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Neofascismo y cambio climático

Fuentes: Viento sur

En un momento en el que una ola de calor sin precedentes está asolando gran parte de Europa y Norteamérica, y en el que el cambio climático y el calentamiento global —contra los que los científicos medioambientales llevan tiempo advirtiendo de que es necesario actuar urgentemente antes de que sea demasiado tarde— se hacen cada vez más patentes.

En este momento alarmante para el futuro del planeta y de sus habitantes humanos y animales, cabe preguntarse qué impulsa a los movimientos neofascistas a cuestionar, en mayor o menor grado, la realidad del cambio climático, o al menos su relación con el comportamiento humano.

Ya señalamos que «el neofascismo está empujando al mundo hacia el abismo con la flagrante hostilidad de la mayoría de sus facciones a las indispensables medidas medioambientales, agravando así el peligro medioambiental, especialmente cuando el neofascismo ha tomado las riendas del poder sobre la población más contaminante del mundo proporcionalmente a su número, es decir, la población de Estados Unidos.» («La era del neofascismo y sus rasgos distintivos«,  en viento sur 5/02/2025 ).

Esta tendencia a negar la gravedad del cambio climático no es natural ni intuitivamente inteligible, a diferencia de otras características del neofascismo, como el nacionalismo, el etnocentrismo, el racismo, el sexismo y la hostilidad extrema a los valores sociales emancipadores.

Entonces, ¿qué es lo que lleva a los movimientos neofascistas a negar lo cada vez más obvio y, sobre todo, a oponerse a las políticas diseñadas para combatir el cambio climático en un intento de mitigarlo y evitar que el desastre empeore?

Los investigadores han identificado tres factores principales que explican esta tendencia.

Uno está relacionado con el arsenal ideológico tradicional de la extrema derecha, mientras que los otros dos se refieren a los dos polos de clase que determinan el comportamiento de los neofascistas: la amplia base social y la estrecha élite económica, cuyo apoyo buscan.

El primer factor se basa en el ultranacionalismo, que a menudo se refleja en políticas soberanistas y aislacionistas que rechazan cualquier acuerdo internacional que limite la libertad del Estado-nación para determinar sus políticas económicas o de otro tipo. Este comportamiento alcanza su nivel más absurdo cuando procede del país que más influencia tiene en la configuración de los acuerdos internacionales y las políticas relacionadas, es decir, Estados Unidos.

Hemos visto cómo Donald Trump justificaba la retirada de Washington de los acuerdos climáticos de París, como si fueran el resultado de la connivencia del resto del mundo para limitar la libertad de Estados Unidos para desarrollar su economía, especialmente en la explotación de sus recursos naturales de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. El rechazo neofascista de los acuerdos internacionales sobre medio ambiente se inscribe, pues, en un rechazo total de todas las normas que, desde un punto de vista ultranacionalista, limitan la soberanía nacional.

El segundo factor consiste en excitar los sentimientos de la base social cuyo apoyo electoral pretenden ganar los neofascistas. Explotan el descontento de ciertos grupos de bajos ingresos ante los cambios de estilo de vida y el coste que implica la lucha contra el cambio climático. Este descontento se ve ciertamente amplificado cuando los gobiernos neoliberales tratan de infligir el coste de esta lucha a los grupos de bajos ingresos, en lugar de imponérselo a las grandes empresas, principales responsables de la contaminación perjudicial para el medio ambiente.

Un ejemplo llamativo de tal empeño es el impuesto adicional que el gobierno del presidente francés Emmanuel Macron intentó imponer en 2018 sobre el combustible de los vehículos, una medida que habría afectado principalmente a las categorías más bajas de las y los usuarios del automóvil. Este intento desencadenó una de las mayores oleadas de protestas populares en Francia de este siglo, conocida como el movimiento de los chalecos amarillos. Una de las reivindicaciones del movimiento contra el gobierno era imponer un impuesto a los más ricos, en lugar de una carga adicional a una gran parte de la población.

Aquí llegamos al tercer factor que explica la posición neofascista sobre el cambio climático. Una de las características bien conocidas del viejo fascismo es que pretendía ganarse el apoyo de las grandes empresas a pesar de su retórica demagógica populista, que decía defender los intereses de las clases sociales más bajas y, en algunos casos, incluso pretendía ser «socialismo», como en el caso del nazismo alemán, cuyo nombre oficial hacía referencia a ello.

La connivencia entre fascistas y grandes empresarios procedía principalmente del temor de estos últimos al ascenso del movimiento obrero, con sus alas socialdemócrata y comunista, en medio de la crisis económica de los años de entreguerras del siglo pasado, los años de la era fascista original.

Hoy, sin embargo, con el movimiento obrero considerablemente debilitado por la embestida neoliberal y el cambio tecnológico, la motivación de las grandes empresas para confabularse con los movimientos neofascistas no es defensiva, sino ofensiva. Nos enfrentamos a un tipo de gran capital que busca proteger su crecimiento monopolístico a costa del pequeño y mediano capital.

Para ello, debe deshacerse de las restricciones impuestas anteriormente para limitar los monopolios, inspirándose en un liberalismo económico preocupado por preservar la competencia como principal motor del desarrollo capitalista. Desde este punto de vista, las políticas medioambientales se consideran restricciones impuestas a la libertad del capital, una libertad viciada por una contradicción intrínseca, en el sentido de que la libertad completa y sin restricciones conduce inevitablemente a la aparición de monopolios que socavan esa misma libertad.

El ejemplo más destacado de ello es Peter Thiel, uno de los principales capitalistas estadounidenses y el más destacado defensor y partidario del neofascismo entre ellos. Thiel fue uno de los más ardientes partidarios de la campaña presidencial de Donald Trump y también es conocido por ser el padrino político del vicepresidente J. D. Vance, el portavoz casi oficial de la ideología neofascista en la administración Trump.

Thiel declara descaradamente su preferencia por los monopolios, argumentando que permiten un progreso tecnológico sin trabas a través de un enriquecimiento ilimitado, ¡al tiempo que se opone a las políticas medioambientales alegando que limitan la competencia internacional!

Comparte esta opinión con los monopolistas estadounidenses de tecnologías avanzadas y sus aplicaciones en el comercio y los medios sociales, que apoyaron la reciente campaña de Trump y cuentan con él para luchar contra las restricciones e impuestos que los gobiernos europeos pretenden imponerles. Trump ha puesto esta tarea a la cabeza de su agenda en la guerra comercial que ha declarado contra el resto del mundo.

Texto original: BlogsMediapart

Traduccion: César Ayala

Fuente: https://vientosur.info/neo-fascismo-y-cambio-climatico/