Como muchos, he estado siguiendo la visita de Barack Obama a nuestro país, experimentando sentimientos encontrados: de un lado el sano orgullo patriótico y revolucionario de ver un presidente norteamericano rectificando la política hacia Cuba y repitiendo en nuestro propio suelo que hay que terminar con el bloqueo, lo que ratifica el respeto a nuestra […]
Como muchos, he estado siguiendo la visita de Barack Obama a nuestro país, experimentando sentimientos encontrados: de un lado el sano orgullo patriótico y revolucionario de ver un presidente norteamericano rectificando la política hacia Cuba y repitiendo en nuestro propio suelo que hay que terminar con el bloqueo, lo que ratifica el respeto a nuestra soberanía e independencia, esas que nos hemos ganado los cubanos con nuestro sacrificio, nuestro sudor, nuestra sangre, nuestra historia y, de otro, el peligro que significa que haya quienes piensen que con estos, por ahora tibios cambios, ha desaparecido la contradicción entre los intereses del imperialismo norteamericano y los de la nación cubana. Pero solo hoy, luego de escuchar su discurso en esta mañana de lunes, me he decidido a escribir estas líneas, porque -como alertó hace más de medio siglo Fidel-, en lo adelante todo será más difícil.
¿Quién podría poner en duda la enorme complejidad de la sociedad norteamericana, en la que poco valen análisis en blanco y negro? Una historia turbulenta en la que se entremezclan las batallas contra el colonialismo inglés por la independencia y arremetidas genocidas contra la población autóctona, un impetuoso desarrollo industrial y una cruel guerra intestina que costó la vida a más de 600 000 seres humanos, una creatividad e inventiva paradigmáticas en la ciencia y la tecnología y un belicismo expansionista del cual México y Cuba -por poner solo dos ejemplos de nuestra región- han sido víctimas cercanas, una sociedad con extraordinarias manifestaciones culturales en la música, la literatura y el cine junto con un mesianismo que no honra esos valores, una ciudadanía laboriosa y emprendedora sobre la cual, sin embargo, descansa pesadamente una maquinaria estatal imperialista, el país más rico y el más endeudado del mundo, el que más reclama a los demás los derechos humanos y quien menos los respeta como demuestra más de medio siglo de bloqueo económico contra Cuba, una sociedad en la que la violencia sirve de hilo conductor para seguir su historia.
En resumen, un país lleno de contradicciones en el que, no obstante, sería ingenuo pensar que los acercamientos actuales hacia Cuba son simplemente el resultado de los criterios, la voluntad y la habilidad de Obama y no parte integrada a los intereses del poder real de los EEUU: el del gran capital.
Si Barack Hussein Obama resultara infuncional a los poderes fácticos que rigen el Estado norteamericano difícilmente habría sido elegido presidente en 2008, ni reelegido en 2011, ni habría iniciado el cambio de política hacia Cuba.
Es el mismo Obama que solo dos meses después de haber recibido el regalo del premio Nobel de la Paz envió decenas de miles de soldados a Afganistán, el que ha autorizado cientos de ataques con drones que han costado la vida de cientos de civiles en varios países del mundo, el que participó en el complot que destruyó a Libia, el que ha armado a la llamada oposición siria fortaleciendo al autotitulado Estado islámico, el que aprobó el suministro de armas a Kiev luego del golpe de Estado, el presidente que ha estado detrás de la «primavera árabe» de fatales consecuencias en esa zona del mundo. Es el mismo Obama; como diría el poeta: «No os asombréis de nada».
En efecto, no hay dos Obama, uno «bueno» y «otro malo». No estamos frente a una personalidad bipolar, sino uno único, el político de carrera, quien más allá de sus características e historia personal, de sus modos domésticos de hacer política, y hasta de sus inclinaciones como individuo y de su probable objetivo de dejar como legado el de ser el presidente norteamericano que cambió la política hacia Cuba, ha sido siempre y es funcional a los intereses estratégicos de los poderes fácticos que regulan el Estado norteamericano.
Es, eso sí, un político a quien hay que reconocerle carisma, dominio escénico, sentido de la oportunidad mediática, habilidad comunicativa; probablemente el mejor y más capaz a mano para enmascarar hoy los objetivos estratégicos del imperialismo norteamericano hacia Cuba y hacia América Latina y el Caribe.
En esta visita a nuestro país, el presidente Obama no ha perdido oportunidad para reclamar el fin del bloqueo, lo que de últimas son palabras de alguien pronto a desaparecer de la escena gubernamental norteamericana, frases que puede ahora pronunciar, de las cuales puede ahora hacerse responsable porque no aspira, ni podría aspirar a un nuevo período presidencial y porque las formalidades del sistema político del país norteño le permiten presentarse olímpicamente como alguien no responsable del bloqueo, opuesto al bloqueo, sostenedor de una nueva política, cuando durante casi toda su actuación presidencial lo avaló con su inercia.
Pero volviendo al discurso de marras, no puede ser objeto de un breve artículo un análisis exhaustivo de esa intervención , de modo que solamente voy a recalcar algunos aspectos que resaltan a primera vista donde como han expresado varios analistas mucho hay de lo que no se dijo y es poco lo que concede, aunque lo adorna bien. Es el mismo Obama que podría hacer mucho más desde sus atribuciones presidenciales y aún no la ha hecho.
Y de eso se trata, de leer la letra chica de sus declaraciones, algo importante especialmente para los jóvenes cuyas experiencias de vida con el vecino del norte no cuentan con los sabotajes criminales, los episodios de Girón, la crisis de octubre, las bandas contrarrevolucionarias, los atentados contra nuestros líderes, las agresiones biológicas, y un largo etcétera, y a quienes los efectos del bloqueo les han llegado amortiguados por la protección de la sociedad y de las familias.
No hay dudas: Obama es la cara gentil y seductora del mismo peligro. No se disculpó por los crímenes contra Cuba, no mencionó la Base Naval de Guantánamo, no habló de la Ley de Ajuste Cubano, no dijo por qué no hace más contra el bloqueo pudiendo hacerlo, y muchas otras increíbles omisiones.
Mientras, fue evidente que él no quiere colaborar con Cuba, sino con aquella parte de nuestra sociedad a la que supone mejores condiciones para los intereses estratégicos que representa, él quiso seducir a la juventud, estimular en ella el egoísmo y el afán de mejoramiento puramente individual presentando el crecimiento capitalista como la panacea universal y no la causa de las crisis y del peligro del agotamiento de la naturaleza y la desaparición de la especie humana, él quiso contribuir a fragmentar la sociedad cubana para el propósito de recuperar la hegemonía norteamericana aquí y en nuestra región, en su discurso asomó el tono sobrador de alguien que «nos concede el derecho -que nadie tiene que otorgarnos- de resolver nuestros propios problemas». Nos toca ahora explicar y evidenciar eso.
La visita de Obama es una victoria del pueblo cubano y de todos los pueblos de América Latina y del Caribe por lo que entraña el que los Estados Unidos de Norteamérica se hayan visto obligados a reconocer que se estrellaron contra nuestra dignidad y ahora optan por hacer un rodeo amañado. Por eso hay que recordar aquellas palabras de Julius Fucík al final de su histórico «Reportaje al pie de la horca» y «estar alertas».
Obama terminó su visita a Cuba, fue -junto con su bella familia hacia la que los cubanos hemos sentido natural simpatía- recibido, tratado y despedido cortésmente por un pueblo y unas autoridades que hacen gala de su hospitalidad, respeto y disposición al diálogo sin imposiciones, pero cuyas mayorías saben bien el terreno que pisan y en las que bulle el espíritu soberano, martiano y fidelista, ese que coreó en el estadio latinoamericano: «Raúl, Raúl, Raúl…».
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