Traducción de Beatriz Morales para IraqSolidaridad
«Las mujeres iraquíes viven con un miedo que aumenta a la par que el número de muertes violentas todos los meses. Mueren por pertenecer a una secta equivocada y por ayudar a las demás mujeres. Mueren por ejercer trabajos que los militantes [islamistas] han decretado que no pueden ejercer: por trabajar en hospitales, y en ministerios y universidades. También las asesinan porque son los blancos más fáciles de las bandas de criminales de Iraq.»
El secuestro, la violación y el asesinato son los castigos para cualquier mujer que se atreva a mantener un trabajo profesional. Una investigación realizada a lo largo de un mes por The Observer revela la terrible realidad de la vida después de Sadam [Husein].
Vinieron por la doctora Jaula al-Tallal en un Opel blanco después de que tomara un taxi para volver a casa en el barrio de clase media de Qadisiya, en Nayaf, la ciudad santa [shií] de Iraq. Trabajaba para el comité médico que evalúa enfermos de cara a los subsidios sociales. Sin embargo, lo fundamental es que se trataba de una mujer en un país donde ser una profesional invita cada vez más a la sentencia de muerte. Cuando la doctora al-Tallal, de 50 años, iba andando a su casa, uno de los tres hombres del Opel salió del coche y la acribilló a balazos.
La defensora de los derechos humanos Umm Salam (se trata de pseudónimo) conoce a los tres hombres del Opel: el pasado 11 de diciembre intentaron asesinarla. Era domingo, recuerda, y dispararon 15 balas contra su coche cuando volvía casa después de dar clase en un cibercafé. Un hombre vestido de paisano salió del coche y abrió fuego. Le alcanzaron tres balas, una de ellas se alojó cerca de la espina dorsal. Su hija de 20 años resultó herida en el pecho. Umm Salam vio la pistola, una Glock de las que reparte la policía. Está convencida de el supuesto asesino trabaja para el Estado.
Los disparos contra al-Tallal y Umm Salam no son hechos aislados, ni siquiera en Nayaf, una ciudad casi exclusivamente shií y fuertemente aislada de la violencia sectaria del norte. Cadáveres de mujeres jóvenes han aparecido en sus polvorientos callejones y avenidas, lugares patrullados por jaurías de perros cuyas sangrientas fronteras se extienden hasta el desierto. Es un lugar favorito para deshacerse de los cuerpos de las víctimas. A los iraquíes no les gusta mucho hablar de ello, pero se sabe lo que está pasando estos días. Si secuestran a una joven y la asesinan sin pedir un rescate, la han secuestrado para violarla. Ni siquiera aquellas a las que violan y después liberan están necesariamente a salvo: la respuesta de algunas familias cuando averiguan que han violado a una mujer es asesinarla.
Vivir con miedo
Las mujeres iraquíes viven con un miedo que aumenta a la par que el número de muertes violentas todos los meses. Mueren por pertenecer a una comunidad [religiosa] equivocada y por ayudar a las demás mujeres. Mueren por ejercer trabajos que los militantes [islamistas] han decretado que no pueden ejercer: por trabajar en hospitales, y en ministerios y universidades [1]. También las asesinan porque son los blancos más fáciles de las bandas de criminales de Iraq.
Las mujeres de Iraq viven con terror a expresar sus opiniones, de salir a trabajar o de desafiar las estrictas prohibiciones nuevas acerca de la vestimenta y del comportamiento que aplican por todo Iraq los militantes islamistas, tanto shiítas como sunnitas. También viven con terror de sus maridos, ya que los derechos de las mujeres han sido minados por la Constitución iraquí de la posguerra [aprobada en agosto de 2005] [2], que ha quitado el poder a los tribunales de familia y se lo ha dado a los clérigos.
«[…] Las mujeres son cada vez más un blanco», afirma Umm Salam. Su marido era un profesor universitario que fue ejecutado en 1991 con Sadam Husein después del levantamiento shií. Ella sobrevivió llevando la granja familiar. Cuando llegaron los estadounidenses, se implicó en la acción civil, enseñando a las mujeres analfabetas a leer y a votar al margen de la influencia de sus maridos. Las enseñó a rellenar los formularios para solicitar ayudas y organizó un taller de costura. Al hacerlo se puso en peligro de muerte. Y, como muchas mujeres en Nayaf, desde que intentaron asesinarla le resulta duro trabajar, que es lo que querían los hombres del Opel blanco. Silenciar a las mujeres como Umm Salam, que ahora tiene 42 años.
«[…] Para las mujeres de aquí es muy difícil. Hay mucha presión sobre nuestras libertades individuales. Ninguna de nosotras siente que pueda tener una opinión sobre alego. Si la tiene, ¡corre peligro de ser asesinada!»
Esto les resulta familiar a las mujeres de todo Iraq, traicionadas por la nueva Constitución del país, que les garantizaba una cuota del 25% de los miembros del parlamento. Esa garantía se ha convertido en una hoja de parra que oculta las vergüenzas de lo que las mujeres activistas ahora denominan «una catástrofe de los derechos humanos para las mujeres iraquíes.»
The Observer ha establecido, tras una investigación de un mes de duración, que las mujeres han sido gravemente discriminadas en casi cada uno de los principales ámbitos de los derechos humanos y, en algunos casos, han visto cómo su situación volvía a la de las mujeres de la Edad Media. En zonas como el bastión de las milicias shiíes, Medina as-Sáder, al este de Bagdad, han golpeado a mujeres por no llevar medias. Ni siquiera el pañuelo y la juba -el abrigo largo hasta los tobillos, acampanado y abotonado hasta el cuello- son suficientes para los fanáticos. Han amenazado de muerte a algunas mujeres si no llevaban la abaya, el velo negro que las cubre completamente.
Hay informaciones similares provienen de Mosul, donde son los extremistas sunníes quienes dictan la ley, y de Kirkuk. Mujeres de Kárbala, Hila [Babilonia], Basora y Nasiriya han contado a The Observer casos similares, de la insidiosa propagación del control de las milicias y los partidos religiosos, y de cómo miembros de estos mismos grupos son, paradójicamente, cada vez más responsables de las violaciones y asesinatos de mujeres fuera de sus sectas y comunidades.
«[…] Hay un miembro de mi organización, una activista que es cristiana», afirma Yanar Mohamad, directora de la Organización para la Libertad de la Mujer Iraquí, «a la que han amenazada de muerte por su trabajo de proteger las mujeres amenazadas por la violencia doméstica o por los asesinatos de honor. […] Todos los días tenía que volver andando a casa atravesando una zona controlada por una de la milicia islámica shií Ejército (Jaish) del Mahdi [del clérigo as-Sáder]. No lleva velo así que estos hombres la insultan. Hace unas tres semanas uno de ellos empezó a seguirla a su casa diciéndole que quería tener relaciones sexuales con ella. Le dijo lo que quería hacer y que si ella no accedía la secuestrarían. En conclusión, él cree que porque va armado, porque amenaza su existencia, ella tendrá que acceder a un «matrimonio de placer» [una unión sexual temporal organizada por un clérigo].
Violencia como arma de guerra
Los sólidos casos recogidos por organizaciones como la de Yanar Mohamed y por la Red de Mujeres Iraquíes, dirigida por Hanna Edwar, indican que la violación también se está utilizando como un arma en la guerra sectaria para humillar a las familias de comunidades rivales. «[…] Lo que hemos visto hasta ahora es lo que se podría llamar ‘violación colateral'», afirma Besmia Jatib de la Red de Mujeres Iraquíes. «[…] La violación se está utilizando en los ajustes de cuentas en la guerra sectaria». Yanar Mohamad describe cómo secuestraron, violaron y arrojaron en un vertedero de la zona de Husseiniya de Bagdad a una joven shií. La represalia, afirma, fue el secuestro y violación de varias chicas sunníes de la zona de Rashadiya. Ojo por ojo.
Por todo Iraq están saliendo a la luz casos similares. «[…] Por supuesto, se siguen produciendo violaciones», afirma Aida Usayaran, ex viceministra del ministerio de Derechos Humanos y ahora una de las mujeres del parlamento. «[…] Echamos la culpa a las milicias. Pero cuando hablamos de las milicias, muchos son miembros de la policía. Ahora cualquier familia con una joven atractiva no quiere mandarla a la escuela o a la universidad, y no la manda sin velo. Estos son los peores momentos en las vidas de las mujeres iraquíes. En nombre de la religión y del conflicto sectario están siendo secuestradas y asesinadas y violadas. Y nadie habla de ello.»
Las mujeres activistas están convencidas de que en algunas zonas hay una significativa falta de información sobre los delitos contra las mujeres, en particular de los que implican «crímenes de honor» (hay un fuerte incremento [de crímenes de honor] en un momento de violencia omnipresente) y esas familias con frecuencia buscan certificados de defunción que oculten la causa [de la muerte]. En regiones tales como la violenta provincia de al-Anbar, la mayor del país, que limita con Jordania y Siria, apenas se informa de las causas de ninguna muerte. Y, en todos los casos, los activistas se quejan de que se les ha impedido examinar los cadáveres en el Instituto Médico Forense de Bagdad o recoger sus propias cifras para poder describir con precisión lo que les está ocurriendo a las mujeres.
Aunque los ataques a las mujeres han sido durante mucho tiempo el secreto vergonzante de la guerra de Iraq, el altísimo grado de violencia está ahora a sacándolos a la luz. La semana pasada tres mujeres y un bebé murieron en un inexplicable asesinato masivo en Samawah, a 246 kilómetros al sur de Bagdad, cuando hombres armados irrumpieron en su casa. Al igual que la doctora al-Tallal en Nayaf, eran musulmanas shiíes en una ciudad shií. Las tres mujeres murieron a consecuencia de los disparos. El bebé de 18 meses fue degollado.
También en el norte la semana pasada se hizo más visible el asesinato de mujeres y la cadena al- Jazeera informó que los ataques a las mujeres en la ciudad de Mosul han provocado un aumento sin precedentes del número de cadáveres de mujeres que se encuentran. Entre ellas estaba Zuheira, una joven ama de casa que fue hallada muerta de un disparo en el barrio de Gogaly. Salim Zaho, un vecino citado por la cadena de televisión, afirmó: «No pudieron matar a su marido, un oficial de policía, así que en vez de él vinieron por su mujer».
Éste es uno más de los relatos recurrentes de asesinato que se cuentan de las mujeres iraquíes. Se trata de una violencia que no sería posible sin un maltrato generalizado y permisivo de las mujeres que impregna al «nuevo Iraq» en su totalidad. Porque no son únicamente las milicias religiosas las que han convertido la vida de las mujeres en un infierno viviente: en cierta medida el propio gobierno ha permitido que los ministerios dirigidos por partidos religiosos segreguen al personal de acuerdo con el género. Algunos departamentos públicos, incluidos los ministerios, insisten en que el personal femenino lleve velo permanentemente. El gobierno ha cerrado un refugio para mujeres que había sido creado por el grupo de Yanar Mohamad.
Lo más grave de todo son las amenazas de muerte recibidas por simples trabajadoras, incluso en los estamentos del gobierno. Zainub (no es su nombre real) trabaja en un ministerio en Bagdad. Una mañana, afirma, al llegar al trabajo encontró una nota que había sido enviada a todas las mujeres. «Cuando abrí la nota, decía: ‘Vas a morir. Vas a morir'».
Cambio legislativo
La situación se ha visto exacerbada por la desaparición del antiguo Código de la Familia iraquí, establecido en 1958, que garantizaba a las mujeres amplias medidas de igualdad en áreas clave como el divorcio y la herencia. La nueva Constitución ha permitido que el Código de la Familia sea reemplazado por el poder de los clérigos y de nuevos tribunales religiosos, que son enormemente discriminatorios con respecto a las mujeres. Los clérigos han permitido el aumento paulatino del resurgir del hombre en la contratación de matrimonios múltiples, que el código anterior desalentaba. Son también estos clérigos quienes han permitido el fuerte aumento de los «matrimonios de placer». Y son los mismos clérigos quienes supervisan la rápida transformación de la antaño laica sociedad (en la que las mujeres tenían puestos de responsabilidad y trabajaban como profesoras, médicos, ingenieros y economistas) en una sociedad donde las mujeres han sido obligadas a regresar al velo y a quedarse en casa.
El resultado se aprecia cada día en las calles de Iraq y en los caminos del país en actos individuales de intimidación y de brutalidad física cada vez más espantosamente generalizados. Así, en [el complejo residencial] Salman Park, a unos 9 kilómetros al sur de Bagdad a la orilla del Tigris, la Brigada Karaa del ministerio del Interior hace redadas de hombres sunníes. Más tarde, algunos policías acuden a las casas de éstos y prometen a sus preocupadas esposas que les ayudaran a encontrar a los hombres desaparecidos a cambio de relaciones sexuales. En el barrio shií de al-Shaab, en Bagdad, los hombres de la milicia del Ejército del Mahdi [de as-Sáder] emitieron una orden que prohibía a las mujeres llevar sandalias y ciertos tipos de zapatos, camisas y pantalones. Apalearon a otras que llevaban ropa inconveniente. En Amiriyah, un bastión sunní en Bagdad, militantes sunníes raparon las cabezas de tres mujeres por llevar ropa inconveniente y azotaron a muchachos jóvenes por llevar pantalones cortos. En Zafaraniyah, un barrio mayoritariamente shií del sur de Bagdad, los hombres de las milicias del Ejército del Mahdi esperan a la salida de la escuela y abofetean a las niñas que no llevan el hijab [velo].
Se trata de una situación que denuncia sombríamente la Oficina de Derechos Humanos de la Misión de Asistencia a Iraq de Naciones Unidas (UNAMI):
«Hay informes de que en algunos barrios de Bagdad ahora se impide que las mujeres vayan solas al mercado. […] En otros casos, las mujeres han sido advertidas de que no conduzcan o han tenido que enfrentarse con hostigamientos si llevaban pantalones. Las mujeres también han informado que en muchas partes de Iraq el llevar el pañuelo de cabeza se está convirtiendo no ya en una cuestión de opción religiosa, sino de supervivencia, un hecho que contraría especialmente a las mujeres no musulmanas. Las mujeres universitarias sufren también presiones constantes en los campus de la universidad.»
«Las cosas han empeorado desde principios de agosto», afirma Nagham Kathim Hamoody, una activista del la Red de Mujeres Iraquíes en Nayaf. «Se ha asesinado a más mujeres y se han encontrado más cadáveres en el cementerio. No sé por qué las asesinan, pero sé que las milicias están detrás de los asesinatos. […] Fuimos a la morgue aquí en Nayaf, pero las autoridades no cooperan para identificar los cadáveres. Aunque había un médico que nos dijo que algunos de los cuerpos tenían señales de haber sido golpeados antes de morir».
Y así transcurren las tristes vidas de las mujeres iraquíes.