La Madeja, revista autogestionada de ideología feminista, dedicó su número séptimo (2016) al miedo. El editorial del monográfico de 72 páginas sostiene que el miedo es cuestión de clase, género, color de piel, aprendizaje, orientación sexual y experiencias vitales; «¿sorpresa? No, pero a veces se nos olvida», afirma en la primera página. Unos párrafos más […]
La Madeja, revista autogestionada de ideología feminista, dedicó su número séptimo (2016) al miedo. El editorial del monográfico de 72 páginas sostiene que el miedo es cuestión de clase, género, color de piel, aprendizaje, orientación sexual y experiencias vitales; «¿sorpresa? No, pero a veces se nos olvida», afirma en la primera página. Unos párrafos más abajo agrega el editorial de la publicación, en la que colaboraron una treintena de personas: «Pero no hay temor sin resistencia: los feminismos, alternativa y campo de batalla». El número dedicado al miedo de La Madeja fue presentado en más de 30 locales, librerías y centros sociales del estado español. Irene García Roces, de 38 años, es miembro del grupo editor de la revista y participa en el centro social autogestionado Llar el Mataderu en Pola de Siero (Asturias). La activista desarrolló además una investigación en Brasil sobre una red agroecológica, desde un punto de vista agroecológico y feminista, con una asociación local del estado amazónico de Acre, en la frontera con Bolivia y Perú.
-La revista La Madeja, de periodicidad anual, cuenta con un grupo editor formado por cuatro mujeres de diferentes ciudades del estado español, como Oviedo, Granada o Bilbao. ¿Cómo caracterizarías la publicación?
La Madeja está vinculada al colectivo autogestionado Cambalache, surgido en 2002 y con sede en Oviedo. Hemos lanzado ocho números en siete años. Personalmente empecé a colaborar en la última edición, dedicada a los miedos. Se trata de números monográficos, que abordan materias diferentes desde la perspectiva de los feminismos. Por ejemplo los cuerpos, o las sexualidades, que es el tema que trabajamos para la revista de 2017; actualmente estamos en fase de recepción de artículos y revisión. También hemos tratado otras cuestiones no estrictamente feministas, como los paisajes o las transgresiones.
-¿Toma partido la revista por alguna corriente específica del feminismo?
Tenemos un punto de vista bastante abierto, que pretende abarcar la diversidad de los feminismos.
-¿Qué distingue a La Madeja de otras publicaciones del mismo ámbito?
Por ejemplo, el hecho de trabajar -o intentarlo- con otro tipo de lenguajes; esta no es una revista, como ocurre con otras en el ámbito de los feminismos, que trabaje con el ensayo y un lenguaje más periodístico; así, incorporamos la poesía y dejamos que la cuestión del lenguaje sea un tanto más libre. A la gente le pedimos que se exprese del modo que quiera, lo que, creemos, constituye también un punto feminista dentro de la revista.
-¿Por qué razón?
Porque creemos que en ocasiones los lenguajes académicos o más periodísticos limitan las personas que pueden acceder a estos, o que puedan entenderlos.
-¿De qué modo se distribuye la revista, cuáles son los canales de difusión?
Sobre todo a través de las presentaciones en colectivos, locales autogestionados, librerías y centros sociales. Estas presentaciones se realizan también fuera de Asturias, en todo el estado español, en función de nuestro tiempo y disponibilidad. Actualmente contamos con página de Facebook y todos los números de la revista pueden descargarse en la página Web del colectivo Cambalache. Pero el número se publica primero en papel…
-¿A qué responde esa preferencia por el papel, en los tiempos que corren?
Porque nos imaginamos a las lectoras y lectores de la revista leyéndola tranquilamente en cualquier espacio. Además, ahora que la información está tan digitalizada, creemos que el papel representa una apuesta interesante. Por otra parte La Madeja tiene un precio de seis euros, que es el coste de producción, de manera que no queda ningún dinero para las personas que participamos.
-La edición de 2017 se centra en las sexualidades. ¿Cuál es el enfoque?
Queríamos que la revista planteara la sexualidad desde un punto de vista placentero, no pensábamos tanto en los aspectos más negativos, como por ejemplo los vinculados a la violencia. También visibilizar el orgasmo femenino y las prácticas sexuales no normativas.
-¿Mantenéis contacto con otros colectivos que desarrollan proyectos similares?
Sí, con revistas como Pikara Magazine de Euskal Herria, cuyas colaboradoras escriben artículos para La Madeja; lo que ocurre es que los «tiempos» de Pikara son diferentes: trabajan más rápido y con una información más actualizada, además producen un volumen de artículos mucho mayor que el nuestro. También la perspectiva de Pikara es diferente, porque se plantean la revista como un medio de vida, y ése no es nuestro caso. Pero tenemos contacto con otros muchos colectivos feministas, que colaboran organizando las presentaciones, difundiendo la revista o escribiendo artículos.
-El 15 de septiembre, en la programación del colectivo Cambalache, figuraba un encuentro informal titulado «Madejeando: agresiones machistas en ‘nuestros’ espacios», en el que la asistencia se limitaba a mujeres, lesbianas y trans. ¿Observas formas de dominación patriarcal en los movimientos sociales y, por extensión, en el espacio en el que se edita la revista?
Yo estoy en la revista, no particularmente en Cambalache; pero éste es un centro donde la cuestión del género y el feminismo se «trabaja» bastante, y sobre todo se revisa constantemente. Pero claro que hay problemas, como en todos los colectivos, ya que no están exentos de la realidad patriarcal en la que se generaron. Sin embargo, en otros espacios en los que colaboro hay más problemas, tal vez porque existe una mayor diversidad. Cambalache es un colectivo de gente bastante afín.
-Por otro lado, has participado en un grupo de grafiteras…
Lo de las grafiterías es algo completamente informal. En un colectivo de Gijón nos juntamos un grupo de mujeres, y el caso es que no sabíamos muy bien qué tipo de acción feminista íbamos a realizar. Surgió entonces la posibilidad del grafiti, era el año 2015, porque conocíamos a una chica -activista grafitera desde hacía mucho tiempo- que ayudó a que nos coordináramos. Ella vive en Asturias, y se hace llamar «bicha».
-¿Y qué decían los grafitis?
Uno, «Mordisco a las mordazas, el patriarcado amordaza»; el otro tenía relación con el aborto, en la época en que Ruiz Gallardón era Ministro de Justicia y se pretendía dar marcha atrás en la legislación
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