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Lecciones de Egipto

Palestina y la revolución

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El torrente y tumulto de acontecimientos sobrevenidos en Oriente Medio hace que sea en ocasiones difícil esbozar las conclusiones generales más importantes a partir de sus significados. Dicho esto, la marea revolucionaria que empezó en Túnez y Argelia, alcanzó su pico en Egipto y barre actualmente otros países como Libia y Bahrein, ofrece una oportunidad única para observar cómo los pueblos pueden reorganizar la historia del mismo modo que reconstruyen sus destinos y futuros. También ofrece una rara ventana científica para observar el nacimiento de lo nuevo desde lo viejo, y de estudiar un momento de transformación cualitativa que ha culminado desde un largo proceso de acumulación cuantitativa y que pone de manifiesto con la mayor claridad las leyes dialécticas de las dinámicas sociales.

Lo que sucedió en Túnez y después en Egipto, y lo que tendrá ciertamente continuación en otros lugares, no puede ser sólo fruto de un partido político, un movimiento, una fuerza, interna o de otro tipo. Los levantamientos son el producto de una larga evolución acumulativa, que dura años, décadas o quizá incluso siglos en algunas áreas, que finalmente estalla en un movimiento de protesta de millones de seres de una magnitud sin precedentes en la historia moderna del mundo árabe y, posiblemente, de toda su historia. Quizá el único momento en tamaño, alcance y amplitud similares sea la primera Intifada popular palestina en su primer año (1987-1988). Lamentablemente, los Acuerdos de Oslo socavaron los magníficos resultados iniciales de ese levantamiento y destruyeron una oportunidad histórica de poner fin a la ocupación israelí. Deberíamos añadir que ese momento revolucionario palestino nunca se documentó como hubiera debido hacerse debido, en primer lugar, a las diferencias en tamaño e importancia estratégica comparado con el caso egipcio y, en segundo lugar, por la ausencia de cobertura por parte de los medios de comunicación y por la sofisticación sin precedentes en cuanto a la tecnología de las comunicaciones de la que Egipto ha podido disponer hoy en día.

Los acontecimientos actuales en Egipto -como también en el caso en Túnez y en todas las grandes revoluciones, como la francesa y la rusa- son un epítome de lo que los sociólogos denominan «momento revolucionario». Un momento así se produce cuando los gobernados se niegan a seguir como hasta ahora y los gobernantes ya no pueden gobernar de la misma forma. Se trata de un acontecimiento trascendental. Un momento para el que pueden prepararse los partidos, movimientos y fuerzas políticas, así como los intelectuales y la acción popular espontánea. Pero es algo mucho más grande de lo que nadie podía esperar, planificar o intentar producir. No se pueden hacer las grandes revoluciones. Entran en erupción como volcanes, desde la altura de la creciente fuerza de inmensas y largamente suprimidas contradicciones políticas y sociales.

Precisamente porque esas contradicciones se han estado reprimiendo desde hace tiempo, impidiendo que se manifiesten y que la gente dé rienda suelta a su ira, es por lo que el momento de la explosión es demasiado poderoso para poder controlarlo o amordazarlo. Por tanto, las fuerzas y partidos políticos deberían tener mucho cuidado para no sobrestimar su propio tamaño, papel y/o capacidades respecto a esa situación. Pueden asumir el papel de comadrona que está allí para ayudar y que el parto sea seguro, pero no han creado el embrión ni han inducido el nacimiento, y no son la madre (el pueblo), ni siquiera la madre de alquiler.

En vez de culparse por sus acciones en el pasado, las fuerzas políticas deberían centrarse en su papel en el presente, cuidar de la seguridad del nacimiento y de la salud del recién nacido y protegerle contra cualquier intento de abortarlo, matarlo o atrofiarlo por parte del viejo orden. La revolución, o erupción, pude producir un recién nacido, pero no puede garantizar su supervivencia y bienestar. Esa es una de las tareas propias de una vanguardia intelectual consciente y organizada.

El fenómeno que se despliega hoy en día ante nuestros ojos no se limita a Egipto; tiene sus raíces en la situación del mundo árabe como un todo. Que Túnez fuera el primer país en reaccionar se debe al hecho de que era el eslabón más débil de la cadena de un orden interconectado, cuyas profundas contradicciones internas, algunas de las cuales son antiguas y otras relativamente nuevas, llevan mucho tiempo necesitando de una solución.

El sistema de gobernanza

El sistema de gobernanza y la relación entre el gobernante y los gobernados en el mundo árabe había entrado en contradicción con las transformaciones democráticas alcanzadas en otras partes del mundo, lo que hizo que no sólo pareciera que se habían quedado muy atrás sino también fuera del curso de la historia humana. Los pueblos, por todo el mundo, no pueden tolerar ya sistemas de despotismo autoritario que son esencialmente totalitarios en su mismo fondo, que dependen de aparatos de seguridad sin límites ni restricciones como instrumentos principales de control, que sobreviven a través de medios de represión, supresión y denigración de la dignidad humana, y cuyos centros de gobierno giran alrededor de un grupo exclusivo o un único partido estatal.

Muchos regímenes más grandes y poderosos que los que tenemos en nuestra región demostraron en última instancia que eran incapaces de resistir los vientos del cambio. El ejemplo más sobresaliente es el de la Unión Soviética, cuyo éxito a la hora de protegerse y proteger al mundo contra la extensión del nazismo derrotando a la Alemania nazi, y su proeza de transformar Rusia de una economía feudal en una economía moderna, no pudieron impedir un rápido y rotundo colapso cuando los pueblos soviéticos decidieron que no estaban dispuestos a seguir tolerando un gobierno totalitario. Después de décadas en las que la elite gobernante soviética controló todo -la riqueza y recursos nacionales, el ejército y las agencias de seguridad, la economía y todos los aspectos del a vida política, y todas las organizaciones y asociaciones vinculadas con la atención sanitaria, la educación y la cultura- y mantuvo un bastión asfixiante sobre el espacio público y la sociedad civil, llegó un momento en que el pueblo dijo «¡Basta!».

Podemos encontrar otro ejemplo destacado en las dictaduras latinoamericanas, que EEUU fomentó, apoyó y financió durante tanto tiempo mientras se dedicaba a combatir revoluciones populares como la de Nicaragua a fin de mantener su dominio estratégico. Pero después llegó el momento crítico cuando acabó la Guerra Fría y se vino abajo el papel fundamental de la propaganda de toda esa constelación. De repente, cayeron una dictadura tras otra mientras los países latinoamericanos entraban finalmente en las extensiones del pluralismo y democracia y empezaban a forjar su camino hacia el desarrollo real y a ganar importantes victorias sobre la pobreza y el desempleo. Brasil es el principal ejemplo de una nación cuyos sucesivos dirigentes elegidos representaban movimientos político-sociales que defendían una mezcla de democracia social y política, y cuyas políticas consiguieron que sus países progresaran a pasos agigantados, social y económicamente.

A este respecto, debería tenerse en mente que la democracia política no es la forma ideal de gobierno. Todavía tiene mucho margen de mejora, de lo que pueden dar testimonio algunas inconsistencias importantes en la dirección de las naciones democráticas. En EEUU, por ejemplo, las dificultades para poder desafiar la alianza entre el dinero y los medios de comunicación suponen un desafío inmenso, que probablemente requerirá romper el monopolio casi total de los dos partidos-mamut en el ámbito político.

Desde sus primeros comienzos en la Grecia antigua, la democracia ha ido evolucionando a través de la historia gracias a los diferentes pueblos y culturas. El proceso evolutivo está aún marcha, el indicador más sobresaliente de esto es la aceptación general de que la noción de democracia es deficiente si se queda restringida al dominio puramente político y no incluye una dimensión socioeconómica. La evolución de la democracia no ha tenido lugar únicamente en la provincia del mundo occidental, como algunos pudieran afirmar o imaginar. En realidad, algunas de las más saludables señales de progreso se manifestaron en naciones en desarrollo. Sri Lanza (antiguo Ceilán) fue el primer país en elegir a una mujer como jefe de estado varias décadas antes que democracias establecidas desde hacía tiempo, como por ejemplo la británica.

Sin embargo, con todas sus imperfecciones, la democracia es inconmensurablemente superior a los horrores del totalitarismo. Sus componentes son universalmente aplicables y apropiados, y consisten en periódicas elecciones libres y justas, separación entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial con un sistema equitativo de controles y equilibrios entre ellos y la subordinación del ejército al ejecutivo elegido y a las autoridades legislativas. También se apoya en una amplia gama de principios esenciales y libertades cívicas, especialmente en la libertad de opinión y prensa, en la pluralidad política, en el derecho de asociación y en el derecho a formar partidos políticos, en un espacio cívico abierto y en el imperio del derecho y la igualdad ante la ley.

Desde esta perspectiva, la tarea principal que tiene por delante el pueblo egipcio en este momento es eliminar todos los obstáculos para poder establecer un orden auténticamente democrático y adecuadas prácticas democráticas. Hay que levantar ya la ley de emergencia, disolver el fraudulento parlamento y eliminar todos los impedimentos legales y constitucionales al derecho del pueblo a elegir libremente a sus representantes, desde el presidente hasta los miembros del más pequeño consejo municipal. Todas las autoridades deben someterse a un sistema claro de rendición de cuentas y no deberían existir restricciones al derecho a impugnar a sus titulares mediante elecciones libres y justas celebradas en los momentos señalados. En resumen, el pueblo egipcio necesita poner en marcha el edificio legal e institucional que garantice la rotación pacífica de la autoridad de acuerdo con la voluntad del pueblo.

El conflicto entre tradicionalismo y modernidad

El creciente conflicto entre formas tradicionales de gobierno totalitario y las influencias de la modernidad fue otro de los factores que alimentaron la revolución egipcia. Es imposible discutir aquí la cuestión de la globalización y sus impactos positivos y negativos, o los intentos del capitalismo por monopolizarla como medio para asegurarse el dominio planetario. Baste con decir que la globalización, al igual que la revolución industrial y la invención de la máquina de vapor, es una realidad y una etapa del desarrollo tecnológico. Sus consecuencias están supeditadas a cómo se utilice porque, como tantas cosas, puede utilizarse para bien o para mal.

Sin embargo, lo que importa en este contexto es que la globalización conlleva tres revoluciones simultáneas: la imparable e incontenible revolución de la tecnología en la información, plasmada en las comunicaciones electrónicas y los medios de las redes sociales como Internet, Facebook, los blogs y Twitter; la revolución de las comunicaciones, potenciada por los teléfonos móviles y dispositivos similares, que miles de millones de seres compran cada año; y la revolución de los medios en la cual los canales de televisión por satélite van a la cabeza de los obligados medios de masas, de forma parecida a cómo hicieron las emisiones de radio a mediados del siglo XX y la prensa a finales del siglo XIX.

Los medios convencionales de control autoritario no pudieron, no pueden, parar el impacto de esas revoluciones. Le han dado a la gente un acceso a la información que sus gobiernos trataron de ocultarle. Han proporcionado medios sin precedentes para establecer contactos, mantenerse comunicados y organizarse y movilizarse. Han roto el monopolio de los gobiernos dictatoriales sobre las comunicaciones y los medios, creando lo que podríamos denominar una democracia de los medios de comunicación que va por delante de la aparición de la democracia política, sirviendo como medio para que las fuerzas de la oposición puedan extender los llamamientos a manifestarse y exigir cambios.

El impacto de este espectacular avance en los medios, en las comunicaciones y en la tecnología de la información no sólo sacude los cimientos de las estructuras convencionales de las sociedades totalitarias. Tuvo un impacto similar en los países del moderno Occidente industrializado, donde los monopolios gubernamentales sobre la información confidencial y los cables diplomáticos han quedado bastante maltrechos. ¿Qué mejor ejemplo podemos tener que las famosas revelaciones de WikiLeaks, que probablemente marcarán sólo el comienzo de lo que está por venir? En nuestra época ya no es posible durante más tiempo ocultarle información al público, como ocurría en otro tiempo, por ejemplo, con el caso del acuerdo Sykes-Picot.

Al mismo tiempo, las crecientes presiones de las tecnologías de la información y de la revolución en las comunicaciones están propulsándonos, queramos o no, hacia la modernización y la modernidad. Esta dinámica está afectando a muchos sistemas y estructuras tradicionales en nuestra región. Incluso las acaloradas divisiones que aquejan a la arena palestina se ven expuestas como un conflicto entre dos facetas de la misma estructura tradicional que se resisten ante la modernización y la modernidad y propugnan el dominio exclusivo y el gobierno de un único partido como algo opuesto a la pluralidad política y a la igualdad de oportunidades.

La juventud árabe tuvo que asumir de forma natural la vanguardia de la deriva hacia el cambio. Son los más expertos en el uso y aprovechamiento de las tecnologías modernas y tienen menos que perder ante el derrocamiento del viejo orden tradicional y a la vez están más abiertos al desarrollo modernista. Contrariamente a lo que algunos pudieran pensar, esto no implica que nuestros jóvenes estén dispuestos a sacrificar su patrimonio y su historia. En efecto, están más que dispuestos a proteger su patrimonio y a reforzar su historia pero en términos contemporáneos, como hicieron en gran medida los musulmanes y árabes de la Edad Media, que fueron pioneros en los campos de la ciencia y del conocimiento y construyeron las mejores universidades y centros de investigación de la época, mientras Europa vivía aún sumida en la oscuridad medieval.

La juventud árabe, y la juventud palestina entre ella, ha sido desde hace mucho tiempo víctima de la marginación, abandono, falta de oportunidades, desempleo y de los males del nepotismo, la discriminación y la corrupción a pequeña escala. Sin embargo, la población menor de 30 años constituye la abrumadora mayoría de la población árabe. Los Informes sobre el Desarrollo Humano Árabe (AHDR, por sus siglas en inglés) del PNUD diagnosticaron estos problemas y advirtieron sobre sus repercusiones. Por desgracia, se pararon los estudios y sus lecciones y recomendaciones quedaron desatendidas. A propósito, las series de AHDR arrojaron considerable luz sobre las deficiencias estructurales que se derivaban de la marginación del papel y estatus de las mujeres.

Teniendo en cuenta todos los factores anteriores, los jóvenes árabes, hombres y mujeres, albergan una enorme energía revolucionaria dirigida hacia el desarrollo y la modernización. No sólo deberían asumir papeles participativos, sino también papeles de liderazgo eficaz en todos los ámbitos.

Monopolización económica, corrupción y pobreza

Los movimientos árabes de liberación nacional lograron su independencia y fundaron sistemas revolucionarios de carácter predominantemente militarista porque el ejército era el que estaba mejor organizado para poder controlar el poder. Al menos inicialmente, esos regímenes consiguieron importantes avances hacia el desarrollo. El régimen nasserista, por ejemplo, acabó con el feudalismo y colocó a Egipto en el camino hacia la industrialización y modernización agrícola. Algunos de esos regímenes abrazaron una perspectiva socialista. Sin embargo, a finales de la década de 1960 y comienzos de los años setenta se impusieron tres principales factores:

Uno fue el boom del petróleo y la enorme cantidad de dinero que llegó a manos de los regímenes conservadores tradicionales, que empezaron a expandir su influencia por la región. El segundo fueron los repetidos ataques de Israel contra los países vecinos, como Siria y Egipto, con el objetivo de poner freno a su influencia y su papel de faros de la liberación nacional, que había sido fuente de considerable ansiedad para los gobiernos africanos y el mundo en desarrollo en general. El tercer factor fue la ausencia de una democracia política, que privó a los dirigentes de esos regímenes de uno de sus principales pilares de apoyo: el pueblo en cuyo nombre estaban gobernando.

En tándem con esos factores hubo un importante desarrollo económico. El derrocamiento del orden feudal y capitalista en esas sociedades dejó un vacío. Apresurándose a llenar ese vacío, porciones de la nueva clase media monopolizaron el dominio de la burocracia estatal y utilizaron su poder para crear lo que podríamos denominar burguesía parasitaria, que finalmente se fusionó con la burguesía compradora. Por tanto, a un país como Egipto no le llevaría mucho tiempo dar un giro de 180 grados. El proceso lo dirigió el presidente Anwar El-Sadat, quien reorientó su país hasta ponerlo bajo el control de esos grupos parasitarios, además de los Acuerdos de Camp David y el establecimiento de un sistema represivo de control contra el pueblo por quien se había emprendido originariamente la Revolución de 1952.

Aunque sin duda hay ciertos matices diferenciadores entre un país y otro, la aparición de la burguesía parasitaria y su control de la burocracia estatal le facilitó el control de todos los recursos de la economía tanto en el sector público como en el privado. Mediante la combinación de represión, sobornos, cohechos, expropiaciones y robo descarado llegaron a acumular fortunas inimaginables sin crear una base de producción que permitiera un crecimiento simultáneo para la sociedad en general. El resultado fue un veloz ensanchamiento de la grieta entre ricos y pobres y una mayor concentración de la riqueza. Cuando los recursos de la riqueza empezaron a secarse, la privatización y venta de la propiedad estatal, las empresas y las fábricas se convirtieron en el paso siguiente para el enriquecimiento corrupto a expensas de los pobres. Frente a toda esa conspicua riqueza mal conseguida, los pueblos oprimidos y empobrecidos no podían ya tolerar tanta privación diaria y se rebelaron.

La historia de Mohamed Bouazizi condensó esa mezcla de pobreza, dureza y degradación a manos de las fuerzas de seguridad tunecinas que llevaron a rebelarse al pueblo tunecino. Se pueden encontrar en Egipto otros ejemplos en las historias de torturas y persecuciones de miles de igualmente destituidos jóvenes, hombres y mujeres, así como en las historias de otras decenas de miles de personas que habían llegado al otoño de sus vidas sin poder pagar siquiera los gastos de su matrimonio.

La tríada de monopolización económica parasitaria y corrupta, la extendida y creciente pobreza y la represión brutal fueron el gran motor de un levantamiento revolucionario sin precedentes en el mundo árabe. Cuando uno considera los hechos, no puede sorprenderse de que hayan estallado todas estas revoluciones pero sí de que no se hayan desencadenado antes.

La revolución de la dignidad contra la degradación nacional y personal

No es una mera coincidencia que los acontecimientos en Túnez y Egipto se hayan descrito como la «revolución de la dignidad». El pueblo árabe ha venido aguantando día tras día que le estuvieran degradando. Sus propios regímenes represivos, o los de los países vecinos que visitaban, les humillaban rutinariamente. Quizá fue la ofensa a la dignidad causada por la privación de los derechos de ciudadanía lo que desató las iras de las clases medias. Puede que sus miembros no sufrieran de pobreza, pero sufrían por la falta de igualdad de oportunidades, por la degradación infligida por el saqueo, por las elecciones fraudulentas, por la imposibilidad de ejercer su derecho a elegir, y por la mayor afrenta de verse marginados en su propio país por un orden totalitario y una camarilla de oportunistas que cerraba a todos los demás las puertas de las oportunidades y de los avances.

En Egipto, la privación del derecho a una ciudadanía digna alcanzó un nuevo pico con la flagrante falsificación de las últimas elecciones a la Asamblea Popular de noviembre. Esa farsa fue uno de los principales factores desencadenantes de la ira de la clase media y de sus miembros más jóvenes, especialmente de quienes, debido a los modernos medios de comunicación y a las telecomunicaciones, eran plenamente conscientes de todo lo que se les estaba negando.

La Revolución y Palestina

Queda aún otro factor que no debemos pasar por alto y que ha tenido un impacto especial en Palestina. La derrota de los árabes en la guerra de Palestina de 1948 y el escándalo de las armas defectuosas que puso en evidencia la corrupción de la monarquía egipcia jugaron un papel importante a la hora de impulsar la Revolución de 1952, que fue también una revolución contra la humillación sufrida por el ejército egipcio. En los años de las décadas de 1980 y 1990 y en la primera década del siglo XXI, la dignidad nacional de todas las naciones árabes sufrió toda una serie de ataques, fundamentalmente de manos de Israel.

El pueblo árabe y especialmente el pueblo egipcio que, desde Salaheddin Al-Ayubi a Gamal Abdel-Nasser, se había acostumbrado a situarse a la vanguardia de la defensa nacional árabe, observó con furia las atrocidades perpetradas contra los pueblos palestinos y libanés, desde la invasión del Líbano y el asedio contra la Organización para la Liberación de Palestina en 1982, el aplastamiento de la Intifada palestina y nuevos ataques contra el Líbano, hasta la brutal incursión contra los territorios palestinos y asedio contra sus dirigentes en 2002, además de la masacre del Líbano en 2006.

El último capítulo en la beligerancia y brutalidad israelí fue su invasión de Gaza, que se hallaba profundamente debilitada, indefensa y bajo un bloqueo económico salvaje. El pueblo egipcio contempló este crimen desplegado en todo su horror justo al lado de sus propias fronteras ante las acusaciones contra su gobierno por complicidad en el bloqueo. Todas esas atrocidades ofenden la dignidad nacional de cada ciudadano árabe, tanto más cuando, como es el caso de Egipto, el país de esa ciudadanía está vinculado a Israel por un desigual tratado que restringe su capacidad para poder actuar en solidaridad con los oprimidos.

La invasión, ocupación y destrucción de Iraq dirigida por EEUU intensificó el sentimiento de rabia de los árabes e incrementó su deseo de vengar su humillación nacional. Este factor no puede ni debe excluirse de cualquier intento de entender la fuerza y alcance de la erupción que se produjo en Egipto. Muchos se están preguntando cómo va a afectar la actual oleada revolucionaria a la lucha palestina. No creo que sea prematuro o responda a un mero deseo afirmar que ha tenido ya un efecto positivo.

En primer lugar, el mundo árabe no va a seguir siendo ya un agente pasivo mientras las fuerzas regionales e internacionales combaten contra él en su propio territorio. De ahora en adelante, los árabes serán agentes proactivos en esos conflictos, lo que en sí mismo es ya un desarrollo positivo.

En segundo lugar, la victoria de la revolución egipcia fortalecerá el estatus y papel de Egipto si finalmente se establece un sólido gobierno democrático. Esto sólo puede ayudar a reajustar el equilibrio de poderes a favor de la causa palestina, porque un Egipto democrático sólo puede ser partidario del pueblo palestino y no un mero mediador.

En tercer lugar, la victoria de la democracia en Egipto, Túnez, y confío que en más lugares, abrirá rápidamente la puerta a la solidaridad de los pueblos hacia el pueblo palestino. La gente que lleva tanto tiempo esperando para demostrar su apoyo a Palestina podrá hacerlo ahora de forma eficaz y poderosa. Los árabes podrán tomar de nuevo la iniciativa en la campaña por el boicot y las sanciones contra Israel, que es uno de los elementos importantes de la estrategia nacional palestina para alterar el equilibrio de fuerzas.

En cuarto lugar, podemos ver ya los efectos de las victorias tunecina y egipcia en la moral palestina. Miles de jóvenes palestinos están resurgiendo de la depresión, de la frustración, de la desesperación y marginación, exteriorizando un renovado deseo de tomar parte, de actuar. El efecto inmediato de todo esto pudo verse en las manifestaciones palestinas en apoyo del pueblo egipcio, así como en el impulso a la campaña para poner fin al enfrentamiento interno entre los palestinos, a la vez que exigen democracia y derechos civiles. A medio y largo plazo podemos esperar el resurgimiento de una juventud con una base amplia y un movimiento de resistencia popular contra la ocupación, el Muro de Separación y el apartheid.

Si la primera Intifada palestina fue el preludio de los levantamientos populares árabes actuales, las revoluciones de Egipto y Túnez sirven para recordarle al pueblo palestino toda su fuerza latente y la potencia de su resistencia de base pacífica a gran escala.

En quinto lugar, es verdad que los palestinos abrigan la esperanza de que una de las primeras acciones del nuevo Egipto sea la de levantar el boicot contra Gaza y así neutralizar el criminal estrangulamiento israelí sobre un millón y medio de seres que viven en lo que sólo puede denominarse como la prisión más grande de la historia moderna.

Ocurra lo que ocurra a partir de ahora, Israel sigue siendo una fuente importante de preocupación. Su arrogancia, racismo y agresividad se han desarrollado sin control posible por parte de los regímenes vecinos, cuya debilidad explotó siempre para dar rienda suelta a toda marcha a sus sueños de hegemonía política, militar y económica sobre toda la región. Sin embargo, finalmente, la voz del pueblo egipcio le recordó a Israel las palabras del inmortal poeta palestino Mahmud Darwish: «Las águilas no empollan los huevos de una serpiente». Hay límites al poder y vienen definidos por las fuerzas de la historia, la civilización y el valor humano. El imperio de la tiranía en la era de la desesperación debe retroceder ante el resurgimiento de la voluntad humana.

UNA NUEVA ERA: Hemos entrado en una nueva era en todos los sentidos de la palabra. Algunos de nosotros quizá hayamos tenido la fortuna de haber experimentado la revolución global de la juventud en los años sesenta y setenta para ahora ser testigos de esta nueva revolución de los jóvenes. ¡Qué alivio sentimos después de un largo intervalo con un tiempo de estancamiento y decadencia, cuando los valores humanos se habían venido abajo y la desesperación y la frustración nos desbordaban, y muchos de los viejos revolucionarios y pioneros se habían convertido en estatuas sin valor, mientras los intelectuales devenían en aduladores de las cortes reales y las conciencias se reducían a productos que se compran y se venden! ¡En el mundo árabe acaba de brotar una nueva y prometedora era! Por el momento, está dando sus primeros e indecisos pasos y puede que se tambalee como un bebé. Pero crecerá y se hará más fuerte.

Por tanto, nuestra tarea actual más importante es atender a ese bebé, tomar su mano y ayudarle y guiarle hasta que se convierta en un sistema democrático fuerte y completo que derive su autoridad de la voluntad del pueblo. Nada es más importante que proteger a este recién nacido de los intentos israelíes o imperialistas de atrofiarle únicamente para perpetuar la hegemonía israelí y los intereses creados en función de tal hegemonía. Nada es más importante que mantener abiertas las puertas a los vientos del cambio para que puedan propagarse velozmente rompiendo cada vez más barreras.

Quizá lo que vemos hoy en el mundo árabe marque el comienzo de una transformación universal cuyo tiempo debe inevitablemente sobrevenir, porque el actual sistema de hegemonía global y la globalización de la dominación están plagados de contradicciones que sólo pueden resolverse mediante transformaciones revolucionarias a escala global. En este mundo turbulento, nosotros -los palestinos- estamos del lado justo de la historia: el lado que está luchando por la libertad y la dignidad humana. Nuestros aliados son los árabes y las fuerzas internacionales por el progreso y el cambio. En cuanto a todos esos que están apostando por el adversario, no cosecharán sino decepción.

Mustafa Barghuti es un activista palestino por la democracia y presidente de la Unión de Comités Médicos Palestinos de Ayuda. En 2002 fundó, junto con Edward Said, Haidar Abdel-Sahfi (ambos ya fallecidos) e Ibrahim Dakak Iniciativa Nacional Palestina, de la que es actualmente secretario general.

Fuente:

http://www.counterpunch.org/barghouthi03042011.html