Pensar la salud mental de las mujeres en Chile, se convierte en un desafío de implicancias inevitablemente políticas. Ya sea, mediante la reproducción de los discursos misóginos del sistema sexo-género y el sistema cultural.
Para pensar la salud mental de los sujetos, creemos necesario considerar las características de las sociedades en donde se produce la subjetividad de aquellos, así como también analizar los discursos que producen y sostienen lo que hoy entendemos por salud y enfermedad. Tarea difícil, cuando además debemos reconocernos como sujetos deseantes e inherentemente históricos, cuestión que hace de nuestra vida cotidiana, un escenario lleno de contradicciones.
Situado/as en este escenario, creemos que pensar la salud mental de las mujeres en Chile, se convierte en un desafío de implicancias inevitablemente políticas. Ya sea, mediante la reproducción de los discursos misóginos del sistema sexo-género, -sistema cultural que la antropóloga Gayle Rubín señaló en la década de los 70-, discursos que operan, a nuestro parecer, de manera latente en el modelo de salud pública, y por lo demás, en el poder jurídico chileno -propio de un Estado Patriarcal-. O bien, proponer un análisis que ponga en evidencia las violencias latentes a las cuales están sujetas las mujeres, dinámicas que dejan en el exilio sus deseos -nuestros deseos- y la capacidad para tomar decisiones de manera autónoma, en fin… un funcionamiento burocrático que pone en jaque la subjetividad de las mujeres, en una sociedad que deteriora día a día nuestra salud mental.
La tesis del MINSAL por ejemplo, indica que los factores que inciden en la salud mental de las mujeres son causas predominantemente neuropsiquiátricas y fisiopatológicas. En cambio los factores psicológicos y/o sociales serían probablemente factores segundarios (2015), casi irrelevantes. Esto último es muy interesante, ya que el discurso que se ha hecho norma, establece un perfil acerca de las mujeres, proclives a enfermarse debido a sus supuestas características biológicas. Esto lo podemos leer, en la guía clínica para el tratamiento de la depresión del MINSAL, donde se expone que la depresión es un trastorno del ánimo, un mal que además prevalece en las mujeres, en comparación con el grupo de los hombres, esto se definiría en un 25,7% versus un 8,5 % (2013).
Ahora, en el proceso del embarazo -vinculado al discurso patologizante de lo femenino-, hay aspectos que también son muy interesantes -sobre todo, cuando en Chile emerge la lucha de las mujeres por el derecho a decidir si desean o no interrumpirlos-. Uno de estos aspectos es señalado en el protocolo para el tratamiento de la depresión post parto, donde se indica lo siguiente, según los factores con «alta asociación» y «riesgo» para el desarrollo de la depresión en el embarazo:
-Ansiedad materna: alta asociación
– Acontecimientos vitales estresantes: alta asociación.
– Antecedentes personales de depresión. Alta asociación.
– Falta de Apoyo Social, especialmente la de la pareja. Asociación media
– Violencia doméstica. Media a pequeña asociación
– Embarazo no deseado: Baja Asociación.
– Relación de pareja: Asociación Media entre el no vivir con la pareja. Respecto de la calidad de la relación, existe una baja asociación e inversa entre la calidad de la relación y el desarrollo de depresión en el embarazo.
– Sociodemografía: se encontraron Asociaciones Altas entre el tipo de seguro de salud. El nivel socioeconómico no mostró asociación. Bajos ingresos y bajo nivel de escolaridad tuvieron una Asociación Baja. (Lancaster y cols. 2010, en MINSAL, 2014).
Es así que enfrentado/as a esto ¿Qué tan evidente puede ser que el discurso estatal reduzca el malestar de las mujeres, como manifestación de factores asociados a componentes altamente personales? ¿Acaso no hay un contexto en donde se desarrollan los factores anteriores, una construcción histórica y relaciones de poder? ¿La falta de apoyo social, la violencia en el hogar, así como el embarazo no deseado y su continuación forzosa, además de las relaciones de pareja, mayoritariamente abyectas al amor romántico y las abismales desigualdades de clase, serán realmente factores, o más bien condicionantes que poseen una media, baja o pequeña asociación respecto al sufrimiento humano? ¿Qué objeto puede tener el hecho de separar cada uno de estos elementos como si fueran factores aislados?
Nos parece que hacer un análisis sobre la salud mental de las mujeres forzadas a experimentar un embarazo no deseado, es precisamente pensar el deseo subordinado a las fuerzas del sistema patriarcal -sistema sexo-género-. Entendiendo lo patriarcal, no como una categoría abstracta, sino como algo más bien concreto, desde el hecho de poner en conflicto la capacidad de las mujeres para poder pensar y decidir no solo sobre sus cuerpos como portadores, sino sobre sus compromisos, en este caso, con la maternidad. Finalmente ¿Qué hay tras este cuestionamiento al compromiso con la maternidad, sino la actualizada fantasía de que esta falta negaría aquellas asociaciones entre lo supuestamente saludable y lo supuestamente femenino? Al parecer ese no-deseo, es resistido a ser pensado más allá de la culpabilidad y la enfermedad. ¿No es posible no desear ser madre? ¿Tan amenazante se ha vuelto aquello?
Probablemente un Estado que opera bajo la constitución de un régimen militar y una lógica empresarial capitalista, requiere poner en juego su aparataje jurídico y productor de políticas públicas para evitar que se posibilite ese «no deseo» -salvo 3 causales asistencialistas y victimizantes-. Cabe pensar entonces, que si las mujeres pueden no desear ser madres ¿Se pone en cuestión también la categoría de lo familiar y lo masculino? o bien ¿De la familia y lo familiarmente masculino?
Como respuesta, creemos que cuestionar la tesis conservadora del Estado chileno, que lleva el sufrimiento humano a una situación psiquiátrica, naturalizando el malestar de las mujeres en el embarazo como un fenómeno propio de una supuesta anatomía, es intentar analizar el discursos latentes de estos estudios y representaciones, versus otros generados en países donde la posibilidad de interrumpir un embarazo se ha dispuesto como una vía legítima, donde además hay un desarrollo diferente respecto al conocimiento de la salud mental de las mujeres que enfrentan de manera forzada un embarazo no deseado. Es el caso de estudios construidos en países como Australia, Lituania, China, USA e Irán, que ha evidenciado el peso de lo social en la salud mental de miles de mujeres -en un período de 21 años, entre 1980 y 2011- (ver anexos).
Por otro lado, Ana Langer, en su artículo sobre «El embarazo no deseado y el impacto sobre la salud y la sociedad en América Latina y El Caribe» (2002), nos expone cómo la situación de clase también es un factor significativo en relación a la frecuencia de mujeres que viven un embarazo no deseado. Es decir, hay una tendencia sociodemográfica importante, así como el peso de la cultura que «también tendría consecuencias emocionales graves, en la continuación de un embarazo no deseado y la experiencia de ser madre contra voluntad»(Dagg, 1991 en Langer, 2002).
Desde una posición contraria a la nuestra, La Revista Chilena de Neuro-Psiquiatría, en uno de sus artículos plantea algo no menor: «Un tercio de las mujeres chilenas presenta síntomas de depresión y/o ansiedad durante el embarazo, mientras que la prevalencia en el posparto supera el 40% (…)» o sea, que una de cada diez embarazadas/puérperas estarían deprimidas en este país(Jadresic M., 2010). Para esto, la hipótesis del autor señala que la psicoterapia y la farmacoterapia serían la solución, ya que las causas con mayor peso serían -otra vez- los desbalances del sistema nervioso, coeficientes bajos de intelecto y una serie comportamientos violentos de la persona (2010), es decir, nuevamente nos enfrentamos con una réplica del discurso estatal, o más bien, el discurso estatal se basa en estas aproximaciones naturalistas y personalistas. Sin embargo, que un tercio de las mujeres en Chile presenten sintomatología depresiva o ansiedad en el embarazo, es una cifra que consideramos demasiado relevante, en un país que 30 años después ha decidido pensar -«en la medida de lo posible»- en reformar una prohibición constitucionalmente «anti-democrática», o sin eufemismos, absolutamente inhumana. Finalmente, dichas cifras, dejan entrever, que más de alguna correlación podría haber en el deterioro de la salud y la precarización de las condiciones de vida desde la dictadura militar en adelante, como por ejemplo, la dificultades para el acceso a la salud como un derecho, y la negación de condiciones saludables para poder interrumpir un embarazo no deseado.
Sentimos necesario comprender el malestar vivido en un embarazo no deseado, como una situación forzada, que va más allá de las hipótesis asociadas a desbalances neuronales y hormonales según el sexo. Forzar a las mujeres a parir -sea como sea-, implica vulnerar todo deseo, toda subjetividad humana, implica una tortura flagrante contra las mujeres que, por las propias contradicciones de nuestra época, no desean aquella situación en sus vidas y para toda la vida.
Situación que queda en evidencia en el espacio clínico a través de la palabra y negación culposa de su no-deseo en aquellas mujeres que son derivadas por depresión en el embarazo o en el puerperio, diagnóstico que además desplaza el conflicto al acontecimiento del parto como un hecho que alteraría un supuesto estatus quo biológico. Es así que el Estado de Chile también queda en evidencia como cómplice de todo esto, perpetuando el malestar de las mujeres y resistiéndose a todo cambio y avance de reivindicación de la vida de quienes precisamente, hace mucho que ya nacieron.