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¿Oro azul?

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En un trabajo anterior advertí acerca de la espiral descendente que puede conducir a la autodestrucción humana y la urgencia de cambios para ponerle fin. En esta oportunidad invito al lector a examinar, a guisa de ejemplo, la situación de uno de los recursos más esenciales: el agua. Es conocido que los seres vivos estamos […]

En un trabajo anterior advertí acerca de la espiral descendente que puede conducir a la autodestrucción humana y la urgencia de cambios para ponerle fin. En esta oportunidad invito al lector a examinar, a guisa de ejemplo, la situación de uno de los recursos más esenciales: el agua. Es conocido que los seres vivos estamos compuestos mayoritariamente de agua, proporción que alcanza en algunas especies el 90%.y, en cualquier caso, la disponibilidad del preciado líquido es una condición indispensable para el sostén de los procesos vitales. Sin embargo, «el derecho humano al agua» no ha podido proclamarse aún como un consenso internacional, entorpecido por las tendencias privatizadoras de un líquido tan antiguo como nuestra evolución y que muchos pudieran suponer omnipresente, disponible en cantidades ilimitadas y virtualmente inagotables.
La situación real dista mucho de esa idílica suposición. He escuchado decir muy en serio en foros científicos internacionales, que en este propio siglo XXI y de no adoptarse las medidas que el conocimiento y la racionalidad aconsejan, las más feroces y encarnizadas guerras pudieran desencadenarse por el control de las reservas hídricas, más que por las de hidrocarburos. Para apreciar la justeza de tan tremendas afirmaciones se hará necesario poner en claro algunas cifras y proporciones.
Los humanos utilizamos hoy algo más de la mitad de las aguas superficiales disponibles en el planeta. A lo largo de la Historia, el progreso de las civilizaciones ha estado aparejado a los métodos utilizados para aprovechar los recursos acuáticos. Los sistemas de riego estuvieron entre los primeros y más trascendentes logros de la inteligencia humana. Las primeras tuberías para distribución de aguas y los primeros canales para desagüe parecen haberse construido hace más de cinco mil años, en el valle del Indo. Grandes ciudades de la antigüedad como Atenas, Roma y el Cuzco disponían de sistemas de abasto de agua comparables por su eficacia a los de las urbes modernas. Desde entonces, y especialmente a partir de la Revolución Industrial, el consumo de agua no ha hecho sino incrementarse. En todos los países del mundo aumentan con mucha rapidez tanto la demanda de agua como las extracciones para satisfacerla. Tal demanda obedece a múltiples propósitos: agua potable, higiene, producción de alimentos, energía y bienes industriales y mantenimiento de los ecosistemas naturales. En el transcurso del siglo XX se incrementaron en más de seis veces las extracciones de agua en todo el mundo, las que en la actualidad alcanzan a un total anual cercano a los 4 000 km3, equivalentes a la quinta parte del flujo normal de los ríos del planeta.
La presión sobre los recursos hídricos se intensifica a un ritmo que duplica el del crecimiento demográfico. La mayor demanda, y la que crece con mayor rapidez proviene de la agricultura, que determina el 70% de las extracciones totales, alrededor de 2 800 km3/año. Para que se tenga una idea de lo que la demanda agrícola significa, baste apuntar que se necesitan en promedio 3 000 litros de agua diarios por persona para generar los productos que componen nuestra necesidad cotidiana de alimentos. De cualquier modo, hacia el año 2030 la población humana necesitará 55% más de alimentos para poder subsistir, lo que implica un verdadero desafío en términos de la demanda de agua para regadío. En este orden de cosas conviene no olvidar que, si bien la producción mundial de alimentos aumentó considerablemente en el último medio siglo, se estima que un 13% de la población mundial (unos 850 millones de personas, concentradas sobre todo en zonas rurales) están hoy literalmente hambrientas.
La polarización de la riqueza y la desigualdad en las condiciones de vida se reflejan también en este vital recurso: un ciudadano estadounidense consume como promedio 600 litros por día del precioso líquido, en tanto un habitante del continente africano dispone de algo menos de diez litros diarios.
Si miramos en particular hacia América Latina y el Caribe encontramos que, a tenor de la relativa abundancia natural del recurso, la extracción y el consumo de agua se han venido incrementando a un ritmo muy superior al promedio mundial. No obstante, los recursos hídricos de la región se encuentran distribuidos en forma irregular tanto en el espacio como en el tiempo. Aunque el promedio regional de precipitación anual indica una gran abundancia de recursos hídricos en relación con otras regiones, en América Latina y el Caribe se localizan también grandes extensiones áridas o semiáridas. Casi un 6% de
la superficie regional está constituida por desiertos. Por su parte, los Estados insulares caribeños reciben una precipitación muy inferior a aquella de la que disponen sus homólogos de otras regiones del mundo, como el Pacífico o el Océano Índico.
Para completar el cuadro de la situación regional, pudiera añadirse que el río Amazonas transporta un 15% de toda el agua del planeta que desemboca en los océanos. Por su parte, el llamado Acuífero Guaraní (compartido por Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina) es uno de los reservorios de agua subterránea más grandes del mundo: ocupa el subsuelo en un área de cerca de 1 190 000 kilómetros cuadrados, lo que significa una superficie mayor que la extensión territorial de España, Francia y Portugal juntas. Para muchos, el control de esta inmensa reserva natural y no la pretendida lucha contra el terrorismo, es la verdadera explicación de los ingentes esfuerzos del gobierno norteamericano para asegurarse una presencia militar en esa estratégica zona.
A escala mundial, más de 100 países comparten ríos y cuencas hidrográficas, lo que hace imperativo ir a la adopción de reglas y acuerdos para el manejo adecuado, la necesaria preservación y la justa distribución de esos recursos hídricos. El lento o nulo avance en la concertación de este tipo de acuerdos induce a muchos analistas a vaticinar la generación de conflictos armados por el control del agua, en especial en los llamados «puntos calientes» de la disponibilidad hídrica mundial, como la zona del Oriente Medio, el Río Nilo (que atraviesa diez países), la zona de Asia central que circunda al mar de Aral, la cuenca del Mekong y las márgenes del Río Indo.
Los problemas con la disponibilidad mundial de agua no se circunscriben al tema de la cantidad, sino que cada vez adquiere mayor relevancia la cuestión de su calidad. Su creciente deterioro está dado por un conjunto de factores tales como el pastoreo excesivo, la deforestación incontrolada y la realización de obras de regadío que no han tomado en cuenta la preservación del medio ambiente. A ello se unen las descargas de desechos sanitarios urbanos, residuales industriales, agroquímicos, etc. Cada vez con mayor frecuencia el problema se presenta como la escasez de agua con la calidad suficiente para un fin determinado, entre ellos el consumo humano. La contaminación o deficiente calidad de las aguas limita el acceso a los cuerpos de agua disponibles, amenaza la salud pública, reduce la biodiversidad y compromete la estabilidad de los ecosistemas.
¿Es posible hacer frente a tan grandes desafíos? La respuesta científica y tecnológica es claramente afirmativa, pero también habrá que dirimir la cuestión de si los recursos hídricos constituyen un bien común, patrimonio colectivo, o por el contrario han de constituir una mercancía más o -mejor dicho- una de las más codiciadas.
La garantía del futuro pasa, sin dudas, por el uso del conocimiento y la tecnología. Hasta ahora, las mejores prácticas han sido el almacenamiento en embalses, los trasvases desde zonas ricas en agua hacia regiones con escasez de la misma o la extracción controlada de recursos de los acuíferos. Todos estos métodos han significado el abastecimiento dónde y cuándo se he necesitado y seguramente continuarán utilizándose. A todas luces, el clima (y los cambios que en él ocurran) es el factor que más influye en los recursos hídricos, al interactuar sus componentes [WINDOWS-1252?]-especialmente las precipitaciones y la temperatura- con las grandes masas de tierra, los océanos y la topografía. En lo adelante, habrá que prestar más atención a enfoques renovadores en el uso de las fuentes naturales de agua, así como a recursos hídricos no convencionales, derivados de la reutilización o la desalinización.
Por otro lado, cobrarán cada vez mayor importancia los enfoques encaminados a la reducción de la demanda (el riego por goteo es un ejemplo) y a la mejora de la eficiencia en el manejo integral de los recursos hídricos. En Japón, por ejemplo, en 1965 se requerían cerca de 13 millones de galones de agua para producir 1 millón de dólares en valor comercial. Ya en la pasada década esa demanda se había reducido a unos 3,5 millones de galones por millón de dólares de producción obtenida. La significativa reducción obedece a políticas y tecnologías bien definidas, dirigidas a la conservación y reutilización de este importante recurso.
Desgraciadamente, aún los sistemas más modernos de circulación y distribución de agua en uso a nivel mundial acusan pérdidas del orden del 10 al 20%, como resultado de filtraciones y derrames. Hay por tanto un ancho cauce para la tecnología avanzada dirigida a la captación, tratamiento, distribución y conservación del agua, cuyos costos disminuyen progresivamente. Estas nuevas tecnologías abarcan desde sistemas de filtración por membranas hasta procedimientos de reparación de tuberías in situ.
Por su parte, la privatización de los servicios vinculados al agua ha abierto el camino a lucrativos negocios: el Departamento de Comercio de los Estados Unidos estima en 500 mil millones de dólares las ganancias anuales de esa industria a escala mundial y en más de 115 mil las compañías y otras organizaciones dedicadas a la misma. La lógica (?) de la privatización se asienta en las mismas falacias aplicadas a tantos otros servicios y «bienes comunes»: los requerimientos técnicos son crecientes, las municipalidades carecen de los medios financieros indispensables, se requiere eliminar la interferencia de factores políticos en el manejo de cuestiones muy técnicas, etc., etc. En la práctica, no es difícil comprender que el manejo privado no hace sino invertir los términos del problema, conduciendo a una espiral de crecimiento de las tarifas y con ello a una elitización del consumo: el agua no llega a quienes la necesitan sino a quienes pueden pagarla; así de simple.
Empresas y gobiernos de países industrializados se proyectan hacia el desarrollo de un mercado global del agua, creando sistemas de transportación internacional de la misma (tuberías transfonterizas, contenedores, buques cisterna, etc) al punto que ya hay quienes hablan del «oro azul» para referirse al preciado líquido. No es difícil avizorar que en un mercado de ese tipo las reglas vendrían impuestas por quienes más puedan pagar. En los últimos años, no obstante, vienen produciéndose episodios de resistencia e incluso de reversión de esta nefasta corriente, en particular en América Latina. En el último Foro Mundial del Agua se reiteró que «invertir en agua, saneamiento y manejo de recursos hídricos es un buen negocio», si bien «cada país necesita desarrollar una plataforma mínima para su infraestructura y su seguridad respecto del agua». A todas luces, no es la búsqueda del lucro la vía para afrontar y resolver los dilemas que se avizoran: de no producirse cambios sustanciales, en los próximos 20 años dos tercios de la población mundial se encontrará privada del acceso al líquido.
En el IV Foro Mundial del Agua celebrado en marzo de este año, Bolivia, Cuba, Venezuela y Uruguay propulsaron una «declaración complementaria» a la insulsa Declaración Ministerial emanada del evento, resultante de las presiones de los países desarrollados. La declaración de nuestros países proclama, entre otras cosas, que «el acceso al agua con calidad, cantidad y equidad, constituye un derecho humano fundamental» así como que «los Estados, con la participación de las comunidades, deben garantizar este derecho a sus ciudadanos». La propia declaración reafirma «el derecho soberano de todo país a regular su agua y todos sus usos y servicios».
Como se desprende de todo lo expuesto, faltan aún grandes batallas por librar antes que el acceso y uso del agua se asegure a todos los seres humanos. No se trata, sin embargo, de una utopía irrealizable. El 2do. Informe de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos, emitido este propio año 2006, contiene una afirmación que puede considerarse emblemática, en la medida que resume con claridad -aunque no sin cierta candidez- la esencia del problema que se precisa resolver: «Hay suficiente agua para todos. El problema que enfrentamos en la actualidad es, sobre todo, un problema de gobernabilidad: cómo compartir el agua de forma equitativa y asegurar la sostenibilidad de los ecosistemas naturales. Hasta el día de hoy, no hemos alcanzado este equilibrio».
En efecto, harán falta cambios, y de mucha envergadura, para solventar ésta y otras importantes cuestiones que amenazan la sostenibilidad. Por nuestra parte, las seguiremos examinando en subsiguientes artículos.

Publicado en CUBARTE