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Perplejidades de hoy

Fuentes: Estrella Digital

Vivimos tiempos de perplejidad informativa. A través del papel, la radio, la televisión y los nuevos y pujantes informativos digitales, asistimos a una profusión de agrios y sostenidos enfrentamientos entre los medios de comunicación y algunas de sus figuras más representativas. Algunas insistentes y apocalípticas proclamaciones de que España se aproxima a una situación límite […]

Vivimos tiempos de perplejidad informativa. A través del papel, la radio, la televisión y los nuevos y pujantes informativos digitales, asistimos a una profusión de agrios y sostenidos enfrentamientos entre los medios de comunicación y algunas de sus figuras más representativas. Algunas insistentes y apocalípticas proclamaciones de que España se aproxima a una situación límite generan también una cierta y permanente inquietud en el público lector, radioescucha o telespectador. La perplejidad es grande porque ese público advierte, a menudo y con bastante claridad, que está siendo manipulado, engañado y utilizado por quienes creen en su propensión a comulgar con ruedas de molino y a tragarse todo lo que le proponen. Como si fuera una marioneta que se deja mover con los hilos que manejan quienes preparan y aderezan lo que él lee, escucha o contempla. Pero no siempre es así. Veamos unos casos de actualidad.

Se ha venido diciendo hasta la saciedad y se ha escuchado mucho estos días algo que parece ser una verdad incontrovertible: «No se puede recompensar a ETA porque deje de matar». No es un axioma de muy compleja enunciación ni de difícil aceptación: si un asesino deja de serlo, no por eso habría que homenajearle y llevarle a los altares. Aunque esto se oponga a esa reflexión evangélica de que hay que regocijarse más por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no lo necesitan.

Pues bien, admitido ese enunciado como piedra angular de cualquier razonamiento sobre el terrorismo, sorprende saber que, como Ariel Sharon ha prometido interrumpir los asesinatos selectivos si la nueva Autoridad Palestina cumple ciertas exigencias del Gobierno israelí, por ese motivo es elogiado por los medios de comunicación, como si se abriera una luminosa ventana a la esperanza en este prolongado y sangriento conflicto. ¿En qué quedamos? ¿Se recompensa al asesino que deja de matar o no? ¿Lo que es válido en otras circunstancias deja de serlo cuando se trata de Israel? Pues así parece ser. Pero la cuestión que pocos medios plantean, y donde habría que indagar, es: ¿por qué una misma acción es por unos considerada execrable asesinato y por otros acto benéfico que salvaguarda los derechos de su pueblo?

Veamos otro reciente asunto que induce también a perplejidad. Ha ocupado lugar preferente en todos los medios la alocución papal a los obispos españoles en su visita al Vaticano. Fue una clara crítica a la política de un Gobierno democráticamente elegido, basada en argumentos poco y mal ajustados a la realidad española. Es inaceptable que se ponga en tela de juicio la libertad religiosa en España, donde cada cual es hoy libre de adoptar las ideas religiosas que desee o prescindir de todas ellas, sin verse constreñido por la presión de una religión concreta, como en un pasado no muy lejano. Esa misma jerarquía eclesiástica debería recordar cómo ejerció un férreo control sobre la vida de los españoles, imponiendo a todos los ciudadanos sus propias opiniones: desde las películas que podían verse y los textos que debían estudiarse, hasta el modo en que los españoles habían de casarse o comportarse en general. Hablo de lo que sé: así hemos vivido muchos españoles durante bastantes años.

Convocado el Nuncio a dar explicaciones por tan hostil actitud vaticana, leemos que «intentó quitar hierro al discurso papal e indicó al representante de Exteriores que se trata de una práctica habitual del Santo Padre en las visitas /ad limina/». Pues habrá que cambiar algo en las prácticas habituales de esas visitas o acabaremos considerando que los obispos españoles están más al servicio de una potencia extranjera que de su propio país, como de hecho sucede al poseer el Vaticano todos los privilegios de un Estado independiente, anómala peculiaridad inexistente en las demás religiones. Así como choca observar un islamismo que pretende regir con normas religiosas –emanadas de una divinidad que sólo unos pocos interpretan– la vida política de los pueblos, sorprende también una religión que actúa sobre las gentes a través de una doble vía: sobre las conciencias de sus fieles, si libremente la aceptan, y actuando en el concierto internacional de las naciones, donde ejerce su actividad como un Estado más.

Un último y no menos singular asunto. Si un partido político pide oficialmente y por escrito a sus afiliados que asistan a una manifestación, nominalmente de apoyo a las víctimas del terrorismo, pero les informa de que el verdadero fin es «expresar la protesta de la ciudadanía» por las supuestas «actitudes complacientes frente al terrorismo del Gobierno socialista» –lo que objetivamente no responde a la realidad–, ¿a qué viene sorprenderse ante la violencia mostrada por ese núcleo de exaltada extrema derecha que el citado partido alberga en su seno? Nada se vio más absurdo que insultar a la vez, tanto a los adversarios políticos que asistieron al acto de buena fe, como a los que no concurrieron, exigiendo a gritos su presencia. ¿Para ultrajarles también?

Ante un panorama tan poco estimulante quizá convenga aconsejar a los lectores que, para cambiar de ideas, se sumerjan de inmediato en la lectura de ese mamotreto que es el Tratado de la Constitución Europea, sobre el que los españoles vamos a ser consultados en breve. No es broma. Es muy probable que sea en Europa, a pesar de los aspectos negativos que encierra el texto citado, donde se halle esa dosis de sosiego y equilibrio que tanto necesitamos hoy los españoles.


 Alberto Piris esGeneral de Artillería en la Reserva Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)*