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Lo local como universal

Pedro Páramo

Fuentes: Rebelión

Es bien sabido que el argumento de una novela es una escusa para hablar de otra cosa, de lo que está detrás, de aquello que se representa como significado. Las novelas son construidas desde la conciencia, desde una actitud determinada ante la realidad, si fuésemos capaces de ponernos en la cabeza del escritor sabríamos tanto […]

Es bien sabido que el argumento de una novela es una escusa para hablar de otra cosa, de lo que está detrás, de aquello que se representa como significado.

Las novelas son construidas desde la conciencia, desde una actitud determinada ante la realidad, si fuésemos capaces de ponernos en la cabeza del escritor sabríamos tanto como él de la obra. Quién escribe. Para quién escribe. Desde dónde escribe. Y bajo el título de «realismo mágico» la realidad en la novela adquiere una expresión que se le superpone, mágica, que está más allá o acá, que proviene de los mundos del sueño, de la obsesión, de la alucinación, del estado abierto a la sorpresa con caracteres que hacen de la realidad común otra realidad, o una surrealidad, porque fueron los surrealistas quienes primero la mencionaron. Su explicación no pretendía sustituir la realidad sino añadir a la realidad, es decir, el mundo real proyecta otras visiones superrealistas, también denominadas. Pero esa superrealidad o surrealidad ya estaba en gran medida en la narrativa oral, narrativa popular, de ese mundo que emerge de la mitología de los pueblos, de las explicaciones mágicas. Son, ni más ni menos, alimentos de la novela que se situó bajo el rótulo «realismo mágico». Es el caso de «Pedro Páramo», la novela de Juan Rulfo, que partiendo de la mitología del pueblo mexicano sobre los muertos como vivientes entre los vivos, construye una novela que nos llama poderosamente a ese «hablar de otra cosa», hablar de la memoria histórica, de la revolución mexicana, de las consecuencias de vivir bajo la opresión caciquil, de la necesidad de la experiencia de la historia que nos transmiten los muertos…; el argumento de una novela es una escusa para hablar de otra cosa. En «Pedro Páramo», declaró Rulfo, «todos están muertos». La novela cuenta la historia de un pueblo en el que sus habitantes están muertos a causa del apoderamiento de todo absolutamente, bienes y vidas de sus habitantes, por parte del cacique, y muerte impuesta por éste al no poderse hacerse con una mujer que se deja morir antes que ser suya. ¿Su resistencia es pasiva? Recuerdo ahora al mártir popular tunecino que se prendió fuego como última opción para reclamar al pueblo de Túnez, a los pueblos del mundo, su conciencia de justicia. La resistencia pasiva, ¿o es activa?, también es resistencia, la última antes de una respuesta contundente y ojala definitiva.

Rulfo declaró: «La historia del pueblo (se) la cuentan los habitantes muertos (a Juan Preciado que llega buscando a su padre, que es el cacique Pedro Páramo). Así el pueblo vuelve a vivir una vez más. Ese ha sido mi propósito, darle vida a un pueblo muerto». Los muertos cuentan su historia a través de los vivos, de Juan Rulfo que emplea a su personaje Juan Preciado, es la memoria histórica, es el conocimiento, es la conciencia que nos forma. Los muertos, el pueblo de Comala, son quienes van contando lo que les llevó a la muerte, ese es el hecho mágico, el que habla a los vivos, y a su vez habla del otro lado del argumento.

La explicación final podría resultar beatífica: el explotador muere si «deja» morir al pueblo por empobrecimiento, por hambre, o, visto por otro lado, esto dicho por Rulfo: «… la causa de la decadencia (es) había sido (dice refiriéndose al pueblo mejicano) el cacique local». La novela comienza cuando Juan Preciado, el apellido es el signo de quien busca la manera de poner en valor lo que le ha precedido, cuando Juan Preciado, decía, recuerda las palabras de su madre antes de morir, la madre, símbolo del espíritu del pueblo, la conciencia reivindicativa, pidiéndole que busque a su padre, Pedro Páramo, el cacique con un nombre y apellido que habla del sentido de la vida de semejante personaje:

«- No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro». Pero la madre también es símbolo de la tierra muerta, es referencia para la gente del pueblo y por eso los campesinos cuentan, le enseñan a Juan Preciado, que es a su vez el hijo de las mujeres del pueblo: «Perdóname que te hable de tú; lo hago porque te considero como mi hijo. …» le dirá la primera mujer a la ve en Comala. La madre, el símbolo que además impulsa al conocimiento, está mostrando en primer plano la contradicción principal: la existencia del cacique supone miseria, sufrimiento y el fin de toda vida, de quienes trabajan y de la tierra misma, el cacique, el explotador de los seres humanos mata con tal de apropiarse de toda riqueza existente. ¡Qué tiempos vivimos para hacer ésta lectura! Aunque hay un atisbo de esperanza, en el paisaje muerto cae la lluvia, signo que persiste haciéndose oír, formando charcos y dando vida a alguna hoja. Rulfo apunta -con la narración del hijo en busca del padre, parte de la mitología, con la creencia popular, los muertos están vivos o cómo darle vida a los muertos, con los juegos literarios, el lenguaje ambiguo y las menciones a acontecimientos señalados de la historia de México- a lo universal y a lo local, a la búsqueda del conocimiento y con ello a la germinación nueva.

Quizás lo más comentado por la crítica sea los impulsos viscerales que llevan a la muerte a los personajes que tienen que ver directamente con Pedro Páramo y a él mismo, los empeños recalcitrantes de cada cual, como si fuesen fruto de un romanticismo que los pierde, análisis, creo, un tanto parco, que no se eleva sobre el conjunto para ver lo representado; otro aspecto, la exposición fragmentada de la novela invitando al lector a unir las diferentes partes, como Juan Preciado cuando escucha al personaje colectivo, resto de los personajes contándole; a esa búsqueda de la verdad acompaña el círculo que forma la novela, comienza y termina hablando de la muerte de Pedro Páramo, formando un círculo, o una novela circular, lo que contiene el sentido de la obra, con lo que podemos decir recordando la ley del eterno retorno que siempre volvemos al mismo sitio, pero ya no pasamos en la misma circunstancia, y debe tenerse en cuenta, puesto que al final, ahora, sabemos, hemos tomado conciencia de que se nos ha llevado hasta ahí para que conozcamos esa otra cosa de la que se nos quiere hablar, de eso para lo que el argumento sirve de escusa.

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociación.foroporlamemoria@yahoo.es)