El gran reto del siglo XXI no es mantener independencias fantasmas o construir independencias románticas. Es, tal como analiza Edgar Morin, saber gestionar la complejidad.
El conflicto catalán, más allá de ser todo un reto para nuestra convivencia, también es una oportunidad para replantear y adaptar nuestra organización territorial y sociopolítica a los desafíos del siglo XXI. Por ello, propongo nueve tesis para pensar más allá, tanto del Estado como de la independencia, y apostar por la interdependencia y la diversidad:
1. Cualquier propuesta de organización territorial no es un fin en sí mismo, es una herramienta hacia un fin mayor. Basado en los principios de justicia social y ambiental, hoy el máximo objetivo es conseguir, por medios democráticos, pacíficos y solidarios, que todas y todos podamos vivir bien dentro de los límites del planeta.
2. Somos seres ecodependientes e interdependientes. No solo los seres humanos dependemos físicamente de la naturaleza para respirar y vivir, sino que además dependemos como individuos y sociedades los unos de los otros. La globalización, las migraciones o el cambio climático han reforzado aún más la disolución práctica de las fronteras y el auge de la interconexión real entre personas, comunidades, territorios, estados y continentes. Al igual que no podemos escapar de la ley de la gravedad, tampoco podemos escapar de estas leyes de dependencia mutuas.
3. No existe tal cosa como la independencia. España no tiene nada de independiente dentro de la Unión Europea (donde reside parte hoy de la soberanía efectiva), mientras Cataluña, por muchas razones históricas, políticas y sociológicas, comparte lazos de interdependencia profundos con el resto del territorio español (y europeo). Frente a estas realidades tozudas, el gran reto del siglo XXI no es mantener independencias fantasmas o construir independencias románticas. Es, tal como analiza Edgar Morin, saber gestionar la complejidad y «la interdependencia de los hechos».
4. No existe soberanía exclusiva y absoluta. La glocalización de la interdependencia supone que la soberanía es por definición compartida entre múltiples niveles de decisión políticos, económicos y privados desde lo más local hasta lo más global. Cuanto antes lo asumamos, antes seremos capaces de diseñar sistemas, instituciones y políticas de soberanías compartidas, o mejor dicho de cooperación entre redes y nodos al mismo tiempo autónomos, e interrelacionados y solidarios entre sí.
5. Nuestras sociedades son profundamente plurales y heterogéneas. Aún más con las migraciones globales, no existen pueblos (sea catalán o español) homogéneo cultural, social y políticamente hablando. Desde un punto de vista nacional, religioso, de orientación sexual, de género o ideológico, etc., predominan las identidades colectivas y personales mestizas y complejas, multitudes e individualidades diversas, es decir sociedades de minorías. Por tanto, el camino no es la polarización, confrontación y fragmentación brexitiana del 50+1 sino la construcción de consensos transversales para sumar amplias mayorías sociales y plurales.
6. Todas las sociedades son plurinacionales. El mundo y Europa son plurinacionales. España es plurinacional. Cataluña es plurinacional. También lo son Barcelona y Madrid. Hasta nuestros barrios, nuestras comunidades de vecinos y muchos de los individuos son plurinacionales. La plurinacionalidad no es la suma de pueblos cultural y nacionalmente homogéneos, sino el reconocimiento, la integración y la gestión de esta diversidad de identidades nacionales y su convivencia democrática desde lo micro hasta lo macro: ciudadano, barrio, municipio, región, estado, continente, mundo.
7. El Estado-nación no es la única forma de organizar nuestras sociedades. Sea ya existente o por crear, de mayor o menor tamaño, la globalización le desborda por arriba y la relocalización le desborda por abajo. No es ni el fin del Estado, ni el fin de la nación, pero eso llama a reinventar ambos conceptos y a una profunda reorganización sociopolítica. Desnacionalicemos el Estado y desestaticemos la nación para que otras formas puedan surgir en base a la pluralidad, la complejidad y la interdependencia.
8. Cuanto más transnacional es el problema, más global será el ámbito decisorio, y cuanto más local, más cercano. En un sistema en el que el Estado no es el centro sino un eslabón más de una red interdependiente, quién tiene la competencia es el nivel de intervención más pertinente y eficiente. A través de este «principio de subsidiariedad» y de carácter federal (a todos los niveles), cada nivel de poder institucional (barrio, municipal, regional, estatal, europeo, mundo) posee autogobierno y competencias propias, comparte poderes y soberanías no exclusivas, y actúa con el resto de nodos de forma cooperativa y solidaria.
9. Los derechos humanos, civiles y sociales tienen que emanciparse de la adscripción territorial. Como analizó Zygmunt Bauman, esta es la consecuencia lógica de reconocer la globalización de la interdependencia humana y las limitaciones impuestas por los Estados, instituciones y soberanías territoriales. Mientras que hoy el tener pleno derechos en un Estado depende del tener o no la nacionalidad de este país, mañana el tener derechos debería ser independiente de la nacionalidad (u otros condicionantes identitarios ya sean religiosos, políticos, etc.). Uno/a tendría derecho por ser ciudadano/a y sería ciudadano/a quien, independientemente de su origen o nacionalidad, se adscribiría al contrato social transnacional.
Como plasma la declaración universal de interdependencia, la interdependencia es un proyecto que nos compromete a actuar para defender y promover, desde la diversidad, los valores e intereses comunes de la humanidad. Y eso empieza aquí por el pedazo de tierra catalana, española y europea que por casualidad nos ha tocado habitar.
Florent Marcellesi es eurodiputado de EQUO.
Fuente: http://ctxt.es/es/20171108/Firmas/16103/interdependencia-nacionalismos-UE-Florent-Marcellesi.htm