Llamo la atención (resumo y comento) sobre dos aproximaciones inusuales el debate político-idenditario que hegemoniza de largo, de muy largo, los debates y la discusión política actualmente en Cataluña (corolario: con olvidos clamorosos en otros puntos esenciales). La primera reflexión es de Francisco Morente [FM]. El profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de […]
Llamo la atención (resumo y comento) sobre dos aproximaciones inusuales el debate político-idenditario que hegemoniza de largo, de muy largo, los debates y la discusión política actualmente en Cataluña (corolario: con olvidos clamorosos en otros puntos esenciales).
La primera reflexión es de Francisco Morente [FM]. El profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona publicó en el global-imperial del pasado martes 1 de octubre un artículo con el título «El tramposo argumento del ‘derecho a decidir».
Una de las cosas más sorprendentes del actual debate político en Cataluña, señala FM, es la casi universal aceptación por parte de sus élites políticas del jurídicamente inexistente «derecho a decidir». En realidad, el «derecho a decidir», recuerda oportunamente, «no es sino una versión edulcorada del derecho de autodeterminación, que, este sí, tiene claramente definidas las condiciones de su ejercicio en el derecho internacional». Pero este último, el derecho de autodeterminación, «es un expediente que, por su vinculación histórica a los planteamientos, entre otros, de la izquierda marxista, resulta difícil de digerir para parte de los sectores mesocráticos que constituyen el grueso del movimiento independentista catalán». El grueso, no su totalidad.
Un ejemplo de esta vinculación histórica. Una reflexión de finales de 1984 del metodólogo marxista-comunista Manuel Sacristán (se publicó, además, en Mundo Obrero):
A mí me parece que los nacionalismos ibéricos están más vivos que nunca. Los tres. Paradójicamente el menos vivo es el español [MSl habla en 1984], por eso no he dicho los cuatro. Lo digo en el sentido de que en el caso español los nacionalistas son de derechas, incluida mucha gente del PSOE. Pero de derechas de verdad. En cambio, en los otros tres nacionalismos, por razones obvias, por siglos de opresión política y opresión física, el nacionalismo no es estrictamente de derechas, sino que hay también nacionalistas de izquierda (…). A mí me parece que la vitalidad de los tres nacionalismos no españoles de la Península es tanta que, aunque parece utópico, yo no creo que se clarifique nunca mientras no haya un auténtico ejercicio de derecho a la autodeterminación. Mientras eso no ocurra, no habrá claridad ni aquí, ni en Euskadi, ni en Galicia. Sólo el paso por ese requisito aparentemente utópico de la autodeterminación plena, radical, con derecho a la separación y a la formación de Estado, nos dará una situación limpia y buena. Ya se trate de un Estado federal o de cuatro Estados. Todas las técnicas políticas y jurídicas que se quieran aplicar para hacer algo que no sea eso no darán nunca un resultado satisfactorio.
Más aséptico, vaporoso y desnudo de connotaciones históricas, el «derecho a decidir», prosigue FM, parece remitir simplemente al respeto por los procedimientos democráticos. En cambio, como es sabido, el ejercicio del derecho de autodeterminación «solo es reconocido en la práctica internacional cuando concurren circunstancias (dominación colonial, ocupación militar, agresión grave y flagrante contra una minoría nacional) que, salvo para las mentes más delirantes del mundo nacionalista catalán, no se dan en Cataluña». La izquierda marxista, como es sabido, no es FM quien habla ahora, vindicó este derecho para Catalunya, Euskadi y Galicia durante el franquismo. Un punto de la Asamblea de Catalunya (nada que ver con la ANC) reivindicaba el Estatut del 32 como paso previo para el ejercicio del derecho de autodeterminación.
Siendo así que, señala FM, «los dirigentes y publicistas del secesionismo tienen claro que la única posibilidad de completar su programa pasa por la internacionalización del conflicto», saben también que si presentasen a Cataluña ante el mundo como una nación oprimida (tentación que no siempre está alejada de sus planteamientos, basta con escuchar algunas declaraciones del portavoz Francesc Homs, «Quico» para los amigos), «sus planteamientos difícilmente iban a resultar comprendidos.
El «derecho a decidir» resuelve el problema trasladando «el debate desde lo nacional al terreno del respeto democrático por la opinión de la mayoría». Con el derecho internacional en la mano, señala FM, «Cataluña no tiene derecho a la autodeterminación (como no lo tenía Quebec en relación con Canadá, según la sentencia sobre el tema del Tribunal Supremo canadiense)». Empero, «¿cómo objetar el simple ejercicio de la democracia que representa el «derecho a decidir»? Si hay una mayoría de ciudadanos y ciudadanas de Cataluña que quieren ser preguntados sobre el tipo de vinculación que debería existir entre esta y España, ¿cómo puede cualquier demócrata oponerse a la realización de una consulta semejante? «
Argumento de potencia innegable, admite FM, pero tramposo. ¿Por qué? Por lo siguiente: ese «derecho a decidir», ese supuesto ejercicio de democracia radical, «aparece en nuestro debate circunscrito a una única cuestión: la independencia de Cataluña», la separación de Cataluña del resto de Sefarad. A Mas, Junqueras o la presidenta de la ANC, Carme Forcadell, no se les pasa por la imaginación, sostiene FM, «que la sociedad catalana pudiera también ejercer su derecho a decidir sobre, por ejemplo, los brutales recortes sociales que el «Govern dels millors» del presidente Mas, ahora con la connivencia de su aliado (y jefe de la oposición al mismo tiempo), perpetra desde hace años contra sus connacionales». Ni por la imaginación ni por el forro. Nada que ver con su agenda real. Se habla de otra cosa.
Por otra parte, prosigue FM, resulta falaz -él escribe «absolutamente»- el siguiente argumento: «basta con que una mayoría de ciudadanos de un territorio determinado exija ser consultado sobre un tema capital para que tal consulta tenga que ser aceptada por todo demócrata que se precie». ¿Por qué? Porque, sin pretender «establecer comparación alguna entre situaciones que nada tienen que ver entre sí» advierte FM con insistencia y con tacto, «¿algún demócrata defendería que, cinco décadas atrás, el Gobierno de Estados Unidos debería haber atendido una hipotética demanda de ejercer el «derecho a decidir» sobre la legislación que pretendía acabar con la segregación racial, si lo hubiese pedido una amplia mayoría de los habitantes de alguno de los Estados del sur donde dominaban los partidarios de dicha segregación?» Si la respuesta es negativa, «¿cuándo, entonces, sería legítimo ejercer tal derecho y cuándo no? ¿Sobre qué temas sí y sobre qué temas no? ¿Y quién decidiría sobre ello?»
El «derecho a decidir» no puede ser base de legitimación de nada, en opinión de FM, «porque no es más que un artefacto ad hoc para saltar lo que con la legalidad internacional -y no solo la española- en la mano sería un muro infranqueable». Es una estudiada estrategia. De lo que no infiere, en absoluto, que FM sostenga que esas legislaciones sean inamovibles, perfectas e indiscutibles. Y de lo anterior, por supuesto, no se colige tampoco «que el problema que hay planteado en Cataluña no sea real y que no haya que darle una respuesta democrática, que ha de ser política antes que -aunque también- jurídica». El pronunciamiento del Tribunal Supremo de Canadá sobre el caso de Québec, más que el ejemplo de Escocia, podría servir para alumbrar el camino en opinión del profesor de Historia Contemporánea.
La respuesta debería empezar, sin embargo, «en el terreno de las ideas, enfrentando los argumentos sobre los que se sostiene un movimiento que, mal que pese a muchos, es de masas y cuenta con un relato potente que mezcla razones atendibles con no pocas falsedades, algunas de las cuales pueden llegar a resultar creíbles porque contienen fragmentos de verdad». Remarco: razones atendibles con no pocas falsedades que pueden resultar creíbles porque contienen también fragmentos verdaderos. ¡No le falta generosidad a la aproximación!
Ponerse de perfil, prosigue FM, atrincherarse tras el ordenamiento legal vigente en España (cuyos orígenes históricos no habría nunca que olvidar) como hace el actual gobierno del PP, «sin ofrecer alternativa alguna o, peor aún, amenazar con el uso de no se sabe qué instrumentos contundentes no solo no resolverá nada, sino que hará que quienes defienden la secesión se froten las manos de contento». En cambio, quienes creen, como el propio autor cree, «que los ciudadanos y ciudadanas catalanes estaremos mejor dentro de una España que sepa refundarse sobre bases federales y respetuosas con su pluralidad interna que en una Cataluña independiente» y, como parece más que evidente, conjetura FM con base pero acaso con algún riesgo, «internacionalmente aislada», no solo tienen o tenemos argumentos para defender esa opción sino que no tienen ni tenemos miedo a contarlos. En eso se está en mi opinión, acaso un pelín tarde (pero la dicha es buena) en estos momentos.
Por otra parte, sin juego sucio, sin ventajismos abonados. Para FM, «una hipotética consulta no debería tener lugar en 2014». ¿Y por qué no? Porque ese año «no es neutral en esta cuestión, pero sobre todo porque hace falta más tiempo para un debate sereno e informado que permita a los ciudadanos pronunciarse con fundamento, sin que ello signifique tampoco dilaciones injustificables». Parece más que razonable el apunte.
No menos lo parece este que viene a continuación: «la respuesta a la pregunta, que habría de ser meridianamente clara, no debería limitarse a un sí o un no a la independencia de Cataluña; si de verdad se trata de saber qué quieren realmente los catalanes y las catalanas». La pregunta, sugiere el autor (y es fácil compartir su sugerencia por todos y todas a pesar de las reticencias de algunos sectores independentistas que juegan sólo al blanco y al negro) debería tener tres respuestas posibles: «independencia, Estado federal con mayor grado de autogobierno que el actual o mantenimiento del Estatuto de autonomía vigente» (algunos, no FM, añaden un uniformismo neofranquista que muy pocos ciudadanos parecen defender hoy en Catalunya. Acaso, y habría que verlo, las huestes aguerridas de Josep Anglada, un ciudadano catalán de derecha extrema que preside «Plataforma por Catalunya» (el nombre no es mío ni del autor por supuesto)).
FM se teme que una parte nada desdeñable «de los nacionalistas españoles no querrá ni oír hablar de una consulta organizada bajo el paraguas de la legislación vigente». Pero, en su opinión, hay margen suficiente según han explicado constitucionalistas prestigiosos (que no concreta pero están en la mente de todos) y «en absoluto sospechosos de veleidades separatistas». Grave error, señala FM, que todos pagaremos a medio o largo plazo.
Los secesionistas, por su parte, «no querrán ni oír hablar de las dos condiciones antes mencionadas, especialmente de la segunda, que pondría de manifiesto la complejidad y pluralidad de la sociedad catalana» en la cuestión identitaria (que algunos ciudadanos ubican en un lugar muy secundario de su ser-y-estar-en-el-mundo) y «en lo relativo a las opciones sobre la organización territorial del Estado». Pero entonces, señala más que oportunamente FM, habría que recordarles que nadie tiene, ellos tampoco, «el monopolio de la definición de cómo se ha de organizar el ejercicio de la democracia», y que, curiosa y destacadamente, «tiempo para el debate y una pregunta con esas tres respuestas fue lo que defendió Alex Salmond en sus negociaciones con el premier Cameron que condujeron al acuerdo para la celebración del referéndum en Escocia». Irónicamente, concluye el profesor de Historia de la UAB, «es posible que nuestros secesionistas consideren a Salmond un españolista peligroso».
Hasta aquí FM. «La gran tarea del nacionalismo» es el segundo artículo en el que queremos centrar nuestra atención. Su autor es Josep Maria Fradera [JMF], catedrático de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, un luchador antifranquista de largo y arriesgado recorrido.
En una reunión de pequeño formato, recuerda JMF, con ambiente gélido y ausencia de moquetas añade, un conocido politólogo barcelonés cuyo nombre no cita calificó al entonces recién elegido presidente de la Generalitat, Jordi Pujol (sería pues al inicio de los años ochenta), «de político popular… en razón del arraigo electoral de su partido entre las clases medias. Consternación entre la concurrencia: por «popular» los allí reunidos entendían otra cosa». Todos entonces entendíamos otra cosa.
La anécdota, señala JMF, tiene escasa importancia, pero indica algo que ya no sorprende a nadie en estos momentos: «el nacionalismo independentista es valorado por su acrecentado arraigo social y capacidad de movilización; raramente es enjuiciado por los valores que defiende y le dan sentido». Este punto de vista, que es esencial, comenta críticamente el autor, «que hubiese permitido considerar por la misma época a Franz-Joseph Strauss como el político europeo popular por excelencia», forma parte de una perspectiva cultural muy extendida sobre el nacionalismo, «identificada no tanto con la palabra, el concepto, como por la resolución con que se defienden los intereses generales de los «nuestros»». Y el problema, remarca JMF, «está ahí precisamente, en saber quiénes son los nuestros». Un discernimiento que no es un objetivo fácil y sin costes para quienes lo practican.
En este artículo, señala JMF, «se defiende una tesis que no es muy común en el debate sobre Cataluña» El autor la formula así: «el nacionalismo en cualquiera de sus formas incluye por definición dos caras, como Jano». La primera puede resumirse así: «el nacionalismo aspira a modificar los términos de relación entre una sociedad y otra (u otras) con las que sostiene antagonismos de orden diverso». La novedad en este caso, el caso de «la reclamación de independencia por parte de una gran cantidad de catalanes», no afecta al fondo del argumento en opinión del historiador de la UPF.
La segunda de las caras no es tan obvia. «El nacionalismo consiste también en un esfuerzo por definir la naturaleza del propio grupo, consecuentemente para modificar el contexto externo que puede y debe garantizar este fin». Desde esta perspectiva, «se disuelve como azucarillo la tendencia frecuente a considerar que «nacionalistas» son los demás, mientras que la afirmación de idénticas ideas y emociones es parte de un orden natural de las cosas cuando se refiere a uno mismo». Yendo un poco más al contexto que ahora importa, el nuestro, el de España y Catalunya: «que las naciones fuertes, establecidas y naturales no lo practican; las otras, menores, periféricas, emergentes o latentes, lo practican en demasía». No es el caso, como es sabido y sufrido.
No es esto así. Basta ojear, señala JMF, «los libros de historia, su organización: la Historia de España e Historia de Cataluña se solapan sin condicionarse. No es necesario invocar antiguas vendettas, aunque acabaremos probablemente en este punto». El horizonte mítico y esencialista en el que algunos fuimos educados (es un decir, añade sustantivamente el autor; en el «algunos» estamos muchos incluidos también) «no tardará en asentarse glorioso en los libros de texto que se revisan con frecuencia para no moverse de lugar», para permanecer en el mismo sitio y con la misma perspectiva.
Tampoco, prosigue JMF, tiene mucho sentido lo que cualquiera sabe de sobra: «que la organización del espacio cultural común puede manipularse a placer sin que esto altere el discurso de los demás, considerado irrelevante desde la propia realidad». Mientras se afirme, sostiene, «la reclamación de universalidad de lo propio en detrimento de lo parroquial del adversario, lo mismo da qué pátina se le dé a la historia que se enseña». Ahora bien, que nadie reclame luego, a fuerza de caer en notables inconsistencias, «el carácter inclusivo de la nación grande, del «nos ancêtres les gaulois» que empollaban los niños senegaleses sin piedad.»
JMF desarrolla algo más el argumento.
Es de admirar, admite con ironía, el esfuerzo enorme del nacionalismo catalán «por reescribir una historia del país siempre igual a sí misma. Las piedras del Born, la presentación de la Guerra de Sucesión y la Guerra Civil en términos casi idénticos de España contra Cataluña» (un congreso «científico» de diciembre de 2013 tiene esa designación), al igual (y el punto es muy pero que muy importante) que la reescritura entera de la transición posfranquista, «constituyen episodios de un continuo siempre igual de un conflicto entre sociedades que formaron parte de los reinos cristianos, de la monarquía hispánica, el Estado liberal y los experimentos de extrema derecha en el siglo XX». Una secuencia -limpieza cristiana, lenguas trituradas en el solar peninsular y por toda América, -algunas francamente prestigiosas pero todas ellas necesarias para los suyos-, etcétera-, señala JMF, «que puede explicarse en términos comunes a las historiografías europeas. ¿Símbolo esto de la modernidad catalana, española o hispánica?» Símbolo en todo caso, concluye en este punto el autor, «del carácter tétrico de la historia, dicho con Juan Benet».
El combate insensato entre nacionalismos hispánicos (nacionalistas ya sabemos que no hay, comenta con ironía JMF, «tampoco en Francia puesto que todos son republicanos») es, en esencia, «un combate por la definición de sus respectivas sociedades y solo después un pleito externo». Por este motivo, «el antagonismo tiene una salida problemática y una duración incierta, mientras la mediocridad de la política y las servidumbres de la academia sigan por los derroteros mencionados». El viejo corral hispánico, son palabras del autor, sigue siendo eso, un corral; «muy moderno para ciertas cosas, muy arcaico para otras que afectan a la vida civil y al desarrollo colectivo».
Aun así, va concluyendo JMF de manera algo optimista en mi opinión, «nada sustancial va a resolverse a pesar del previsible arreglo por arriba en el último suspiro». ¿Por qué? Porque no es este el propósito esencial de los actores en escena. El futuro: «la nacionalización de unos y otros seguirá, implacable y ciega, colonizando el pasado y condicionando el futuro. Convulsa en la Cataluña de ahora; por los caminos cansinos de la vida institucional, de la «Roja», la Reconquista y la misión en América, de la preeminencia de la lengua grande, del éxito de la transición y otros asuntos cuyo común denominador es la educación y el reconocimiento del propio grupo en su pasado y en su supuesto destino colectivo en el presente y futuro».
Podría esperarse esto, señala JMF con razón y dolor contenido el autor, de los nacionalistas de siempre, «pero podría esperar otra cosa de una izquierda que debería haber aprendido algo de la historia del siglo XX y del debate en las ciencias sociales acerca del nacionalismo en sus múltiples variaciones». ¿Qué debería, qué deberíamos haber aprendido? Sobre todo «que el propósito central del nacionalismo es, primero y antes que nada, conformar una sociedad como un todo, disolver las expresiones de la propia diferencia, atrapar las tensiones internas para proyectarlas finalmente hacia otro lugar: ¿Alsacia y Lorena?, ¿los árabes?, ¿los judíos?, ¿los chechenos?, ¿Al Qaeda?, para qué insistir».
Las consideraciones anteriores nos conducen al meollo del asunto señala JMF. Mientras el nacionalismo en Cataluña persigue con perseverancia sus objetivos, las personas que no lo son, él mismo entre ellos (por razones de orden universalista), «hemos visto desaparecer de escena a los que procedían de otras tradiciones culturales». No debemos ser ingenuos. Para el historiador de la UPF, «la trama de solidaridades populares forjada en el crepúsculo del franquismo no ha resistido el impacto de la desindustrialización y el paro masivo, la pérdida de referencias basadas en ideas de igualdad, del trabajo y la solidaridad como cultura, cruzando la divisoria entre personas con orígenes diversos». De todo esto, señala sin ninguna distancia, queda poco.
JMF está hablando, es obvio, de la derrota, de otra derrota de la izquierda. ¿Se puede levantar algo nuevo a partir de las ruinas del presente? Es tarea de titanes señala (lo que no significa que no deba emprenderse: otras muchas se han iniciado en circunstancias incluso peores). «Lo es todavía más en el páramo de incomprensión de lo que el nacionalismo en esencia es, de la gran tarea siempre pendiente.»
Si se aceptara lo apuntado, lo que queda de la izquierda, señala JMF sin ser más explícito en este punto, «perdería menos tiempo en defender a España o a Cataluña, en defender recetas estrictamente políticas de recorrido limitado». Un ciudadano/a puede ser «dignamente autonomista, federalista asimétrico o simétrico, monolingüe o plurilingüe, y aspirar en pro de la concordia y mejora colectiva a encontrar soluciones para los problemas de distribución de recursos financieros, culturales o simbólicos». Este es también el punto.
Estas recetas no agotan, señala finalmente JMF, «lo que constituye el corazón del problema, sus causas y raíces profundas. Además, el problema está tanto en Madrid como en Barcelona, en Cataluña como en España -una simplificación finalmente abusiva». En el fondo, concluye, «de la erosión de la Cataluña orwelliana, de la Cataluña solidaria (con quienes uno se relaciona), reivindicativa, republicana y federal, orwelliana, anarquista y comunista, tierra de acogida y explotación de gentes del sur (remarco: explotación de gentes de sur), está la aceptación y aparente éxito de la idea de que lo social e individual es la parte y la nación el todo».
De este modo, la fabricación e imposición de una proposición de este estilo, premisa la llama Josep Maria Fradera, «es el gran logro del nacionalismo(s), aquello por y para lo que precisa dominar su propio espacio: su razón de ser». El plural introducido, es evidente, es altamente significativo.
Hasta aquí el historiador de la Pompeu Fabra. Una recomendación para finalizar que acaso debería ser atendida:
«Clío en horas patrias. Revisitando una polémica historiográfica catalana» es un artículo del profesor de Historia, alma de Espai Marx y corresponsal de Castoriadis Jordi Torrent Bestit publicado en boletín electrónico mensual de mientras tanto [3]. Se abre con una cita de Camus: «Ya sabe usted lo que es tener encanto: una manera de oír que le responden sí sin haber formulado ninguna pregunta clara.»
Una brevísima antología para abrir el apetito lector y reflexivo:
1. De preguntas: «No cabe duda de que cualquier historiador identificado con el nacionalismo catalán habrá de juzgar poco menos que como disparate de mal gusto semejante pregunta [Ucelay-Da Cal: «¿Cómo se ha de estudiar la vida nacional de la nación que nunca ha existido como nación?»]. No obstante, bien pudiera afirmarse que a pesar de los intentos efectuados para confinarla en el estante destinado a las ocurrencias extravagantes, la boutade ha proseguido interpelando a cuantos mantienen una cierta cautela crítica ante los múltiples postulados -implícitos o explícitos- de orientación finalista advertibles en una narración identitaria que prosigue encontrando serias dificultades para explicar de manera convincente el proceso mediante el cual el legado de «las diferencias heredadas del pasado» fue utilizado en el transcurso de una secuencia social-histórica determinada «de una nueva manera, en principio en términos de un potente regionalismo y acto seguido (en términos) de un nacionalismo no separatista o, más bien, de un nacionalismo en cuyo seno los separatistas siempre fueron minoritarios» (Josep Maria Fradera).
2. De barretinas: «El cínico realismo condujo a Ernest Renan a insistir repetidamente en el hecho de que interpretar mal la propia historia forma parte del ser de una nación. Tal vez quepa admitirlo sin reservas a la vista de la creciente irrupción de licencias simplificadoras (a años luz del pensar complejo inherente al trabajo historiográfico) a la que estamos asistiendo, y que acaso fuera precipitado dejar de relacionar con la simultánea reducción de espacios morales implicada en la reactivación de todo discurso nacionalista, trátese del catalán, del español o del andorrano. Claro es que colocar una barretina sobre la cabeza de Salvador Seguí o de Buenaventura Durruti, como recientemente ha hecho un historiador que se autoproclama libertario y que, pese a ello, no duda en sacrificar uno de los contenidos esenciales del anarcosindicalismo en aras de las exigencias independentistas alumbradas por el Zeitgeist, constituye algo más que una licencia simplificadora; como lo es, por poner otro ejemplo significativo a ese mismo respecto, hacer de los hermanos Badia (o de Josep Dencàs, tanto da) irreprochables héroes de la tradición emancipatoria. Lo esencial es preservar el hilo teleológico del que cuelga un modelo interpretativo poco dado a reconocer realidades susceptibles de adelgazarlo o incluso romperlo, y merced al cual quedan anudados abusivamente en una exclusiva narración «nacional» hechos y vivencias históricos cuya significación y alcance, en la medida que la contradicen, terminan por restarle credibilidad.»
PS: Mientras tanto, acaso abonando la senda señalada críticamente por Jordi Torrent, el combate nacionalista continúa y don Artur Mas enviará un libro sobre la independencia catalana a Obama, Oprah Winfrey (¡nada menos!), Bill Gates (¡el gran magnate del software apropiado privadamente, no libre!) y Merkel. «Diez mil personalidades influyentes del mundo recibirán un ejemplar donde se explica cuál es la situación política de Catalunya y los motivos para la secesión» [4].
Es un libro editado por Sàpiens donde se explica, desde el punto de vista que ya podemos imaginarnos, «cuál es la situación política de Catalunya y los motivos para la secesión». Sin más matices. El libro se presentó el pasado martes 1 de octubre en un acto en el Mercat del Born de Barcelona, el futuro marco nacionalista por excelencia. Está escrito en varios idiomas y «su envío se financiará mediante una campaña de micromecenazgo».
Será, como se señaló, a principios de diciembre cuando el presidente de la Generalitat «enviará el libro a jefes de Estado de todo el mundo, mientras que la presidenta del Parlamento lo hará con sus homólogos del resto de cámaras legislativas europeas».
El libro ya se ha editado en catalán, inglés y castellano. Se prevé hacer también en francés y alemán. Se relatan en él aspectos de la «historia de una «nación milenaria», la Guerra de Sucesión de 1714 que «acabó con las instituciones catalanas», los 300 años de «entendimiento imposible» entre Catalunya y España, y el «horizonte 2014, el futuro que quiere decidir el pueblo catalán»». Sorprendentemente para Clàudia Pujol, directora de la revista, «en uno de los momentos más decisivos de nuestra historia, la causa catalana es de las más desconocidas del mundo».
La campaña, «sin ánimo de lucro» of course, ha iniciado la recogida de fondos. Son conscientes de que no todas las personalidades se interesarán pero, no son palabras mías, que «cualquiera que lo haga ya será un éxito». Un éxito nacionalista por supuesto.
Notas:
[1] http://www.construirrepublica.org/el-tramposo-argumento-del-derecho-a-decidir/
[2] http://elpais.com/elpais/2013/10/01/opinion/1380619060_352544.html
[3] http://www.mientrastanto.org/boletin-117/notas/clio-en-horas-patrias
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
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