El delegado de Tanzania declaró, en nombre de las 48 naciones menos desarrolladas del mundo, «Para nuestros países, el cambio climático es más catastrófico que el terrorismo» . El discurso de la delegación de Tanzania sintetizó el espíritu de la apertura de esta conferencia, reiterado en manifestaciones de júbilo de casi todos los países por […]
El delegado de Tanzania declaró, en nombre de las 48 naciones menos desarrolladas del mundo, «Para nuestros países, el cambio climático es más catastrófico que el terrorismo» . El discurso de la delegación de Tanzania sintetizó el espíritu de la apertura de esta conferencia, reiterado en manifestaciones de júbilo de casi todos los países por la inminente entrada en vigor del Protocolo de Kyoto, el primer instrumento internacional que obliga a reducir los gases que recalientan el clima terrestre.
En la apertura de la reunión a la que asisten más de 5.400 delegados de 189 países, el ministro de Salud de Argentina, Ginés González García, fue designado presidente de la Décima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Desde esa posición, el funcionario lanzó el lema del encuentro: «Cambiar nosotros para que no cambie el clima».
La secretaria ejecutiva de la Convención, la holandesa Joke Waller-Hunter, celebró que la cita marque el décimo aniversario de la puesta en vigor del convenio y presentó el informe «Los primeros 10 años», una síntesis de logros y retos por venir.
Waller-Hunter subrayó que entre 1990 y 2000 se redujeron 6,6 por ciento las emisiones humanas de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, tres de los gases de efecto invernadero, así llamados por capturar el calor de los rayos solares en la atmósfera, recalentando la temperatura global.
Ese recalentamiento global es considerado por la mayoría de científicos el causante de alteraciones climáticas de largo plazo, que ya están en marcha y tienen potenciales consecuencias desastrosas.
La reducción global de gases oculta retrocesos, advirtió Waller-Hunter.
Según la funcionaria, ese resultado se logró porque los llamados países de economías en transición sufrieron el impacto de su transformación a sistemas de mercado y bajaron su producción.
En cambio, si se toma solo al grupo de países industrializados (los responsables de la masiva contaminación atmosférica por dióxido de carbono desde inicios de la revolución industrial, 200 años atrás) se observa un aumento promedio de siete por ciento entre 1990 y 2000.
La entrada en vigor del Protocolo de Kyoto, prevista para el 16 de febrero, con sus mecanismos para ayudar a que los países ricos reduzcan sus volúmenes de gases invernadero, será «un primer paso» concreto ante el desafío de mitigación de largo plazo, dijo Waller-Hunter.
El Protocolo de Kyoto obliga a reducir los gases invernadero que producen unas 30 naciones industriales, a volúmenes 5,2 por ciento inferiores a los que emitían en 1990. El plazo para dicha reducción se cumplirá en 2012.
Australia y Estados Unidos no han ratificado ese tratado.
Pero los delegados a esta conferencia deben avanzar en términos más concretos en materia de «adaptación» a los cambios del clima.
La mitigación y la adaptación son dos ejes claves de las negociaciones. Los esfuerzos de estos 10 años estuvieron más volcados al primer punto, sobre todo por la resistencia de los países industriales a financiar la prevención de las modificaciones climáticas no deseadas en las naciones más pobres.
Pero esa ecuación comenzó a cambiar en los últimos tres años, y en esta conferencia muchos delegados confían en que la adaptación ocupará el centro de la discusión, sobre todo luego de la reciente ratificación de Rusia del Protocolo de Kyoto.
Dado que la actual acumulación atmosférica de gases invernadero se debe básicamente a la industrialización de un puñado de naciones, en particular Estados Unidos y Europa, la Convención establece claramente las responsabilidades entre unos y otros actores de la comunidad internacional.
Waller-Hunter explicó que los países en desarrollo deberán señalar sus principales vulnerabilidades y los países industriales deberán prestar «un apoyo concreto».
En este sentido, hay disponibles 100 millones de dólares para programas de adaptación que se están transfiriendo a varios países.
El delegado de Suiza, que habló en nombre de la Unión Europea, reafirmó el apoyo del bloque a un fondo financiero para la adaptación instaurado en la COP-7 que se celebró en Marrakech en 2001.
«Vamos a cumplir nuestros compromisos asumidos en Marruecos», dijo.
Pero existe una verdadera avalancha de reclamos de los diversos grupos de países del Sur que actúan en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El Grupo de los 77 (G-77) países en desarrollo y China, el bloque de los menos desarrollados y los pequeños estados insulares -que podrían desaparecer por la elevación del nivel del mar que conllevará el aumento de temperatura– instaron a materializar la prometida transferencia de recursos financieros y tecnológicos para mitigar y resistir el impacto de los cambios.
En nombre del G-77, Qatar destacó que con la entrada en vigor de Kyoto se abre «una nueva era en materia de cooperación internacional», pero pidió ser «más eficaces» para atender las necesidades de muchos países que tienen «la infraestructura socio-económica altamente dañada».
«Los países parte del Anexo I de la Convención –las potencias industriales obligadas por el Protocolo– deben cumplir con sus responsabilidades y asumir sus compromisos» en materia de recursos financieros para la adaptación, dijo el delegado qatarí.
El delegado de Tanzania, en nombre de los países menos desarrollados, consideró que «para los más pobres, el cambio climático es catastrófico» y aseguró que faltan fondos incluso para elaborar diagnósticos sobre áreas críticas en las que construir defensas ante daños que ya se están registrando.
La delegación de Tuvalu, un conjunto de atolones e islas coralinas en el océano Pacífico cuya altura máxima no supera los cinco metros sobre el nivel del mar, habló en nombre de los pequeños estados insulares.
Ese grupo siente «decepción» ante países como Australia o Estados Unidos que si bien son parte de la Convención se niegan a ratificar el Protocolo de Kyoto que los comprometería a reducir emisiones.
Tuvalu expresó su deseo de que ésta sea «la conferencia de la adaptación», que brinde especial atención a proyectos concretos y a la financiación necesaria.
Inundaciones, tormentas tropicales más frecuentes e intensas, sequías en zonas de clima templado, expansión de enfermedades tropicales y aumento del nivel del mar, son solo algunos de los impactos del cambio climático que habrá que afrontar mediante sistemas de alerta, barreras de contención, cultivos alternativos y otros proyectos.
Kenia lamentó que hayan sido necesarias muchas reuniones para conseguir esta «atención privilegiada» hacia un asunto crucial para los países pobres.
En Africa «no hay historias de éxito en materia de transferencia de tecnología», y habría que revisar las reglas del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, por su sigla en inglés), administrado por el Banco Mundial, porque exige cofinanciación para avalar proyectos, lo que es una traba para muchos países, sostuvo la delegación keniata.
Estados Unidos (que retiró su firma del Protocolo de Kyoto) admitió haber adoptado «un rumbo diferente» en cuando a reducir la contaminación. Pero el gobierno de George W. Bush está avanzando en inversiones para el desarrollo de tecnología que contribuirá al mismo objetivo, dijo su delegado.
Naciones más desarrolladas como Suiza o Japón insistieron en la necesidad de establecer ya los primeros lineamientos para los compromisos de reducción de emisiones de Kyoto, cuyo plazo de cumplimiento es 2012.
La COP-10 se celebra en el centro de exposiciones «La Rural» de Buenos Aires hasta el 17 de diciembre, un extenso predio en el centro de la ciudad, rodeado de una fuerte custodia policial.
Ministros de Ambiente y jefes de las delegaciones nacionales mantendrán una reunión crucial al cierre del encuentro, el 15 y el 17, antes de las conclusiones.