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Agresión racista a una joven ecuatoriana en el Metro de Barcelona

Patadas en nuestros rostros

Fuentes: Rebelión

Transmigración y emigración, almas que vuelan libres en una dirección y cuerpos que se arrastran en la otra, imágenes que circulan sin oposición y cuerpos interrumpidos en su camino, obstaculizados, detenidos, materializados. ¿Qué es una imagen? Un cuerpo acelerado y sin anclaje. ¿Qué es un cuerpo? Una imagen prisionera, una imagen que tropieza, una imagen […]

Transmigración y emigración, almas que vuelan libres en una dirección y cuerpos que se arrastran en la otra, imágenes que circulan sin oposición y cuerpos interrumpidos en su camino, obstaculizados, detenidos, materializados. ¿Qué es una imagen? Un cuerpo acelerado y sin anclaje. ¿Qué es un cuerpo? Una imagen prisionera, una imagen que tropieza, una imagen cuajadas contra una valla.
Santiago Alba Rico, «Capitalismo y nihilismo» (2007)

Escribo con urgencia. Un joven desnortado, absolutamente perdido, que dice con malos modos que no es racista, toquetea violentamente a una muchacha de apenas 16 años sin que ella se lo haya permitido en absoluto. Mientras tanto, habla o aparenta hablar con su teléfono. Después pega a la muchacha y más tarde le da patadas en la cara. Sigue hablando por teléfono, como si todo fuera normal, como si no hiciera nada extraño, como si fuera compatible agredir salvajemente y conversar afablemente con un amigo sobre este u otro asunto, alardeando de hombría, de mucha hombría seguramente, y de poder hacer cualquier cosa que le venga en gana.

Todo normal, todo dentro de su normalidad, de nuestra normalidad. Agredir y hablar, anular a la muchacha y marcar un número telefónico. Violencia injustificable y tecnología pose postmoderna., acaso contempladas en alguna película de Tarantino y sus secuaces, unidas en su acción. Dos en una. Mejor, tres en una: violencia chulesca, pose tecnológica, terror de la víctima.

Otro ciudadano, también joven, también inmigrante, ve la escena y gira la cara. No se atreve a intervenir, tiene miedo. Está amedrentado, cree que no puede hacer nada. El agresor le ha lanzado una mirada asesina, retadora. ¡Atrévete a intervenir, te rajo! le dice sin decir, mientras sigue hablando con su móvil y escupiendo términos racistas.

La muchacha no va al servicio de urgencias de algún hospital de la zona. No hay parte médico de las heridas. Se protege en casa y en ella misma; dos espacios mínimamente seguros.

El juez deja en libertad provisional al agresor que, entrevistado por alguna televisión, en tono chulesco, enfrentado a la cámara, con mirada fascista, intentando atemorizar, orgulloso de salir en los medios y de que haya despertado tanto interés su acción, aconsejado por su abogado, dice que no recuerda apenas lo que pasó, que se le fue la olla y estallaron los plomos. Estaba bebido, dice, una y otra vez, cuando sabe y sabemos que no estaba bebido.

Afortunadamente, la fiscal general de Catalunya, Teresa Compte, interviene directamente en el asunto. No le importa que la persona agredida sea inmigrante o pobre. O sí le importa, y por eso interviene con mayor interés. Cuando escribo parece que hay rectificación judicial y ya se está buscando al agresor para alterar su situación de libertad provisional.

¿Qué había, qué hay en la cabeza de ese joven? ¿Qué ha pasado para que piense sin trastorno mental que él está autorizado a agredir a la muchacha, acaso por ser joven mujer, por ser inmigrante, porque no se presta a sus deseos eróticos, orgulloso de que un cuerpo tiemble frente a él? ¿Qué corre por sus venas, por las venas de todos nosotros?

Dos datos a considerar. El primero: la ciudadanía barcelonesa, por lo que parece en estos momentos, se está movilizando. Jóvenes de institutos, no muy dados a la intervención pública, algunos de aquí, otros de allá y otros de aquí y de allá, comentan lo sucedido y parecen dispuestos a mostrar públicamente su indignación. Otros temas, también importantes si se quiere, no tapan este asunto.

El segundo: un presidente, un admirable presidente, ordena a su ministra de Exteriores que, desde Italia, antes de regresar a su país, vaya a Barcelona, apoye a la joven y a su familia, y contrate a un competente gabinete de abogados para que lleve el caso. El admirable Colectivo Ronda de Barcelona es el candidato ideal si tiene competencia en el tema (No soy ecuatoriano, aunque ahora, como muchos otros, me sienta así, pero creo que me es lícito mostrar mi máximo reconocimiento por la actitud del presidente Rafael Correa. Gracias en nombre de todos. Con su gesto, dignifica la política y a los políticos nobles).

La muchacha ecuatoriana -mujer, inmigrante, pobre seguramente-, mientras tanto, sigue encerrada en su casa. Temerosa, como lo estaríamos todos. El huevo de una serpiente se ha roto y le ha atacado. A ella, precisamente a ella, y en ella estamos todos.

PS: Parece ser que algunos medios -privados algunos, otros públicos- han pagado al agresor para que les cuente su vida, su historia, para que les dé su versión de lo sucedido. En las aguas heladas del cálculo egoísta.

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Agradezco a Carlos Martínez sus informaciones y su atenta y generosa ayuda, habitual por lo demás.