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Otras masculinidades, sin violencia de género, son posibles

Fuentes: Rebelión

Hace unos días, con motivo de las celebraciones del «Día del Padre» en México y en vísperas del «Día Mundial contra el Trabajo Infantil», escribía que tres integrantes de Teatro Hacia el Margen y un ex alumno de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán participamos en la grabación de […]

Hace unos días, con motivo de las celebraciones del «Día del Padre» en México y en vísperas del «Día Mundial contra el Trabajo Infantil», escribía que tres integrantes de Teatro Hacia el Margen y un ex alumno de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán participamos en la grabación de un video que, si no mal recuerdo, serviría para promover el trabajo de asesoría legal y psicológica que una fundación de carácter nacional llamada Paterna realiza, acompañando a hombres que en medio de sus divorcios ven amenazados los vínculos afectivos que tienen con sus hijas e hijos.

En lo que a mí toca, la experiencia grabando para Paterna, cuyo lema, dicho sea de paso, es «Proveer, Proteger, Procurar», resultó gratificante porque me sirvió para reflexionar en voz alta y ante la cámara de mi propia paternidad, sintiendo, inclusive, que me miraba en el espejo distorsionado de esos otros papás para los cuales Paterna fue creada cuando asegura que «la cultura y la sociedad excluyen a la figura del padre [durante el proceso de separación], dejándolo como un ser insensible [y condenándolo] a no tener una presencia efectiva en la vida y educación de sus hijos.»

Espejo distorsionado, sí; porque, creo, decir lo anterior sin el rigor que su complejidad merece puede hacernos caer en reduccionismos que, además de enfrascarnos en una espiral interminable de desencuentros legales, económicos y emocionales de los que nadie, ni nuestr@s hij@s, ni nuestra ex pareja, ni nosotros mismos, saldrá iles@, nos hagan olvidar que la tasa de crecimiento de hogares monoparentales en nuestro país es cuatro y media veces mayor a la del resto de las familias y que, en 7 de cada 10 hogares así, son las mujeres quienes se hacen cargo de la manutención y el cuidado de los hijos, donde, por si fuera poco, sólo el 32.5 por ciento de los padres que no viven con sus hijos da pensión alimenticia y de estos nada más el 15 por ciento participa en su educación.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que si bien entiendo la razón de ser de Paterna, acompañando a aquellos papás que se enfrentan prácticamente en la soledad a un sistema jurídico cuya moral nos cataloga como los grandes villanos de la película, perder de vista que dicha carga legal pretende equilibrar un orden de cosas donde son las mujeres y no nosotros, los hombres, quienes generalmente han sufrido más violencia de género (las cifras de mujeres golpeadas, violadas y asesinadas por el simple «delito» de ser mujeres son cada vez más inverosímiles de tan aberrantes) nos hace ver como nuestras enemigas a quienes alguna vez quisieron ser nuestras compañeras de vida, sin alcanzar a distinguir que nuestro verdadero enemigo es un sistema-mundo que nos ha educado en la división y la confrontación de tod@s contra tod@s.

El sistema-mundo del que hablo ha propiciado que, sólo en México, 3.2 millones de niñas y niños sobrevivan explotados laboralmente en medio de la trata de personas, la prostitución, el esclavismo, los trabajos forzados, el crimen organizado y demás etcéteras propios no sólo del abandono de quienes salieron huyendo de sus responsabilidades como padres, sino de la explotación, el despojo, el desprecio y la represión que los arrancó de sus hogares. Dicho de otra manera, además de la irresponsabilidad de los hombres que después de embarazar a una mujer la dejan a ella y al hijo de ambos a su suerte, la miseria ha hecho de muchos hombres que sí desearon ser papás: ilegales en el extranjero, carne de cañón para el narcotráfico y, posteriormente, cadáveres si nombre en fosas clandestinas o luchadores sociales ensanchando las listas de desaparecidos políticos.

En su infinita cauda de contradicciones, el sistema-mundo cuya escala de desvalores nos cancela como papás, nos ha dotado de un paternalismo que no nada más resta mayoría de edad al ejercicio de nuestros derechos ciudadanos, derechos conculcados por caciques enquistados en todos los niveles de gobierno y disfrazados de todos los colores partidistas, también nos ha revestido de un machismo donde la violencia de género y la ignorancia de quiénes somos en verdad van de la mano: «Nos incrustaron desde la más tierna infancia -dice el sexólogo Francisco Delfín Lara en entrevista con Alfonso Castañeda para SinEmbargo (19/09/2013)- el chip de la competencia [y] nunca diremos que algo nos falla o nos acongoja, porque eso demuestra debilidad: somos analfabetas emocionales».

Nuestra tarea es, pues, bastante ardua, ya que la exigencia implica trabajar con nosotros mismos volviéndonos protagonistas de un proceso íntimo donde nos convirtamos en sujetos microhistóricos de cambio y renunciemos a seguir siendo cómplices de nosotros mismos ante cada invitación que la costumbre y la inercia nos hagan para echar mano de la violencia. Otro mundo puede ser posible si, de la mano de quienes han caminado desde los feminismos hasta el ecosocialismo, pasando por la crítica al heteropatriarcado falocéntrico que se hace desde la diversidad sexogenérica, aprendemos a hacer que también otras masculinidades y, por ende, otras paternidades sean posibles.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.