Los revolucionarios, los que profesamos esa difícil utopía de aguijonear el costillar de Rocinante -a pesar de entuertos y desvaríos en la ruta de hacer una mejor nación para todos los cubanos- nos vamos poniendo de acuerdo sobre el tema de dónde están los más peligrosos enemigos. Es decir, salvando las distancias del casi eterno […]
Los revolucionarios, los que profesamos esa difícil utopía de aguijonear el costillar de Rocinante -a pesar de entuertos y desvaríos en la ruta de hacer una mejor nación para todos los cubanos- nos vamos poniendo de acuerdo sobre el tema de dónde están los más peligrosos enemigos.
Es decir, salvando las distancias del casi eterno diferendo Cuba – EEUU y las reacciones hostiles del poderoso vecino, el cubano se ha debatido durante más de cincuenta años en la urgente sobrevivencia de una nación que escogió un destino diferente, y a todas luces, para el cubano de filas ya viene siendo – aunque no deja de ser real e importante- demasiado recurrente la alusión al bloqueo imperialista para justificar los males materiales cotidianos.
Y es que hay enemigos más próximos, más peligrosos, más subrepticios y astutos: entre ellos, como han alertado ya revolucionarios honestos desafiando incomprensiones extremas: la Corrupción, pecado tan antiguo como la misma sociedad, que es quizás el mal mayor, sobre todo cuando extiende sus tentáculos en las estructuras de los ministerios y otras esferas de alta dirección en el país.
La Corrupción es un mal, está dicho ya, que puede acabar con la Revolución Cubana. Un mal extendido desde el nivel de una carnicería del barrio, un policía, un funcionario de viviendas, un viejito que vende a peso las jabitas de nailon que luego faltan en las «shoppings». Manifestaciones visibles que son tan solo la punta del iceberg.
Pero la Corrupción, vista como un mal es solo un concepto, de manera que ha de apuntarse la dirección principal del fuego hacia quienes le dan vida: los Corruptos. En ellos está la savia del mal, ellos riegan las semillas que socavan la credibilidad de nuestro proyecto.
No andan tampoco tan ocultos como a veces suponemos. Yo los veo: «administraidores» de cafeterías y bares estatales con cadenas de oro, zapatillas y pullovers de marca, que trafican con los recursos, roban, adulteran, falsifican y se pavonean de sus bolsillos abultados; funcionarios de la economía emergente en lujosos autos oficiales que llevan sus perros de raza a pasear y acuden a los sitios de recreo de los que el pueblo solo tiene vivencias publicitarias.
Pero hay otro enemigo aún más próximo, es el enemigo que genera el pus de la sociedad, el que convierte, corrompe, inmoviliza, el que degrada y miente, el que deforma y mata por la espalda: es el Simulador, el de la doble moral, el que calla lo que piensa, el que esconde como actúa.
Ese que no discrepa por miedos endebles a lo que pueda pasarle, ese que aplaude por interno y critica en público -y viceversa-; ese que se esconde para no dar el frente y muchas veces confunde su rostro amorfo junto al de una muchedumbre sin nombre.
Ahí están ellos: los Simuladores, sus armas son el doble filo, la callada por respuesta cuando les conviene, su voto en dependencia de donde sople el viento.
Él mismo es un Corrupto Mayor, corrompe conciencias y agrupa en sus filas al deshonesto, al traidor. Se mueve en todas las esferas: en las bajas, donde aplaude el formalismo de una mínima reunión de vecinos; en las altas, donde ha hecho una industria del poder y clava su daga en el mismo corazón de la credibilidad de la Revolución. Es difícil descubrirlo pues se esconde en posiciones de alta demagogia, parece sencillo, modesto, justo y fraterno pero si se le rasca la piel aflora el doble que lleva dentro.
Es el que palmea la espalda de quien disiente y le da su voto oculto, le secretea su anuencia pero le explica las razones por la que no puede acompañarlo en público. Razones de Judas.
Valdría la pena iniciar un debate cívico sobre estos males. El programa informativo de la Mesa Redonda podría ser espacio propicio para ello si se decidiera a mirar un poco más hacia dentro de lo que trasciende en la nación. La prensa ha de acompañar el empeño de parecerse más al país que somos en vez de, como casi siempre hace, al país que queremos ser. Sin glasnot ni perestroikas, ni coqueteos políticos, sino con un proceso limpio, orgánico, honesto y valiente, donde no medien simuladores y que ponga el dedo en la llaga untándole el ungüento que la cure.
Ya está claro que no es suficiente reconocer los males sino que debemos enfrentarlos concretamente, no solo con las acciones de los aparatos contralores, sino más allá de los preceptos, los planes y las líneas de deseos y con la participación cívica de todos. Como ha dicho el Presidente Raúl castro nuestros propios errores son nuestros peores enemigos y la Corrupción y la Simulación son también errores de nuestro ejercicio cívico social que tenemos a todo costo que arrancar de raíz.
En ello nos va la vida.
* El autor es cubano, residente en la isla, poeta, promotor cultural y miembro de la UNEAC
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