Marcela Lagarde, antropóloga feminista e integrante del Grupo Asesor Internacional de Sociedad Civil en ONU Mujeres, y Elena Simón, formadora feminista, analista de género y escritora, fueron convocadas por la Federación de Asociaciones por la Igualdad de Género Guadalhorce Equilibra para disertar sobre el empoderamiento de las mujeres y las escuelas que sirven para ese […]
Marcela Lagarde, antropóloga feminista e integrante del Grupo Asesor Internacional de Sociedad Civil en ONU Mujeres, y Elena Simón, formadora feminista, analista de género y escritora, fueron convocadas por la Federación de Asociaciones por la Igualdad de Género Guadalhorce Equilibra para disertar sobre el empoderamiento de las mujeres y las escuelas que sirven para ese fin. El motivo del encuentro, que se llevó a cabo en Pizarra (Málaga) y reunió a un centenar de mujeres del Valle del Guadalhorce, fue tantear la viabilidad de la puesta en marcha de una escuela de empoderamiento para las mujeres en esa comarca.
El empoderamiento -define Lagarde- es el «proceso de transformación mediante el cual cada mujer, poco a poco o a pasos gigantes, deja de ser objeto de la historia, la política y la cultura, deja de ser objeto de los otros y se convierte en protagonista y en sujeto de su propia vida. Dicho de otra forma, es un proceso a través del cual cada mujer se faculta, se habilita y desarrolla la conciencia de tener derecho a tener derechos y a confiar en la propia capacidad para conseguir sus propósitos. Este proceso se hace necesario si se tiene en cuenta la constante desautorización de las mujeres y las dificultades con las que se encuentran para poder capacitarse y sentirse valoradas y reconocidas».
A continuación, os mostramos un extracto del conversatorio que tuvo lugar entre Simón y Lagarde.
Elena Simón: Una escuela de empoderamiento sirve para conseguir la influencia que a las mujeres nos falta en el mundo, tanto en los círculos pequeños como en los grandes. Dicho de forma radical, para ir subvirtiendo el patriarcado, para segarle la hierba bajo los pies, para que la cultura feminista -que es una cultura de justicia, de equidad, de igualdad y de libertad- vaya impregnando sectores cada vez más amplios. Una escuela también es útil porque, para combatir las discriminaciones, necesitamos empoderamiento personal, pero también colectivo. No podemos hacerlo en solitario -aunque, a veces, en las noches de insomnio y desesperación, pensemos en cómo pelear mañana de una forma más empoderada que ayer-. Eso supone un alto desgaste individual, que las escuelas de empoderamiento alivian, al buscar fórmulas conjuntas y al permitir que aprendamos unas con otras.
Marcela Lagarde: Una escuela de empoderamiento tiene la función de enseñar feminismo y de promover la participación política y social de las mujeres. Para eso, es necesario que las alumnas adquieran una conciencia feminista y que estén más presentes en la vida pública local, en las asociaciones de los barrios, de la comunidad, deportivas, culturales y, desde luego, en los partidos políticos.
Transmitirnos conocimientos de todo tipo, aprender unas de otras, convocar a mujeres lideresas en distintos ámbitos de interés, intercambiar y aprender. Una escuela de empoderamiento es fundamental para todo eso. Sin embargo, antes de preguntarnos para qué sirve, hay que tener claro en qué campo queremos trabajar, qué queremos impulsar.
Podemos crear una escuela para todas las mujeres, en la que compartan su diversidad y rompan el sectarismo tan terrible que tradicionalmente hay entre unas y otras. Solo eso ya sería un aporte. También existen escuelas de empoderamiento de las mujeres dentro de los partidos políticos porque urge una nueva formación política para ellas. Hay varios ejemplos en América Latina. Luego está la escuela de empoderamiento destinada a las que ocupan cargos institucionales, porque es notable -yo no sé por acá- escuchar hablar a las feministas que han pasado a desempeñar cargos de gobierno como si continuaran en la oposición. No asumen su poder y tienen un lenguaje de disidencia gubernamental. (O, en el polo opuesto, tienen un lenguaje de una obediencia terrible a él).
Elena Simón: A lo largo de los últimos años hemos pensado que es imprescindible hacer número y estar presentes, pero también observamos continuamente que muchas mujeres, incluso feministas, están en el poder desempoderadas, figuran en él como correa de transmisión de los ideales del partido político al que pertenecen o bien padecen el síndrome de Victoria Kent que consiste, como sabemos, en poner en el centro los intereses de los otros antes que los nuestros propios. En política eso quiere decir que el partido va antes que el feminismo y que los intereses de quien nos facilita el acceso a puestos de responsabilidad son sagrados y están en primer lugar. Todas las mujeres del mundo todavía estamos inmersas en el desempoderamiento patriarcal. Hay muchas mujeres empoderadas personalmente, pero desempoderadas en el ámbito colectivo.
Solo siendo fuertes colectivamente podremos construir con solidez grupos de presión allá donde estemos y exigir prácticas políticas feministas que yo llamo ‘de las tres P’ (Prioridad, Presupuesto y Personal). A las políticas públicas de igualdad les tenemos que preguntar si garantizan esas tres P, porque ese ejercicio es un escáner al empoderamiento de las mujeres. Cuando la respuesta sea que sí al mismo nivel que otras políticas comparables, si es que alguna es comparable, podemos ir tachando de la hoja de ruta algunos detalles.
Marcela Lagarde: Hablando de si el empoderamiento puede concebirse solo de manera individual, me parece que este encuentro es un ejemplo que nos da las claves. Alguien nos convocó para que muchas estuviéramos hoy aquí, para escuchar lo que sabemos, para crear un espacio de aprendizaje. Convocar es un aspecto importantísimo para construir una escuela de empoderamiento.
Por otro lado, me asombra mucho que le pongamos la palabra ‘escuela’. Que le llamemos así quiere decir que estamos pensando en institucionalizar procesos que hemos hecho de muchas maneras, pues ya en el pasado ha habido abundantes experiencias de empoderamiento. Yo quiero recordar una de las más fuertes que he conocido: la Escuela Feminista de Baeza. Y también a Carmen Montero, que fue una consultora del empoderamiento de género.
Elena Simón: En mi opinión, tendrían que llamarse ‘escuelas feministas de empoderamiento’ porque, en realidad, son lugares donde se enseña y se aprende feminismo y, en consecuencia, se impulsan procesos de empoderamiento. Además, con ese nombre no habría ninguna duda al respecto; vamos a hablar de dónde venimos, en dónde estamos, a qué podemos aspirar, qué queremos transformar del mundo y de nuestra vida.
Marcela Lagarde: Es cierto que no puede haber escuelas de empoderamiento sin feminismo. Sin embargo, y aunque se traten todas de experiencias pedagógicas, políticas, de empoderamiento para la vida cotidiana o la académica, no es lo mismo que se llamen escuelas de empoderamiento a que se llamen escuelas de feminismo, escuelas para el liderazgo de las mujeres o escuelas para el liderazgo de las mujeres indígenas, que hay en varios países de América latina. En algunas universidades, además, existe una iniciativa de empoderamiento que se denomina ‘líneas de trabajo para fortalecer a las investigadoras’.
Quiero traer aquí a Maité Rodríguez, Coordinadora en Guatemala de la ‘Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres’. Antes de los acuerdos de paz en Guatemala, ella y otras dos compañeras convocaban a un grupito de mujeres interesadas en leer sobre género que, en parte, fue autodidacta. Con el tiempo, se transformaron en un núcleo de información académica feminista y crearon un diplomado en estudios de género y feminismo. Ahora tienen 14 generaciones de mujeres formadas que, a su vez, practican la educación popular en feminismo en sus comunidades.
Por otro lado, cerca de Livingston (también en Guatemala), hay mujeres afrodescendientes que se llaman así mismas, en un cargo autoproclamado, ‘procuradoras de derechos humanos’. Tras formar a las primeras mujeres, pactaron con el ayuntamiento para que se reconociera administrativamente ese nombre. Son mujeres de base y la formación que reciben de la ‘Red…’ es intensísima, sobre derechos humanos, seguridad urbana para las mujeres, violencias que enfrentamos, etc.
También pienso que es formidable para nuestro empoderamiento el famoso ‘mentoring’, o sea, esa tutoría directa entre mujeres, esa enseñanza recíproca que es casi una adopción y a través de la cual dos mujeres quedan implicadas. Algunos días de una semana, una acompaña a la otra en su vida privada, en su vida pública, va a su reunión universitaria, o de empleo, o política y aprende, así, de la otra. Al final, se reúnen todas las que tuvieron esta experiencia y hacen un relato público. El ‘mentoring’ resulta fundamental, además, para romper las barreras generacionales, de condición étnica o debidas a discapacidades, etc.