Si en Panamá existiese aquella práctica en España que no permite a los gobiernos salientes adoptar decisiones serias que pudiesen comprometer las labores de un gobierno entrante, la presidenta Mireya Moscoso no hubiera ordenado retirar al embajador de Panamá en Cuba ni exigido la expulsión del embajador de Cuba en Panamá, Carlos Zamora, en plazo […]
Si en Panamá existiese aquella práctica en España que no permite a los gobiernos salientes adoptar decisiones serias que pudiesen comprometer las labores de un gobierno entrante, la presidenta Mireya Moscoso no hubiera ordenado retirar al embajador de Panamá en Cuba ni exigido la expulsión del embajador de Cuba en Panamá, Carlos Zamora, en plazo perentorio. Acabo de hablar con el embajador Zamora, quien abandonará Panamá esta noche (miércoles 25 de agosto), no sin antes despedirse de los miles de panameños que lo saludarán esta tarde, tras una faena realmente ejemplar.
Estas medidas, tomadas en un arrebato de «dignidad nacional» por la presidenta panameña, podría colocar al entrante gobierno de Martín Torrijos en una coyuntura difícil aún cuando el ministro de Relaciones Exteriores, Harmodio Arias Cerjack, acaba de declarar que las relaciones diplomáticas y comerciales no han sido rotas. Torrijos tomará posesión del cargo el 1º. de septiembre próximo.
Definitivamente será difícil la situación creada al nuevo gobierno, si la presidenta Moscoso decide otorgar el indulto a los cuatro terroristas anticubanos, Luis Posada Carriles, Pedro Remón, Gaspar Jiménez Escobedo y Guillermo Novo Sampol, asesinos confesos que guardan prisión en Panamá por el atentado al presidente de Cuba, Doctor Fidel Castro, que debió tener lugar en el Paraninfo de la Universidad de Panamá cuando el mandatario se dirigiría a miles de asistentes que acudieron al acto de bienvenida.
Afortunadamente, el atentado fue descubierto a tiempo por la inteligencia cubana que, conjuntamente con las autoridades panameñas, desmantelaron el plan terrorista que hubiese matado a miles de panameños, destruido la Universidad de Panamá, el Hospital y la Policlínica del Seguro Social y barrios aledaños, incluyendo a toda mi familia y a mí mismo.
Mireya Moscoso ha dicho que «no pensaba» dar un indulto a los terroristas, pero ahora, tras el Comunicado del gobierno de Cuba que advertía su intención de romper relaciones si la presidenta panameña liberaba de ese modo a los terroristas, la presidenta ha dicho que «lo está pensando». Pero un indulto no es posible porque el proceso judicial aún no ha culminado al encontrarse en la fase de apelación. La presidenta Moscoso debe respetar y abstenerse de intervenir en el Órgano Judicial.
De no hacerlo, y de otorgar un indulto ilegal, habrá dado la razón al gobierno de Cuba, que ha señalado que la Primera Dama, Ruby Moscoso de Young, es el enlace entre cubanos de Miami y el gobierno panameño en unas tratativas que están en boca de exiliados anticastristas. Pero es más fácil romper relaciones que restaurarlas, y en el caso de Cuba el asunto puede complicarse con el nuevo gobierno, porque debe darse por descontado que el de Estados Unidos (EU), con un Roger Noriega y un Otto Reich en el Departamento de Estado – furibundos anticastristas — harán todo lo imaginable para impedir que el gobierno de Martín Torrijos reanude relaciones con la Isla.
La liberación de los terroristas demostraría la falsedad de los compromisos de Panamá en la lucha contra el terrorismo internacional, pero desenmascararía aún más la fementida guerra antiterrorista de Estados Unidos (EU) si se confirma la denuncia cubana de que el Secretario de Estado, Colin Powell, le solicitó a Mireya Moscoso, durante su visita a Panamá en noviembre del año pasado, dejar en libertad a los cuatro terroristas anticubanos después del juicio. Para el gobierno de Bush, los terroristas serían «luchadores por la libertad» (freedom fighters).
Moscoso ha dicho que Cuba está interviniendo en los asuntos internos de Panamá, pero el caso de los terroristas no es un asunto «interno» de Panamá: es un asunto internacional que está bajo la jurisdicción de Cuba, Venezuela y Panamá, no solamente por la jerarquía transnacional del delito sino porque tanto Cuba como Venezuela han solicitado la extradición de los terroristas por casos pendientes en sus tribunales, algo que Moscoso no puede ignorar graciosamente.
Si fuese cierto que la «dignidad nacional» habría sido ofendida por Cuba, apenas sería justo mencionar otros casos más dignos de su rabieta. El mismo Colin Powell no solamente habría intervenido en los «asuntos internos» de Panamá sino que, peor aún, le habría dictado órdenes a la presidenta. La embajadora de Estados Unidos (EU) en Panamá, Linda Watts, dictó una conferencia abiertamente intervencionista en la cual acusó al gobierno panameño de corrupto; señaló la podredumbre, los males y vicios del Órgano Legislativo y del Órgano Judicial; denunció que la riqueza de Panamá estaba «en manos de 80 personas», y la presidenta Moscoso no se indignó o no lo hizo públicamente, ni el Ministro de Relaciones Exteriores le pidió que abandonara el país. Tan solo la citó a su despacho, tras lo cual, muy sonreídos, declararon que las relaciones entre ambos países eran «excelentes».
Si el indulto se otorga, los cubanos exiliados en Miami tendrán razones para agradecerle el favor a la Administración Bush, y quizás ese sencillo gesto pudiera devolverle a George W. Bush el voto que había perdido en Florida luego de anunciar las recientes drásticas medidas que dicho mandatario decretó contra Cuba. Éste, y no el insulto ni el indulto, es el verdadero quid de la cuestión.