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8 de marzo

Nadie esperaba que el Día de la Mujer fuera el inicio de la revolución…

Fuentes: La Verdad Obrera

El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero en el calendario ortodoxo ruso), con la huelga de 90.000 obreros y obreras de San Petersburgo, convocada por las trabajadoras textiles, comenzaba la revolución que, nueve meses más tarde, entrega todo el poder a los soviets.

La participación de las mujeres trabajadoras en las luchas del movimiento obrero, durante el régimen zarista, las impulsó a luchar por su propia emancipación: a las reivindicaciones económicas, frecuentemente, se le añadían las demandas de guarderías en las fábricas, pago de licencia por maternidad, tiempo libre para amamantar a los recién nacidos, etc. Los ejemplos abundan: huelgas de mujeres que reclaman poder usar los mismos baños que usan los dueños de la empresa, que cese el abuso de los capataces y porque se prohíba insultar a las obreras.

Cuando se inició la guerra, las feministas de la Unión de Mujeres por la Igualdad de Derechos convocaron a una movilización de las «hijas de Rusia», en apoyo al gobierno. Para las obreras rusas, sin embargo, la guerra significó una carga adicional sobre sus hombros ya agobiados: mientras eran movilizados al frente casi 10 millones de hombres -en su mayoría campesinos-, las mujeres se convirtieron en obreras agrícolas alcanzando a representar el 72% de los trabajadores rurales. En las fábricas, pasaron de ser el 33% de la fuerza de trabajo en 1914, al 50% en 1917.

Ya en abril de 1915, las mujeres arremetieron contra un gran mercado de comestibles de San Petersburgo, tomando los víveres que necesitaban para sus familias; la escena se repitió en Moscú. Sucesos similares se desarrollaron al año siguiente. Las consignas que luego se popularizaron en febrero de 1917, se iban gestando en cada revuelta de las obreras rusas, hartas de las penurias en las que vivían: fin de la guerra, retiro de las guardias de cosacos de las fábricas, libertad para los bolcheviques exiliados y todos los presos políticos…

En enero de 1917, un reporte de la policía advertía que «las madres de familia, agotadas por las colas interminables de los comercios, atormentadas por el aspecto hambriento y enfermo de los niños, están más abiertas ahora a la revolución, que el señor Miliukov, Rodichev y compañía, y por supuesto, son más peligrosas porque ellas representan la chispa que puede encender la llama». Fueron estas mujeres trabajadoras, fundamentalmente las obreras textiles, las que eligieron el Día Internacional de la Mujer, el 23 de febrero de 1917 -que corresponde al 8 de marzo del calendario occidental-, para reclamar pan, paz y libertad, dando inicio a la revolución.

En Rusia, el Día Internacional de la Mujer se había conmemorado, por primera vez, en 1913. El periódico de los bolcheviques había lanzado un suplemento especial. En San Petersburgo, se reunieron cerca de 1.000 personas ante las cuales habló una obrera textil: «El movimiento de las trabajadoras es una corriente tributaria del gran río del movimiento proletario y le dará su fuerza.»

Mientras los mencheviques deseaban que solamente las mujeres participaran en las manifestaciones, los bolcheviques sostenían que el Día Internacional de la Mujer debía ser conmemorado no solamente por las trabajadoras, sino por toda la clase obrera. Por eso incluyeron en su periódico una sección especial titulada «Trabajo y vida de las obreras» y luego, por sugerencia de Lenin, decidieron publicar un periódico íntegramente dedicado a las mujeres trabajadoras, llamado Rabotnitsa.

Finalmente, con la revolución triunfante de octubre, las mujeres soviéticas obtuvieron el derecho al divorcio, al aborto, la eliminación de la potestad marital y la igualdad entre el matrimonio legal y el concubinato. Sin embargo, como decía Lenin: «Allí donde no hay propietarios terratenientes ni capitalistas ni comerciantes, allí, el poder de los soviets construye una nueva vida sin esos explotadores, allí hay igualdad del hombre y la mujer ante la ley. Pero esto todavía no es suficiente. La igualdad ante la ley todavía no es la igualdad frente a la vida. Nosotros esperamos que la obrera conquiste, no sólo la igualdad ante la ley, sino frente a la vida, frente al obrero. (…). El proletariado no podrá llegar a emanciparse completamente sin haber conquistado la libertad completa para las mujeres.»

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León Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa, narra los acontecimientos con estas palabras:

El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. Las masas -como atestigua Kajurov, uno de los militantes obreros de la barriada- estaban excitadísimas: cada movimiento de huelga amenazaba convertirse en choque abierto. (…). Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento. (…). Dábase por sentado, desde luego, que, en caso de manifestaciones obreras, los soldados serían sacados de los cuarteles contra los trabajadores. (…).

Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros. Su espíritu combativo se exteriorizaba en manifestaciones, mítines y encuentros con la policía. El movimiento se inició en la barriada fabril de Viborg, desde donde se propagó a los barrios de Petersburgo. (…). Manifestaciones de mujeres en que figuraban solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin víctimas. (…).

Al día siguiente, el movimiento huelguístico, lejos de decaer, coba mayor incremento: el 24 de febrero huelgan cerca de la mitad de los obreros industriales de Petrogrado. Los trabajadores se presentan por la mañana en las fábricas, pero se niegan a entrar al trabajo, organizan mítines y a la salida se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Nuevas barriadas y nuevos grupos de la población adhieren al movimiento. El grito de «¡Pan!» desaparece o es arrollado por los de «¡Abajo la autocracia!» y «¡Abajo la guerra!». (…). El 25 la huelga cobró aún más incremento. Según los datos del gobierno, este día tomaron parte en ella 240.000 obreros. Los elementos más atrasados forman detrás de la vanguardia; ya secundan la huelga un número considerable de pequeñas empresas; se paran los tranvías, cierran los establecimientos comerciales. En el transcurso de este día se adhieren a la huelga los estudiantes universitarios. A mediodía afluyen a la catedral de Kazan y a las calles adyacentes millares de personas. Intentan organizarse mítines en las calles, se producen choques armados con la policía. La policía montada abre el fuego. Un orador cae herido. (…).

El soldado de caballería se eleva por encima de la multitud, y su espíritu se halla separado del huelguista por las cuatro patas de la bestia. Una figura a la que hay que mirar de abajo arriba se representa siempre más amenazadora y terrible. La infantería está allí mismo, al lado, en el arroyo, más cercana y accesible. La masa se esfuerza en aproximarse a ella, en mirarle a los ojos, en envolverla con su aliento inflamado. La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: «Desviad las bayonetas y venid con nosotros». Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante. (…). Los obreros no se rinden, no retroceden, quieren conseguir los que les pertenece, aunque sea bajo una lluvia de plomo, y con ellos están las obreras, la esposas, las madres, las hermanas, las novias. (…).

Así amaneció sobre Rusia el día del derrumbamiento de la monarquía de los Romanov. (…). La revolución les parece indefensa a los coroneles, verbalmente decididos, porque es aún terriblemente caótica: por dondequiera, movimientos sin objetivos, torrentes confluentes, torbellinos humanos, figuras asombradas, capotes desabrochados, estudiantes que gesticulan, soldados sin fusiles, fusiles sin soldados, muchachos que disparan al aire, clamor de millares de voces, torbellino de rumores desenfrenados, falsas alarmas, alegrías infundadas; parece que bastaría entrar sable en mano en ese caos para destruirlo todo sin dejar rastro. Pero es un torpe error de visión. El caos no es más que aparente. Bajo este caos se está operando una irresistible cristalización de las masas en un nuevo sentido. Estas muchedumbres innumerables no han determinado aún para sí, con suficiente claridad, lo que quieren; pero están impregnadas de un odio ardiente por lo que ya no quieren. A sus espaldas se ha producido un derrumbamiento histórico irreparable ya. No hay modo de volver atrás.