Llegar a Valencia no es muy difícil. Es un enclave, como tantos, ubicado en la carretera QuitoGuayaquil, el ducto más importante de circulación de mercancías desde los Andes hacia el puerto principal. La sonda de salida diaria de la riqueza que sangra este país: su gente, su naturaleza. Llegar a las fincas campesinas, islotes envueltos […]
Llegar a Valencia no es muy difícil. Es un enclave, como tantos, ubicado en la carretera QuitoGuayaquil, el ducto más importante de circulación de mercancías desde los Andes hacia el puerto principal. La sonda de salida diaria de la riqueza que sangra este país: su gente, su naturaleza.
Llegar a las fincas campesinas, islotes envueltos en la ruta del capital, es un poco más complejo. Para llegar a ellas, es necesario pedir permiso a los señores del lugar. En estricto sentido. Parecería que no hay caminos para llegar allá, únicamente un entramado de vías de circulación de maquinaria y mercancía, en medio de enormes desiertos de banano, piña, teca, palma africana. Kilómetros y kilómetros de plantaciones.
Mientras uno transita por la carretera, cualquiera podría pensar que nuestro país es nuestro. Lo curioso es que adentrarse por las veras es trasladarse a otro tiempoespacio, donde el país deja de pertenecernos. Un universo poblado de señores omnipresentes y siervos, fabricado a la medida de nuestros tiempos -maquinarias, sistemas de riego, fertilizantes, pesticidas- pero sostenido con nuevas vueltas de tuerca en formas medievales de sujeción de gentes: guardias de seguridad, capataces, barracas para jornaleros, incluso escuelas encerradas en los feudos. Nuestro país deja de serlo para devenir los países privados, señorío de oligarcas y transnacionales: Bonita Banana, de Álvaro Noboa (el hombre más rico del Ecuador), Dole, haciendas del grupo Wong (el segundo en la cadena de control del banano y otros productos de exportación).
A medida que nos adentramos en ese otro mundo, obvio pero invisible, mientras los paisajes nos dejan una vena de desolación en las pupilas, se abren paso pequeñas fronteras, floridas y diversas con su color y sus múltiples aromas, que inexplicablemente nada opaca, ni siquiera los pesticidas que rocían implacables las avionetas por aire y la maquinaria en tierra. Allí mismo, donde el reordenamiento del espacio uniforma, fragmenta y dispersa, se incrustan estas bolsas de resistencia, «sobrevivientes del nuevo orden mundial», las comunidades y asociaciones de campesinos Camarones y Ocho de Marzo, organizados en la uocq (Unión de Organizaciones Campesinas de Quevedo).
Aquí viven, «café, almuerzo y merienda», recibiendo un chorro de agroquímicos y pesticidas desde avionetas y fumigadoras mecánicas, bañándose y bebiendo agua contaminada de sus esteros, otrora fuentes cristalinas de vida. Campesinos, hijos de campesinos sin tierra que conquistaron su derecho a quedarse mediante lucha, resistencia y organización. Descendientes de oleadas migratorias sucesivas que, desde el siglo xix no han dejado de llegar, cuando estas tierras eran montaña (bosque nativo) donde señoreaba el cacao silvestre, que unos pocos acapararon, recogieron y explotaron hasta acabarlo para luego tener que cultivarlo. Nietos de siervos conciertos de la Hacienda Serrana que, tras la revolución liberal vinieron en pos de trabajo asalariado, hijos de campesinos de regiones cercanas que tuvieron que abandonar sus tierras durante largas e interminables sequías.
Aquí están, tanto tiempo como los oligarcas, disputándoles el territorio, el espacio, el tiempo y el sentido de la historia. Siempre en desventaja, siempre presentes, siempre tejiendo comunidad. Aún cuando las decisiones que les atañen se tomen cada vez más lejos, cada vez más a sus espaldas, siempresiempre sin su consentimiento, sin su autorización.
Quiso la naturaleza que estas tierras se cubrieran de un metro de tierra fértil traída por los ríos desde los Andes. El río Guayas es una de las más importantes venas acuíferas del Pacífico. Su cuenca, la más fértil de la región, se alimenta de ríos navegables que acopian casi todas las escorrentías andinas: el Babahoyo y el Daule. Quiso la naturaleza, que estas tierras sean, una y otra vez, objeto de codicia insaciable.
Para la constitución del espacio costeño, el dominio colonial avanzó sobre espacios mayoritariamente «vacíos», donde la ocupación de vastas zonas supuso la eliminación de la frondosa vegetación natural para expandir las actividades agropecuarias estables.
El proceso más relevante de organización espacial y social se produjo alrededor de la producción de cacao para la exportación. A partir de estos procesos en la Costa, que venía siendo ocupada por propietarios y ganaderos con terrenos medianos y pequeños, comenzó a expandirse el latifundio como forma dominante de posesión de tierras. Originadas en las plantas de cacao existentes en forma silvestre, las haciendas se expandieron en gran medida a lo largo de las vías fluviales. Se inauguraron formas asalariadas de relación laboral que atrajeron oleadas migratorias, principalmente de la Sierra, aun a pesar de que se establecieron sistemas de sujeción de jornaleros mediante endeudamientos forzados y formas represivas de control de gentes que, incluso hoy, no han dejado de funcionar.
Engarzadas a los circuitos globales del capital, desde que nos hicimos República, estas tierras han sido reutilizadas de continuo para la producción primaria de exportación, proveyendo con una generosidad que pareciera sin límites, año tras año, siglo tras siglo, múltiples productos que aseguraron una permanente y sistemática acumulación.
En las entretelas, los jornaleros fueron haciendo su propia historia, tejiendo sus propios tramados de relaciones, dando sentido a este territorio. Ocuparon silenciosamente las hendijas y las periferias de los feudos, y se tornaron irrefutables. Allí mismo, en los mismos tiempos, se ocuparon de producir su alimento y el de los demás. Poco a poco se volvieron los principales proveedores internos de arroz, café, soya (97% de la producción nacional), maní y frutales. Sin embargo, no dejaban de ser marginales, precaristas.
Así se constituyeron los campesinos de la región. Así se organizaron y empezaron a demandar tierras para continuar produciendo. Entre 1960 y 1970, ocuparon parte de los latifundios y les fue entregado otro tanto a través de procesos de reforma agraria, o de un fraccionamiento venta de propiedades por parte de algunos terratenientes. Las movilizaciones campesinas en la Costa tomaron mayor fuerza a partir del Decreto 1001 promulgado por el entonces presidente Velasco Ibarra en 1970, donde abolía el precarismo en las tierras destinadas al cultivo de arroz.
Tras el cacao, vino el banano y con éste, la agricultura bajo contrato, la Revolución Verde y una serie de plantaciones agroindustriales que, con pequeñas variantes, mantuvieron un mismo sistema de explotación, acumulación y despojo. Luego, con la exportación petrolera, el Estado asumió una mayor presencia impulsando una inserción más directa del campesinado a la agricultura de mercado.
Esa presencia favoreció el crecimiento de un importante tejido organizativo en un ciclo que resultaría corto. En menos de diez años, la implantación de políticas de ajuste estructural desmanteló la infraestructura de acopio, la asistencia técnica, las pequeñas líneas de crédito que tanto esfuerzo costara a las organizaciones conquistar. Pero lo peor de todo fue la vuelta al principio: estrangulados por las deudas, quebrados por los precios asignados a sus productos, agotados sus suelos y cercados por las grandes propiedades que los envenenan todavía a diario, muchos campesinos terminaron vendiendo sus fincas para volver a ser asalariados o se vieron forzados a producir para el patrón como jornaleros en sus propias tierras.
La mayoría de los campesinos posee entre 5 y 20 hectáreas de tierra. Parte de su extensión es trabajada intensamente para la agricultura de ciclo corto y otra parte para cultivos de subsistencia o una combinación de plantaciones forestales -frutales con vegetación «natural». Los animales son importantes al igual que las especies maderables, ya que generan ingresos en épocas de baja producción o malos precios. Los cultivos de ciclo corto generalmente están asociados a la agricultura convencional. Un creciente porcentaje de campesinos no tiene tierra, son quienes dependen principalmente de la venta de su fuerza de trabajo o arriendan lotes para la producción intensiva de maíz, arroz, pimiento, tomate, maní con un sistema convencional que los ata cada vez más a un círculo vicioso de endeudamiento en canales de usura y compromisos de venta a los proveedores de insumos.
La consolidación del modelo agroexportador y agroindustrial en la zona ha acentuado los problemas estructurales. Los sistemas de producción para la agroexportación y la agroindustria requieren de grandes y permanentes volúmenes de producción. En consecuencia necesitan de extensas superficies de tierra y/o de la intensificación de los procesos productivos. Sin embargo, las grandes propiedades han optado por incrementar su productividad expandiendo la frontera agrícola. Uno de los mecanismos para obtener tierra ha sido apropiarse de terrenos «baldíos», es decir remanentes de bosques y vegetación silvestre. El otro, apropiarse de la tierra de los campesinos de diversas maneras, todas ellas abusivas -desde la coerción hasta la compra forzada, en una estrategia de acorralamiento que incluye la amenaza, el sicariato, el uso de gobiernos locales para incorporar normas o reglas que impidan a los campesinos defender sus derechos. No teniendo opciones de existencia, la mejor alternativa es vender la tierra a los caciques locales.
Obviamente, la concentración es insaciable. No basta con controlar la tierra, o el crédito o los insumos, es imprescindible quedarse con el agua. Tratada como si fuese cosa aparte de la tierra es objeto de codicia, acaparamiento, especulación y robo, desde hace tiempo y de múltiples formas, particularmente en esta zona.
Las agroempresas siempre consiguen adjudicaciones preferenciales, puesto que sus dueños son los mismos que ocupan cargos, que aseguran privilegios. Estos grandes propietarios realizan tapes (pequeños embalses) en esteros y ríos que atraviesan sus tierras, abren y construyen pozos, construyen albarradas o directamente instalan las captaciones en los ríos más caudalosos. En la mayoría de los casos, sin consentimiento de la población local y sin la concesión del derecho de uso otorgado por la Agencia de Aguas. Se roban el agua con impunidad.
Sin embargo, quieren más. Mediante cíclicas cruzadas de modernidad, cada cierto tiempo impulsan la construcción de grandes embalses a los que llaman «proyectos multipropósito». En el norte de la provincia de Los Ríos existe uno en funcionamiento -el llamado Jaime Roldós Aguilera- y otro, más sofisticado y terrible en construcción: el Baba.
El proyecto multipropósito Baba emprendió la ocupación efectiva del territorio apenas hace dos años, aunque estuvo proyectado hace mucho tiempo. Sin las autorizaciones mínimas, sin un estudio básico de impacto ambiental, sin avisar a nadie, sin consultar con nadie, menos aún a los que dan vida y sentido a estos territorios, cerca de 75 mil familias campesinas recolectoras -y con ellas, sus fincas, cerca de cien escuelas y varias reservas ecológicas-, fueron sorprendidas con la presencia de maquinaria y campamentos de una empresa cuyo nombre, desconocido hasta entonces en el lugar, tiene un famoso historial de abusos en otras tierras: la Odebrecht. Un proyecto que ocupa y «despeja», mil hectáreas de tierras cultivadas y se apodera de 86% del caudal del río Baba (que puede llegar a contener 395m3/s), para producir 45mw de energía eléctrica, ¡apenas el 1% de la energía nacional!
Tal arrogancia tuvo por respuesta una aguerrida movilización popular que detuvo las obras y paralizó el proyecto, al menos hasta que cuenten con autorizaciones ambientales de la correspondiente cartera de estado. Hasta que alguien explique qué razón tan grande puede haber para liquidar tantas familias, para convertir un río en una gran cloaca, qué sentido tiene embalsar tanta agua para regar tan pocas propiedades en otras regiones, qué justifica tanta devastación ecológica y humana. Porque la gente que vive en un lugar puede no conocer lo que otros deciden a sus espaldas, pero sí está dispuesta a encarar a los intrusos que vienen y se adueñan de sus tierras aún a costa de la cárcel o de sus propias vidas. Porque siempre se paga con vidas y prisión el derecho de vivir en paz.
Así ha sido. Poco después de parado el proyecto, éste recibió autorización del Ministerio del Ambiente y dos dirigentes campesinos fueron encontrados muertos en la vera del camino a sus casas, nadie se explica porqué. Finalmente, algunas familias, habiendo recibido cantidades nunca soñadas por sus tierras (siempre irrisorias para la empresa) o convencidos de conseguir un empleo que promete ser más suave que la faena agraria y garantiza liquidez mensual, terminan claudicando y cediendo espacios a un poder tan poderoso. Realmente, es duro mantener la entereza en un entorno de asedio tan brutal y de dislocación tan persistente.
Pero esta historia, que se parece tanto a cualquiera de nuestros países, que resulta increíble a estas alturas del siglo, no es solamente la historia del poder y sus viejas y remozadas e incesantes formas de saquear y expulsar. Es sobre todo la historia de las batallas y las resistencias de los campesinos, tan persistentes como ese poder que les persigue. Batallas y combates, luchas, movilizaciones; también resistencias y perseverancias en las formas de tejer y retejer comunidades, de producir alimentos, alimentar la esperanza, de reciprocarle creces a la tierra lo recibido, pensar/se cada día, y no permitir que el poder los convenza de no ser lo que son.
Así llevan décadas federados en su organización local (la uocq), anudando lazos con organizaciones mayores, convocando a otros, colocando sus alternativas cuerdas y generosas de cómo vivir en un mundo que alcance para todos. Es así como en medio de los caciques, el miedo, y la violencia, estos rincones de vida como bastiones en medio de los enormes desiertos de monocultivo siguen siendo centros que resisten la Revolución Verde e interactúan buscando más diversidad, más autonomía productiva, más comunidad. Una organización que investiga y recupera variedades propias y sentidos y alimentos y fertilidad. Una organización que se reúne para pensar entre todos y así construye día a día su fuerza y sus opciones. Asociaciones, comunidades que tienden puentes y convocan solidaridades, para denunciar atropellos, para demandar según los cánones de la ley del poder, o para levantarse cada vez que sea necesario.
Hace más de diez años la uocq se trazó el reto de recuperar su propia agricultura y con apoyo de algunas ong (Terranueva, Terranuova, cric, fian, HeiferEcuador, sobre todo) y la Universidad Técnica de Quevedo construye alternativas, experimenta y multiplica experiencias entre sus familias. Así, se introdujo el uso de la mucuna asociado al maíz para conservar la fertilidad del suelo, superar el crecimiento de «malas hierbas» y aprovechar el grano como alimento para los animales. También prueba cruzamientos del cacao nativo buscando mantener las características únicas de aroma y sabor incorporando la precocidad y resistencia de las variedades comerciales. Prueba además sistemas de riego parcelario para cuidar el agua tanto como la tierra.
Con HeiferEcuador, las asociaciones de mujeres fortalecen su participación en la organización a partir de la crianza de animales menores (gallinas ponedoras, pollos broiler y cerdos). Poco tiempo tomó y algo de reflexión, para que las mujeres consiguieran aprendizajes significativos y como el manejo de variedades foráneas requiere de mayores cuidados, insumos y conocimientos externos (compra de balanceado comercial, pie de cría mejorado industrialmente, aplicación de vacunas), que pueden hacerlas más dependientes del mercado, se investigó, probó y se recuperaron saberes. Juntas han aprendido a elaborar su propio balanceado casero con productos propios, reaprendieron a criar sus gallinas nativas y sus cerdos rústicos. En esto arrimó el hombro la Universidad de Quevedo.
Animar los procesos de capacitación e intercambios de experiencias permitió que las compañeras se relacionaran entre ellas y conocieran procesos de otras organizaciones. Esto favoreció la cohesión entre ellas y fue un punto de partida para posicionar sus demandas en la uocq, volverse visibles en los cargos de dirección.
Y mientras producen, investigan y reflexionan, fortalecen pequeños fondos revolventes y sistemas de compartir los recursos, conquistando pequeñas autonomías, como mujeres, como organización. Construyen sus propias formas de complementarse y administrar con responsabilidad. El trabajo conjunto propicia sus esfuerzos de mayor encuentro, de hacer más y más organización, de recuperar su historia, sus tecnologías, sus saberes y ponerlos al servicio de su proyecto político y de vida.
Son familias que bordan sus vidas y sus condiciones materiales a contrapelo. Como donde Marcia Caicedo, vicepresidenta de la uocq y asambleísta alterna, que nos muestra con orgullo la «nube» de gallinas y pollitos criollos, sus cerdos felices, los peces de su estanque mínimo, en su predio de menos de una hectárea rodeado de agroempresas y nos obsequia el solaz de jugosos zapotes a la sombra de un árbol, o como don Alfonso Intriago y su vergel de dignidad, que nos ofrece su cacao de aroma -el nativo-, sus naranjas criollas y la chicha de chontaduro fabricada por su hija, en su preciosa vivienda de arquitectura tradicional, con adecuaciones «modernas», o su nieta de 12 años que nos pregunta todo el tiempo «tienen esto en la tierra de donde vienen… ¿cómo no tienen? llévense para que prueben, para que tengan…».
Hay muchos frentes todavía que encarar, la entrada de transgénicos, el avance de la represa, la agricultura de contrato. Pero hay mucha alma en estas tierras que no se doblega.
Wilson Vega y Fernanda Vallejo son parte del equipo de la Fundación HeiferEcuador: una organización no gubernamental ecuatoriana de desarrollo rural, que parte de principios y valores afines a Heifer Internacional y está vinculada con ella. Apoya y promueve procesos organizativos democráticos de sectores campesinos, indígenas y populares, potencia sus capacidades locales para una gestión sustentable de los recursos naturales y de los sistemas productivos agropecuarios con un enfoque agroecológico.
Publicado en Graim http://www.grain.org