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¿No es país para negocios privados?

Fuentes: Progreso semanal

Al café El Colga’o se llega, literalmente, con la lengua afuera. Hay que soportar la cola que se alarga en pleno bulevar de Sancti Spíritus, subir el primer y altísimo piso, tomar aire en el descanso mientras te ríes del cartel: «Todavía no llegas, continúa subiendo», remontar la escalera construida en la primera mitad del […]

Al café El Colga’o se llega, literalmente, con la lengua afuera. Hay que soportar la cola que se alarga en pleno bulevar de Sancti Spíritus, subir el primer y altísimo piso, tomar aire en el descanso mientras te ríes del cartel: «Todavía no llegas, continúa subiendo», remontar la escalera construida en la primera mitad del siglo XX y llegar jadeando frente a la puerta. Una vez dentro, quedas inevitablemente deslumbrada con el espíritu del sitio, desenfadado y hasta bohemio.

En dos salones, 10 mesas bajas de madera con banquetas o cojines pueblan un espacio diseñado y decorado por los propios trabajadores: una tendedera para colgar objetos que han ido trayendo los habituales, un mueble de época, una pared tapizada de grafittis, el ya antológico atrapasueños…

Fue, en principio, cuestión de inspeccionar el mercado: ¿qué le falta a una ciudad como Sancti Spíritus? ¿Qué negocio pudiera ser exitoso en un sitio como este, donde los postigos se cierran con la telenovela de turno y el pueblo parece responder disciplinadamente a un muy trasnochado toque de queda?

Ni hostales, ni paladares, que de esos «hay tantos que se atropellan» y una a veces se pregunta si llegan a ser rentables con esos precios exorbitantes para el cubano que vive de su salario y con las limitaciones que impone un tipo de turismo internacional calificado como «de tránsito».

Pero, a lo que iba: cuando decidió poner un pie en el sector privado, el joven arquitecto Abdel Martínez Castro, uno de los propietarios de El Colga’o, esperó la alineación estelar de lo que él llama «tres felices coincidencias».

La primera: un doctorado en el extranjero, que le ha permitido disponer durante tres años de unos ingresos bajos de Primer Mundo.

La segunda: su gran amiga y esposa Elisa Mapelli, italiana de nacimiento y cubana aplatanada como pocas, decidió radicarse en Sancti Spíritus para emprender un proyecto que la estimulara espiritualmente.

Y la tercera: habiendo recorrido tanto mundo, «viendo los cafés de otros lugares tuve la intención de hacer algo similar y, de ser posible, crear algo más original».

 

¿Por qué El Colga’o?

«A tono con este postmodernismo nuestro en el que cualquiera vende un café, si de todas maneras lo que vamos a vender es otro café, pues tratamos de cargarlo con algún tipo de magia -explica Abdel-. Nuestra amiga Dayana Rodríguez, que es muy apasionada del tarot, nos sugirió ese tema como argumento. Entonces cada arcano del tarot dio nombre a una receta, y elegimos El Colga’o como nombre del negocio para aprovechar la casa en altos con sus balcones y el clima de enajenación que aspiramos a lograr».

En el menú, metafóricamente impreso en cartas del tarot, y en toda una pared, donde el singular personaje pende atado de una pierna, una suerte de declaración de principios: «El colgado nos invita a observar nuestros complejos, las inhibiciones que nos mantienen atemorizados y en estado de servidumbre. Se limita a permanecer suspendido, sin hacer nada y, por tanto, sin producir. Representa la pasividad. Su mundo está hecho de sueños; como a los clientes de este café, le gusta escapar de todo». Una filosofía nihilista que parecen compartir sin prejuicio alguno los cientos de espirituanos que a diario suben tres pisos para colgar sus ahorros.

 

Un café no da para hacerse millonario

Para Abdel Martínez Castro, Elisa Mapelli, Dayana Rodríguez y Lyhan Arango, los cuatro fantásticos iniciales, como suelen llamarse entre ellos, El Colga’o ha sido, más que una empresa privada, una prolongación de la amistad que han venido forjando durante años.

En la caja contadora, las finanzas parecen estar claras: el café arroja unas ganancias netas mensuales de alrededor de 20 000 pesos, cifra que califica como respetable para un negocio de su tipo en una ciudad como Sancti Spíritus, que no figura entre las de mayor densidad de emprendedores ni entre las que más tributa al fisco.

Sin más formación económica que las vivencias de la calle, los cuatro fantásticos han debido lidiar con el pago sistemático de la patente y la seguridad social, alquiler del lugar y declaración de ingresos personales; montos que, una vez desembolsados, les permite a ellos y a los otros dos trabajadores contratados percibir salarios más altos que por la vía estatal.

En los bolsillos del cliente, el estrago fluctúa por precios que van, desde los módicos 2 pesos en moneda nacional (MN) que cuesta el café «El loco», hasta la especialidad de la casa, «El Colga’o», que vale 12 pesos, también en MN. A ello se suman las opciones de dulces, bebidas sin alcohol, emparedados y cigarros; una carta que no está pensada, precisamente, para enriquecerse.

«Un café en moneda nacional no da para hacerse millonario -aclara Martínez Castro-. Se trata de un negocio que nos permite cierta holgura sin dejar de sentirnos bien. El Colga’o es un estilo de vida en el que tenemos la mayor libertad posible y al mismo tiempo ganamos dinero. ¿Qué más se puede pedir?».

La suya es una peculiar manera de concebir el negocio en tiempos de un sostenido incremento del llamado trabajo por cuenta propia, forma de empleo a la que actualmente se afilian en todo el país más de 400 000 personas, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).

En Sancti Spíritus, alrededor de 20 000 trabajadores se encuentran vinculados al sector privado en alguna de las más de 200 actividades legalizadas para ejercer, entre las que sobresale la del elaborador-vendedor de alimentos ligeros y bebidas no alcohólicas en su domicilio como una de las actividades con más licencias expedidas.

Directivos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social confirmaron a inicios de 2014 en el programa radiotelevisivo Mesa Redonda lo que ya la vox populi había acuñado como una verdad incuestionable: el éxito rotundo de las empresas pequeñas o familiares como esta, que ganan en independencia y pagan su contribución sin que el Estado tenga que ponerles los recursos en la puerta.

Sobre el peliagudo asunto del sistema tributario, Abdel afirma: «Que tú de 10 pesos tengas que pagarle uno solo al Estado, eso a mí me parece justo. Yo creo que la legislación es fantástica; ahora, eso sí, la parte difícil es la del suministro. Como no hay mercado mayorista, se dificulta la adquisición a precios competitivos de los insumos que necesitas. Si dispusiéramos de mayores niveles de materias primas, la creatividad no tendría que ser invento».

 

A favor del mercado

Sin despojarse de su impostura como profesora universitaria, Dayana Rodríguez llega a El Colga’o dos horas antes de que abra, ajusta la vajilla, ayuda a componer el desarreglado escenario y no son pocas las veces que, bandeja mediante, se ha encontrado de golpe con sus alumnos de la Facultad de Humanidades.

Ha sobrellevado hasta ahora la doble jornada porque se trata de un embullo de amigos, pero en los huesos ya se siente el cansancio acumulado de todos los días en que la cafetería funciona de 4 p.m. a 12 de la noche. «El viernes, no, por suerte, el viernes se descansa», suspira.

Más que en el Código de Trabajo vigente, los trabajadores de El Colga’o se sienten amparados en esa suerte de pacto tácito de «uno para todos y todos para uno» que pareciera imperar en el negocio. Al menos de ello da fe el propio Abdel Martínez cuando afirma:

«Queda mucho por establecer en materia de regímenes de seguridad social para los trabajadores por cuenta propia. Tampoco hay un contrato de trabajo, aunque debería haberlo, pero nadie te lo exige, en el que se dejen sentadas las pautas y los motivos por lo que puedo cancelarte el contrato -aduce-. Algo tan serio como eso no debe ser dejado al libre albedrío de los dueños de negocios».

Escuchándolo disertar sobre asuntos legales y jurídicos, una llega a olvidar que lo de Abdel Martínez Castro es la arquitectura, una carrera cuyos rumbos no ha dejado del todo.

Si se emitieran licencias para que los arquitectos ejercieran en talleres privados, ¿optarías por un negocio de arquitectura?

«No sé ni qué te diga -confiesa-. Trabajar como arquitecto para alguien en un negocio privado pudiera interesarme; tener yo un negocio privado de arquitectura no me interesa para nada, porque los niveles de responsabilidad y de stress que asumiría no son comparables a los que yo tengo ahora administrando un café».

Entonces no te preocupa que las licencias para el trabajo por cuenta propia sean mayoritarias en sectores no profesionales…

«No, en lo absoluto. Haber salido del país me ayuda a entender que no es cierto que un profesional cobre bien. No: cobra bien el profesional que ha elegido la carrera que el mercado está pagando bien en ese momento, porque hay profesionales en el mundo que no encuentran empleo y trabajan en cafeterías. Es lo que estoy haciendo: si siento que la arquitectura no es bien pagada, tomo mi formación como enriquecimiento cultural y me dedico a vivir de otra cosa sin ningún cargo de conciencia».

Fuente: http://progresosemanal.us/20150427/no-es-pais-para-negocios-privados/