Este artículo se publicó el 19 de octubre de 2006 y hoy se revisa, en su parte final, para saludar la liberación, ahora sí cierta, de Los 5 y su regreso a Cuba.
Solíamos ir los sábados por la mañana. Seguro que, entre tantos, habremos estado allí algún día lluvioso o gris, pero no lo recuerdo. La memoria, escondida a veces en rincones lejanos a los que no siempre llego, sólo me conduce a mañanas de mucho calor y más sol.
A nosotros nos llevaban a todo, al teatro guiñol de los miércoles, a la feria de libros del Habana Libre, al cinecito de los viernes, a los títeres del Parque Almendares de los domingos y hasta a las competencias escolares de la Ciudad Deportiva.
La Biblioteca Nacional, sin embargo, era otra cosa. Quedaba cerca de donde vivíamos, y de la Plaza de la Revolución, que era como nuestra segunda casa. Íbamos caminando y no tardábamos mucho, a lo mejor media hora desde la calle L, esquina a 25, en el Vedado.
Allí nos sentíamos importantes y mayores. En un espacio tan lleno de cosas que aprender, el tiempo se diluía y se escapaba entre las manos como agua.
Al llegar, ya sabíamos que debíamos dirigirnos a la planta baja, que era la reservada a las actividades infantiles. Mi hermano, mi compañero de entonces y de ahora, se sentaba en la mesa que más le gustara, o en la que quedara libre. Yo prefería el piso; supongo que porque estaba frío. O quizás porque me hacía sentir más cercano el silencio de la sala, que se me antojaba inmenso. A los dos nos gustaba estar allí.
Aún hoy, hago muchas cosas desde el piso; también leer, cuando el ánimo es calmo y no lo atosiga la prisa.
El par de horas de lectura o dibujos volaban,»…Hay que recoger los libros, nos vamos….». Esa frase, una y otra vez, llegaba demasiado rápido. Hacíamos como si no la hubiéramos oído y ganábamos un poco de tiempo; con suerte diez minutos o quince.
A veces, las historias, de colores o en blanco y negro, desaparecían de nuestra vista con cierto enfado y eso significaba que ya no cabían más tretas. «Nos vamos…..; la semana que viene volvemos».
Y nos íbamos, pero para volver la semana siguiente. Siempre volvíamos a aquel lugar.
Atravesar el sendero de la entrada, con un césped siempre apetecible para correr, a un lado y a otro, ha sido uno de los mejores paseos del recuerdo, durante todos estos años.
Miles de niños cubanos fueron, como nosotros entonces, a la Biblioteca Nacional de La Habana. Otros miles habrán ido después y, de seguro, muchos siguen yendo, ahora, cada semana.
Hace un par de días me contaron que decenas de esos niños y niñas pudieron morir mientras elegían si se sentaban en las mesas o si probaban el suelo de esa Biblioteca. La obsesión destructiva de las mafias, que operan desde los Estados Unidos contra Cuba, no pensaba detenerse por eso.
Creo que querían hacerlo en 1998, pero algo les falló. Cinco cubanos, que, por esas fechas trabajaban, infiltrados, en esas organizaciones mafiosas, supieron que la acción terrorista se estaba planeando y actuaron.
Ramón Labañino, Fernando González, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y René González informaron al Gobierno de Cuba para que éste se alistara a impedir los crímenes.
Gabriel García Márquez fue la persona elegida para mediar ante la Administración de los Estados Unidos y advertirle del nuevo ataque que se estaba gestando, dentro de su territorio, contra la isla. Por eso se entrevistó, personalmente, con el presidente Clinton, para que frenara el asesinato, entre otros, de niños y niñas cubanos, en la Biblioteca Nacional de La Habana.
Se hizo. El atentado se abortó, pero, a cambio, había que tener otras víctimas. Ramón Labañino, Fernando González, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y René González fueron detenidos, en septiembre de ese mismo año. Desde entonces, permanecen cautivos, en distintas cárceles de seguridad norteamericanas.
El juicio al que se les sometió, en la ciudad de Miami, fue declarado nulo por tres jueces del Onceno Circuito de Atlanta después de que el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de la ONU determinara que sus arrestos no habían estado sujetos a la legalidad.
La apelación presentada por la Fiscalía norteamericana dio los frutos que se esperaba de ella y el dictamen de los jueces de Atalanta fue invalidado.
El proceso siguió adelante y, como afirmara Olga Salanueva, esposa de René González, la espera no podía hacerse desde el silencio.
…No lo ha habido; miles de voces se han seguido alzando desde que escribí este artículo y hoy, definitivamente, el clamor se ha convertido en grito por la libertad conquistada de estos Cinco revolucionarios que, con su sacrificio, hicieron posible que niños y niñas de Cuba, como nosotros entonces, hayan podido ir los miércoles al guiñol, los viernes al cinecito o, los sábados por la mañana, a la Biblioteca Nacional.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.