Existen imágenes en apariencia anodinas pero que vistas con algún cuidado nos ilustran sobre las profundas mutaciones históricas del mundo actual. Una de esas imágenes es la de la ciudad de Nueva York bajo el agua, literalmente inundada. Incluso, Wall Street y la llamada zona cero, donde alguna vez estuvieron las torres gemelas del World […]
Existen imágenes en apariencia anodinas pero que vistas con algún cuidado nos ilustran sobre las profundas mutaciones históricas del mundo actual. Una de esas imágenes es la de la ciudad de Nueva York bajo el agua, literalmente inundada. Incluso, Wall Street y la llamada zona cero, donde alguna vez estuvieron las torres gemelas del World Trade Center -que en paz descansen- no se pudieron salvar de la arremetida de las tempestuosas aguas que trajo consigo el huracán Sandy, en ese momento convertido en una tormenta tropical. Es interesante tratar de escudriñar que se esconde detrás de esa imagen de Nueva York sumergida bajo el agua, como si se tratara de una Venecia posmoderna.
Cambio climático y negacionismo
Tanto los resultados de las investigaciones especializadas, como los tozudos hechos de la realidad, son contundentes sobre el trastorno climático en marcha en todo el planeta. Esta transformación climática tiene su origen, de eso no hay duda, en la generalización a escala planetaria del capitalismo, con sus lógicas simultáneas de producir para obtener ganancia y de consumir a un ritmo desenfrenado para materializar los beneficios de los empresarios capitalistas. Esa lógica irracional ha conducido a que se destruyan los bienes comunes de la humanidad, como las selvas, los ríos, los mares, y se extraigan las energías fósiles depositadas durante millones de años en el seno de la corteza terrestre.
Diferentes investigadores, ecologistas y críticos del capitalismo han señalado los perversos efectos climáticos de seguir extrayendo y quemando esos combustibles fósiles. A pesar de las evidencias, Estados Unidos es el campeón mundial del negacionismo sobre el cambio climático, como se comprobó en los insulsos debates presidenciales. Tanto Barak Obama como Mitt Romney se negaron a referirse a las modificaciones climáticas y anunciaron, con tono triunfalista, que ambos mantendrían una política energética que se basa en el control del petróleo, con las guerras que esto acarrea, así como en la nefasta fractura hidráulica para seguir extrayendo hasta la última gota de petróleo que se encuentra en las rocas, sin importar que se contaminen las aguas subterráneas y se generen temblores de tierra.
El negacionismo climático es otro de los deportes nacionales de los Estados Unidos, donde todo tipo de charlatanes y malandrines, muchos de ellos financiados por las multinacionales que producen petróleo y automóviles, se encargan de calumniar a quienes hablan del cambio climático, a los que acusan de apocalípticos. Esos negacionistas sostienen que no hay razones para preocuparse y, en consecuencia, recomiendan que sin pausa se sigan consumiendo la energía y materiales que sean necesarios para mantener el «estilo de vida americano».
Junto a los negacionistas, aunque a menudo son los mismos, están los que han convertido las transformaciones climáticas en un negocio y se frotan las manos, por ejemplo, con el previsible descongelamiento del Océano Glacial Ártico, puesto que eso les permitirá perforar en un territorio donde ha sido difícil hacerlo hasta ahora, pero que pronto se abrirá como una nueva frontera energética y mineral.
En los Estados Unidos, ese negacionismo se ampara en el hecho de que hasta no hace mucho tiempo las devastadores catástrofes ocurrían, por lo general, fuera del territorio estadounidense, en países pobres y periféricos. Pero las cosas han cambiado en los últimos años y el cambio climático ha llegado a casa. Algunos fenómenos recientes lo confirman: Huracán Katrina en 2006; derrame petrolero en el Golfo de México en el 2010; terrible sequia en varios estados en 2012, y ahora la inundación de Nueva York y muchos lugares de la costa este de los Estados Unidos.
Incluso, el manejo informativo de los grandes medios es un buen indicador de que el cambio climático ha llegado a los Estados Unidos. Mientras que el Huracán Sandy provocaba muerte y destrucción en el Caribe, las noticias de los medios seguían hablando de temas tan trascendentales como el trasero de Lady Gaga. Pero cuando la tormenta llegó a Estados Unidos, los medios en forma oportunista si se volcaron sobre esa noticia, sin atinar por supuesto, porque no les interesa, a explicar las causas de lo que estaba sucediendo. Incluso, esos mismos medios han llegado a decir, en una muestra de vulgar sensacionalismo, que los daños que produjo Sandy son una prueba de que Dios odia a los estadounidenses, y ellos no saber por qué si siempre han sido muy bondadosos con el mundo.
Los huracanes y el cambio climático
Los medios de comunicación y sus expertos no explican las razones por las cuales se ha incrementado el número y frecuencia de huracanes y por qué cada vez son más destructivos. Se limitan a decir que son simplemente catástrofes naturales, una denominación vacía y sin sentido, para no referirse al hecho indiscutible que los huracanes están relacionados con el aumento en la temperatura del mar caribe, aumento que, a su vez, es un resultado del calentamiento global que se deriva tanto del abuso de combustibles fósiles como de la producción de otros gases, como el metano. Además, nunca mencionan que la industria del petróleo y la del automóvil -eje del modelo estadounidense- son responsables del incremento en la producción de dióxido de carbono y de la subsecuente elevación de la temperatura del océano, así como de generar una atmósfera más cálida y húmeda, lo cual provoca los huracanes. Para decirlo en términos gráficos, cada vez que se acelera un automóvil o una motocicleta aumentan las posibilidades de que se genere un huracán en el Caribe.
Cualquier huracán tiene efectos destructivos, que son un anticipo de los cambios climáticos en marcha. Pero uno de los aspectos más terribles e impactantes de esos cambios es el de la elevación del nivel del mar. Al respecto se pronostica que la elevación del nivel del mar puede significar que una gran parte de las ciudades costeras del mundo se inunden e incluso algunas queden sumergidas bajo el agua. Algo de eso es lo que anticipa Nueva York, hasta el punto que algunos climatólogos han señalado que el nivel alcanzado por el agua en días recientes es similar al que se presume como normal dentro de 200 años. Otros datos sobre el huracán Sandy ayudan a entender la magnitud de lo que está pasando en términos climáticos. Este huracán ha sido el mayor en la historia registrada del océano Atlántico porque alcanzó un diámetro de unos 2 mil kilómetros (algo así como la distancia que hay entre Bogotá y Lima) y además se difundió hasta lugares extratropicales a donde normalmente nunca debía llegar.
Y pese a la contundencia de los hechos, sin embargo los políticos y economistas de los Estados Unidos, así como la mayor parte de sus habitantes, creen que lo que ha pasado es simplemente un castigo divino, pero no tienen ninguna relación con el modo de muerte que ellos mismos han generado y cuya factura de cobro les está llegando mucho antes de lo previsto. Eso se pone de presente con hechos propios del mundo pobre y periférico: millones de personas sin servicio de electricidad, destrucción de pueblos y ciudades, interrupciones telefónicas y en los servicios básicos, más de un centenar de muertos, abandono total de los más pobres, improvisación y desorden a la hora de enfrentar el huracán, miles de automóviles flotando en el agua, teletones con las estrellas de la farándula para recoger fondos que ayuden a los damnificados… No crean que este listado dantesco se refiera a cosas que suceden en Haití o en Colombia, porque estamos hablando de Nueva York, considerada por algunos como la capital del mundo.
Todo ello indica que frente el cambio climático todos viajamos en el Titanic, aunque los ricos y opulentos vayan en primera clase, y crean que eso los va a librar del naufragio. Más temprano que tarde también soportaran los efectos del frankenstein climático que ellos mismos han creado. No por casualidad, algunos climatólogos de los Estados Unidos han rebautizado a Sandy -un término por lo demás sexista porque se suele bautizar a los huracanes con nombres de mujer- con el apelativo más apropiado de Frankenstorm.