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La lucha de los indígenas y campesinos por conservar las semillas heredaron de sus abuelos

No permitiremos que maten nuestro maíz

Fuentes: Ecoportal.net

Hoy cada uno de los indígenas y campesinos que hemos tomado conciencia del problema de la contaminación por transgénicos de nuestros maíces, podemos decir con orgullo: Hoy siembro y seguiré sembrando las semillas que nuestros abuelos nos heredaron y cuidaré que mis hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos las sigan cultivando. En […]

Hoy cada uno de los indígenas y campesinos que hemos tomado conciencia del problema de la contaminación por transgénicos de nuestros maíces, podemos decir con orgullo: Hoy siembro y seguiré sembrando las semillas que nuestros abuelos nos heredaron y cuidaré que mis hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos las sigan cultivando.

En 2001, el Instituto Nacional de Ecología, organismo dependiente de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales confirmó que existía contaminación por transgénicos en los maíces nativos de la Sierra Juárez. Desde entonces, el gobierno mexicano no ha informado a las comunidades indígenas cuál es la verdadera situación que prevalece en el campo mexicano en relación con la contaminación por transgénicos. Entendemos ese silencio como la garantía que necesitan las transnacionales para que se siga extendiendo la contaminación y en algunos años más el gobierno tenga elementos para decir: la contaminación es tan grande que no queda otra opción que permitir la siembra de semillas transgénicas en México. Entendemos esa complicidad como traición a la patria.

El silencio del gobierno nos ha obligado a realizar investigaciones por nuestra cuenta y hoy sabemos que existe contaminación en por lo menos nueve estados de la república mexicana, que estamos sembrando maíces contaminados por transgénicos que en los Estados Unidos están catalogados como insecticidas, para el consumo de animales o resistentes a herbicidas.

Hoy sabemos que algunas de esas plantas transgénicas son distintas físicamente a nuestras plantas nativas. Podemos ver que quienes las diseñaron, hicieron biopiratería de maíces de algunas comunidades indígenas. No podemos explicarnos de dónde sacaron otras de sus características; quizá sean deformaciones provocadas por la manipulación transgénica de que son objeto. Esta información nos permite establecer los saberes que se tienen en nuestras comunidades acerca del maíz, y que nos van a indicar cómo curar las enfermedades que le han metido. Somos nosotros los que sabemos cuáles son las características de nuestro maíz, lo que será una importante herramienta para detectar y erradicar las plantas que nos están contaminando.

A los gobernantes interesados en desaparecer a los habitantes de las zonas rurales del país, les decimos que ya no permitiremos que sigan enviando sus venenos a nuestras comunidades, sabemos que sus programas de alimentación están orientados a cambiar nuestros patrones alimenticios, para hacernos dependientes, para que despreciemos los alimentos que nos legaron nuestros antepasados. Aunque en sus centros de salud el gobierno no registre las nuevas enfermedades que están apareciendo en nuestras comunidades, concluimos que una de las causas de esas enfermedades es la alimentación que nos obliga soterradamente a consumir. Las papillas, la maseca y la soya texturizada que está «regalando», no lograrán vencer a nuestro maíz ni a los otros alimentos que nos dieron nuestros abuelos.

Sabemos que para resistir necesitamos seguir sembrando nuestro maíz y lograr, al menos, la autosubsistencia alimentaria. Nos percatamos que el gobierno no está dispuesto a dar un solo peso para ayudarnos realmente a rescatar nuestro maíz; que el dinero de los programas de gobierno que llegan a nuestras comunidades está envenenado, que quiere destruirnos, echarnos a pelear, dividirnos, hacernos dependientes, hacernos individualistas. Por eso estamos conscientes que somos nosotros solos los que tenemos que defenderlo; por eso hay que hacer un llamado a nuestros hermanos que fueron obligados a migrar a los Estados Unidos, a que nos ayuden a cuidar nuestro maíz, a que orienten a sus familias a no consumir los alimentos procesados que se venden en los supermercados que se instalan en nuestros lugares para que allí se gasten los dólares que ganan con el sudor de su frente. Que esos recursos sean utilizados para consumir los productos que se hacen en nuestras comunidades, que nos ayuden a fortalecer lo nuestro. A los que quedamos en nuestras comunidades nos toca también hacer lo propio. Tendremos que imaginar qué mecanismos nos serán útiles para elevar la producción de maíz. Tendremos que tomar acuerdos en nuestras asambleas comunitarias y regionales: allí está nuestra fortaleza, desde allí resistiremos.

Podrán aprobar las leyes que más favorezcan al capital en materia de bioseguridad o transgénicos. Así los legisladores y los gobernantes sólo demostrarán que no conocen al pueblo que dicen representar. Si lo hacen, desde ahora les decimos que no cuenten más con nuestra obediencia. Los pueblos indígenas hemos resistido por cientos de años diferentes formas de colonización, y seguiremos resistiendo desde nuestras comunidades. El maíz ha sido la base de nuestra resistencia y no nos lo van a quitar. No nos dejan otra opción que ejercer la autonomía de los pueblos indígenas en los hechos, pero queremos expresarles a todos, que ejerceremos la autonomía con pleno respeto a la soberanía del pueblo de México. Nosotros no vamos a decir en discurso o a los medios de comunicación que vamos a defender la soberanía nacional y a escondidas pactar cómo vender el país y entregar las decisiones a tribunales externos que sólo protegen el interés del gran capital.

Las corporaciones transnacionales del agronegocio (Monsanto, Novartis, Dupont, Pioneer, Archer Daniels Midland, Cargill, etcétera) y el gobierno mexicano que trabaja para ellas, estarían contentos de oírnos decir: soy indígena, soy campesino, soy pobre y quiero que me regalen maseca o me vendan maíz barato de Diconsa para hacer mis tortillas.

Los pueblos indígenas somos herederos de una gran riqueza que no se mide en dinero y de la que hoy quieren despojarnos. Por lo mismo, ya no es tiempo de pedir más limosnas al agresor. Hoy cada uno de los indígenas y campesinos que hemos tomado conciencia del problema de la contaminación por transgénicos de nuestros maíces, podemos decir con orgullo: Hoy siembro y seguiré sembrando las semillas que nuestros abuelos nos heredaron y cuidaré que mis hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos las sigan cultivando.

Seguiré utilizando las técnicas tradicionales para el cultivo de la milpa, aunque los técnicos digan que son malas y que ellos tienen mejores. La práctica nos ha demostrado que sólo son portadores de la mentira oficial en turno.

Seguiré cultivando la milpa en nuestras tierras, para cuidar nuestros territorios, y a los seres naturales y sobrenaturales que en ellos viven y así evitar el despojo de la biodiversidad y otros recursos que están en la mira de los dueños del dinero.

No permitiré que maten el maíz. Nuestro maíz morirá el día en que muera el sol.

Aldo González Rojas
Miembro de la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez de Oaxaca (Unosjo)

Extraído de La Jornada