Pocos sucesos de la historia española reciente han hecho correr tantos ríos de tinta como el magnicidio de Carrero Blanco en 1973. ETA hacía saltar por los aires al cerebro de la dictadura con una acción aparatosa que congeló la respiración al régimen. Un atentado que permitía presentar a la organización como herramienta antifranquista, en su primera acción mortal planificada fuera de Euskal Herria. Sobre ello se ha escrito, fantaseado y mitificado. 50 años después, radiografiamos el magnicidio.
En El coche de buda (Verso Libros, 2023) Mike Davis arranca su magistral estudio histórico sobre el uso del coche bomba en 1920, en Wall Street. 53 años después la relación entre los explosivos y el vehículo a motor se invirtió en Madrid: la bomba explotó bajo el suelo y el coche voló a más de 35 metros de altura, superando un edificio de viviendas de cinco pisos. Aunque los más de 3.000 folios de sumario atribuyen la explosión a la deflagración 200 kilogramos de trilita, la organización armada siempre ha explicado que fueron entre 70 y 80 kilogramos de goma2, robados de una cantera de Hernani en la primavera del 72.
El magnicidio conmocionó a la opinión pública española e hirió profundamente al régimen. Pero el asesinato del presidente del Gobierno no ha sido una anomalía en la España contemporánea. Carrero Blanco fue el quinto presidente asesinado en apenas un siglo. Le precedieron Juan Prim i Prats (1870), Antonio Cánovas del Castillo (1897), José Canalejas Méndez (1912) y Eduardo Dato Iradier (1921). Un magnicidio sobre el que, más allá de las imágenes icónicas de un automóvil convertido en un amasijo de metal amorfo, aún se siguen vertiendo dudas, sombras y mitos.
Un mito construido sobre dos ejes fundamentales. Por un lado, la liturgia que produjo el propio atentado: la película Operación Ogro, de Gillo Pontecorvo, en las pantallas, y el libro Operación Ogro. Como y por qué ejecutamos a Carrero Blanco, de Eva Forest bajo el seudónimo de Julen Aguirre, que fue leído de mano en mano, entre otros. Por otro lado, la mística producida por una parte del régimen que acusaba a la CIA y a los sectores aperturistas de la dictadura de impulsar, tolerar o ayudar en el magnicidio, reafirmando su infravaloración operativa de ETA.
Carrero Blanco, una aproximación
Luis Carrero Blanco (Santoña, 1904) se dedicó a la carrera militar desde su juventud, mediante la cual llegaría a alcanzar el rango de almirante. Tomó parte en la Guerra Civil española y, una vez finalizada, fue nombrado jefe de operaciones del Estado Mayor de la Armada en agosto de 1939. Pronto pasó a ocupar puestos de responsabilidad, convirtiéndose en figura de confianza de Franco e impulsor de los servicios de información modernos al servicio de la dictadura.
Ricardo de la Cierva lo definió como un «anticomunista furibundo». Javier Tusell explica en su ya clásica biografía Carrero. La eminencia gris del régimen de Franco (1993) que desde una subsecretaría de la presidencia asumió funciones clave y que los ascensos posteriores solo confirmaron competencias qua ya ostentaba de facto. José Antonio Castellanos López, en su reciente libro Carrero Blanco. Historia y memoria (2023) lo dibuja como un ultraconservador que “hizo de la fidelidad a Franco la razón de su existencia” y que le llevó a asumir oficialmente la vicepresidencia en 1967 y la Presidencia del Gobierno en junio de 1973. A él le atribuye una responsabilidad directa en las decisiones que permitieron la insólita longevidad de la dictadura.
ETA en Madrid
Aunque actualmente cueste de creer, la capacidad de acción de ETA en Madrid era intensa en los años previos al magnicidio, la capital se había convertido en un refugio seguro para sus militantes. Una realidad consecuencia, en buena medida, de la inacción del régimen. Meses después de la ejecución de Melitón Manzanas, en marzo de 1969 el Ministerio de la Gobernación emitía un comunicado en el que se afirmada que «se ha producido el total desmantelamiento de la Euskadi Ta Askatasuna (ETA)». La minusvaloración de la oposición por parte del régimen era constante: el comisario José Sainz aseguraba desde Bilbao que en Madrid «dormían el sueño de los justos, como si el problema vasco-separatista no les afectara a ellos», mientras el director general de la Guardia Civil en 1972, Carlos Iniesta Cano, afirmaba que ETA no era más que una «gripe» que se curaba «con una aspirina». Pese a las previsiones de las altas esferas del régimen y la compleja vida interna en la organización, marcada aquellos años por la tensión y las escisiones, ETA mantuvo capacidad operativa en Euskal Herria, pero también en Madrid.
Los militantes de ETA quemados que se refugiaron durante meses en Madrid entre 1971 y 1974 se cuentan por decenas. Solo así se puede llegar a entender cómo ETA eligió Getafe para realizar en verano de 1972 al menos una reunión de su Comité Ejecutivo al completo.
En el otoño de 1972 se trasladaron a Madrid, con 23 y 24 años respectivamente, José Miguel Beñarán Ordeñana, Argala, e Iñaki Pérez Beotegi, Wilson. Llegaron en tren y, con documentación falsa, gozaron de libertad de movimiento, con el amparo de personajes destacados del antifranquismo madrileño. Durante poco más de un año, lo que sería conocido como Comando Txikia vivió en diferentes localizaciones, entre Madrid, Getafe y Alcorcón. Precisamente, en uno de estos enclaves convertido en sitio seguro durante años —en el número 68 de la calle Hogar de Alcorcón— se mantuvo escondido el comando durante un mes después del magnicidio.
¿Quería ETA asesinar a Carrero Blanco?
Eva Forest narra en Operación Ogro que un personaje no identificado entregó a Argala en el Hotel Mindano una nota breve en la que informaba de la visita matutina diaria de Carrero Blanco a misa. Iñaki Egaña, en Operación Ogro. Hechos y construcción del mito defiende y argumenta que fue una estrategia de despiste de la organización para ocultar su verdadera fuente y aislar su red de contactos y simpatizantes en Madrid. En cambio, este supuesto personaje no identificado que, según el libro de Eva Forest, habría informado a Argala de las rutinas de Carrero ha sido uno de los argumentos fundamentales de quienes defienden la participación de la CIA en el atentado.
Tras conocer la rutina de Carrero Blanco y el recorrido desde su casa a la céntrica iglesia madrileña de San Francisco de Borja, en febrero de 1973 la organización apostó por el secuestro y transmitió a Argala y Wilson la necesidad de llevarlo a cabo antes del 18 de julio. La organización pretendía exigir la libertad de los presos políticos cuyas condenas excediesen los diez años de prisión, fueran o no militantes de ETA. La organización tenía en la primavera de 1973 cerca de 150 encarcelados, de los cuales 34 tenían condena mayor a diez años. ETA contactó con el abogado Juan María Bandrés para que, en el supuesto necesario, actuara como mediador con el Gobierno. Cabe recordar que Bandrés actuó como mediador entre ETA y el industrial Felipe Huarte en enero de 1973, que acabó con la liberación del empresario previo pago de 50 millones de pesetas.
Formalizada la intención de secuestrar a Carrero, el comando quedó compuesto por Javier Larreategui, Atxulo, Juan Bautista Izaguirre, Zigor, y los ya citados Argala y Wilson. Estos trabajaron en la construcción de una cárcel del pueblo, a imagen y semejanza de las de los tupamaros, en la calle Fleming de Madrid y en la trazabilidad de cuatro estrategias para el secuestro tanto en plena calle como en el interior de la iglesia que, a ojos del comando, no presentaban «dificultades insalvables». Sin embargo, el proyecto de secuestro se derrumbó en primavera. Según el libro de Eva Forest, se debió al asalto de dos ladrones comunes al local de la calle Fleming, en mayo. Pero, puesto en perspectiva, tras la muerte de Txikia, la caída de varios comandos, la nueva realidad represiva en Iparralde y el nombramiento de Carrero como presidente del Gobierno en junio y el consecuente aumento de su escolta, el hecho de desplazar varios comandos a Madrid para realizar y mantener el secuestro podría intuirse como un reto logístico inalcanzable para ETA. Fue entonces cuando la hipótesis del magnicidio se abrió paso.
El magnicidio
Después de llevar a cabo diversas acciones que ETA nunca reivindicó y analizar las diferentes opciones existentes, el 15 de noviembre el comando alquiló un sótano en el número 104 de la calle Claudio Coello. El contrato lo firmó el propio Atxulo, con identidad falsa, presentándose como un joven escultor en busca de un taller. El 7 de diciembre empezó la construcción del túnel de más de seis metros de longitud, en forma de T, en el que se colocarían los explosivos. Pese a las dificultades técnicas, la construcción avanzaba y el 13 de diciembre Txomin Iturbe hizo llegar los explosivos desde Burgos en coche. Depositados los explosivos, el túnel fue abarrotado con sacos de arena y materiales diversos para evitar que la onda expansiva se dirigiese hacia el sótano. Después de resolver las interferencias que provocaban los semáforos con los trasmisores que debían hacer estallar el artefacto, la preparación había culminado. La llegada de Henry Kissinger a Madrid retrasó la operación un par de días.
20 de diciembre de 1973. Jueves. Día en el que iba a finalizar
el juicio del Proceso 1001 contra 10 dirigentes de CC OO. El almirante
Luis Carrero Blanco subía a su coche oficial después de asistir a
misa. Siguiendo un recorrido idéntico al que realizaba cada día, cerca
de las 09:27 horas el coche entró en la calle Claudio Coello.
Aquella mañana, Jesús Zugarramendi y José Miguel Beñaran, con identidades falsas y vestidos de electricistas, habían introducido el cable hasta la carga explosiva, sin conectar hasta el momento. Atxulo había aparcado un coche en doble fila para dificultar la trazada del automóvil de Carrero y obligarlo a reducir la velocidad. En el coche aparcado se habían colocado 10 kg de goma2 que debían estallar por simpatía pero que, sin embargo, no lo hicieron.
Carrero tenía una cita a las 10h en su despacho de la Castellana con el ministro de Obras Públicas y el ministro de Trabajo. Salió de misa y repitió la rutina diaria. El resto es bien sabido: a su paso por el número 104, el Dodge 3700 GT, con casi 1.800 kg de peso, voló por los aires y cayó en la azotea de la Casa Profesa, anexa a la iglesia donde había asistido a misa momentos antes. ETA atentaba en el corazón de la capital y acababa con la vida del presidente del Gobierno. Los miembros del comando huyeron en un coche robado y luego en transporte público hasta el piso seguro en Alcorcón. A finales de enero de 1974 llegaron a Hondarribia y, días después, cruzaron a Hendaia.
Mito, controversia y conspiración
Como suele ser habitual, las preguntas sin respuesta crean espacios para la conspiración. En este sentido, pocas personas han trabajado tanto para extenderla como el actual director adjunto de OkDiario, Manuel Cerdán. En 2013 publicó Matar a Carrero: la conspiración, y en 2023 ha vuelto con un nuevo libro Carrero. 50 años de un magnicidio maldito. Según sus argumentos, la proximidad de la embajada norteamericana y la visita de Kissinger hace impensable que la CIA desconociese los movimientos de ETA en la capital. Junto a esto, el papel místico del hombre jamás identificado que entregó la nota con la información a Argala y la existencia de movimientos dentro del régimen enfrentados a Carrero Blanco, sucesor natural de Franco, se presentan como pruebas irrefutables. Y sentencia: “Hubo una conspiración para matar al presidente del Gobierno y ETA le mata, pero alguien le señaló el camino”.
Argala y Wilson pasaran a la historia como los responsables, ideólogos y ejecutores del magnicidio, miembros de un comando bautizado con el nombre del jefe militar que ordenó su destierro
Pese a estas lecturas, algunos hilos entre embajadas filtrados los últimos años ponen en entredicho estas lecturas sesgadas. El propio Iñaki Egaña recoge el contenido de un mensaje enviado por la CIA a Washington el día posterior al atentado: “La muerte ayer del primer ministro Carrero Blanco complica los planes cuidadosamente trazados para la sucesión del general Franco y agrava las incertidumbres de la era post-Franco”.
Argala: del ostracismo a los altares
Retrocedamos en el tiempo. El 9 de octubre de 1944, nacía Eustakio Mendizabal. Hijo de familia humilde, perdedores de la guerra, padre preso en la posguerra y con tres hermanos, fue educado en los Benedictinos de Lazkao, donde se convirtió en poeta y activista por el euskera. Con el tiempo, se integró en ETA después de su salida del convento en 1966. Eustakio se convirtió en Txikia. Después de una intensa labor en la organización, asumiría en 1971 la dirección del Frente Militar de ETA-V, sustituyendo a Juanjo Etxabe. De entre sus intervenciones, destaca la defensa de la obligatoriedad del euskera para la dirección de la organización armada. Una defensa que, junto a cuestiones relacionadas con la disciplina interna dilucidadas en Hazparne en octubre del 72, motivó que la organización comunicase la prohibición de residir clandestinamente en Hego Euskal Herria a José Miguel Beñarán Ordeñana, Argala, y Iñaki Pérez Beotegi, Wilson. Ambos se trasladaron a Madrid en el otoño de 1972.
Txikia fue asesinado por la policía el 19 de abril de 1973 en
las vísperas del Aberri Eguna. En las cercanías de la estación de
Algorta. Mientras intentaba huir de los agentes subiéndose a un coche,
un policía le descerrajó un tiro en la sien. En honor a su memoria,
ETA bautizaría al comando responsable de la Operación Ogro como Comando
Txikia. Paradójicamente, Argala y Wilson pasaran a la historia como
los responsables, ideólogos y ejecutores del magnicidio, miembros de un
comando bautizado con el nombre del jefe militar que ordenó su
destierro. Especialmente Argala, quien, posteriormente, jugará un
papel fundamental en la dirección de ETA-militar después de la ruptura,
«intelectualizando a los militares y militarizando a los
intelectuales». Asesinado por el Batallón Vasco Español el 21 de
diciembre de 1978 en Anglet (Iparralde), se convirtió durante décadas
en una de las caras y los símbolos más conocidos y respetados de ETA y
su entorno social.
¿Qué ha dicho ETA sobre el magnicidio?
El mismo 20 de diciembre, ETA publicó un comunicado redactado en castellano por Pertur en el que reivindicaba la autoría y argumentaba la acción. Con el tiempo, ETA realizó diversos análisis sobre el magnicidio publicados en sus medios de expresión.
ETA inició su prolífico trayecto epistolar con Zutik (En pie) en abril de 1961. El Zutik 64, publicado en mayo de 1974, incluía un amplio informe en cuya portada titulaba «La justicia del pueblo ha alcanzado a Carrero Blanco». En el cuarto número de la publicación Hautsi (Romper) —impulsada por el Frente Cultural—, publicado en 1974, abordaba el magnicidio quitando fuerza a la idea de que el asesinato de Carrero acabase con el futuro de la dictadura: “La desaparición de Carrero Blanco no equivale a la entrada en barrena del franquismo y menos aún del sistema fascista. Su ejecución ayuda y crea condiciones más favorables para luchar por reivindicaciones democráticas a todos los niveles“. Meses después de la desaparición de Zutik, en 1978 vio la luz el número 0 de Zutabe, ”al objeto de informar a la militancia de las ofertas que de modo indirecto nos han sido hechas por el gobierno español». Zutabe fue concebido como un boletín clandestino interno editado por la dirección de la organización, para informar y rendir cuentas ante su militancia. En sus páginas, las referencias al magnicidio se cuentan por decenas.
El último Zutabe vio la luz en abril de 2018. En él, la última dirección de la organización político-militar vasca hace balance de su historia y asume la realización de 2606 acciones y 774 muertes. De entre todas ellas, destaca la centralidad que ocupa la acción del 20 de diciembre de 1973: “En diciembre de 1973 ETA daría al Estado español el mayor golpe hasta la fecha: la acción contra Carrero Blanco, presidente español y sucesor de Franco, aceleró el final del régimen. Demostró que la lucha de ETA era factor de cambios políticos. A consecuencia del éxito de la acción, ETA adquirió gran prestigio y se convirtió para muchos en símbolo de la lucha en favor de la democracia y la libertad, no solo en Euskal Herria”.
Unos días antes de anunciar su disolución el 3 de mayo de 2018, la última dirección de ETA concedió una entrevista al director de Gara, Iñaki Soto. Preguntada por el significado de la acción contra Carrero Blanco, la respuesta es contundente: “Carrero Blanco era el recambio natural de Franco en el seno de aquel régimen fascista. Y la situación llevada a cabo contra él aceleró el fin del franquismo. Aquella acción esperanzó a todo un pueblo. Casi nadie pone en cuestión el valor de aquella acción, aunque en aquel momento todos los partidos la condenaran. Eso demuestra la capacidad que ha tenido ETA de condicionar los cambios políticos que ha habido en las últimas décadas y que nuestra intervención ha sido impulsora de los cambios. El atentado contra Carrero es un momento referencial en nuestra trayectoria. Porque nuestra práctica coincidió con la voluntad de una mayoría de la ciudadanía vasca, y porque ETA se convirtió para muchos en un símbolo de la lucha por la democracia, y no solo en Euskal Herria”.
50 años después: mito, apología y celebración
Cinco décadas después del magnicidio, su persistencia en nuestra sociedad es múltiple y se proyecta en multiplicidad de dimensiones. Por un lado, en los últimos años varios ciudadanos se han enfrentado a la justicia española acusados de “enaltecimiento del terrorismo” o de “humillación a las víctimas” por la publicación de chistes, memes o comentarios sobre el magnicidio, especialmente cada 20 de diciembre. Algunas de ellas, como Cassandra Vera, han llegado a ser condenadas. Un hecho que contrasta con la normalidad con la que revistas o grupos de música utilizaron cómicamente el magnicidio en las décadas posteriores al mismo.
Por otro, hoy parece evidente que aquel 20 de diciembre de 1973 se descorcharon muchas más botellas de cava de las habituales en todo el territorio español y, también, que existe cierto consenso historiográfico en que la muerte de Carrero fue clave en el proceso iniciado con la muerte de Franco casi dos años más tarde. Aun así, 50 años después del magnicidio y casi seis años después de la disolución de la organización armada, seguimos sin abordar, como sociedad, algunas de preguntas clave: ¿Qué imagen se proyectaría del magnicidio si ETA hubiese finalizado su actividad armada durante la transición? ¿Celebrar, reivindicar o recordar el magnicidio del tirano debería ser aplaudido o perseguido en una sociedad que se pretende democrática? ¿Hasta cuándo vamos a darle espacio al relato conspiranoico reforzando la idea de la omnipotencia del régimen?
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/franquismo/operacion-ogro-50-anos-del-magnicidio-carrero-blanco