A partir de mayo de 2010 el anterior presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, se convirtió en un obediente esclavo del poder que domina Europa. Aprobó prácticamente sin consultar ni a su propio partido las medidas que le iban imponiendo, e incluso se adelantó sin necesidad a la hora de hacer mayores recortes sociales, acelerando su […]
A partir de mayo de 2010 el anterior presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, se convirtió en un obediente esclavo del poder que domina Europa. Aprobó prácticamente sin consultar ni a su propio partido las medidas que le iban imponiendo, e incluso se adelantó sin necesidad a la hora de hacer mayores recortes sociales, acelerando su puesta en marcha seguramente con la intención de evitar que su mandato, ya de por sí frustrante y frustrado, terminara con la intervención de nuestro país. A pesar de que fue criticado por todos, evitó esto último y la prima de riesgo incluso se mantuvo en niveles soportables y sin dar los latigazos que daría más tarde. Aunque, eso sí, los costes sociales y humanos de su falta de compromiso con los de abajo fueron tremendos y los costes políticos de sus constantes errores de previsión tan altos que llevaron al PSOE a una gran derrota electoral. La economía empezó a ir marcha atrás como consecuencia de que las políticas que se aplicaban eran justamente las contrarias de las que había que tomar, pero los grandes bancos y la gran patronal, nacional y extranjera, por muy desagradecidos que fuesen públicamente, obtuvieron grandes rendimientos de la decisión con que Zapatero adoptó los recortes de gasto y derechos sociales.
Las mentiras y el desgobierno del PP
La llegada del PP ha traído consigo una situación bastante diferente. Sus dirigentes sabían desde hacía meses que iban a gobernar, y era igualmente muy fácil determinar el escenario en el que se iban a encontrar una vez que ocuparan el Palacio de la Moncloa. Sin embargo, enfangados en su enfermiza obsesión contra el PSOE y cegados por sus prejuicios ideológicos, no fueron capaces de anticipar la situación ni de preparar el más mínimo plan de gobierno. Las circunstancias se llevaron por delante al PP nada más aterrizar y sus dirigentes comenzaron a improvisar constantemente, dando tumbos de uno a otro lado y cambiando de un día para otro lo que antes habían prometido, las medidas inicialmente adoptadas o lo que decían en Bruselas una semana y la otra en Madrid. Desde que Rajoy llegó a la Presidencia no ha puesto en marcha un solo plan a medio plazo, ni ha proporcionado a inversores, empresarios, trabajadores, y a los españoles en general la más elemental hoja de ruta que permita saber lo que va a hacer en los próximos meses y, por tanto, a qué deberíamos atenernos todos. Incluso ha hecho todo lo contrario, modificando medidas tomadas por su propio gobierno anteriormente o, como acabo de decir, haciendo lo que hacía nada afirmaba que nunca haría.
Rajoy preside un remedo del camarote de los hermanos Marx y ha sumido a España en un auténtico desgobierno. Ha tomado muchas medidas pero sin ton si son, los ministros se contradicen cuando se van anunciando o incluso aprobando y desde Presidencia se calla para evitar compromisos que luego se asumen sin que nadie los hubiera anunciado o que se anuncian sin que nadie los haya asumido.
No quiere decir con todo ello que el gobierno de Rajoy no haya hecho nada. Todo lo contrario, como acabo de señalar. Todos sabemos bien que este gobierno está actuando como una auténtica máquina a pleno rendimiento para realizar, por un lado, recortes sociales a mansalva; por otro, una auténtica contrarreforma de todo lo que la extrema derecha (política, mediática y eclesial) había criticado en los últimos años a Zapatero; y en ambos casos, tratando de desmantelar los ya de por sí escasos cauces de información, participación y protesta que están al alcance de la ciudadanía.
Hay que reconocer que hacía mucho tiempo que el BOE no tenía tanta actividad y de que se tomaran tantas medidas de cambio del orden institucional. Pero el gobierno de Rajoy lo está haciendo tan deprisa y de manera tan acelerada que más bien parecen un verdadero atropello y no la puesta en marcha de una estrategia bien pensada y debatida, como prueban las tensiones y contradicciones entre ministros y otras autoridades que suelen llevar consigo a medida que se van anunciando.
En realidad, lo que está haciendo Rajoy no es ni más ni menos que dejar que se suelten los instintos primarios de la extrema derecha que se esconde bajo la piel disimulada del PP. No pueden explicarse de otro modo las propuestas reaccionarias de Gallardón, la caza de brujas en RTVE y su ocupación por periodistas de la llamada caverna mediática, los ataques y el desprecio constantes de Wert a la cultura y al sistema educativo (con independencia de los recortes presupuestarios, que son harina de otro costal), los ramalazos machistas generalizados, o la defensa de la carcundia que en gran parte domina la administración de justicia,… por citar las que han tenido más eco.
Incluso algo parecido es lo que ha pasado en materia económica. El gobierno asumió desde el primer momento las reiteradas demandas de la patronal y de los dirigentes de los grandes bancos y empresas y se puso manos a la obra recortando derechos sin otra necesidad o concediéndoles nuevos privilegios, mientras que con Europa trató de utilizar la misma estratagema que ha utilizado en los últimos años ante su electorado, decir lo que gusta oír en cada caso para luego hacer lo que mejor le parece. Pero eso no ha calado ni ha servido de mucho.
Su fiebre reformista en materia económica no ha sido sino un rosario de medidas fundamentalistas improvisadas que lejos de solucionar poco a poco la situación (como pregonaban por doquier cada vez que las tomaban) la han ido empeorando por días. Y eso, la falta de coherencia, la constante inseguridad y la ineficacia que llevan consigo, ha terminado enfureciendo a sus electores e incluso a sus propios beneficiarios. La desafección que sufre el PP como consecuencia del desgobierno con que se está llevando a cabo la cruzada fundamentalista de los sectores más derechistas que lo controlan es tan acelerada que incluso muchos de sus dirigentes advierten que el propio Rajoy puede tener los días contados como presidente, mientras que los grandes empresarios y banqueros ya lo critican abiertamente y los desprecian.
Es este desgobierno lo que ha enfurecido a gran parte de las autoridades europeas que ya no se fían del PP y que por eso han optado por la vía más contundente posible para garantizar que los acreedores de los bancos españoles (los bancos alemanes, principalmente) se aseguren que no tendrán problemas para cobrar su deuda. Y ese descontrol es lo que hace que la prima de riesgo haya alcanzado niveles tan altos con Rajoy, con los mismos que habían asegurado que bajaría definitivamente nada más ganar las elecciones.
Democracia en suspenso
El desgobierno del PP está llevando al abismo a España pero ni siquiera eso es lo peor. La compulsiva y desordenada contrarreforma que ha emprendido se lleva por delante derechos fundamentales y condiciones básicas para la convivencia pacífica de los españoles. Está en juego la libertad de expresión cuando se amenaza con ilegalizar a FACUA por criticar los recortes o cuando se gubernamentaliza RTVE como si estuviésemos en una dictadura. Están en peligro las libertades cuando se criminaliza la protesta, cuando se hacen reformas electorales para exterminar a las minorías, o cuando se ampara a magistrados corruptos y se persigue a quienes quieren que se haga justicia.
El PP no solo no está actuando contra el pueblo sino que lo está haciendo saltándose cada vez más claramente las instituciones democráticas. Vivimos en un desgobierno contra el pueblo y sin el pueblo que significa simple y llanamente que el Partido Popular ha dejado en suspenso la democracia en España. Esta es la cuestión y esto es lo que hay que denunciar y combatir.
Nuevas respuestas y formas de actuar
Mucha gente se pregunta qué hacer para evitarlo y es importante encontrar las respuestas acertadas.
No creo que sirvan de mucho las simples reacciones espontáneas, por muy justificadas que puedan estar por la rabia y la indignación. Y mucho menos las disparatadas convocatorias de golpes de estado como la del 25-S. Es necesario organizarse bien y saber a dónde se va y por qué. Tampoco me parece que sea el momento de salidas «contra la política y los políticos», que es lo que siempre predican los que al final terminan por hacer política sin los demás. Necesitamos la política. «Estar en» o hacer política no es solo vivir de ella sino participar en los asuntos públicos de una manera u otra y es obligado reconocer que no todos los partidos, ni todas las organizaciones sindicales o sociales, ni todas las personas somos iguales, así que esas descalificaciones generalizadas son injustificadas, perversas y desmovilizadoras.
Es cierto, sin embargo, que la mayoría de esas organizaciones y partidos están mostrándose muy limitados en estos momentos a la hora de proporcionar salidas y articular soluciones. Me parece necesario, pues, que vayamos más allá de ellos, porque sus cauces de participación son tan exiguos que no dejan que entre el pueblo entero que es hoy día quien tiene que estar presente y ser primer protagonista para que las respuestas puedan acabar de verdad con lo que está pasando.
Por eso creo que, sin depreciar la presencia de partidos y organizaciones que estén por ir más allá de la posición insuficiente en la que estamos e incluso haciendo todo lo posible para que estén todos, es imprescindible ir más lejos promoviendo un nuevo tipo de ejercicio de la política a partir de la auto-organización de la gente en torno a plataformas mucho más abiertas, deliberativas y plurales. Algo así como lo que ha supuesto el 15-M pero dotándose de un horizonte de acción política efectiva más concreto, firme y definido que el que este último movimiento ha asumido. Concretamente, y sin que esto de ninguna manera signifique renunciar a la vital pulsión movilizadora a desarrollar en todas y cada una de las esquinas de la sociedad, creo que en estos momentos es fundamental acabar con la acción de gobierno de los partidos del sistema y tomar las instituciones. Es fundamental reclamar la celebración de nuevas elecciones y es imprescindible que haya candidaturas ciudadanas de nuevo tipo (con elecciones primarias, contratos de ciudadanía entre representantes y representados, mecanismos de revocación…) dispuestas y capacitadas para tener una presencia decisiva en unas nuevas Cortes.
Las encuestas muestran que el Partido Popular se viene abajo exactamente igual que se fue el PSOE y sería un error de enormes dimensiones y terribles consecuencias históricas dejar que esos espacios los ocupen populismos de derechas o partidos sin principios ni ideología concebidos desde la tecnocracia o el marketing político, que simplemente nos llevarían aún más cerca del totalitarismo. Y es preciso, además, que nos demos cuenta de que llevar un domingo a millones de personas a las manifestaciones y a las calles no sirve de mucho si el lunes el gobierno sigue de nuevo publicando en el boletín oficial nuevos recortes de derechos y libertades.
Es cierto que la ley electoral perjudica a las minorías y que será necesario cambiarla en el futuro pero no nos engañemos a nosotros mismos: de lo que se trata no es de promover una nueva algo más potente sino una nueva mayoría social de los de abajo, del pueblo español que está siendo agredido por una oligarquía económica y partitocrática a la que hay que pararle los pies con urgencia, ahora sobre todo, en el propio terreno en el que se hace fuerte.
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