Los hombres que se hacen del poder y las armas, protagonistas de enfrentamientos, propiciadores de conflictos por territorios, ideología o dinero, ejercen un sometimiento absoluto sobre las mujeres, que va de la violación sexual al aborto forzado, de la persecución y el asesinato a la esclavitud sexual. Actos que, por ser del cuerpo, fueron y […]
Los hombres que se hacen del poder y las armas, protagonistas de enfrentamientos, propiciadores de conflictos por territorios, ideología o dinero, ejercen un sometimiento absoluto sobre las mujeres, que va de la violación sexual al aborto forzado, de la persecución y el asesinato a la esclavitud sexual. Actos que, por ser del cuerpo, fueron y son, por lo general, silenciados.
Son dolores del alma y del cuerpo.
Las víctimas no identificaron, en un primer instante, qué significaba la esclavitud sexual, por lo cual sólo en épocas muy recientes se supo que las militantes guerrilleras fueron forzadas y abusadas por amigos y enemigos, como sucedió en El Salvador, Nicaragua y ocurre en Colombia.
Del uso de las coreanas en los espacios de Confort (prostitución forzada), en la Segunda Guerra Mundial, se conoció cuando Boc Dong Kim dio su testimonio preciso en 1993, en el Tribunal de Viena, durante la Conferencia de la ONU de los Derechos Humanos. Es decir, 52 años después.
Hechos como estos quedaron recogidos en el libro de María Suárez, Mujeres: metamorfosis del efecto mariposa, que se presentó el último viernes de octubre en Costa Rica.
En una singular reunión entre actoras o víctimas de los conflictos y comunicadoras, convocada por Radio Internacional Feminista (FIRE, por sus siglas en inglés), con sede en Costa Rica, se hizo memoria y conciencia de cómo, tras esas guerras que en el siglo XX cobraron 200 millones de vidas, las mujeres tejieron y tejen iniciativas de paz y de vida.
Ahí se recordó que las mujeres en la Segunda Guerra Mundial fueron clave para el rescate de los niños y niñas de los campos de concentración. Y en las épocas recientes, de la persecución militar a la guerrilla, de gobiernos de facto y dictaduras -como en Argentina en 1971 o Chile 1973- crearon espacios para la salud, la afirmación personal, la tramitación del duelo y de encuentro para generar solidaridad.
Con tales propósitos surgieron organizaciones como las Mujeres de Negro, las Abuelas de la Plaza de Mayo, la Ciudad de las Mujeres o Mujeres de Montaña.
Participaron en el acto un grupo de mujeres que han vivido o han escrito sobre los efectos de la guerra en la población femenina de países como Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Palestina, Colombia, Argentina, Costa Rica, Filipinas y México.
Testimonios de vida
A pesar de todo, en los peores contextos del conflicto las mujeres han creado espacios para la vida, como la Ciudad de las Mujeres en Colombia, a juzgar por el relato de Patricia Guerrero, presidenta de una organización llamada Liga de Mujeres Desplazadas de Colombia o la historia de Buscadita Roa que, desde las Abuelas de la Plaza de Mayo, lucha desde 1978 por encontrar a hijos y nietos.
Ella recientemente rescató a su nieta, entre 95 jóvenes. «Es lo que me hace muy fuerte para seguir luchando», dijo, al señalar que faltan al menos 400 nietos por rescatar».
De su lucha, afirmó que al principio «éramos las locas de la Plaza de Mayo» que, en plena dictadura, rompimos con las prohibiciones y, tocando todas las puertas, «desmantelamos las mentiras del poder militar».
Luz Dady Mabesoy nació en medio del conflicto colombiano hace 32 años. Ella representa la Mesa Mujer y Conflicto Armado de Colombia, una organización mixta que trabaja por construir un informe anual sobre el impacto del conflicto en la población femenina de esa nación sudamericana.
Informó que entre julio de 2002 y diciembre de 2007, por lo menos 1.314 mujeres perdieron la vida a causa de la violencia sociopolítica, y, de éstas, 179 fueron víctimas de desaparición forzada. En los casos en los cuales se conoce el presunto autor genérico de las violaciones, 70 por ciento se atribuyó a la responsabilidad del Estado y el resto a los grupos guerrilleros. Por lo menos 82 mujeres fueron víctimas de tortura.
Ellas continúan siendo víctimas de secuestro: al menos 1.944 mujeres perdieron su libertad víctimas de este delito, los grupos guerrilleros son los presuntos autores de 564 de estos casos. El desplazamiento forzado tuvo un incremento del 41 por ciento en el primer semestre de 2008 en relación con el mismo período de 2007.
Sueña Luz Dady porque deje de haber informes.
Al relato de Colombia se unieron las voces mexicanas. Nancy Belén Mota resumió los hechos en Oaxaca, para señalar cómo todavía hoy el gobierno tiene órdenes de aprehensión contra un grupo de mujeres que el primero de agosto de 2006 se hizo de la radio pública.
Y ahí, la periodista Soledad Jarquín recordó cómo el ejército violó a mujeres del pueblo Loxicha en 1953, en una supuesta persecución de grupos guerrilleros; y lo mismo pasa en un conflicto interétnico en la zona Trique, en las montañas de Oaxaca.
«Estados democráticos»
Pero atrás, en los años que se van perdiendo en la memoria, en Guatemala, Angélica López, del Grupo Actoras del Cambio, agrupación que ha levantado testimonios de las víctimas de la guerra civil no declarada, afirmó «hasta que oí a las mujeres mayas supe que la violación era un delito» y que se usa «contra el enemigo» Y es que había olvidado que soy indígena. Hoy las mujeres mayas definen a la violencia sexual como genocidio.
El informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico establece que la violencia sexual se concentró en mujeres mayas, con el 88,7 por ciento de las víctimas, 10,3 por ciento ladinas (no indígenas) y el uno por ciento en otros grupos, aspecto que evidencia el carácter racista de la guerra, en donde este delito tuvo como objetivo fundamental destruir los grupos indígenas, aparte de humillar y someter a los pueblos.
Las violaciones sexuales originaron éxodo de mujeres y la dispersión de comunidades enteras, rompieron lazos conyugales y sociales, generaron aislamiento social y vergüenza comunitaria, provocaron abortos e impidieron matrimonios dentro del grupo.
Nisreen Mazzawi, joven mujer de Palestina, explicó que no todas las musulmanas son árabes, ni todas las árabes son musulmanas. Ella es de origen cristiano y vive en la Franja de Gaza, en medio de un muro instalado por la guerra.
Esa es su vida, un muro real, físico, que ha encerrado a los palestinos que viven en Israel, y que tiene impactos muy graves en la vida cotidiana de las mujeres.
A esa situación, dijo, se suma la factura original de la sociedad Palestina, conservadora, que restringe la vida de su población femenina. A pesar de ello, Nisreen que tiene siempre una sonrisa como presentación, a sus 33 años, ha creado una organización de mujeres lesbianas y está construyendo un proyecto para una radio feminista.
A su turno, Gilda Parduci y Dinora Aguiñada, de El Salvador, Ana María Pizarro y Ana Evellyn Orozco, del Movimiento Autónomo de Nicaragua, relataron cómo, constructoras de movimiento y esperanza, han sido traicionadas por quienes con cara democrática y de avanzada, al final cedieron al poder y la gloria, atropellando de paso los derechos de las mujeres.
Mavic Cabrera, de Filipinas y de Tribuna de la Mujer en Nueva York, Katerina Anfossi, de origen chileno y directora de FIRE, Yarman Jiménez, colaboradora de FIRE y de origen cubano, todas trabajando por una iniciativa de paz y de vida, también hablaron de sus experiencias, de cómo llevamos en nuestra historia personal los recuerdos del conflicto, de los relatos de los padres y madres, o de las abuelas.
La propuesta de esta reunión es bien sencilla: hacer un esfuerzo de memoria, recuperar materiales sintetizados, y promover esos recuerdos a través de los medios de comunicación, y la paz, que es feminista y puede salvar muchas vidas. También, rescatar centros de documentación como el de Isis Internacional, representada ahí por Ana María Portugal, su directora.
En la sala de acuerdos estaban como medios regionales FIRE y SEMlac, dispuestas a construir un puente con la opinión pública: y estaban experiencias de radios comunitarias, agencias locales o nacionales y periodistas y técnicas independientes.