Dolores Ibárruri, conocida como “Pasionaria” fue un símbolo sobresaliente de la lucha antifascista en España, a partir de su talento, sobre todo como oradora, y de un carisma que hizo irresistible su prédica.
Su figura se hizo famosa en todo el mundo durante la guerra de España, difundida por la prensa pro republicana en general y por el vasto aparato de propaganda de la Internacional Comunista en particular. El posterior exilio y su prolongado rol en la conducción del Partido Comunista de España mantuvieron en vigencia su renombre. Sus últimos años, de regreso a España en plena ancianidad, reforzaron su lugar en la historia del partido y del país.
Cabe hacer un breve recorrido por su trayectoria para mejor comprender el rol que le tocó jugar durante varias décadas de la historia española.
Un largo camino.
Pasionaria nació en 1895 en el país vasco, en una pequeña población llamada Gallarta, y murió en 1989 en Madrid.
Tuvo una infancia y juventud muy dura, en una familia de mineros. Vio frustrada su aspiración de estudiar para maestra y fue a trabajar en destinos tradicionales de las mujeres trabajadoras, como el servicio doméstico y un taller de costura.
Fue miembro del Partido Comunista de España desde su fundación, en 1921, al calor de la revolución rusa.
Tuvo una educación tradicional, católica. Su padre era de tendencia “carlista”, una de las vertientes de la derecha española. Se casó a los 20 años con un minero, militante socialista, Julián Ruiz. Influida por la militancia de su marido y por su propio impulso descontento y cuestionador, se volcó a las ideas socialistas. Al separarse los comunistas del partido de Pablo Iglesias, Pasionaria pasó al Partido Comunista de Vizcaya, provincia que tenía una particular concentración de militantes comunistas. El seudónimo lo creó ella misma, al firmar con ese apelativo un artículo titulado “El obrero vizcaíno”.
Su hogar era pobre, y eso tuvo mucho que ver con que de los seis hijos e hijas que tuvo sólo sobrevivieran dos, Rubén y Amaya. El varón se incorporó al ejército rojo durante la guerra contra los nazis y cayó en Stalingrado. Fue quizás el mayor dolor de su vida. Su hermana la acompañó toda su vida.
En 1930 pasó a integrar el Comité Central del PC español. En 1931 se estableció en Madrid, para trabajar en el órgano partidario, Mundo Obrero. El periodismo era una de sus vocaciones principales, la había ejercido desde muy joven en su tierra y se convirtió en una figura descollante cuando se afirmó en el periódico comunista.
Integró el Comité Español de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo y actuó en los organismos partidarios vinculados a cuestiones femeninas. Siempre rehusó identificarse como feminista, ya que consideraba que la definición como marxista leninista bastaba para que abarcara la lucha contra todas las injusticias.
Años después, en 1947 expresaría: “Ser comunista no significa solo defender en primer lugar los intereses de la clase obrera y de los campesinos. (…) Significa luchar por los derechos y la igualdad social de la mujer y contra las trabas feudales y prejuicios que han hecho de la mujer a través de los siglos no solo la esclava de la sociedad, sino la esclava del egoísmo de los hombres”.
Así iba contra el sentido común que imponía el sometimiento al marido y la renuncia a una vida propia, sintetizada en un dicho popular: “Madre, ¿qué es casar? Hija: hilar, parir y llorar”.
Pasionaria fue una gran oradora. En su período de diputada, a partir de 1936. Y en múltiples alocuciones en la retaguardia y en el frente durante el conflicto español. Su rostro y sus consignas (“No pasarán”, “Más vale morir de pie que vivir de rodillas” “Es mejor ser la viuda de un héroe que la mujer de un cobarde”) quedaron inmortalizadas e incorporadas al vocabulario popular. Pablo Neruda, Miguel Hérnández, Rafael Alberti, entre otros, le dedicaron poemas.
En marzo de 1939, con la guerra perdida, marchó al exilio junto con otros compañeros de la dirección del Partido. Se estableció en Moscú, y en 1942 ante la muerte del secretario general anterior, José Díaz, pasó a ocupar ese puesto. Era la primera mujer que asumía la dirección de un partido español.
Estuvo al frente del PCE hasta 1960 aunque hacía ya un tiempo que había perdido el control efectivo a manos de dirigentes más jóvenes, en particular del que sería su sucesor, Santiago Carrillo. En 1960 dejó la secretaría general y pasó a ser presidenta, un cargo más honorífico que efectivo. Ese mismo año publicó su exitosa autobiografía El único camino.
Fue una mujer de reacciones fuertes. Tuvo un vínculo sentimental con un dirigente partidario, Francisco Antón. Fue él quien decidió cortar la relación. Años más tarde Pasionaria criticó su actitud militante hasta lograr su desplazamiento total de la dirección partidaria y su envío a trabajar a una fábrica. Su actitud fue interpretada como una venganza personal, bajo la cubierta de razones políticas.
Desde el exilio impulsó diversas líneas orientadas a la lucha contra el franquismo. Primero la lucha guerrillera, que fue aniquilada por la represión franquista. Luego la política de alianzas amplias y ya sin recurrir a la lucha armada, que se conoció como de “reconciliación nacional”, a partir de 1956. En base a esa línea el comunismo logró reconstruir sus fuerzas dentro de España y consolidarse como el partido más numeroso y organizado de la resistencia antifascista en el interior del país.
Ibárruri tuvo protagonismo en una gran herramienta de propaganda, Radio España Independiente, también conocida como “La Pirenaica” que transmitía desde Europa Oriental y muchas españolas y españoles escuchaban en secreto.
Los años de Stalin.
Por décadas siguió las orientaciones de la llamada “patria del socialismo”. Como todos los dirigentes de los partidos comunistas, hasta 1956 Dolores Ibárruri tuvo una fe ciega en Stalin y en la Unión Soviética.
Ello trajo aparejados diversos pronunciamientos muy objetables. Entre ellos el apoyo al combate contra el “trotskismo”, que en España se reflejó en la pugna con el POUM y el asesinato y desaparición de Andreu Nin por agentes soviéticos.
Más tarde adoptó la justificación del pacto germano-soviético de agosto de 1939 y las ganancias territoriales de la URSS sobre la base de las cláusulas secretas de ese acuerdo.
Cuando la Unión Soviética fue a su vez invadida por las fuerzas nazis, Dolores y sus compañeros de partido pusieron todo su empeño en la solidaridad con el pueblo invadido y en la unidad antifascista. Pero asimismo respaldaron las diversas purgas y procesos que se desplegaron bajo la égida de Stalin, no sólo en tierra soviética sino luego en las llamadas “democracias populares” de Europa del Este, estos últimos a comienzos de la década de 1950.
En esas condiciones la revelación de los crímenes cometidos en esa etapa a través del “informe secreto” presentado por Nikita Jrushchov en el XX Congreso del PCUS, en 1956 fue un golpe terrible para Pasionaria. El gran mito se derrumbaba. De todas maneras siguió con el respaldo a las políticas soviéticas, de las que se diferenció recién en 1968, al condenar la invasión a Checoeslovaquia por las fuerzas del Pacto de Varsovia.
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Muerto Franco, Dolores volvió a su país, fue electa diputada por Oviedo y se la hizo objeto de toda suerte de homenajes. El PC por estos años sufría debates y rupturas. Ella persistió en el sostenimiento de quienes dirigían el partido en las distintas coyunturas. Murió en 1989, días antes de la caída del muro de Berlín. Su entierro fue una apoteosis de masas.
En un segundo tomo autobiográfico, de 1984, Me faltaba España escribió: “Pensé en ser religiosa y abandoné la fe. Quise ser maestra de niños y fui propagandista revolucionaria. Soñé en la felicidad y la vida me golpeó con dureza, en lo más íntimo, lo más entrañable. Creí en la victoria y sufrí con mi pueblo terribles derrotas”.
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