Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. *** Seguimos en la segunda parte de tu libro, en el capítulo «Tres republicanismos y sus momentos históricos». […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.
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Seguimos en la segunda parte de tu libro, en el capítulo «Tres republicanismos y sus momentos históricos». Hemos entrado en «Ethos y nomos», páginas 110-152, uno de los apartados más extensos del ensayo. «Todo mundo humano se basa en un saber hacer compartido, en una Religación o Ethos, también el capitalismo» señalabas en la entrevista anterior.
Sí, en efecto. Hace unos días escuchaba un documental de un estudioso mexicano de Gramsci, ya mayor, Piñol. Parecía decir cosas anodinas, pero que consideradas desde estas premisas del ethos, de la eticidad, tienen, sin embrago, un hondo calado.
¿Por qué?
Decía el charlista que el concepto de «hegemonía» en Gramsci era instrumental, era de procedimiento. Porque su fin era, vendría a ser, reflexionar sobre cómo organizar un sujeto mayoritario empeñado en querer cambiar de vida, en cambiar de vivir. O sea, de eticidad. Es así. Entendido correctamente, si los comunistas, si los socialistas y anarquistas deseamos socializar los medios de producción, nacionalizar esto, municipalizar aquello, estatalizar lo de demás allá, o, simplemente democratizarlo, es porque son condiciones indispensables para poder cambiar el vivir. Y solo si se quiere cambiar el vivir, la praxis de vida, el saber hacer común que nos religa, el Ethos Religador, las necesidades, hay cambio de sociedad.
Sí, yo no tengo ninguna duda sobre este punto. Desde joven lo he pensado así, aunque lo formulara muy torpemente.
Pero me he extendido en exceso y aún no te he respondido a lo que me preguntas sobre el nomos.
Estamos a tiempo. Adelante con el nomos.
Podríamos traducirlo por «ley». Pero resulta una traducción pobre.
¿Pobre?
Para nosotros la ley, y en especial la ley suma, la constitución, es la que instaura un régimen. Si nos dejamos imbuir por las teorías neopositivistas del derecho, por Kelsen, nada hay en la sociedad por encima del derecho. Es este el que nos constituye como ciudadanos y no existen derechos, ni existe soberanía al margen de él. Al contrario, los derechos de los individuos, la misma soberanía, son constituidos le son otorgados al ciudadano por el derecho entendido como Ley, etcétera.
Tú no estás de acuerdo.
Pensamos la ley con independencia del mundo de vida, de la vida cotidiana. Es la metafísica filosófica del liberalismo, según el cual -y esto es ideología en el sentido malo del término- las costumbres son algo propio y particular que cada individuo decide privadamente, de forma individual. Pero para los griegos, para Aristóteles, lo que instaura y define a un régimen es la especificidad de su vivir en común, asentada a su vez sobre una correlación de fuerzas que la elabora en uno u otro sentido. Ese es el régimen. Y la ley es orgánica del mismo. La ley además, define derechos que no pueden ser incumplidos; son lo que hoy día denominaríamos derechos subjetivos de cada persona. Además, la ley está en continuidad con el ethos en el sentido de que el uso o costumbre es generadora de ley, hay leyes no escritas consideradas leyes: el mundo del ethos genera ley. Sí es cierto que en la antigua Grecia, grandes levantamientos populares, contra la esclavitud por deudas por ejemplo, impusieron la creación de nueva legislación. Pero fue ese mundo ético, en el que se organizan y producen esos levantamientos, el que -ellos lo saben- instaura nueva ley orgánica de los mismos.
Creo que se entiende bien la diferencia.
No otra cosa ocurre en la historia cada vez que asistimos a un cambio radical de mundo, claro. La Revolución Francesa no hubiese sido posible sin la existencia de una larga historia de casi 100 años, o más, de luchas y resistencias de la comunidad campesina, generadas y generadoras de un ethos, de una cultura, de una «economía moral de la multitud», para decirlo con E. P. Thompson, y con Florence Gauthier. Cultura religada de comunidades que en 1771, durante la denominada Guerra del Trigo, a la que ya me he referido, si mal no recuerdo…
No recuerdas mal.
Lucha, decía, que genera en toda Francia movilizaciones con manifestaciones comarcales en el campo de más de cuarenta mil y más personas, y que impone que el rey cese al ministro Turgot. O explican la denominada «Grande Peur» etc.
Pero, y vuelvo a lo que me preguntas sobre la ley o nomos, al menos actualmente tenemos el término «ley» que si bien, con otros matices, expresa algo, al menos semejante. Sin embargo la ideología liberal que ha triunfado nos induce a creer que vivimos en un mundo en el que no existe religación cultural de la comunidad social. Nos hace creer que una parte del hacer está determinando por instancias naturales, el mercado, a su vez, orgánico de una naturaleza humana, la propugnada por la metafísica denominada individualismo antropológico y que la vida de cada individuo, a partir de aquí, es asunto individual privado. Por eso carecemos de términos adecuados y creo interesante tratar de poner en uso alguno que nos haga conscientes de que eso no es así: eticidad, o ethos.
Es muy interesante este apunte sobre el lenguaje que acabas de hacer. Prosigo con el libro. Cuando hablas de Aristóteles afirmas que para él y para el pensamiento griego en general la ética forma parte de la política. ¿Qué significa eso de que la ética forma parte de la política? ¿Qué englobaría entonces la política aparte de la ética? El ser honesto con las personas de nuestro entorno, por ejemplo, ¿es un asunto político?
La referencia de Aristóteles que indicas se encuentra al comienzo de una de las obras más importantes del pensamiento político, y la obra más hermosa de Aristóteles con serlo toda su obra, y a pesar de la particular fuerza deslumbrante de su Política -o de su Matafísica-.
Te estás refiriendo a…
Me refiero a su Ética Nicomáquea. El paso se halla al comienzo de la obra, justo cuando habla de que somos arqueros que apuntan a un blanco, el fin de nuestra actividad, que es la buena vida (1094 a, 1094 b). Una frase muy repetida por su potencia figurativa.
Creo que la ha usado alguna vez Rafael Sánchez Ferlosio. Una conferencia que impartió cuando se celebró el homenaje a Sacristán en el décimo aniversario de su fallecimiento se inspiraba en esa frase.
Que la inmensa mayoría de los políticos desconozcan esta obra y la Política, que los cuadros políticos de la izquierda no la hayan leído, e incluso desprecien y sospechen de su lectura, permite comprender nuestra actual situación de indigencia intelectual y moral, de ridiculez y extinción. Extinción ridícula de la izquierda. Lo vemos, lo acabamos de ver, ahora en Cataluña.
¿Qué hemos visto en Cataluña?
Que de nuevo se ha aplicado la vieja concepción política derrotada en el siglo XlX -se ha aplicado encima sin consciencia y por simple seducción o seducción-acojonamiento (con perdón de nuestros lectores) ante el poder ideológico burgués- denominada por Marx revolución permanente: convertirnos en el apéndice o ala izquierda radical de un movimiento movilizado burgués: letal. Ahí están los resultados.
Volvamos al tema.
Bueno: cómo poder repensar la política sin recurrir a los textos ontológicos fundamentales, y fundantes de la misma. Y es que estamos en manos de una nueva clase política que ha tomado por asalto, no el cielo, sino la izquierda -no me refiero tan solo a los santos de los últimos días, sino a un fenómeno que tiene ya a sus espaldas dos sino tres generaciones-. cuya antropología es una extraña síntesis del personaje de la Antígona, de Anouilh, «lo quiero todo y de inmediato» -je veu tout et toutsuite- y de película de humor: «Agarra el dinero y corre». En fin, bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga, que hubiera dicho Rodríguez Méndez.
Una izquierda sin consciencia de ethos, sin consciencia de alternativa de vivir, que revela la potencia ejercida por la hegemonía intelectual liberal burguesa y que asumió el proyecto modernizador desarrollista del capitalismo, considerando que la alternativa era la distribución material y la extensión de los modelos de vida orgánicos del mismo, y que no tuvo, salvo honrosas y minoritarias excepciones: Lukács, Gramsci, Pasolini, Ernst Bloch…, la capacidad de concebir que su tarea era auspiciar un cambio de modo de vida
Vuelvo a la Ética.
Volvamos a ella pero ha sido interesante esta reflexión «al margen».
En dicha obra Aristóteles nos dice que el ser humano, que es un ser activo, práxico, generador de enérgueia, tiene como fin el Buen vivir -eú zen/ εῦ ζῆν-, que es condición necesaria, pero no suficiente para alcanzar la felicidad. Por ahora, podemos dejarlo así. Ese buen vivir no está garantizado por nuestra naturaleza, depende de la comunidad y de la actividad que todos generamos en común. Y como ese es el fin superior, la Buena Vida, es lo fundamental a lograr, aquel saber que permite elaborar y orientar en coparticipación la praxis de la comunidad, es el pensamiento fundamental, en tanto que pensamiento que orienta la praxis a su verdadero fin. Ese pensamiento cuyo «fin» es orientar la prosecución y logro de «el Fin», es la Política. Un pensamiento deliberativo, la política, se apresura a decir Aristóteles, que es un saber experiencial y que es ridículo pedirle al que reflexiona políticamente y trata de persuadir a los demás, que recurra a las demostraciones matemáticas, lo mismo que sería ridículo pedir al matemático que recurriera a la persuasión retórica para tratar de su materia.
Nunca se sabe, tal vez ese tipo de argumentos puedan jugar algún papel en las comunidades matemáticas y en sus acuerdos. La buena retórica nunca está de más.
La política por tanto, que posee claridad de consciencia de que nuestro buen vivir es consecuencia de la actividad en común tiene como fundamental axiología de valor lo que nosotros ahora denominamos o entendemos por ética, por moral: qué le corresponde a cada cual. Si, como opina Aristóteles, le corresponde «a cada cual lo que le toca» -a cada cual según su trabajo es frase en que resuena el aforismo clásico- o a todos y cada uno por igual, etcétera. Y en consecuencia, se pone en primer lugar la reflexión sobre los deberes para con los demás miembros de nuestra comunidad. La injusticia, la deshonestidad son enemigos acérrimos de la política porque destruyen la comunidad, sin la que estamos perdidos.
¡Pobre política la nuestra si pensamos en eso!
Pero la política, capacidad inherente a todo polites, a todo ser humano por el mero hecho de serlo, diríamos ahora, su doxa u opinión, formada por la experiencia de la praxis y de la deliberación, es interna al ethos, del que constituye parte. No por el hecho de ser reflexión sobre el ethos y reflexión sobre cómo llevar a buen puerto los fines asumidos por todos, es externa y superior al ethos. Es inherente al ethos solo que se denomina política a la capacidad de autodirección de la comunidad, para cumplir sus objetivos y sus fines. Una capacidad que, en cuanto a los objetivos -al menos en cuanto a estos, según Aristóteles-, tiene la capacidad de registrar el fracaso o la insatisfacción de los objetivos precedentes, y anularlos y deliberar y crear otros. No hay aquí fijismo ético. Precisamente los atenienses tenían fama de estar constantemente innovando su forma de hacer. Es lo que Tucídides nos explica, precisamente, en el discurso de los corintios a los lacedemonios, en el libro primero de Historia de la guerra del Peloponeso -68 y siguientes-, en el que los corintios encomian a los enemigos atenienses por su capacidad de innovar tanto la praxis como la poiesis, o técnica, por lo que son los mejores en imaginar nuevas formas de hacer.
Por la misma senda. También afirmas que el fin de la política, de nuevo según Aristóteles, es el buen vivir que es lo mismo que ser feliz. ¿La comunidad existe entonces para que seamos felices? ¿Cuándo lo somos, cuándo podemos serlo?
La polis tiene como finalidad el vivir bien, la buena vida, Buen Vivir: eú zen -εῦ ζῆν-. Solo la comunidad social genera la vida humana y a la par crea la antropología, la individualidad y las necesidades humanas. A comenzar por los recursos materiales y espirituales, imprescindibles para nuestra socialización, sin todo lo cual no hay posibilidad de vida humana. O sea la vida humana, la buena vida, es consecuencia inmediata y solo posible gracias a -o debido a- la actividad de la comunidad social. La felicidad de cada individuo tiene esa precondición, no puede existir sin la misma. Pero la noción de felicidad aristotélica se basa en el autodesarrollo de cada individuo que no es posible sin su voluntad de hacer, de auto elegirse en este o aquel hacer, y en aplicarse a esa praxis. La felicidad es una sensación inherente a la actividad que genera en sí el individuo activo, el individuo cuya característica ontoantropológica exige que pueda hacer, cuya antropología individual como ser humano solo se genera a medida aprende a hacer y pone en obra su hacer: el hacer es la autogénesis de cada sujeto individual y su auto desarrollo como tal.
¿Qué debemos entender por actividad?
Debemos entender por actividad todo uso -toda génesis y todo uso- de todas y cada una de las facultades intelectuales humanas, y esto incluye también a las que ponemos en obra ante el arte o en el estudio de las ciencias y demás saberes; pero no solo esas. En la Ética Nicomáquea Aristóteles reflexiona sobre este asunto del placer y de la felicidad, muy especialmente en el libro X. El placer es generado por la actividad, esto es, por el desarrollo activo de cada una de las facultades y capacidades humanas. La felicidad por ello es inherente a toda actividad desarrollada conforme al saber hacer previamente elaborado por la comunidad, del que nos hemos apropiado previamente y cuya apropiación nos ha desarrollado las correspondientes capacidades y facultades -las dynameis-. Ese saber hacer incluye el conocimiento práxico que garantiza la pericia y el conocimiento de las normas que orientan la actividad para el bien de la comunidad. La felicidad depende del ethos, que es el que nos posibilita el desarrollo de nuestras capacidades, cuando nos lo apropiamos y ponemos en obra protagonísticamente, auto determinadamente, pero este ethos, incluye a la vez, ethos como saber hacer y ethos como norma ética o norma moral. Podemos aceptar claramente que el autodesarrollo práxico mediante la actividad es el origen del placer y de la felicidad. Es una axiología de valor de la felicidad nada pasiva, nada basada en el fin del consumo/ consumismo, sino en la creatividad, que es imposible si no es en común. Y es una axiología potente y válida. Más procelosa es la justificación de que el bien moral nos causa felicidad. Es una idea hermosa, pero hemos visto que en las sociedades divididas en clases, hay quienes se autodesarrollan plenamente con independencia de los demás y disponen de los medios que posibilitan su actividad autodesarrollada debido al sufrimiento o explotación de los demás.
Lo hemos visto y lo seguimos viendo. Está muy bien tu comentario crítico a esa idea hermosa sobre el bien moral.
Lo dejamos aquí por el momento si te parece.
De acuerdo. Hasta la próxima semana.
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