Los creacionistas y los negacionistas del cambio climático tienen esto en común: no responden a sus críticos. Hacen lo que ellos dicen que son refutaciones definitivas de la ciencia. Cuando se demuestra que esas refutaciones son absurdas, no intentan defenderlas. Simplemente, pasan a otra línea de ataque. Nunca se retractan, nunca se excusan, nunca se […]
Los creacionistas y los negacionistas del cambio climático tienen esto en común: no responden a sus críticos. Hacen lo que ellos dicen que son refutaciones definitivas de la ciencia. Cuando se demuestra que esas refutaciones son absurdas, no intentan defenderlas. Simplemente, pasan a otra línea de ataque. Nunca se retractan, nunca se excusan, nunca se explican; simplemente, elevan el volumen, se mantienen en movimiento y esperan que la gente no se dé cuenta de la estela de afirmaciones destrozadas que van dejando detrás.
Eso significa que tratar de debatir con ellos es un ejercicio frustrante y a menudo fútil. Se necesitan 30 segundos para hacer una afirmación científica engañosa y 30 minutos para refutarla. Al ametrallar a sus oponentes con falsedades, los negacionistas ponen a los científicos en una posición imposible: o bien tratas de responder a sus afirmaciones, lo que no se puede hacer en el tiempo disponible, o las dejas pasar, en cuyo caso sus planteamientos parecen sostenerse. Muchos científicos eminentes se han desentendido de estas situaciones. La razón es que la ciencia se realiza en sus escritos, donde las fuentes pueden ser comprobadas y las afirmaciones puestas a prueba.
Por eso, cuando el profesor de geología australiano Ian Plimer me retó a un debate cara a cara en julio (1), no me lancé sobre la oportunidad. Su libro Heaven and Earth, que pretende destruir la ciencia del cambio climático, contiene página tras página errores de escolar y jerigonza pseudocientífica. Como escribió el profesor de astrofísica Michael Ashley, «No ‘simplemente’ tendrían que estar equivocados los científicos de la atmósfera para que Plimer tuviera razón. Para ello haría falta que se rescribiera la biología, la geología, la física, la oceanografía, la astronomía y la estadística» (2). Pero, por lo que he podido ver, Plimer no ha respondido nunca a los planteamientos devastadores hechos por sus críticos. Se limita a seguir moviéndose en su propio terreno.
Nada de esto ha impedido al Spectator publicar una noticia de primera plana promoviendo sus afirmaciones. La revista sugería que Plimer ha demostrado que la teoría del calentamiento global es «la estafa mayor, más peligrosa y más ruinosamente cara de la historia» (3).
Escribí un artículo resumiendo lo que los científicos han dicho acerca de las afirmaciones de Plimer y enumerando algunos de sus evidentes errores (4). Como respuesta, Plimer pidió un debate. El editor del Spectator, Matthew D’Ancona, aceptó esta causa, enviando una serie de mensajes de correo electrónico en los que me presionaba a aceptar (toda la correspondencia está en mi sitio web (5,6)). Al principio, habiendo visto algunas tácticas de debate de Plimer, me negué. Pero después me di cuenta de que podía ser un medio de hacerle precisar.
Contesté a Plimer que aceptaría su reto si él aceptaba el mío: escribir respuestas precisas y específicas a las preguntas que le enviaría, para publicarlas en el sitio web del Guardian. Si las respondía, se haría el debate; si no lo hacía, no lo habría. Los dos intercambios se complementarían entre sí: conociendo sus palabras específicas, la gente que asistiera al evento público podría valorar mejor sus generalizaciones.
Plimer se negó. Después, cuando escribí una entrada en el blog acusándole de cobardía, aceptó. Le envié 11 preguntas (7). Eran simples y directas: solo le pedía que proporcionara las fuentes y las explicaciones de algunas de sus afirmaciones del libro. Cualquier científico serio las habría ofrecido sin vacilar.
Pero en lugar de respuestas, Plimer me envió una serie de excusas del tipo «el perro se comió mi trabajo escolar» y enumeró una serie de preguntas suyas (pueden leer las dos listas de preguntas en mi blog del Guardian (8)). Mientras las mías solo se referían a lo que Plimer pretende saber, las suyas estaban diseñadas para que fuera imposible responderlas: más que preguntas, eran acertijos. De tomarlas en serio, cada respuesta requeriría varios años de investigación original. Gavin Schmidt, científico senior del clima en la NASA, las examinó y consideró que en su mayor parte eran cháchara desconcertante de 24 kilates, mientras que el resto ya había sido respondido por otros medios (9). Pero no era esa la cuestión. El propósito de Plimer parece haber sido el de distraer la atención del hecho de que no puede responder a mis preguntas. El último martes, le propuse a Ian Plimer una apuesta de 10 £ a que no era capaz de responder a sus propias preguntas. Todavía no la ha aceptado.
Tras haber mantenido este absurdo durante casi un mes, le di un plazo de 10 días, tras el que daría por supuesto que ha abandonado asustado nuestro intercambio y ha perdido el debate (10). El plazo expiró el viernes. No ha habido respuesta.
No hay nada inusual en Ian Plimer. Casi todos los prominentes negacionistas del cambio climático que no sean empleados exclusivos de la industria de los combustibles fósiles tienen un perfil similar: hombres cuya carrera profesional está a punto de terminar o ya ha terminado. Atacar la ciencia del cambio climático parece una fórmula garantizada de lograr un reconocimiento público que o bien han perdido o bien no habían tenido nunca. Personas así seguirán emergiendo mientras los medios de comunicación sean lo bastante crédulos para tomárselas en serio.
Lo extraño es la disposición de publicaciones como el Spectator a defenderlos. En mi correspondencia con Matthew D’Ancona, pregunté que qué tiene el cambio climático que hace que personas inteligentes como él abandone todos los estándares editoriales. ¿Por qué está dispuesto a apoyar las afirmaciones de Plimer, pero no las de las personas que afirman que todo el canon de la ciencia lunar está equivocado pues en realidad la luna está hecha de queso verde?
Contestó lo siguiente: «Todo lo que dice podría ser cierto, ¡lo que fortalece mi creencia de que un debate sería fantástico!»(11). Le volví a presionar. «Creo que la respuesta», respondió, «podría ser que lo que yo llamo malicioso -y forma parte de la descripción del trabajo de editor del Spectator ser malicioso-, usted lo llamaría profundamente inmoral y grotescamente irresponsable. La respuesta a lo de Plimer -a favor y en contra- fue apasionada y cacofónica: exactamente lo que yo había esperado. De nuevo le digo que quizá no le valga como excusa. Pero quizá sea suficiente como explicación».
Le dije que aunque el Spectator publica continuamente artículos ruidosos y provocativos, en la mayoría de los casos están basados en hechos. Este artículo estaba basado en un galimatías. Entonces, ¿por qué el cambio climático? ¿Por qué es esta la única cuestión que es tratada por los editores como juego justo, los mismos editores que tratan cuidadosamente otras cuestiones científicas por miedo a hacer el papel de idiotas? ¿Y dónde está la malevolencia en hacer lo que cientos de artículos escritos y transmitidos ya han hecho: afirmar que lo del cambio climático causado por el hombre es un mito? Seguramente, para ser malicioso, ¿no tendría que ser original?
D’Ancona contestó: «Solo puedo hablar por mí mismo y decir que, como editor, no señalo a nadie para tratarlo como un chiflado». Entonces, le pedí ejemplos de artículos de chiflados que hubiera publicado sobre temas científicos. Contestó: «Bueno, ¡la MMR para empezar, cuando apoye inicialmente a Wakefield!». Pero cuando Andrew Wakefield sugirió por primera vez que la vacuna MMR está relacionada con el autismo, era una afirmación original que, aunque sin apoyos, todavía no había sido desacreditada. Hoy tenemos 20 años de evidencias, en miles de documentos sometidos a la peer-review, que demuestran que personas como Plimer hablan sin ton ni son.
Por eso, Plimer no proporciona sus fuentes y D’Ancona no explica porqué se centró en el cambio climático. Pero al menos, tras este frustrante episodio, tengo una respuesta a mis preguntas: ninguno de ellos lleva las de ganar.
Traducido para Globalízate por Víctor García
http://www.globalizate.org/monbiot200909.html
Artículo original:
http://www.monbiot.com/archives/2009/09/14/answers-come-there-none/
Referencias:
1. Ian Plimer, 15th July 2009. Letter to the Spectator.
http://www.spectator.co.uk/the-magazine/the-week/5186003/letters.thtml
2. http://www.theaustralian.news.com.au/story/0,,25433059-5003900,00.html
3. http://www.spectator.co.uk/the-magazine/features/3755623/meet-the-man-who-has-exposed-the-great-climate-change-con-trick.thtml
4. http://www.guardian.co.uk/environment/georgemonbiot/2009/jul/09/george-monbiot-ian-plimer
5. http://www.monbiot.com/archives/2009/09/14/correspondence-with-ian-plimer/
6. http://www.monbiot.com/archives/2009/09/14/correspondence-with-the-spectator/
7. http://www.guardian.co.uk/environment/georgemonbiot/2009/aug/05/climate-change-scepticism
8. http://www.guardian.co.uk/environment/georgemonbiot/2009/aug/12/climate-change-climate-change-scepticism
9. http://www.realclimate.org/index.php/archives/2009/08/plimers-homework-assignment/
10. http://www.guardian.co.uk/environment/georgemonbiot/2009/sep/01/heaven-earth-answers-plimer
11. http://www.monbiot.com/archives/2009/09/14/correspondence-with-the-spectator