaboran buena parte de los rituales. Primero desmenuzan la mazorca, de granos duros y secos, que se ponen a hervir con agua y cal para quitar la cáscara. Después los lavan y muelen sobre el metate (piedra cuadrangular de cara cóncava, con un rodillo de igual material). Dar correa y correa permite obtener una masa homogénea que luego dividen en trocitos y comienzan a tortear. Palmear constantemente es el secreto para lograr un círculo perfecto, de ocho hasta 15 centímetros de diámetro, en dependencia del gusto de la casa. Más tarde, se echan las tortillas una por una en el comal, de plancha, barro, metal o eléctrico, según la abundancia del bolsillo familiar, casi siempre exiguo. Generalmente las comen con sal y limón, pues no pueden darse el lujo de algo más.

Calentitas y preservadas por servilletas de paño típicamente adornados, las tortillitas son finalmente el fruto del sudor de las mujeres del maíz. Mamaítas sobre las que cae doble el peso de la edad por la carga del duro trabajo, los hijos sobre la espalda, las enfermedades y las preocupaciones. Mujeres que viven en el anonimato de la casa, sin relevancia social, ni oportunidades para la formación y el cuidado de su salud, a pesar de ser el segmento poblacional más numeroso de Guatemala. Calladas, se resignan a su suerte, y amanecen todos los días pegadas al molino (si lo tienen) para obtener la masa que según la mitología les dio «la carne y los colores del maíz» para multiplicarlo en el tiempo.

Mujeres que a pesar del protagonismo en su comunidad, están sujetas a una triple opresión: ser del sexo femenino, indígenas y pobres.

Maíz-mujer, binomio de identidad, autonomía y sobrevivencia alimentaria. Principal víctima de las prácticas de discriminación étnica y de género existentes en este país desde hace varios siglos. Relación ancestral, indisoluble e intensa, en esta tierra de exuberantes paisajes, perfectos lagos, valles y volcanes, pero también de extrema pobreza, violencia sin límites y menosprecio por la cultura indígena.