La conmemoración del 75 aniversario del final de la guerra civil se hace en nombre de lo que llamamos «recuperar la memoria histórica». Es decir, se trata de traer hacia nosotros algo que no tenemos. ¿A qué nos estamos refiriendo? Está claro que se trata de recuperar el recuerdo colectivo de lo que fue la […]
La conmemoración del 75 aniversario del final de la guerra civil se hace en nombre de lo que llamamos «recuperar la memoria histórica». Es decir, se trata de traer hacia nosotros algo que no tenemos. ¿A qué nos estamos refiriendo? Está claro que se trata de recuperar el recuerdo colectivo de lo que fue la República, la guerra civil y el franquismo. Me gustaría, de todas formas, realizar algunas de precisiones.
¿Qué es la memoria histórica? Yo entiendo que es la visión de conjunto que colectivamente una sociedad tiene sobre su pasado, que es aceptada mayoritariamente y que impregna la conciencia social. Sin embargo, la sociedad española y catalana en general no conoce su historia y en el imaginario colectivo lo que la mayoría la ciudadanía cree saber sobre su pasado es el que llega a través del poder. No porque el poder imponga de manera directa, a través de la escuela y sus medios de comunicación, una determinada visión del pasado (eso lo hizo el franquismo, que daba una versión oficial de lo que había sido la República, la guerra y su propio régimen. En un sistema democrático ese objetivo es mucho más difícil precisamente por su carácter plural donde toda emisión de mensajes está sujeto a interpretaciones y debate) sino porque la visión que de nuestra historia se va imponiendo llega como una fina lluvia que impregna nuestras conciencias a través de mecanismos muy sutiles, como pueden ser debates en televisión, documentales supuestamente objetivos, referencias indirectas en series, culebrones, tertulias radiofónicas, etc. En ocasiones, para ocultar el pasado no conveniente, se impulsa el lanzamiento de una sobreinformación histórica con pretensiones de cientificidad que descoloque al ciudadano y que le lleve a la conclusión: la historia es un cuento, cada uno tiene su historia, hay tantas historias como personas, es imposible conocer la realidad del pasado, etc. De esta manera se consigue el objetivo: ¿qué importa recordar? ¿qué importa el pasado? ¿qué importa la historia? Lo que importa es el presente, sin darnos cuenta de que sin conciencia histórica estamos a merced de la que imponga el Estado. Por eso la historia se convierte en un campo de conflicto político, en un campo donde también se desarrolla la lucha de clases.
Sin embargo, el sistema de poder existente en cada momento sí que intenta imponer la visión del pasado que le interesa con el objetivo de legitimar en la historia su propia existencia. Desde este punto de vista el régimen que surge de la Transición, basado en un pacto político entre los franquistas inteligentes y la oposición antifranquista mayoritaria (PSOE y PCE), tuvo que elaborar un relato que permitiera presentar el nuevo sistema político, y su origen, como lo mejor que habían hecho los españoles en todo el siglo XX, como el régimen que por fin, gracias al consenso, el entendimiento y la reconciliación, aseguraba a los españoles la verdadera democracia. El régimen del 78 aparecía como una novedad que no anclaba sus raíces en ningún otro período de nuestra historia y no se reconocía en el sistema democrático que había sido derrocado por la fuerza en 1939, es decir la República. No había, por tanto, continuidad entre la IIª República y la nueva democracia que surgía a la muerte de Franco.
Para conseguir este fin fue necesario extender un amplio manto de olvido y silencio sobre lo que habían significado la República y sus objetivos de modernización y justicia social, o decir que la guerra fue un drama en la que todos fueron culpables, poniendo así al mismo nivel a los que defendieron las libertades y a los que las arrasaron, y respecto a la dictadura, el terrorismo institucionalizado impuesto por la victoria de las armas, se concluyó que era mejor no moverlo demasiado, no traerlo a colación en el debate político, entre otras cosas, porque entre los que pactaron, y dirigieron, la llegada de la monarquía parlamentaria se encontraban destacados miembros del franquismo. Además, en este último caso, debemos dejar claro que los aparatos fundamentales del Estado franquista siguieron funcionando sin interrupción, como fueron el aparato judicial, las fuerzas represivas incluyendo los miembros que habían destacado por la práctica de la tortura, el ejército que habían participado en el alzamiento contra la República, etc. La derecha se avino perfectamente a esta situación. No podía ser de otra manera puesto que sus crímenes serían así olvidados. Pero ¿y la izquierda?
La responsabilidad de la izquierda institucional en esta situación fue enorme. Utilizaron el importante capital político y de prestigio social que habían adquirido en la lucha contra la dictadura para legitimar un sistema que se asentaba sobre el olvido de esas luchas; sobre el olvido de los sacrificios de sus propios militantes caídos en las garras de la policía-guardia civil y torturados salvajemente; sobre el olvido de los derrotados en la guerra que dieron su vida contra el fascismo o sus familiares que debieron vivir en un eterno exilio interior, atemorizados y amenazados por su pasado democrático; sobre el olvido de los exiliados, que incorporados a la Resistencia en Francia, ayudaron a liberar París de los nazis; sobre el olvido, nosotros no podemos olvidarlo, de aquellos que se lanzaron a las montañas a seguir la guerra contra el fascismo en el interior de la península en condiciones temerarias, que todavía hoy no han recibido el reconocimiento merecido y que otros países sí que han dado a los suyos (Francia). Y aún así, vemos a elementos de nuestra clase política, situados en una teórica izquierda, cómo en nombre de la reconciliación hacen desfilar conjuntamente a miembros del ejército republicano o de la resistencia francesa y de la División Azul, poniendo al mismo nivel a los verdugos y a las víctimas. Ni siquiera han sido capaces de forzar, quizás por falta de voluntad política, que la derecha aceptara declarar nulos los juicios farsa, consejos de guerra sumarísimos sin garantías judiciales, con los que el franquismo pretendió legitimar la condena a muerte de miles de demócratas y revolucionarios. Y lo más indignante, cómo es posible que no se haya tomado en serio, como una responsabilidad de Estado, la recuperación de los cuerpos de los asesinados en cunetas, tapias de cementerios, en los alrededores de pueblos y ciudades, etc., que todavía hoy se mantienen en fosas comunes perdidas en los campos de España y que sólo la memoria popular podría identificar. No se puede levantar una conciencia democrática sin honrar a aquellos que han luchado por la libertad y la justicia y, sobre todo, sin hacer pedagogía de lo que se esconde detrás del fascismo (que aquí llamamos franquismo) Lluís Llach, en una inolvidable canción, nos mostraban con sensibilidad especial su decepción con aquella situación diciéndonos «No és això companys, no és això pel que varen morir tantes flors, pel que varem plorar tants anhels. Potser cal ser valents altre cop i dir no, amics meus, no és això.»
Tiene que ser desde fuera que nos lo recuerden. Walther Bernecker, historiador alemán, nos dice: «con su renuncia a la historia, la socialdemocracia española perpetúa la pérdida de memoria a la que fue obligada la población española durante la dictadura. En ambos casos la marginalización y la represión de la historia sirvieron para estabilizar las estructuras de poder vigentes»
Sin el recuerdo, sin el conocimiento de la historia, corremos el riesgo de que la etapa de la dictadura franquista quede legitimada como un período de nuestra historia que ha sido positivo ya que, dicen algunos, evitó que España entrara en la IIª Guerra Mundial, evitó que España cayera en las «garras del comunismo», pero sobre todo, llevó a España a ser un país industrializado y moderno que permitió la aparición de una amplia clase media que es la garantía del funcionamiento de una sociedad democrática. En definitiva un período histórico gracias al cual hoy disfrutamos de la democracia, al igual que el resto de países de Europa (declaraciones de Martín Villa, Alfonso Osorio, etc.) Sin la recuperación de nuestra historia podría ser la sentencia que quedará para el futuro en la conciencia colectiva de nuestra ciudadanía.
Por todo ello es imprescindible recuperar el recuerdo, las vivencias, de todos aquellos que sufrieron estas experiencias: exiliados, encarcelados, encerrados en campos de concentración, depurados de sus puestos de trabajo, refugiados y ocultados como topos en sus propios domicilios durante años, maestros expulsados del magisterio, familiares de fusilados, torturados en las cárceles franquistas, etc., etc. Hay algunos intelectuales orgánicos de la Transición en la órbita del PSOE (Santos Juliá, Jorge Martínez Reverte…) que han declarado la inutilidad política e histórica de la memoria. Dicen que la memoria es un recuerdo individual sujeto a tergiversación, descuido, olvido, y que con ella no se puede construir la historia, no se puede conocer la verdad. A ellos les respondemos con las palabras del cineasta austríaco Günter Schwaiger en un artículo en El País de 19 de octubre de 2006:
«¿Qué les pasa a algunos historiadores españoles para que tengan tanto miedo a la memoria de la gente? ¿Desde cuándo la memoria no sirve para testimoniar la verdad? ¿O acaso en los juicios ya no hacen falta testigos para condenar a alguien? ¿Ya no vale el testimonio de un hijo que ha visto cómo fusilaron a su padre para testificar el horror del fascismo? ¿Hemos llegado a tal arrogancia académica que las víctimas tengan que pedir permiso a los historiadores para saber si su sufrimiento fue verdad o simplemente un espejismo? (…) Está por ver si el señor Juliá hubiese formulado semejante ataque al valor de los testimonios en países como Alemania, Austria, EE.UU. o Israel, donde cientos de organizaciones de víctimas del Holocausto recuerdan a la sociedad justamente con su memoria la tremenda importancia de no olvidar».
Y qué es lo que debemos recordar, cuál es el pasado que nosotros, las clases populares y trabajadoras debemos recordar. Está claro que nuestro enfoque del pasado debe estar dirigido hacia el análisis y la descripción de las injusticias que nuestros antepasados han padecido, intentar conocer las causas que las originaron, cuáles eran las relaciones de poder existentes en los tiempos pasados, qué mecanismos utilizaba el Estado para mantener los privilegios de las clases dominantes, qué respuestas dieron las clases subalternas a esas situaciones, etc., y claro está, el precio pagado por aquellos que lucharon por la libertad y por un mundo más justo.
Y aquí debemos, de nuevo, recordar que el precio pagado por las clases trabajadoras ha sido doble. En primer lugar, la cruel violencia con intenciones genocidas que la dictadura aplicó para acabar con los movimientos que cuestionaban el orden social. Y en segundo lugar con el ninguneo, el silencio, la ocultación y el intento de que los olvidemos que se ha intentado durante la Transición.
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