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“Réquiem Nuclear” documenta la historia de las centrales españolas y la lucha de los primeros activistas

«¿Nucleares? No gracias»

Fuentes: Rebelión

El documental de la realizadora Sonia Llera, «Réquiem Nuclear», estrenado en mayo de 2014 en el Ecozine Festival de Zaragoza, pone el foco en la memoria. Es una crónica de 54 minutos sobre la implantación de las centrales nucleares en el estado español (empezando por Garoña en 1971, la planta más antigua de la Unión […]

El documental de la realizadora Sonia Llera, «Réquiem Nuclear», estrenado en mayo de 2014 en el Ecozine Festival de Zaragoza, pone el foco en la memoria. Es una crónica de 54 minutos sobre la implantación de las centrales nucleares en el estado español (empezando por Garoña en 1971, la planta más antigua de la Unión Europea) y de los activistas pioneros, que pusieron la primera piedra para las luchas subsiguientes. El audiovisual, seleccionado en el VI Certamen de Documentales del Festival de Cine de Zaragoza y presentado en la Mostra Viva Cinema del Mediterrani de Valencia, toma parte en la memoria histórica del ecologismo español.

«Réquiem Nuclear» no es el relato de una historia superada en el presente. Actualmente hay 438 reactores nucleares operativos en el mundo, según la Agencia Internacional de la Energía Atómica, de los que 104 se emplazan en Estados Unidos, 58 en Francia y 33 en Rusia. En el estado español están en funcionamiento las centrales de Almaraz (I y II), Ascó (I y II), Cofrentes, Trillo y Vandellós (la central nuclear de Garoña no está hoy operativa, aunque el gobierno de Rajoy pretende la reapertura).

Producido por la Asociación Cultural Ecozine, y basado en la obra de Mario Gaviria y José María Perea «El Paraíso Estancado», el documental presenta una colección de testimonios (sin voz en off) de veteranos activistas contra las nucleares, pero también de científicos, periodistas, políticos, agricultores, pescadores y profesionales de las energías renovables. El hilo de voces se le muestra al espectador en un ritmo pausado, moroso y nada espectacular, al que acompañan imágenes de la época (reuniones de agrupaciones ecologistas en los años 70 o Franco inaugurando la central de Garoña), otras paradisiacas (por ejemplo del Delta del Ebro) y algunas de protestas creativas (una «performance» antinuclear en Zaragoza).

Uno de los activistas de primera hora, el ingeniero y sociólogo Pedro Costa Morata, explica que en el estado español surgen más de una veintena de proyectos nucleares entre 1973 y 1975. «En esos momentos no nos llamábamos ecologistas, éramos más bien antinucleares». Según el director de la Agencia de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Zaragoza, Javier Celma, en la época coincidieron diferentes factores. En primer lugar, el empeño del estado franquista y los grandes emporios eléctricos en «nuclearizar» España. «Eso significaba también entrar en una especie de política armamentística, para disponer en su momento de la bomba atómica», explica Celma. El planteamiento oficial apelaba a la instalación de miles de megavatios como condición necesaria para el desarrollo económico. En sentido contrario, hubo una respuesta por parte de jóvenes procedentes de la universidad, e influidos por mayo del 68. Además, emerge en los 70, en los estertores de la dictadura, una sociedad civil activa en pueblos como los de la Ribera del Ebro, amenazados por las nucleares. En estos municipios se apela a la «defensa del territorio».

En un texto de Ladislao Martínez («El Movimiento ecologista. La lucha antinuclear y contra el modelo energético en España»), publicado por Viento Sur se aportan algunas claves: «la verdadera razón por la que se nuclearizó el país fue, sirva la paradoja, para obtener beneficios en la construcción de las centrales nucleares. Familias de oligarcas provenientes del sector bancario controlaban simultáneamente los consejos de administración de las eléctricas, las constructoras y de ingeniería y las compañías de bienes de equipo (…). Apellidos como Oriol, Ibarra, Urquijo, Botín… se repiten en los consejos de administración de las compañías de todo tipo que están detrás de la nuclearización». En el documental el periodista Santiago Vilanova, que siguió para «Diario de Barcelona» y «El Correo Catalán» las protestas contra las centrales de Ascó y Vandellós, afirma: «Comprobé la connivencia entre la oligarquía eléctrica, los consejos de administración de los periódicos y la Junta de Energía Nuclear, controlada por los militares».

El movimiento antinuclear se gestó y poco a poco empezó a caminar. Mario Gaviria aportó luz con sus artículos. «Igual que había luchas clandestinas de los sindicatos y los partidos políticos, también hubo un movimiento social contra las nucleares; los vascos lo organizaron de una manera, los andaluces y los extremeños de otra, los catalanes… Nos conocimos, trabamos amistad e íbamos a las manifestaciones de una región a otra. Fue un movimiento en defensa del territorio», recuerda. El audiovisual recoge declaraciones vivenciales y reencuentros emotivos, pero también argumentación de peso. Se desmiente que la energía nuclear sea más barata, con razones como que al expirar la vida útil de la planta, los residuos han de permanecer depositados 250.000 años en un «almacén». O que en cuestiones de radiación nuclear, por un acuerdo de 1959, la Organización Mundial de la Salud queda subordinada la Agencia Internacional de la Energía Atómica. «Las centrales nucleares producen 600.000 euros diarios de beneficios», recuerda también el periodista Xavier Garcia.

El audiovisual de Sonia Llera toma partido a favor de las energías «alternativas». Según Santiago Martínez, de Termosolar Borges, en el estado español «tenemos plantas nucleares pero no tenemos plutonio; tampoco contamos combustibles fósiles, pero disponemos de sol, viento y agua». Otro testimonio que aparece en «Réquiem Nuclear» es el del agricultor Miguel Conesa: «Debería tenerse en cuenta el balance social de las zonas rurales respecto a las urbanas, porque es en las zonas de interior donde se produce la energía que se consume en las ciudades». El periodista Santiago Vilanova recuerda que la «gran riqueza energética de España es la energía solar, sin embargo, se paraliza porque el lobby atómico y las eléctricas influyen para que no se den ayudas a las renovables, para que se cierre la posibilidad del autoconsumo y de que la gente genere cooperativas». El ingeniero y sociólogo Pedro Costa Morata va un punto más lejos: «Hay que nacionalizar el sector eléctrico, y desandar el camino que a mala hora andamos con la privatización de Endesa», baluarte de un sector público «potente y muy eficaz».

Sencillo y elaborado con muy bajo presupuesto, el documental se deja ver y discurre de modo ágil. Es como si la forma armonizara con el contenido, es decir, se apela a una vida más simple y frugal en la que no fuera necesaria la fisión del uranio enriquecido. Pero «Réquiem Nuclear» es también, se afirma en la presentación, «un recorrido humano y sentimental por el padre, río, Ebro que vertebra la identidad de los territorios que atraviesa y de sus gentes. Y en cuyas orillas y desembocadura se alzan obsoletas y amenazantes las centrales de Garoña, Ascó y Vandellós». Además de la destacadísima tecnología y producción de energías renovables, explica Mario Gaviria, en el Valle del Ebro nació la lucha antinuclear, la «nueva cultura del agua» de Pedro Arrojo (y tantos otros), la lucha contra el trasvase del Ebro y el primer estudio de plan energético alternativo de Europa en energías renovables. Pero un accidente en Garoña, agrega el sociólogo, «afectaría a toda el agua de riego del Valle del Ebro y, en consecuencia, a 800.000 hectáreas de tierra que dependen de ella». Además, la exposición a cierto tipo de radiaciones, apunta el científico del CSIC Eduardo Rodríguez Ferré, puede dar lugar a cáncer de tiroides, leucemias u otras patologías.

El documental no se viste de nostalgia, al contrario, enlaza con los problemas de hoy. La historia de los principales accidentes nucleares, que ya alertaba a los primeros activistas, no comienza el 11 de marzo de 2011 en Fukushima (al que el audiovisual dedica un apartado), sino que se remonta a Mayak, en Rusia (1957), Windscale, en Gran Bretaña (1957), Three Mile en Estados Unidos (1979), Chernóbil (Ucrania), en 1986 o el siniestro de Tokaimura en Japón (1999). En Fukushima, según un informe de Ecologistas en Acción, las emisiones radiactivas contaminaron el agua, la leche y los alimentos a más de 40 kilómetros de la central.

La nube radiactiva llegó a Tokyo, situada a 250 kilómetros, donde se dataron ocho veces las dosis normales y se contaminaron cinco depuradoras de agua. Se detectó plutonio en los alrededores de la central y estroncio a unos 40 kilómetros. Se produjo la fuga al mar de una ingente cantidad de agua radiactiva, con la consiguiente contaminación del océano y los bancos pesqueros. También el relato de los ecologistas pioneros del documental se mantiene en el tiempo. 16 activistas de Greenpeace y un fotoperiodista fueron juzgados y absueltos a finales de 2014 en Valencia. Se les imputaba «desórdenes públicos» y «lesiones» por entrar en la central nuclear de Cofrentes y pintar la consigna «peligro nuclear» en una de las torres de refrigeración.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.