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Oficio y deber, ciencia y conciencia en el historiador y la historiadora cubanos

Fuentes: Rebelión

Intervención en la inauguración de la Conferencia de estudios históricos organizada por la Federación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, Ciudad Escolar Libertad, La Habana, 12 de marzo del 2012.


La tradición que poseemos

Hay quienes afirman que los historiadores vivimos únicamente en la búsqueda y el relato del pasado, e incluso solo «se acuerdan» de nosotros a la hora de lo que consideran «la historia». Quienes nos dedicamos a la Historia compartimos un patrimonio cultural, ideológico y político que siempre se construye en presente, en estrecha relación con intereses y contribuciones muy actuales. Desde el hoy y para el mañana se escribe la Historia, y en tal dimensión se forma a los investigadores y maestros de la disciplina.

El tema de la ética, y en particular de la ética del trabajo académico, es en mi criterio el primer asunto a evaluar con los jóvenes estudiantes. Mis maestros en esta universidad me formaron en la convicción de que el saber histórico y axiológico valía de muy poco, sino se llevaba a las praxis de vida. Conocer la Historia como explicación y compromiso, resulta imprescindible si de investigar, enseñar o divulgar se trata. Por demás, pensar en el oficio y el deber del historiador y la historiadora cubanos siempre será, necesariamente, una tarea de futuro

El debate sobre el oficio y el deber del historiador, recorre la propia Historia de la disciplina, en un país donde ciencia y cultura nacen en intensa articulación con la lucha política por la liberación nacional y la emancipación social. Este debate es parte indisoluble de la forja de la nación, desde los mismos albores de su concepción, en el marco del primer proyecto de autoctonía diseñado a finales del Siglo XVIII, por la intelectualidad de la oligarquía criolla. Historia y política, están estrechamente interconectadas en Cuba, como parte inseparable de la peculiar tradición cubana que se forjó en la unidad de los hombres de la cultura con el ejercicio de la política.

Ahora en julio vamos a conmemorar los 250 años de la resistencia de los habaneros y en general de los pobladores del occidente cubano en 1762, frente al ataque, asedio y toma de la capital por los ingleses. Cuando se produce este hecho histórico, los ocupantes extranjeros encuentran ya la psicología y cultura de resistencia de la sociedad criolla. Un año antes, el historiador José Martín Félix de Arrate y Acosta (1697-1766), había terminado su obra Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales1, dedicada a enaltecer La Habana. El criollo Arrate y Acosta frente al ataque inglés, no vaciló en poner su fortuna al servicio de la defensa de la ciudad que amaba, fijando desde tan temprana época, cuál es el deber y el hacer de los historiadores.

Aponte y Maceo

El proyecto primigenio de la oligarquía y en este el lugar de la memoria histórica, en su diseño excluyente, racista y blanco por excelencia, fue mestizándose como parte del proceso de transculturación2, al contacto con la inteligencia y la cultura nacida de lo popular, de lo negro, mestizo y blanco pobre.

Estamos por celebrar ahora, a partir de este 15 de marzo, el bicentenario de la conspiración organizada por el revolucionario e intelectual autodidacta José Antonio Aponte y Ulabarra (¿-1812). Aponte negro culto, tallador de oficio, antiesclavista y antirracista, hijo de Changó, presidente del Cabildo Changó Teddun 3 , será el líder de la primera conspiración independentista y abolicionista de carácter nacional, con presencia de libertos, y esclavos, de negros, mulatos y blancos. A diferencia de las sublevaciones de esclavos donde la rebeldía de los explotados no se organizaba en ideas o proyectos de continuidad, Aponte tenía un proyecto ideológico y político para una Cuba sin el dominio colonial, donde se destaca como eje fundamental la liberación de los esclavos, los derechos de los libertos y demás sectores de campesinos, pequeño burgueses, artesanos y braceros, y su red de conspiradores se extendió presumiblemente hasta Remedios, Puerto Príncipe, Bayamo, Jiguaní, Holguín y Baracoa . En conexión con la situación antillana Aponte confiaba en obtener ayuda del rey haitiano Henry Christopher (1767-1820), y del general dominicano Gil Narciso4.

La conspiración de Aponte anuncia el arribo al liderazgo del movimiento emancipador de los sujetos populares. Incansable lector, Aponte poseía una nutrida biblioteca para la época -cuando la posesión de libros por su rareza y alto costo estaba vedada al pueblo humilde-, y en ella se podían encontrar títulos como el Don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Delatados, e l jefe de la conspiración y cinco de sus capitanes fueron ahorcados el 9 de abril de 1812, y sus cabezas se colgaron públicamente en la capital como escarmiento.

La Historia hecha desde los llamados sectores subalternos, y más certeramente desde las clases explotadas, tiene en Aponte su precursor. Cuando abortan la conspiración, entre la documentación ocupada por las autoridades colonialistas, se destaca un significativo Libro de Pinturas, que contenía la cosmogonía histórico cultural del líder revolucionario, y que hasta hoy motiva la imaginación. Perdido el libro en el proceso, la lectura del legajo judicial que trata sobre el citado libro, permite situar el potencial de su criticismo social5, su visión de sí mismo, de la Historia de los negros, de la cultura y la política de su época, y cómo era utilizado en las reuniones y propaganda conspirativas. El Libro de Pinturas de Aponte en su concepción y realización, se nos revela como la primera obra cubana que reivindica el papel y el lugar de los negros en la Historia que le fue contemporánea.

La «casualidad» en la Historia muchas veces es hija de causalidades profundas. Sesenta y seis años después de la sublevación de Peñas Altas, en 1878, en el oriente del país, el mulato General Antonio Maceo y Grajales (1845-1897) escenificó en los Mangos de Baraguá, la protesta que llenó de gloria combativa el fin de la primera guerra de independencia. Maceo calificó el Pacto del Zanjón, acuerdo de paz firmado el 10 de febrero de 1878, como una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable. Y aun cuando no pudo lograr en aquel momento un rescate del proceso de lucha armada que salvara la Guerra de los Diez Años, la que pasó a ser conocida como Protesta de Baraguá, resultó la respuesta política que volvió a colocar en primer plano los objetivos básicos de la revolución contenidos en el Manifiesto del 10 de Octubre de 1868, dados a conocer por el padre de la patria Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo (1818-1874): La total y absoluta independencia de Cuba y la definitiva abolición de la esclavitud, objetivos por lo que pelearon los cubanos y cubanas desde tiempos de José Antonio Aponte.

José Martí

Quien primero se percató de la importancia histórica de la gesta de Aponte fue José Martí y Pérez (1853-1895). Eres más malo que Aponte se decía indistintamente, en la colonia en que creció el Apóstol, a niños muy majaderos, a los necios y hasta a los criminales. Los mecanismos de la hegemonía ideológico-cultural colonialista habían actuado con eficiencia en el interés de borrar la imagen de este criollo revolucionario. Sin embargo, la sensibilidad patriótica y la inteligencia de Martí, le llevan a cuestionar el mito racista y maldiciente, buscar la información verídica, revaluar y dignificar el movimiento conspirativo que lideró, todo lo que se deduce de un fragmento conservado donde anotó: ¿Qué se sabía del negro conspirador Aponte, muerto en 1812, con ocho de sus compañeros? Vivía en la Calle de Jesús Peregrino… 6

Para Martí, tan minucioso en el estudio y la promoción de la Historia nacional, la Guerra de los Diez Años constituyó un objeto priorizado de búsquedas y evaluaciones. Sobre los disensos y los rencores acumulados por los combatientes, alrededor de la firma del Pacto del Zanjón, vio con nitidez el eje de coherencia histórica que representaba la Protesta de Baraguá. El peso político e ideológico que sustentaba Baraguá era definitorio en los marcos de la nueva Revolución, de la Guerra Necesaria, que preparaba.

Martí reclama como condición del historiador, el conocimiento pleno del hombre, el humanismo con un claro sentido de dignificación social. Resulta evidente 7 la atención que le merecía la Historia en sus dos dimensiones esenciales: La Historia real en tanto consideró siempre de suma importancia para los pueblos, el conocimiento de sus orígenes y evolución, como factor esencial para la formación de sus valores patrios; junto al análisis del devenir de la sociedad, para el pronóstico de los posibles caminos del progreso social, y en tanto, la elaboración y puesta en práctica de proyectos de cambios revolucionarios y de organización de la sociedad 8 .

En Martí como en Carlos Marx (1818-1883), si los hombres hacen la Historia, esto requiere de una conciencia y voluntad capaz de hacerla. Y precisamente tal unidad dialéctica asentó el vínculo raigal de la mirada histórica martiana con el marxismo. Y ello nos permite comprender, incluida la voluntad y la obra política de los partidos revolucionarios, cómo se produce en Cuba la articulación del marxismo con la mejor y más radical tradición intelectual nacional.

Julio Antonio Mella

En la profundidad martiana descubre Julio Antonio Mella (1903-1929) el tránsito de enriquecimiento que lo articula el marxismo. Cuando a finales de 1925 escribió sus Glosas al pensamiento de José Martí, aporta el más medular ensayo del pensamiento revolucionario cubano de la primera mitad del pasado siglo XX.

Mella desde José Martí y Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), negó en Glosas las lecturas nostálgicas por el pasado heroico, muy comunes en la intelectualidad de entonces, y rebatió las posiciones ultraizquierdistas que rechazaban con criterio nihilista el ayer, considerando que todo empezaba a partir de ellos y terminaba en ellos mismos. Debate este en el que continúa la labor de defensa del ideario nacional revolucionario que sus maestros Alfredo López Rojas (1894-1926) y Carlos Baliño y López (1848-1926), desarrollaron en el seno del movimiento obrero y en los círculos socialistas y marxistas. Defendió las tesis leninistas sobre la permanencia, el rescate y el enriquecimiento de la tradición democrática y popular que se hallaba presente en nuestras naciones, y en consecuencia, la incorporación de estos elementos en la elaboración de la táctica y la estrategia de la lucha revolucionaria.

En Glosas, Mella expresa su concepción sobre el enfoque materialista y dialéctico de la Historia, el carácter determinante -siempre en última instancia-, del factor económico en el devenir de la sociedad, y la teoría de la lucha de clases como motor de la Historia. En este sentido desbrozó el camino de la historiografía cubana hacia un modo superior de compresión e investigación, y aportó el primero y más original ensayo político-filosófico marxista de la primera mitad del Siglo XX cubano. Mella reconoce el papel de las ideas en la lucha, y al mismo tiempo señala la necesidad de la acción concreta. Junto a las trincheras de ideas -en perfecta consecuencia con Martí – sitúa las trincheras de piedras. La vinculación entre teoría y práctica, entre la idea y la acción, constituiría para Julio Antonio Mella la clave de la transformación social y este es el mensaje que traslada a sus contemporáneos.

Fidel Castro Ruz

Desde una profunda lectura de la Historia patria y universal pudo el joven Fidel Castro Ruz (1926- ), proyectar el programa cultural revolucionario de La Historia me absolverá. Fue su aporte la reevaluación de la Historia de la nación, de América Latina y el movimiento revolucionario, a la altura de los conocimientos y con las herramientas existentes en la segunda mitad del siglo XX. Fidel da una lección de cómo la obra precedente -en teoría y cultura histórica-, puede y debe ser recolocada en las necesidades y retos de cada época. Martiano y mellista, convencido marxista y leninista, hizo lo que el momento y la necesidad demandaban, utilizó el estudio minucioso de la Historia de Cuba, de la Historia de las ideas, la Historia política y la militar en particular, para criticar la propia teoría revolucionaria, innovarla y saltar con ella sobre las circunstancias.

El pensamiento de Fidel como sumun contemporáneo de la tradición ideológico -cultural progresiva y revolucionaria cubana, y en tanto unidad de la teoría y la práctica9, se expresa en seis direcciones esenciales: (1) El estudio de los acontecimientos en su dialéctica, según las leyes objetivas del proceso histórico, la cultura y el espíritu de lucha de los hombres y mujeres, (2) El papel sustantivo del sujeto histórico, del sujeto individual, y definitivamente del sujeto colectivo, del pueblo. (3) La misión formadora del conocimiento histórico, desde un compromiso práctico transformador, la función de la Historia en la formación de la memoria histórica y la definición praxiológico valorativa de los sujetos. (4) La misión proyectiva de la Historia, el aporte al diagnóstico y al pronóstico. (5) La unidad de lo local, lo nacional y lo internacional. (6) La unidad del pensamiento histórico con la actitud y la práctica de la transformación revolucionaria.

Esta perspectiva de la Historia fue expresada por el líder de la Revolución Cubana desde el propio año de la liberación: Venimos a hablar no de la historia que pasó, sino de la historia que estamos viviendo, afirmó en junio de 195910. Cinco años después, al referirse a la epopeya de Céspedes y los patriotas cubanos de las guerras de independencia, fijaría la principal clave histórica para entender y asumir la Historia nacional: ¡Nosotros entonces habríamos sido como ellos, ellos hoy habrían sido como nosotros!11 En su discurso en el acto de conmemoración del centenario del inicio de nuestras gestas independentistas, el 10 de octubre de 1968, ratificaría Fidel la continuidad dialéctica del proceso revolucionario cubano y la comprensión -más allá de contradicciones y los errores circunstanciales- de la magnitud de las tareas históricas que han sumido los revolucionarios en cada etapa de lucha de nuestro pueblo.

La tradición de que somos portadores constituye una importante  fortaleza, pero ello no es suficiente. El oficio y deber también se deben expresar en el análisis del momento actual que tal tradición fertiliza. Y ello nos conducirá, si trabajamos con honradez, a un posicionamiento claro y definitorio sobre los asuntos de nuestra actualidad profesional, local y nacional. En tal punto, estaremos en la posibilidad de compartir nuestra verdad, debatirla y enriquecerla en el afán patriótico de mejoramiento colectivo, que nace de los padres de la ciencia, la cultura y la política cubanas. Sin este ejercicio personal de criticidad refrendado en nuestros actos, es muy difícil investigar y enseñar Historia.

Oficio y deber, ciencia y conciencia en el historiador y la historiadora cubanos12

Los retos de la contemporaneidad

Hoy sin dudas, asistimos en el país a un rearme de la historia como proyecto científico y como proyecto social, avanza la excelencia de la historiografía cubana, y sobre todo está en marcha una notable recuperación del papel de las disciplinas históricas en el currículo docente de la enseñanza general y universitaria, aspecto este que se precisó con particular fuerza en los objetivos aprobados por la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, el pasado enero 13 . Este crecimiento con calidad, tiene por correlato el compromiso de la inmensa mayoría de los historiadores e historiadoras con la sociedad revolucionaria.

Tan positivo escenario regocija y a la vez impone para avanzar con paso seguro, repensar los aciertos y fijar las debilidades y sus cursos de solución. Es que los logros del momento actual se entienden con mucha más plenitud, si los vemos en su movimiento real, como aciertos en el concierto de las contradicciones existentes, en medio de los crecimientos humanos y organizacionales por adelantar, las fragilidades a resolver y los consensos a construir. En Cuba por demás, nada escapa al cruento enfrentamiento con el imperio estadounidense y sus aliados ideológicos y políticos.

La subversión contrarrevolucionaria

La utilización del campo intelectual y de la Historia es de vieja data. Frances Stonor Saunders ha documentado suficientemente la guerra cultural de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, desde antes del triunfo de la Revolución Cubana, cuando patrocinaba la revista History, publicada por la Sociedad de Historiadores Americanos 14.

Contra Cuba existe una definida dirección de la propaganda y la subversión ideológico-cultural anticubana, que se desenvuelve en el terreno de la Historia, en el intento de reescribirla, tergiversarla y manipularla. Apuestan al sueño de una glasnost «cubana», que destruya el imaginario histórico y cercene la memoria de lo que hemos sido y somos. A tal diseño se destinan millones de dólares en unos y otros proyectos de «estudio», información», «eventos», libros y artículos «de ciencia» y «premios».

La propaganda visceral, literalmente mentirosa y grosera, no es lo que caracteriza la labor de los servicios enemigos dirigida contra la Historia y los historiadores. Esto último solo ha quedado como producción residual en el estercolero de la mafia cubano americana. Generalmente los libros de propaganda contrarrevolucionaria con camuflaje de libros de «historia», cumplen el llamado el principio de la verosimilitud. Presentan sus embustes desde hechos reales, pues en públicos cultos como el que ha formado la Revolución Cubana, el mensaje tendencioso, para que tenga alguna verosimilitud, debe partir de acontecimientos que de una u otra manera ocurrieron.

El principio de la desinformación está dirigido a minimizar y/o desfigurar la realidad histórica, para mencionar lo imprescindible y destacar solo aquello que les interesa. El principio de la silenciación combina silencio y olvido alrededor de unas y otras realidades de la Cuba colonial y neocolonial, la omisión de aspectos sustantivos y de aportes del movimiento revolucionario y de sus líderes, son metodologías recurrentes. Difícilmente detectables, los silencios se enmascaran como «olvidos». Constituyen el reverso y la otra cara del recuerdo y están indisociablemente unidos a la acción de construcción-destrucción de la memoria histórica. El silencio oscila entre las barreras de ocultación y las de lo indecible. Sobre temas históricos, la desinformación y el silencio pretenden eliminar la memoria de explotación, inequidades y dependencia, en aras de maquillar y reforzar la identidad de los grupos portadores del pasado burgués-capitalista.

La vaguedad y la simplificación complementan el sistema de principios de los servicios de la propaganda imperialista. En tanto huyen de explicaciones precias, y pretende dar una respuesta «sencilla» a problemas complejos y controvertidos15.

El desprecio por la Historia combativa, la descalificación del papel de las masas populares a favor de las élites, y el anticomunismo, se mantienen como ejes fundamentales de la labor ideológica contrarrevolucionaria. Alegan que los comunistas hemos inventado una historia teleológica 16 . Es sistemático el ataque dirigido a descalificar al movimiento comunista durante la república, y a la Revolución después del triunfo de 1959. Una línea principal de esta modalidad agresiva, centra el ataque a la figura del Comandante en Jefe Fidel.

La voluntad de formar a nuestras jóvenes generaciones en la tradición combativa y revolucionaria, se acusa por ser una enseñanza «oficialista», «ideologizada» y «politizada». Método recurrente es vendernos como «novedosos» y «problematizadores», textos articulados con la peor propaganda contrarrevolucionaria.

Montada en la ola «postmoderna», la propuesta desmovilizadora manipula este movimiento científico y literario contemporáneo. Abundan las exhortaciones a romper con el estudio de los macro-relatos -de los procesos históricos y del marxismo entendido como macro-teoría-, para sobrevalorar la importancia de la microhistoria y presentarnos una suerte de micro-microhistorias, que nos enajenen de las visiones de conjunto. Se nos propone menospreciar el enfoque de clase y sus interconexiones, frente a la emergencia de los no menos importantes estudios de género, racialidad, y otras diversidades. Las categorías duras de la teoría y metodología marxista, se acusan también de «ideologizadas», a favor de un lenguaje aséptico que evade el conflicto fundamental entre explotados y explotadores, entre opresores y oprimidos.

Los libros de la historia prefabricada por la contrarrevolución, presentan tres niveles de realización. Primero: Lo que dice el autor -lo intencional que no necesita interpretación- que se centra en lecturas reduccionistas y tendenciosas, cuando no hipercriticistas. Segundo: Lo sobreañadido, en tanto intencionalidad subyacente de desmontar la historia, cuestionar y atacar sus valores y personalidades, para sembrar dudas sobre un ayer que nos acompaña en el hoy. Tercero: Lo simbólico en la estimulación y fabricación de mitos y hechos-estigmas, cuyo carácter extra verbal se dirige a la psiques para prejuiciar y sembrar desconcierto.

La mejor carta de presentación de la literatura orientada por las agencias enemigas, es que esta se publicite bajo la autoría de un nacional. Y hay que decir con plena claridad, que nuestros enemigos conocen bien el espurio oficio de comprar, comprometer, e instigar, emplean sus mejores profesionales, ideólogos, psicólogos, filósofos, especialistas, cientos de hombres capaces, confirma el profesor de Historia, ex-agente de la CIA y combatiente de la Seguridad del Estado cubano Raúl Antonio Capote17. No solo está la nómina de la «disidencia» con sus tarifas mercenarias. Existe la contaminación, el cortejo y la influencia sobre individuos proclives a ser manipulados desde los errores cometidos por burocracia, insensibilidad o maledicencia, las aspiraciones insatisfechas, los individualismos a ultranza, las miserias humanas y los traumas personales. También como ha ocurrido y ocurre en muchos otros procesos revolucionarios, en Cuba hay Súper-revolucionarios tan, pero tan a la izquierda de la izquierda, que sin argumentos convincentes para sus prédicas hipercriticistas, terminan echando mano a los mismos recetarios de la propaganda contrarrevolucionaria. Es importante establecer que en este punto del camino recorrido, no hay ingenuidades. Se es o no se es.

La demostración argumentada y el juicio de ciencia, hijas siempre de la firmeza, son los ingredientes esenciales para fundamentar la denuncia de las vilezas con falso ropaje histórico.

Mirarnos hacia dentro

Los retos que enfrentamos no solo parten de la agresividad de los servicios de subversión imperialista, del ataque enemigo . Aún hay mucho que hacer para perfeccionar nuestro trabajo profesional y sus circunstancias. Las problemáticas en curso ocupan varias áreas del propio saber histórico, de la investigación, enseñanza, docencia, formación y capacitación de los profesionales de la historia, así como del siempre trascendente tema de la introducción y publicación de los resultados, su divulgación e impacto social.

Las cualidades del debate revolucionario, deben acabar de imponerse en nuestro medio, como el antídoto imprescindible para evitar, entre quienes compartimos la misma trinchera, las discusiones bizantinas, las objeciones que no se explican y los desencuentros culposos. La crítica a los resultados y a las instituciones, no puede asumirse como ataque personal a los autores y directivos de uno u otro proyecto. No todos tenemos el don de la mesura y la afabilidad, pero estamos obligados al menos, al trato respetuoso, y sobre todo a manifestar una posición proactiva, atenta y abierta en el ejercicio de la opinión.

Porque somos humanos perfectibles, los errores nos acompañan a unos más a otros menos, el problema está en la actitud que asumamos para reducirlos al mínimo. Lo definitivo siempre será el saberse situar en el campo de la honestidad y justicia.

Urge aprender a distinguir el libelo de la propaganda enemiga, de la obra historiográfica seria y fundamentada, aun cuando en ella se revelen cursos teórico metodológicos, y posicionamientos que no compartimos, incluidos aquellos de naturaleza política o ideológica.

Vivimos en un país y en un mundo con un universo cada día más diverso. Hay que felicitar que se publiquen y circulen obras de autores nacionales y extranjeros, incluidos ensayos históricos, que nos brindan esa pluralidad. De colegas que viven en el país, escritores, filósofos, historiadores, y muchos otros especialistas extranjeros y cubanos que radican en el exterior, de las más disímiles tendencias filosóficas, políticas y teórico metodológicas. Estos autores no son el enemigo como afirma cierto pensamiento censor que aún persiste. Nadie posee la verdad absoluta, esta se construye en sucesivos consensos colectivos. En esta dirección es útil recordar que la historia del pensamiento revolucionario en ciencia y política, el marxismo -y en Cuba los más sólidos legados axiológicos, ideológicos y politológicos martianos y fidelistas-, se fundaron y construyeron en medio de la fertilización enriquecedora con lo mejor y más progresivo de cada época, en la lucha de ideas, en debate y crítica tanto con los adversarios, como con los compañeros de ruta.

Tenemos aún entre nosotros a quienes pretenden escribir -o que se escriba- la Historia, al ritmo del último discurso de la dirección del país. Hay que evidenciar de manera clara y pertinente a tales acomodadores de la historia, que no pocas veces apelando «a buenas intenciones», a patrioterismos y oportunismos, intentan sustituir la riqueza del movimiento real, con propuestas retocadas por lo que consideran «políticamente correcto».

Hay colegas que no conocen los aportes más novedosos de la teoría, la metodología e historiografía nacional e internacional, y se justifican con toda clase argumentos sobre las cortas ediciones cubanas, la débil importación de títulos publicados en el extranjero, los costos de los libros, el aislacionismo informativo en esta área académica, la falta de contacto con especialistas extranjeros, o la débil conexión a Internet; pero más allá del peso de una u otra realidad, lo cierto es que no se ocupan de explotar al máximo todos los recursos y canales que existen en las instituciones gubernamentales y en las asociaciones de la sociedad civil, menos de diseñar por sí mismos vías de acceso, intercambio y financiación.

No faltan los «miméticos», la diferencia es que si ayer fueron miméticos a la izquierda dogmática que nos llegaba del marxismo oficial soviético, hoy lo son al «centro» o definitivamente «a la derecha» que nos llega incluso, desde algunas ilustradas izquierdas recicladas en la socialdemocracia y el liberalismo.

La Historia no está libre de algunos de los déficits de desarrollo que persisten en el actual despliegue de las ciencias sociales del país. Un hacer muy individualizado, donde el papel de los colectivos de ciencia debe crecer en el ámbito de la construcción colectiva del conocimiento. La labor investigativa de algunas facultades de historia, no logra saltar los muros de los centros de educación superior, para acercarse a las necesidades de sus entornos territoriales. Es notable la ausencia del trabajo en redes, y la poca presencia de los centros de investigación histórica y de los historiadores e historiadoras, en los incipientes resultados del trabajo multidisciplinario en el Polo de las Humanidades.

El Programa Nacional de Historia está dado a ocupar el papel coordinador y promotor a nivel de país, de todo el conjunto de instituciones académicas, universidades y asociaciones científicas, que trabajan con las disciplinas históricas, pero aún este mecanismo no logra rebasar el ámbito de lo orgánico-administrativo. Tal Programa precisa convertirse realmente en el articulador por excelencia, de las prioridades temáticas y los recursos nacionales destinados a la investigación histórica. Muchos compañeros y compañeras ni saben que existe.

A la altura de las circunstancias

La historiografía y la enseñanza de la historia, se abren a los retos de la construcción de una idealidad socialista cercada desde el mercado y agredida por los centenarios enemigos de la patria, que precisa de los viejos y nuevos saberes históricos, de la tradición, los principios y las calidades de nuestros fundadores, de la inteligencia y el trabajo corporativo de los historiadores e historiadoras de todas las generaciones revolucionarias. El nudo ideológico y orgánico que articula la tradición de ciencia y conciencia en nuestro país, con el privilegio de la sólida mirada que aporta el marxismo, resulta decisivo para cumplir la misión social de la disciplina.

Si resulta vital el trabajo del historiador y la historiadora, en el terreno de fundamentar las claves de nuestro presente, en la defensa y construcción de la cosmovisión científica, cultural y moral de la cubanidad revolucionaria; más aún se impone la función pronóstica, el imprescindible aporte de certezas y experiencias, para participar en el diseño del programa de futuro posible.

Debemos utilizar más la crítica y el debate, tanto en la prensa como en los espacios académicos, pero sobre todo hay que ejercitar las inconformidades en la construcción de alternativas concretas. No hay aprendizaje colectivo sin práctica y esfuerzo individual, y la transformación de las circunstancias que nos sean adversas no tiene que realizarlas segundos o terceros. Hay que entender que nuestra acción, por muy modesta que sea, suma al protagonismo definitivo del pueblo en Revolución.

El mundo académico cubano es bien nutrido. Tenemos una recién inaugurada y muy prometedora Academia de la Historia de Cuba, la cincuentenaria y fortalecida Academia de Ciencias de Cuba, el prestigioso colectivo de investigadores del Instituto de Historia de Cuba, otros acreditados equipos en más de 40 universidades y centros de estudios, que desarrollan programas de investigación y docencia de la Historia. Poseemos la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC), y los historiadores e historiadoras también nos nucleamos en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC). Si desde las misiones, particularidades, y ritmos de cada sujeto institucional o asociativo, nos integramos y marchamos unidos, no habrá problemática interna, insuficiencia o reto que no podamos resolver. Ni cima del conocimiento o tarea de construcción socialista que no logremos conquistar.

Notas:

1 José Martín Félix de Arrate y Acosta: Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales, Editorial Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964.

2 Fernando Ortiz: Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, p 98 -104

3 Ver: Franco, José Luciano: La conspiración de Aponte. En: Ensayos históricos,. Ciencias Sociales, La Habana, 1974; Gloria García: Ob cit, p 66-74

4 María del Carmen Barcia: Los ilustres apellidos: negros en La Habana colonial, Ediciones Boloña, La Habana, 2008, p 292-293.

5 Jorge Pavez O: El Libro de Pinturas, de José Antonio Aponte. Texto, conspiración y clase: el Libro de Pinturas y la política de la historia en el caso de Aponte, Anales de Desclasificación, Vol. 1: La derrota del área cultural No. 2, 2006, p 671.

6 José Martí y Pérez: Obras Completas, Tomo 22, Editora Nacional de Cuba; La Habana, 1966, p 247.

7 Se ha dicho, con razón, que no hay en la obra martiana una teoría de la Historia acabada ni sistemáticamente expuesta. Véase Julio Le Riverend: «Martí en la Historia, Martí historiador» en, Anuario del Centro de Estudios Martianos,.La Habana, 1985, n. 8, p. 176.

8 Ver: Olivia Miranda Francisco:Historia, cultura y política en el pensameinto revolucionario martaiano, Editorial Academia, La Habana, 2002, p 107-121

9 Dolores Guerra y otros: Presentación. En Fidel Castro y la Historia como ciencia (selección temática 1959-2003), Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, p 9 y ss.

10 Dolores Guerra y otros: Ob cit, p 13.

11 Ver: Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el acto celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana honrando a los mártires del 13 de marzo, 13 de marzo de 1965. Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario, www.cuba.cu/gobierno/discursos/ 1968 /esp/f 1010 68e.html

12 Intervención en la inauguración de la Conferencia de estudios históricos organizada por la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, Ciudad Escolar Libertad, La Habana, 12 de marzo del 2012.

13 Ver: Partido Comunista de Cuba. Objetivos de Trabajo del PCC aprobados por la Primera Conferencia Nacional, Editora Política; la Habana, 2012, p 7.

14 Frances Stonor Saunders: La CIA y la guerra fría cultural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, p 197.

15 Héctor Hernández Pardo y Reynaldo Infante Uricazo: Análisis de información internacional y medios dedifusión, Editoria Pueblo y Educación, La Haban, 1991, p 139.

16 Enrique Ubieta Gómez: Cuba: Revolución o reforma, Casa Editora Abril, La Habana, 2012, p 15.

17 Raúl Antonio Capote: Enemigo, Editorial José Martí, La Habana, 2011, p 188.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.