La noche del 19 de julio, en medio de informaciones contradictorias, y de una enorme confusión acerca de la magnitud del levantamiento militar que el Gobierno de Casares Quiroga se había esforzado en presentar como ya prácticamente sofocado, la diputada comunista Dolores Ibárruri se dirigía a la población desde los micrófonos de la Unión Radio, instalada en el Ministerio de la Gobernación. El primer discurso de Ibárruri retransmitido por una radio española sería de apoyo incondicional al Gobierno republicano y de llamada a la resistencia popular contra el golpe: “¡Pueblos de Cataluña, Vasconia y Galicia! ¡Españoles todos! A defender la República democrática, a consolidar la victoria lograda por el pueblo el 16 de febrero”. El PCE había pasado de gritar el 14 de abril de 1931 “¡Abajo la República burguesa! ¡Vivan los soviets!” a ser desde las elecciones de febrero de 1936 el partido político más comprometido con la defensa de la legalidad republicana y el proyecto reformista del Frente Popular.
“Todo el País vibra de indignación ante ese puñado de desalmados que quieren por el fuego y el terror sumir a la España democrática y popular en un infierno de terror fascista ¡Pero no pasarán! ¡España entera está en pie de lucha!”, concluía la alocución de esta hija de una familia vasca de clase trabajadora, autodidacta, separada de su marido, un minero comunista, con dos hijos refugiados en la URSS, y que había pasado ya dos veces por prisión debido a su militancia política. El ¡No pasarán! resonaba por primera vez en la España republicana. No tardaría en convertirse en una de las consignas más difundidas entre los defensores de la causa antifascista. En su sencillez y rotundidad radicaba su contundente eficacia.
Frente a la decisión con la que las organizaciones obreras contestaban desde el primer momento al golpe de Estado, declarando la huelga general y reclamando armas al Gobierno para enfrentarse a los militares sublevados, por parte de los políticos republicanos solo habría vacilaciones. ¿Qué hacer? En el gobierno temían tanto como el triunfo del Golpe militar, como ser desbordados por el estallido de una revolución obrera. Entregar las armas a los obreros suponía para el Estado perder definitivamente el monopolio de la violencia, en la práctica ya roto por la rebelión militar.
La madrugada del domingo 19 de julio, el presidente de la República, Manuel Azaña, aceptaba la dimisión de un fracasado Casares Quiroga y encomendaba a Diego Martínez Barrio la formación de un nuevo gobierno de tendencia más conservadora. La misión de Martínez Barrio era negociar con los sublevados una tregua que permitiera contener el golpe sin ceder a las presiones de las organizaciones de izquierdas.
El Gobierno de Martínez Barrio sería recibido con desconfianza por parte de los dirigentes obreros que temían una capitulación de este a los golpistas. Sin embargo, tras el fracaso de su mediación con el general Mola, ese mismo mediodía el líder de Unión Republicana dimitía y daba paso a un nuevo presidente, el tercero en menos de 24 horas, José Giral, de Izquierda Republicana, que asumía la realidad de una sublevación mucho más seria de lo que se había pensado inicialmente. Giral daría la instrucción a los gobernadores civiles de las provincias de repartir armas entre socialistas, comunistas y anarquistas, así como de levantar el cierre a los locales de la CNT y liberar a sus presos. Solo con la participación del movimiento obrero se podía parar el golpe.
La distribución de las armas entre los partidos y sindicatos sería clave para derrotar a los militares sublevados en Madrid, Barcelona y un buen número de ciudades en las que confluirían en los combates contra el Golpe una heterogénea coalición de guardias civiles y de asalto, soldados y oficiales leales a la República, y militantes de izquierdas. En otras no se llegaría a tiempo para detener al golpismo, o la unanimidad de la sublevación militar haría imposible la resistencia popular. Así se perderían un buen número de capitales de provincia en las que las izquierdas habían ganado las elecciones el 16 de febrero: Sevilla, Zaragoza, Oviedo/Uviéu, A Coruña…
Madrid era determinante y lo que iba a pasar en la capital todavía estaba por decidir. El 20 de julio el Cuartel de la Montaña, baluarte de los sublevados, había caído, pero no estaba claro que otros cuarteles no estuvieran esperando su momento para rebelarse. Mientras las milicias obreras ya combatían en la sierra de Guadarrama, los restos del Ejército en Madrid permanecían acuartelados. Ni se rebelaban ni se ponían al servicio de la República. Pasionaria, Enrique Líster y Juan Modesto, ambos con formación militar y dirigentes de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), encabezarían una delegación del PCE al Cuartel de Infantería nº1, el Wad Ras, para hablar con mandos, soldados y guardias civiles.
Ibárruri recuerda en su autobiografía la sensación de miedo que sentiría al traspasar la puerta de un cuartel donde su primera impresión fue que ni ella ni sus compañeros saldrían vivos. A pesar del clima de hostilidad existente entre la mayor parte de la oficialidad lograrían reunir y hablar a los soldados. Ibárruri estudia a su público. En su mayoría son campesinos que están haciendo el servicio militar. La escena que viene a continuación parece salida de un relato de la revolución rusa, pero sucedió en el castizo distrito de Tetuán, Madrid. Pasionaria se sube a un taburete y les explica a los soldados las razones para defender la República. En sus palabras hay pedagogía y emoción. Educar al pueblo en el odio a sus verdaderos enemigos de clase sería precisamente una de sus máximas durante la guerra. Ante los soldados les expone que los sublevados son los señoritos que se aprovechan de su trabajo en el pueblo y que si la República vence los campesinos como ellos se convertirán por fin en propietarios de la tierra que ahora trabajan con tanto esfuerzo para el beneficio de otros. Tras hacerle múltiples preguntas, los soldados del regimiento terminan dando vidas a la República. Líster explica en sus memorias que Pasionaria no solo lograría convencer a los soldados de que debían permanecer fieles al gobierno republicano, sino que además los movilizó para coger las armas y marchar en ese mismo momento en camiones junto a ella, Líster y Modesto, al frente de Guadarrama, donde milicias obreras improvisadas y mal armadas hacían frente como podían a un verdadero Ejército profesional.
El aplastamiento de la rebelión en Barcelona y Madrid va a alimentar por algunos días la esperanza de una rápida victoria sobre los militares sublevados. El clima de euforia revolucionaria conduce a un cierto regreso del PCE, siempre bajo la batuta del omnipotente delegado de la Komintern, Victorio Codovilla, a posiciones que sin abandonar el frentepopulismo, sonaban demasiado izquierdistas para los oídos de Moscú. Pasionaria que mantiene una buena relación con Codovilla también participa de ellas. La inflamación izquierdista durará poco. Desde La Casa llaman al orden a su sección española. Le piden contener el ímpetu revolucionario, evitar las confiscaciones indiscriminadas de propiedades privadas, limitándolas únicamente a quienes se hayan pasado a los sublevados, y no caer en excesos que puedan alejar al pequeño campesinado y a las clases medias democráticas de la defensa de la República. Ante todo preservar la alianza política e interclasista del Frente Popular de cualquier posible ruptura. También envían una advertencia a los camaradas españoles: que no se confíen ni subestimen al enemigo. A España le espera una guerra que será larga y dura.
En Madrid toman nota. El partido ha captado el mensaje y hace propósito de enmienda. Toca lanzar un mensaje tranquilizador al país y a la opinión pública internacional: el PCE no ha venido a hacer la revolución socialista. El combate en curso no es entre socialismo y capitalismo, o burguesía y proletariado, sino entre la “España democrática, liberal y republicana” y “las fuerzas reaccionarias y fascistas” que quieren arrastrar a España al pasado. El PCE aparca sus objetivos máximos y solo se plantea para este momento histórico la defensa de la República democrática y el programa de reformas políticas y sociales del Frente Popular. La encargada de explicar esta línea política a las masas será Pasionaria. El medio: la radio. El 29 de julio Pasionaria se pone otra vez ante los micrófonos:
“Las milicias, las fuerzas leales a la República, los comunistas, los socialistas, anarquistas y republicanos, respetan vidas y haciendas, protegen a los religiosos, imponen el verdadero orden; el orden de la paz y de la democracia. Mentira la existencia del caos, mentira la situación caótica de que hablan las noticias de los traidores o lo República”.
La radio va a terminar de encumbrar a una líder cuya popularidad, en ascenso desde la fallida revolución de 1934, eclosionarán ya por completo en los primeros meses de la guerra. Uno de los regimientos organizados por las Juventudes Socialistas Unificadas va a llamarse en su honor “Pasionaria”. En su periódico, Joven Guardia, los milicianos prometen ser dignos “de nuestro pueblo y de nuestra querida Pasionaria cuyo nombre estamos orgullosos de llevar”. Es finales de agosto, el país lleva ya más de un mes en guerra y Dolores Ibárruri está a punto de convertirse en la mujer más famosa de España.
Diego Díaz es historiador y redactor de Nortes.me, @DiegoDazAlonso1