La alta participación de las mujeres en el trabajo doméstico y de cuidados, así como la cantidad de horas promedio asignadas a estas tareas, indican que las mujeres continúan siendo las principales responsables de estas actividades, cualquiera sea su edad, su posición en el hogar, su nivel educativo y su condición de actividad. En este […]
La alta participación de las mujeres en el trabajo doméstico y de cuidados, así como la cantidad de horas promedio asignadas a estas tareas, indican que las mujeres continúan siendo las principales responsables de estas actividades, cualquiera sea su edad, su posición en el hogar, su nivel educativo y su condición de actividad. En este sentido, los resultados de la encuesta del Indec son más elocuentes que sorprendentes. El problema de fondo es que esta asignación de responsabilidades domésticas persiste aun cuando la matriz societal se ha transformado profundamente. Las familias cambiaron, las mujeres ingresaron masivamente en el mercado de trabajo, se ampliaron derechos en distintos ámbitos y, sin embargo, la división de responsabilidades domésticas y de cuidado entre géneros no muestra transformaciones de similar magnitud.
La dedicación horaria a estas tareas, así como su asignación desigual entre géneros, tiene altos costos para las mujeres. También lo tiene para sus familias. Por un lado, cuanto más tiempo se dedica al trabajo doméstico no remunerado, menos tiempo queda disponible para ingresar y permanecer en una actividad remunerada y para otras actividades. Las investigaciones cualitativas complementan los datos de la encuesta, permitiéndonos dar cuenta de que este impacto presenta, además, notables diferencias según clase social.
Mientras los sectores medios y altos logran trasladar una parte de estas responsabilidades al mercado, contratando empleadas domésticas o servicios educativos y de cuidado, para los hogares más pobres esta opción es mucho más remota y dependen en su mayor parte de los servicios públicos o de las redes familiares y comunitarias. Este hecho tiende a profundizar las brechas no sólo de género, sino también sociales. Pero sabemos además que, en una importante proporción, las actividades domésticas se adicionan a la participación en el trabajo remunerado. Así, una significativa cantidad de mujeres adicionan tareas y responsabilidades en su vida cotidiana restando tiempo al descanso, al esparcimiento y sumando la presión de atender distintas esferas en simultáneo, procurando que ninguna se desmorone. La conciliación entre la vida familiar y la actividad remunerada se asienta así sobre las espaldas de las mujeres en la medida en que, incluso cuando los hombres participen de determinadas actividades, rara vez lo hacen en similar proporción que las mujeres y menos se consideran como corresponsables de las mismas. Así, podemos observar la construcción de un nuevo sujeto social: las mujeres malabaristas. Mujeres todoterreno que cargan sobre sí un sinnúmero de tareas y responsabilidades, en pos del bienestar familiar.
Desde el punto de vista de las políticas públicas, hacen falta medidas que logren una mejor distribución de los tiempos dedicados al trabajo remunerado y al no remunerado, ampliar las licencias por nacimiento o adopción tanto para mujeres como para varones, incorporando disposiciones que promuevan la vinculación masculina en la crianza; consolidar las transferencias de ingresos, y acompañar todo esto con servicios de cuidado infantil gratuitos, de calidad y de cobertura universal. En este punto, se requiere resaltar el rol que el jardín de infantes tiene en la actualidad para las familias, en tanto es una institución que puede al mismo tiempo educar y cuidar. La importante demanda insatisfecha que se observa año tras año en la Ciudad de Buenos Aires da cuenta de esta resignificación del papel de la educación inicial en la sociedad. Entre otras cuestiones, hace falta ampliar las coberturas de espacios educativos de gestión estatal para niños y niñas menores de tres años, pero también extender la provisión del nivel inicial en modalidad de jornada completa (actualmente sólo alcanza al 2,5 por ciento de la cobertura en todo el país).
Si hasta el siglo XX las políticas públicas se diseñaban e implementaban a partir de concebir un determinado modelo de organización familiar con varón proveedor y mujer ama de casa (mamá, papá e hijos convivientes y con tareas diferenciadas), hoy tienen que promover la redistribución de responsabilidades dentro y fuera del hogar. Es necesario también garantizar una mayor corresponsabilidad del Estado, del mercado y la comunidad. El Estado, para ello, tiene un rol central. De otro modo, el bienestar social seguirá sosteniéndose de forma cotidiana gracias a los esfuerzos, rara vez recompensados, de mujeres que hacen malabares día a día. La pregunta es si esto es, además de justo, sostenible.
Eleonor Faur es Doctora en Ciencias Sociales y autora de El cuidado infantil en el siglo XXI.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-250530-2014-07-11.html