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No hubo «asalto a los cielos», y ahora ¿qué?

Fuentes: Rebelión

«… e spesso tra ‘l palazzo e la piazza è una nebbia sì folta o uno muro sì grosso che, non vi penetrando l’occhio degli uomini, tanto sa el popolo di quello che fa chi governa o della ragione perché lo fa, quanto delle cose che fanno in India» Francesco Guicciardini (1483-1540), Ricordi politici e […]

«… e spesso tra ‘l palazzo e la piazza è una nebbia sì folta o uno muro sì grosso che, non vi penetrando l’occhio degli uomini, tanto sa el popolo di quello che fa chi governa o della ragione perché lo fa, quanto delle cose che fanno in India»

Francesco Guicciardini (1483-1540), Ricordi politici e civili, 141

En sus escritos políticos, a Pier Paolo Passolini le gustaba mucho utilizar la imagen del «palacio» y la «plaza» como metáfora de las relaciones entre el poder y al sociedad en nuestro tiempo.

En el pasaje de Francesco Guicciardini del que Passolini toma la imagen, el palacio está separado de la plaza por una niebla tan espesa que no puede ser penetrada por el ojo humano, subrayando así el desconocimiento que la sociedad tiene de lo que el poder hace y de las razones que le mueven a hacerlo. Hoy sabemos -y esto es quizá el rasgo más distintivo del poder contemporáneo- que la niebla también aísla el poder de la plaza, hasta el punto, en ocasiones, de hacérsela incomprensible.

La imagen del palacio hoy resulta demasiado ingenua. En el comentario a Todo modo, esa novela extraordinaria de Leonardo Sciascia, el propio Passolini nos dice que la imagen que mejor define el poder contemporáneo es la pirámide: aparentemente monolítica por fuera, pero compleja y laberíntica intersección entre poderes políticos, económicos y sociales por dentro.

Por eso resulta poco afortunada la imagen de «asaltar los cielos». El 15M nos recordó que había plaza. Pero lo que no hay es palacio que asaltar desde la plaza: las pirámides no hay forma de asaltarlas. Hoy hace falta coraje para atravesar la niebla; paciencia para encontrar la entrada de la pirámide; astucia para no perderse en los recovecos ni caer en alguna de las trampas que custodian los tesoros; prudencia para no quedarse fascinado por ellos y voluntad para ser capaz de salir.

Los resultados electorales de Unidos Podemos son ambiguos. Si se consideran desde el punto de vista de una formación emergente que aún debe consolidarse para llegar a ser la fuerza hegemónica del centro izquierda y, desde allí, aspirar a la conquista del poder, mantener la representación parlamentaria obtenida el 20D es una buena noticia.

Si se consideran desde el punto de vista de un proyecto que nació para «asaltar los cielos», aprovechando una coyuntura excepcional de descontento ciudadano y deslegitimación de la política tradicional, la pérdida de un millón largo de votos entre el 20D y el 26J, es una pésima noticia que solo matiza un sistema electoral tan poco democrático, que permite conservar la misma representación parlamentaria con un 18% menos de votos.

Aunque todas las miradas se han dirigido a la coalición con Izquierda Unida para tratar de explicar la pérdida de votos, no creo que esta sea ahora la cuestión central. Con o sin Izquierda Unida, lo más importante ahora es valorar si Podemos -y con él la nueva izquierda española- tiene vida una vez una vez que el asalto a los cielos no ha sido posible.

Porque lo más trágico de de los resultados electorales es que parecen invalidar el diagnóstico sobre el que nació Podemos y que consiste en el convencimiento de que en España existía ya una mayoría social partidaria de una transformación, si bien no existía una fuerza política capaz de agrupar esa mayoría social e ideológicamente heterogénea, por lo que el cambio no era posible.

Podemos nació así como una organización ligera, más pensada para la batalla electoral que para el día a día, con el objetivo de encontrar el tono, el mensaje y las formas justas que permitieran agrupar el voto de esa mayoría social. Una vez asaltados los cielos, sería desde el poder que la organización iría construyéndose a sí misma y su base social.

El retroceso electoral obliga a reconsiderar este diagnóstico.

Puede ocurrir que el diagnóstico sea inválido y que haya que construir el sujeto social de transformación con carácter previo a la toma del poder. En este caso, la estrategia de asalto a los cielos no tendría sentido. Unidos Podemos creía haber entrado en la pirámide y resulta que andaba perdido en el muro de niebla.

Pero puede ocurrir también que el diagnóstico sea válido, pero no se haya conseguido dar con el tono, el mensaje y las formas adecuadas. Esta hipótesis plantea varios problemas:

El primero es que invalida la idea de una organización ligera para asaltar los cielos. Si encontrar el tono, el mensaje y las formas es una cuestión de ensayo y error, son necesarias varias citas electorales para encontrar la combinación precisa, por lo que no queda más remedio que construirse fuera del poder: no sirve solo con ser una «máquina de guerra electoral» como decía Íñigo Errejón, sino que hay crear el músculo burocrático necesario para afrontar los problemas internos de cualquier organización.

El segundo es que los tiempos que vivimos dificultan mucho los discursos socialmente transversales tipo partido «atrapatodo» y que en la práctica española la abstención es mucho más determinante de los resultados electorales que la trasferencia de votos entre fuerzas. Unidos Podemos creyó que su electorado urbano, joven e ideologizado ya le era fiel y que, por ello, podía moderar el discurso y no exponerse en la campaña para tener llegar al electorado anciano y rural que sostiene el bipartidismo y que es hostil al cambio político.

Los resultados electorales indican que Unidos Podemos perdió proporcionalmente más votos en las ciudades grandes que en los pueblos menos poblados. Durante el periodo de los dos grandes partidos, los análisis postelectorales demostraban que existía más volatilidad del voto entre izquierda y derecha, que dentro de los propios bloques ideológicos. Por tanto es plausible pensar que el voto que se ha perdido en las circunscripciones más urbanas y populosas ha ingresado la abstención.

Pero con el sistema electoral actual, en España no es posible contar con mayorías parlamentarías sin el voto de los sectores rurales y de más edad. La diferencia más importante entre los electores de la vieja y la nueva política es la edad: el electorado mayoritario de los partidos tradicionales es el más anciano. El sesgo del sistema electoral español generalmente se justifica como una sobrerrepresentación de territorios rurales que de otra forma apenas tendrían representación política. Sin embargo, en las circunstancias actuales puede funcionar también como una sobrerrepresentación de los viejos (que habitan de forma mayoritaria los territorios sobrerrepresentados) y, consecuentemente, de la vieja política sobre las fuerzas emergentes.

Encontrar un único discurso que permita movilizar el electorado de referencia y tener entrada en los sectores rurales y de más edad resulta difícil pero, en todo caso, pasa por una estrategia de creación y fidelización de una base electoral, que pueda llegar a entender el manejo de distintos tipos de discurso dirigidos a distintos tipos de electorado.

También debe tenerse en cuenta que los electores más duros e ideologizados también necesitan cariño. Las dificultades de convivencia entre Podemos e IU en muchas plazas, enmascarados por la imagen del buen entendimiento entre los líderes en medios, podría haberse mitigado con un trabajo didáctico a pié de Asamblea Local por parte de Alberto Garzón junto con algún líder de Podemos.

Ambas hipótesis llevan a un escenario contradictorio, en el que el tipo de acciones que se requieren para solucionar los problemas planteados, pueden suponer el suicidio de la organización. Podemos ha sido una feliz combinación entre frescura e imagen con una capacidad de movilización extraordinaria. En la coyuntura actual desaparece la frescura y se sustituye por el viejo y gastado trabajo político de creación y fidelización de una base electoral. Desconozco hasta qué punto las redes sociales puedan servir a este objetivo ni qué margen de innovación permita el estado del arte. Pero también desaparece la euforia, el efecto movilizador de la inmediatez del «asalto a los cielos». Ya no salimos a conseguir algo, sino que salimos a construir las bases que permitirán estructurar un proyecto que, en el futuro, nos catapultará para asaltar los cielos. Y eso recuerda demasiado al «pitufo gruñón».

No creo que la ventana de oportunidad para provocar un cambio político en España se haya cerrado, pero sí se ha entornado mucho. Volver a abrirla pasa por dos elementos que deberán analizarse con cautela en los próximos meses:

Por una parte, creo que el éxito del PP se ha cimentado en un discurso de polarización entre cambio y no cambio, en el que, de cara al electorado tradicional, el PP se presentaba como el nivel mínimo de cambio posible (lo que exija Bruselas) y Podemos (a pesar del cambio de discurso) como el nivel máximo de cambio posible. El PP consiguió agrupar a todos los temerosos del cambio que hacen de la continuidad un valor superior a cualesquiera otros. Podemos no recibió el guante de este duelo de extremos. El PP sabe que esta imagen en el extremo del no cambio le ha sido muy útil electoralmente, pero es insostenible a la hora de conseguir los apoyos para la investidura y para gobernar en minoría. Por eso ya ha empezado a desplazarse hacia el centro con un gesto simbólico tan importante como incluir la reforma constitucional en su oferta de negociación al PSOE. Podemos no puede ser simplemente reactivo frente a esta estrategia y dejarse construir una imagen por parte de los medios: debe adelantarse y presentar una propia propuesta de mínimos que sea susceptible de marcar la agenda.

Por otra parte, en esta coyuntura el Parlamento cobrará un papel mucho más relevante del que hasta el momento ha tenido. El PP actual carece de experiencia en el manejo de las relaciones con un parlamento hostil al que ninguneó durante el periodo de la mayoría absoluta, por lo que los encontronazos serán frecuentes. En este escenario, los viejos parlamentarios con mucha experiencia resultan cruciales. Unidos Podemos prácticamente carece de experiencia parlamentaria por lo que no pueden sino hacer de la necesidad, virtud: si son capaces de trasladar la frescura electoral de las elecciones municipales y autonómicas al Congreso de los Diputados, con formas más llamativas que estridentes e iniciativas más novedosas que espectaculares, darán una imagen de renovación institucional que quizá sea más efectiva para entrar en los grupos sociales rurales y de más edad, que el cambio de discurso en función de las circunstancias.

Marcos Criado de Diego. Universidad de Extremadura. Universidad Externado de Colombia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.