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Música/naturaleza

Fuentes: Rebelión

Desde hace veinticinco siglos el saber occidental intentaver el mundo. Todavía no ha comprendido que el mundono se mira, se oye. No se lee, se escucha.Jacques Attali  Introducción La música tuvo su origen en la relación especie humana/naturaleza. Este carácter tiene poco interés en los estudios recientes sobre la música, no ha tenido importancia para […]

Desde hace veinticinco siglos el saber occidental intenta
ver el mundo. Todavía no ha comprendido que el mundo
no se mira, se oye. No se lee, se escucha.
Jacques Attali

 
Introducción

La música tuvo su origen en la relación especie humana/naturaleza. Este carácter tiene poco interés en los estudios recientes sobre la música, no ha tenido importancia para el conocimiento de nuestra realidad social. La música y la naturaleza, en nuestros días, son ajenas entre sí, e incluso desconocidas, porque ni a una ni a otra, se le conocen. A lo largo del proceso histórico a la música se le impuso una representación supuestamente «independiente». Se le alejó de la naturaleza e incluso de la especie humana, e incluso se le enajenó. Primero, aislándola de la naturaleza: arrinconarla en espacios supuestamente dedicada a ella; luego apropiándosela: los sectores dominantes la usaron para mantener un control y dominio (aunque muchas veces tenía esta intención); también se le especializó: solo algunos podían «comprenderla», tocarla o «leerla», e incluso se convirtió en un producto académico. Algunos investigadores de la música de nuestros días le otorgan virtud a los límites que le impone el orden social para que amplios sectores de la población no estén al alcance de la música.

Por naturaleza se entiende aquello que existe de manera natural en el planeta, aunque también es el planeta mismo, se relaciona con las diferentes clases de seres vivos (como los animales, entre los que se encuentra la especie humana), el aire, la flora y fauna terrestre, el clima; pero también la atmósfera, el espacio exterior, etc. La naturaleza es materia y por lo tanto está regida por leyes físicas y químicas. Estas leyes nunca se comportan de manera uniforme y lineal sino que es mucho más complejo porque intervienen otros factores que no contempla la visión unilineal. La especie humana interviene en ella, y por lo tanto en sí misma. Se manifestaba, por ejemplo, en la música, que la especie humana reprodujo o reproduce mucho de lo que le proveía la naturaleza.

I.                   

Ya en el pasado, la música se manifestó aislada o separada de la cantidad de relaciones sociales que la especie humana requería para reproducirse diariamente. Y lo que es más importante, alejada de la naturaleza como si nada tuviera nada que ver. Una parte de la música nació cuando los seres humanos trataron de asemejar los sonidos que escuchaban en su entorno natural para producirla. En ocasiones buscando un diálogo con dicho entorno y para mantener cierta armonía; en otras, para reivindicarse social y políticamente. Sin embargo, también fue la negación de la naturaleza, la rechazó tajantemente; al mismo  tiempo, se sirvió de ella, para constituirse e imponerse así mismo, creyendo que los seres humanos podrían realizarse sin que la naturaleza tuviera una relación de ningún tipo, ni íntima, ni inseparable, ni tampoco social, ni políticamente. En el fondo, generaron relaciones de enajenación de la naturaleza que imperó y que se mantuvo por largos periodos históricos.

Sin la naturaleza no ha vivido el ser humano, porque de ella extrae lo necesario para existir, incluyendo la propia música. El mundo actual acepta que sin esta es posible subsistir, no toma en cuenta que de ella ha vivido y se reproduce diariamente. El mundo de la producción capitalista actual, destroza y ningunea a la naturaleza arrancándole todo lo que provee para su beneficio. Occidente, históricamente, se ha negado aceptar que la naturaleza tuvo y tiene una importancia vital para la vida y la música. Nos provee de elementos para dialogar con ella, y sobre todo, nos proporciona lo necesario al otorgarnos sonidos o ruidos para entendernos a nosotros mismos y a la naturaleza.

En la música se manifestaba la relación especie humana/naturaleza. De esta relación dio origen a gran parte de la música. La naturaleza y la especie humana no eran ajenos, o por lo menos no estaban separados, sino que conformaron un mismo ente natural, social, político y económico. Sin embargo, en el proceso de negarse a sí mismo y a la naturaleza, fundó instituciones que legitimaron el dominio de la especie humana sobre ella, lo que la distanció de algo tan imprescindible para la vida: nos desconocemos a nosotros mismos, y sobre todo a la naturaleza. Por lo tanto, ahora no nos entendemos, ni mucho menos a la naturaleza, como tampoco a la música. A esta se le sumergen en algún lugar oculto y aislado en la espera de que alguien se dedique a tocarla, o se especialice en entenderla.

La Iglesia Católica, por ejemplo, enajenó a la naturaleza. A la música la arrinconó en un espacio en el que soló las personas especializadas podrían producirla y reproducirla. La divorció por completo de algo que hoy el ser humano pospone. Al enajenar la música en espacios únicos y personas especializadas, creo relaciones de dominación que sostuvo un orden social. Las instituciones religiosas, o los grupos de poder conformados o relacionados con estas, tenían la capacidad de entender, hacer y producir música. El resto de la población quedó excluida. Durante la llamada Edad Media, gran parte de estos sectores no la entendía, ni tenía la capacidad de producirla y reproducirla; aunque ésta viviera directamente con la naturaleza que podría proveerles de lo necesario para generarla. Si bien, no se debe de dejar notar que algunos de estos sectores sociales usaron otros medios musicales como forma de resistencia.

La sociedad feudal se mantuvo bajo una estructura de dominación. El historiador Georges Duby lo ejemplifica en lo que llama los tres órdenes. El primero, por ejemplo, estaba consagrado al servicio de Dios; el segundo, a conservar el Estado por medio de las armas; el tercero, a alimentarlo y a mantener el ejercicio de la paz. Es decir, en el rango más alto estaba el Clero, vuelto hacia el cielo y consagrado al servicio de Dios y el que tenía el poder del orden social y la sabiduría (la música era reproducida por esta); en el nivel medio estaba la Nobleza, que se encargaba de la seguridad; en el nivel más bajo estaba el Tercer Estado, que alimentaba a los «otros».[1] Los «otros» eran los supuestos más necesitados y menos capaces de hacer música y mucho menos entenderla. En este sentido a la música no sólo se le clausuró para una producción y reproducción más amplia, sino que se le situó en un mundo jerarquizado, porque el primer orden era quien la reproducía. La idea de la triangulación de George Duby es débil, porque no explica la relación que tuvieron los «otros» con el llamado Tercer Estado, ni la resistencia de los «otros» con los tres órdenes que se manifestó por medio de la música; pero nos aclara parcialmente la conformación de la sociedad feudal y nos permite comprender por donde se fue arrastrando a la música.  
 
Durante el periodo de la llamada Edad Media, en la que dominó el modo de producción feudal en gran parte de dicho periodo, a la música no sólo se le mantuvo clausurado y alejado de la naturaleza, sino también se le convirtió en un ente sumamente abstracto y alejado de la realidad social. Los llamados padres de la Iglesia Católica como Boecio, Casidoro e Isodoro de Sevilla, transmitieron la idea de una música especulativa, se le convirtió y concibió como una filosofía, siendo ajena a la realidad social de muchos de los habitantes, que no tenía relación directa con la Iglesia ni con la religión. La asentaron como una rama abstracta y saber sutil reservado a los supuestos músicos verdaderos, que en aquel momento fueron llamados musici.[2] Es decir, a la música no sólo permanecía bloqueada sino que fue el medio para sostener y legitimar un grupo social, quien se había especializado para producirla; esta luego, se le encajonó en las llamadas artes liberales. La música convertida en un ente abstracto poco la entendieron las clases sociales excluidas. En ese sentido, la música convertida en un ente filosófico, solo circulaba en las mentes de los grupos de poder dominantes, sin aterrizar jamás en la realidad social. La finalidad, era ponerla en contacto con las llamadas leyes divinas, lo que en aquel entonces se le llamó: belleza de la creación hecha a semejanza de Dios.

A esto también se suma a que la música fue convertida en lenguaje, porque también legitimaba al grupo social dominante, quien tenía el dominio del saber y entendía dicho lenguaje. Si bien anteriormente la música dependió de modos creación a través de tradiciones orales. En la llamada Edad Media los llamados musici, personas especializadas en la música, elaboraron los conceptos que fraguaron la cultura musical occidental. Forjaron las herramientas conceptuales que en los siguientes años no dejaron de refinarlas. La música convertida en objeto y no en sujeto, se le obligó a una creciente teorización. Al mismo tiempo se le manipuló por medio de la clasificación, ordenación, exclusión, explicación y organización. De nuevo, la música sufre una nueva trasmutación y una nueva coerción y clausura hacía con la naturaleza y la especie humana. Con la música convertida en simple lenguaje escrito, se gestó la práctica de la memoria y la repetición, sin relación con la realidad y conciencia social. Se despegó de los conflictos sociales. Aunque en otro periodo histórico, los «músicos» y la música/naturaleza/especie humana se relacionaron con los problemas políticos/sociales/económicos. 

II.                

En la llamada modernidad (capitalista) la música no cambió de lugar en el que se le impuso en el periodo histórico anterior. Aunque la burguesía fue en un principio revolucionaria, no cambió muchas de las relaciones de dominación del periodo anterior, sino que se las apropió para imponerlas su modo de ser y  las complejizó cada vez más. En el mundo de la producción capitalista, la música no escapa no sólo del divorcio y la clausura del resto de las relaciones sociales y de la naturaleza, sino también sufre nuevas relaciones ahora impuestas por la mercantilización. La música, ahora también alienada como mercancía, no deja de ser más que un producto de consumo más. Esto lo vivió un tipo de música tan respetable como el jazz. Theodor W. Adorno tiene razón al mencionar al jazz como una mercancía más en el mismo grado en que se presentan otras. En las primeras décadas del siglo XX consideraba al jazz como un artículo de masas. Decía que los músicos vivían alienados. Incluso, mencionaba, que al ser reproducido en su cotidianeidad, reforzaba dicha alienación. En ese sentido no dejaba de ser una mercancía, sometido a su forma de vendibilidad, a las leyes y la aleatoriedad del mercado. Los músicos y los grupos sociales que la producen y consumen, están sometidos a dichas leyes, sin ninguna capacidad de reivindicarse social y políticamente. Pero además consideraba que las orquestas de negros aceptaban una relación de dominación.[3] Sin embargo, el jazz no siempre estuvo alienado, también se fue un medio de resistencia. De hecho surgió como forma de resistencia. La historia del jazz es compleja pues comparte muchas experiencias. Se puede decir, por un lado, que ha vivido momentos de alienación en muchos aspectos. Por ejemplo, convertida en una mercancía, pero también se le somete constantemente a la clausura del resto de las relaciones sociales porque es producida y reproducida, lejos de amplios sectores de la población y se le somete a que se reproducida por ciertos grupos «especializados». Pero también, por otro lado, ha vivido momento de liberación.

La alienación de la música llega a tal grado de que se considera que solo los especializados y los más «dotados» pueden hacer música (como el jazz, por ejemplo). Esto obedece no sólo a la separación de la música del resto de las relaciones sociales, sino al divorcio de la naturaleza y a la legitimación de un mundo clasista. Por ejemplo, algunos críticos de jazz en México le otorgan «virtud» a la incapacidad que le han impuesto a la música para producirse y reproducirse por amplios sectores de la población. Y sólo le refrendan a un sector privilegiado que cree puede o sabe escucharla, pero también la entiende y la produce. Esto no es más que una forma de profundizar una sociedad sumamente excluyente.

Pero la exclusión reproducida e impulsada por los «conocedores» de la música manifiesta su propia mediocridad e incapacidad para comprender que dentro de la complejidad en que se hace música existen otros aspectos que llevan a que mucha gente no tenga las condiciones para escuchar y producir música. Por ejemplo, la incapacidad de oír el mundo a través de lo que el mismo mundo produce, en el que estamos inmersos y nos reproducimos. La música está inmersa en esos sonidos que la sociedad industrial produce. Y no arrinconada en un espacio y en algunos grupos que se creen con «capacidad» de producirla. Incluso el jazz y el blues surgieron del entorno natural, social, político y económico. Jacques Attali tiene toda la razón al afirmar que el mundo no se mira, sino se oye.[4] Es un asunto que no se vive en la llamada modernidad (capitalista). La sociedad capitalista (y con ello los críticos) nos incapacitan para comprender el mundo a través de lo que emite, es decir, a través de los sonidos. Se vive preocupado para reproducir las relaciones sociales dominadas por el capital. Y nunca se contempla a la música como medio de existencia en la realidad social. Pues construye relaciones sociales que olvidan la vida humana o más bien desprecian ese mundo que nos provee de elementos para comprenderlo, y sobre todo, para vivirlo.

De ese mundo es como, los que lo habitamos, lo reproducimos. Es un mundo ligado inseparablemente a algo que los grupos de poder del modo de producción capitalista desprecia: la naturaleza. La naturaleza como el lugar en el que nos reproducimos, es decir, el planeta, en todas sus concepciones, es la que nos provee de lo indispensable para vivir. Es de este mundo que nos provee para conocernos a nosotros mismos, pero también para conocer el sistema natural. Pero que desconocemos completamente porque los grupos de poder del modo de producción capitalista se imponen al construir un proyecto económico-político, no toman en cuenta a la naturaleza. En ese sentido, gran parte de la población del mundo está incapacitado para oír el mundo en que vivimos. Pero no sólo el hecho de oírlo y sin ninguna relación social, sino que de ese mundo es posible comprendernos a nosotros mismos y combatir las injusticias en todos los niveles: natural, social, cultural, político y económico.

A manera de conclusión

La música atravesó un proceso en el que se le alejó de la relación especie humana/naturaleza. Durante la llamada Edad Media se perfeccionó su clausura, se le enajenó de su manifestación como un todo. La naturaleza, en donde la especie humana se produce, fue convertirla en una enemiga y en un ente extraño y por tanto como el espacio a combatir. La música y la naturaleza se convirtieron en entes ajenas entre sí, e incluso desconocidas, ni a una ni a otra, se le conocen. En la modernidad capitalista, estas relaciones se profundizaron. La mercantilización de las relaciones que impuso el mundo de la producción capitalista se cargó sobre la música. La música se convirtió en otra mercancía que le hizo compañía a todo el arsenal de mercancías que ofrece la sociedad de consumo. Pero también los llamados músicos, han llevado a la música a la liberación de sus condiciones de opresión, que al mismo tiempo es la liberación del conjunto de relaciones sociales de opresión de la especie humana.


Bibliografía

Adorno, Th. W.,  «Sobre el jazz», en Escritos musicales IV. Obra completa, 17, Madrid, Akal, 2008.

Attali, Jacques, Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música, México, Siglo XXI,  2011.

Cullin, Oliver, Breve historia de la música en la Edad Media, Barcelona, Paidós, 2005.

Duby, Georges, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Madrid, Taurus, 1992.

Notas

[1] Georges Duby, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Madrid, Taurus, 1992, p. 29.

[2] Oliver Cullin, Breve historia de la música en la Edad Media, Barcelona, Paidós, 2005, p. 9.

[3] Th. W. Adorno,  «Sobre el jazz», en Escritos musicales IV. Obra completa, 17, Madrid, Akal, 2008, p. 87.

[4] Jaques Attali, Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música, México, Siglo XXI,  2011, p. 11.

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